domingo, 31 de octubre de 2010

Operación Weserübung: la conquista de Noruega II



El asalto al territorio noruego supuso un triunfo total para los alemanes, pero el éxito fue logrado a un alto coste. Los germanos consiguieron poner pie en todos los lugares que se habían marcado como objetivo, aunque las dificultades variaron dependiendo de las zonas. Veamoslas de una en una:


Oslo

En la capital, el grupo de asalto alemán (crucero pesado Blucher, acorazado de bolsillo Lützow y crucero ligero Emdem) sostuvo un duro enfrentamiento con las baterías de costa noruegas. Estas inicialmente tardaron en abrir fuego, ya que pensaban que lo que tenían enfrente eran navíos de la Royal Navy. Cuando los defensores se apercibieron de su error, iniciaron un cañoneo efectivo contra los barcos germanos, hundiendo al Blucher, el cual era uno de los buques más modernos de la Kriegsmarine. Perecieron unos mil hombres, aunque un número similar consiguió salvar la vida. Este desastre provocó que el desembarco se retrasase un día, y esta demora conllevó, de acuerdo al historiador y militar español Luis de la Sierra, que el gobierno noruego y el rey, así como las reservas de oro de la nación pudiesen ponerse a salvo.

Tras el violento encontronazo con el fuego costero, el Lützow y el Emdem retrocedieron y consiguieron poner a sus tropas en tierra a cierta distancia. Estas unidades recibieron el apoyo de la Luftwaffe, lo que les ayudó a consolidar su posición. El arma aérea germana logró asimismo llevar al teatro de operaciones a varias formaciones aerotransportadas (no solo a Oslo, sino también a Stavanger y Aalborg). La acción combinada de este grupo junto con los soldados desembarcados provocaría la caída de la capital noruega.

La perdida del Blucher fue agravada por el torpedeamiento que sufrió el Lützow en su viaje de vuelta a Alemania. El acorazado de bolsillo no fue hundido, pero sufrió daños graves y tuvo que permanecer en dique casi un año.


Kristiansand

En esta zona los alemanes no pudieron desembarcar a la hora prevista debido a la espesa niebla. Tras el amanecer, cuando finalmente fue posible aproximarse a tierra, los germanos ya habían sido localizados por los noruegos cuyas fortificaciones costeras hicieron fuego sin dilación. El Karlsruhe logró con dificultad que los soldados fuesen desembarcados, y estos tomaron las posiciones enemigas al asalto.

Tras concluir con éxito su misión, el Karlsruhe será torpedeado en su viaje de vuelta a Alemania por el submarino inglés Truant. El navío sufrió daños extraordinariamente graves, y tuvo que ser hundido por los propios germanos para evitar que cayese en manos enemigas.


Bergen

Aquí las fuerzas navales alemanas (cruceros ligeros Köln, Konigsberg y buque de adiestramiento Bremse) mantuvieron un duro enfrentamiento con las baterías de costa noruegas, pero también consiguieron desembarcar a las tropas, las cuales gozaron de un intenso apoyo de la Lutfwaffe.

En referencia a las pérdidas, el Königsberg sufrió varios impactos y no pudo emprender el camino de vuelta a Alemania. Sería hundido por aviones británicos poco después.


Trondheim

El Hipper y los destructores que le acompañaban lograron poner las tropas en tierra tras un breve intercambio de disparos con las baterías costeras noruegas, aunque esta escaramuza duró más de lo inicialmente previsto.

El alto mando alemán había planeado enviar al Hipper junto con el Scharnhorst y el Gneisenau al norte con el fin de arrastrar allí a las fuerzas de la Royal Navy, pero no pudo hacerlo dado que estos salieron malparados de los combates que tuvieron lugar en las aguas cercanas a Narvik.


Narvik

Durante las primeras horas del día 9 los diez destructores de la Kriegsmarine desplazados a Narvik hacen su aparición en escena y, tras un breve combate con los guardacostas noruegos, desembarcan a las tropas en territorio escandinavo. Los soldados enemigos no plantearan graves problemas, pero los navíos de guerra aliados conseguirán echar a pique varios buques de aprovisionamiento germanos dificultando el despliegue de estos.

Al amanecer del día nueve los cruceros de batalla Scharnhorst y Gneisenau se topan con el grupo del Renown. Los ingleses comenzaron a disparar inmediatamente y los alemanes, aunque con algo de retraso, devolvieron el fuego. Lütjens, aprovechando la mayor velocidad de sus buques, consiguió retirarse combatiendo hasta salir del alcance de los cañones enemigos. Ningún navío resultó hundido, pero ambos contendientes lograron varios impactos en sus oponentes, provocando en estos daños de diversa consideración.


***

En conjunto, la actuación germana fue sobresaliente. Los alemanes lograron tomar todos los objetivos previstos en el plan de la operación (incluido Dinamarca, país que cayó tras ofrecer una resistencia simbólica), si bien las pérdidas sufridas por la marina de guerra del Reich fueron muy graves.

Los británicos, verdaderos dueños y señores de las aguas en las que se desarrollaron los acontecimientos, no fueron capaces de frenar el ímpetu alemán y se vieron sorprendidos por la rapidez y precisión mostrada durante la audaz maniobra de asalto.

El león ingles había resultado herido en su orgullo y trató de enmendar su error ejecutando dos operaciones consecutivas sobre el norte de la península escandinava. En la primera, pretendían poner fuera de combate la fuerza naval alemana enviada a Narvik, y en la segunda trataron de lanzar su propia operación de desembarco sobre el norte de Noruega. La primera fue un éxito total. La segunda, un fracaso absoluto.


Combate en Narvik, el cementerio de destructores

Hemos indicado anteriormente como una decena de destructores germanos fueron los encargados de llevar las tropas del Reich a este puerto del septentrión noruego. Esta agrupación cumplió con su propósito, pero su éxito no repercutió sobre ella misma. Gracias a la decidida actuación inglesa que iba a tener lugar, ninguno de estos navíos volvería a ver Alemania.


El día 10 el almirantazgo británico ordena al capitán Warburton-Lee que se aproxime con cinco destructores a Narvik y compruebe si es factible atacar a sus contrapartes alemanes. El marino así lo creyó y, sin pensárselo dos veces, se lanzó contra ellos. La sorpresa de los germanos fue absoluta, y en poco tiempo sufrieron graves pérdidas. No satisfecho con esto, el inglés cargó en otras tres ocasiones contra sus enemigos causándoles en total la pérdida de dos destructores (así como daños graves en otros dos) y de siete buques mercantes, además de provocar serias averías a otros seis. Las unidades de la Royal Navy solo abandonará la escena cuando sus municiones estén prácticamente agotadas.

Tras su partida, los anglosajones se encontraron con una formación alemana de tres destructores, los cuales abrieron fuego contra aquellos. Los ingleses no tuvieron suerte esta vez, y los navios del Reich lograron hundir al Hunter y alcanzar al Hardy -buque donde se encontraba Warburton Lee- hiriendo gravemente al capitán inglés. El bravo marino fue trasladado por su tripulación a tierra, donde fallecería poco después. Después de esta pequeña victoria, los germanos pusieron proa a Narvik, donde esperaban repostar antes de volver a Alemania. No ocurriría así.

El día 13, la Royal Navy aprovechó la ocasión que se le presentaba para atacar y destruir en Narvik a numerosos destructores enemigos. Los ingleses reunieron una considerable fuerza naval que incluía al portaaviones Furious y al acorazado Warspite, además de nueve destructores, y cercaron a los alemanes cortandoles la salida al mar abierto. Ambos contendientes lucharon bravamente, pero para los germanos era una batalla perdida de antemano. Los buques del Reich combatieron con tesón, pero siempre en retirada hasta el interior del fiordo. Después de que todos sus compañeros fuesen hundidos, el mismo día 13 sería destruido el Thiele, el último de los destructores de la Kriegsmarine que habían llegado a Narvik el día 8. El éxito británico fue total.


Desembarco aliado en Noruega

Cuando los anglosajones se toparon con la noticia de que los alemanes se les habían adelantado, tan pronto como se recuperaron de la desagradable impresión inicial se dispusieron a tratar de aprovechar la situación a su favor. El plan de ocupar el norte de Escandinava y establecer allí un segundo frente volvía a aparecer con fuerza en las mentes de los estrategas aliados. La Lutfwaffe no era tan fuerte en la parte septentrional noruega como lo era en la meridional, y el control de las aguas por parte de la Royal Navy era total, sobre todo después del éxito del ataque contra los destructores germanos.

Con este esperanzador panorama, el mando aliado trato de explotar esta superioridad en su beneficio, e inmediatamente lanzó operaciones de asalto al norte y al sur de Trondheim, donde puso en tierra a 13.000 hombres; y en las cercanías de Narvik, en Harstad, lugar en el que desembarcó a unos 25.000 soldados (ingleses, franceses y polacos)

La maniobra sobre Trondheim no se desarrolló bien, y las tropas fueron evacuadas a primeros de mayo. El caso de Narvik fue distinto, y la cosa se puso más fea para los alemanes. Las tropas germanas (2000 soldados, unos 2100 marineros provenientes de los navíos hundidos, y un puñado de tropas aerotransportadas) comandadas por el general Dietl estaban en una situación de manifiesta inferioridad, pero consiguieron mantener a raya contra todo pronostico a los atacantes. La tenacidad alemana dio sus frutos, y los aliados acabarían reembarcando sus tropas una vez que la ofensiva lanzada por la Wehrmacht contra Francia Bélgica y los Países Bajos en mayo les obligase a centrar toda su atención en este teatro de operaciones.

La Kriegsmarine logró un último éxito hundiendo varios mercantes aliados durante la evacuación de las tropas enemigas, así como mandando al abismo al portaaviones Glorious (destruido por el Scharnhorst y el Gneisenau)


Consecuencias

Las perdidas alemanas fueron reducidas en hombres, pero considerables en material y navíos. El Reich perdió el asalto unos de 5.000 soldados, 250 aviones y 8 submarinos, además de los buques mencionados con anterioridad.

Como resultado positivo, Alemania se aseguró el suministro de mineral de hierro sueco, si bien este perdió parte de su importancia gracias a las ulteriores conquistas de la Wehrmacht que proporcionaron al Reich nuevas fuentes de materias primas.

Asimismo, la conquista de la nación de los fiordos proporcionó a la Kriegsmarine bases para dar apoyo a la guerra submarina contra el tráfico mercante británico, guerra que la armada alemana emprendería a gran escala pocos meses después.

Por su parte, los ingleses, quienes habían visto empeorada su situación estratégica (debido a que el bloqueo de la flota alemana pasaba a ser considerablemente más complicado) trataron de mejorar su posición ocupando las Islas Faeroe y desembarcando en Reykjavik.

Las bajas sufridas frente a la Royal Navy dejaron a la Kriegsmarine reducida a un puñado de buques. Además, varios barcos que no fueron hundidos sí padecíeron graves averiás que les obligaron a permanecer en reparación durante meses. Como consecuencia de las pérdidas en combate, los navíos de la armada alemana en condiciones de operar se redujeron a un crucero pesado, dos ligeros y cuatro destructores

Por último, conviene mencionar que la nación conquistada fue cara de proteger. Al final de la guerra, todavía quedaban asentados en el territorio noruego unos 300.000 soldados de la Wehrmacht (unos meses antes, la cifra se había elevado hasta el medio millón) que no pudieron desplegarse en otras zonas donde la amenaza militar era más acuciante.
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Fuentes:
La Guerra Naval en el Atlántico.
Luis de la Sierra
Ed. Juventud
1974
Europa bajo los Escombros
Fernando Paz
Ed. Altera
2008

jueves, 30 de septiembre de 2010

Operación Weserübung: la conquista de Noruega I


Una de las operaciones más improvisadas por parte de la Wehrmacht en la SGM fue la conquista de la nación occidental de la península escandinava. La ocupación de este territorio fue consecuencia más del miedo que tenían los alemanes a que los aliados tomasen posiciones en los países nórdicos que de su propia voluntad de verse involucrados en una campaña para la que estaban inmensamente menos capacitados que sus adversarios.


Importancia estratégica de Escandinavia

La industria de guerra del III Reich dependía en gran medida del suministro de hierro procedente de las minas de Gallivare y Kiruna radicadas al norte de Suecia. A lo largo del verano, el transporte de este mineral se realizaba a través del Báltico, embarcándose en el puerto de Lulea, pero esta ruta quedaba impracticable en el invierno. Por ello, durante los meses más fríos del año, parte del transporte tenía que efectuarse desde el puerto noruego de Narvik, ya que este -gracias a la cálida corriente del Golfo- sí permanecía abierto a la navegación. Desde esta localidad los mercantes germanos trasladaban su carga hacia el Reich viajando por las aguas jurisdiccionales noruegas hasta llegar a los estrechos daneses, y desde estos hasta Alemania.

En septiembre de 1939, Churchill -entonces primer lord del Almirantazgo- propuso al gabinete de guerra británico el minado de las aguas noruegas con el objetivo de estrangular el tráfico mercante germano. La medida no fue adoptada, pero las intenciones anglosajonas fueron descubiertas por la inteligencia militar del Reich -el Abwehr- y el almirante Cannaris informó de las mismas a Raeder, el jefe de la Kriegsmarine. A consecuencia de estas noticias, la armada alemana empezó a estudiar una eventual conquista de la nación de los fiordos, solo para llegar a la conclusión de que no contaba con los medios necesarios para llevar a buen término tal propósito. Además, en aquellos momentos Hitler estaba más interesado en mantener a Escandinavia neutral que en cualquier otra situación, por lo que desestimó las llamadas de atención de su marina sobre este particular.


El deterioro de la situación: la guerra ruso-finesa

En noviembre de 1939, la Unión Soviética atacó Finlandia con el objetivo de lograr ganancias territoriales a costa del país de los mil lagos, alejando de este modo a las tropas finesas de las cercanías de Leningrado. A consecuencia de esta invasión, los occidentales estudian la posibilidad de intervenir en ayuda de la nación golpeada por los bolcheviques. El proyecto aliado pasa por ocupar en primer lugar la parte septentrional de la península escandinava, tomando Narvik para desde allí trasladar tropas a luchar contra los soviéticos. Estos planes acabarían cayendo en saco roto poco después, aunque los franceses sí que llegaron a enviar algunos pertrechos militares a los soldados que se oponían al Ejército Rojo.

En diciembre, Quisling -el líder fascista noruego- visita Berlín y solicita de Raeder y Hitler su apoyo a un golpe de estado para deponer al gobierno y situar a la nación nórdica bajo la órbita del Tercer Reich. El jefe de la Kriegsmarine era favorable a la intervención en el extremo norte europeo, pero el Führer se negó, alegando -como ya venía haciendo con anterioridad- que prefería mantener a Escandinavia como zona neutral y que no tenía intención de verse inmiscuido en operaciones que pudiesen traer como consecuencia la extensión de las hostilidades a este territorio. El dictador tenía sus ojos puestos en la ofensiva que pretendía lanzar en el oeste al año siguiente y se mostraba reacio a iniciar cualquier movimiento que, al suponer una dispersión de fuerzas, pudiese dificultar la ejecución de dicho ataque

La resistencia finesa a la invasión trajo consigo la prolongación de la guerra contra los soviéticos, lo que dio a los aliados la oportunidad de volver sobre sus planes de intervenir en favor de los primeros. El 15 de enero de 1940 Gamelin recomendó a Daladier que, aprovechando la guerra entre Finlandia y la URSS, convendría “usar los aeródromos de Noruega” para extender “la operación al interior de Suecia y ocupar las minas de hierro de Gallivare”. Poco después, el 20 de enero, Churchill radiaba una alocución en la que afirmaba el derecho de los anglofranceses a llevar la guerra a las naciones neutrales, lo que provocó las protestas de los estados nórdicos, así como de Bélgica y de Países Bajos. El gobierno inglés sostuvo que se trataba de la opinión personal de Churchill, y que no representaba la postura oficial del ejecutivo británico; pero la preocupación en el seno del Tercer Reich aumentó. El Führer, al encontrarse ante la posibilidad de que el norte de Europa se convirtiese en un teatro de operaciones bélicas, ordenó finalmente que se esbozase un proyecto para invadir Noruega en caso de que el devenir de los acontecimientos lo hiciese necesario. El plan estuvo finalizado el 5 de febrero, momento en que se reunió el estado mayor germano para discutirlo.

Ese mismo día, los aliados se encontraron en París para tratar acerca de la operación con la que, bajo el pretexto de enviar voluntarios a Finlandia, pretendían apoderarse de la parte norte de Escandinavia del modo que ya había propuesto Gamelin. Los francobritánicos habían acelerado sus preparativos, planeando iniciar el ataque a principios de marzo. Parecía que los occidentales se habían decidido finalmente a tomar la delantera al Reich, pero paulatinamente se fueron ampliando los plazos, lo que provocó que aquellos perdieran su ventaja.


El incidente del Altmark

En febrero de 1940 el Altmark, buque que había estado aprovisionando al Graf Spee, regresaba de sus correrías por el Atlántico atravesando las aguas jurisdiccionales noruegas en su camino de vuelta a Alemania. Dicho barco transportaba en sus bodegas a 300 marineros británicos procedentes de los mercantes hundidos por el malhadado acorazado de bolsillo germano. El día 15, el navío fue localizado por aviones ingleses en las cercanías de Bergen, e inmediatamente la Royal Navy desplazó una flotilla de destructores con intención de capturarlo.

Los esfuerzos anglosajones iban a dar pronto sus frutos. El destructor Cossack localizó al Altmark y este, al saberse descubierto, trato de buscar refugio en el fiordo de Jössing. Dos torpederas noruegas hicieron su aparición en escena, impidiendo el paso al perseguidor del germano. El Cossack, capitán de navío Vian, conversó con las pequeñas embarcaciones que se interponían en su camino, pero estas se negaron a apartarse. En vista de las circunstancias, el destructor pidió instrucciones al Almirantazgo, el cual indicó al buque que emplease la fuerza estrictamente necesaria para forzar su paso. Tras esto, el navío inglés advirtió a las torpederas que se hiciesen a un lado ya que iba entrar en el fiordo quisieran estas o no, al tiempo que apuntaba sus armas hacia los noruegos quienes, ante esta poco velada amenaza, accedieron a retirarse.

Ya había caído la noche cuando el Cossack abordó al Altmark. Este último buque se encontraba pegado a tierra, lo que fue aprovechado por su comandante, el capitán Dau, para poner las máquinas en avante toda y así conseguir que el navío embarrancase. En la confusión, un alemán disparó hiriendo a un marinero inglés, a lo que los anglosajones respondieron devolviendo el fuego y matando a varios germanos. El destructor británico logró finalmente liberar a los prisioneros, pero la acción provocó que el Reich empezase sospechar que la neutralidad noruega no era tal, y Quisling atizó el fuego de la desconfianza alemana informando a Hitler de que el hecho había sido preparado de antemano.

El Führer se terminó de decidir a invadir Noruega a consecuencia de este incidente y el 20 de febrero ordenó a von Falkenhorst -elegido para este fin por haber participado en diversas operaciones en Finlandia en 1918- que diseñase el plan de ataque definitivo. Como otros comandantes germanos, lo primero que hizo Von Falkenhorst tras recibir sus instrucciones fue comprar una guiá de carreteras Baedeker, ya que el militar carecía de mapas del país nórdico. Con la ayuda de esta elaboró el denominado Plan Weserübung, que fue aprobado por Hitler el día 1 de marzo, aunque dicha aprobación no especificó la fecha de ejecución, quedando la determinación de esta pendiente de la evolución de la situación bélica.

La contienda ruso-finlandesa terminaría en marzo de 1940, y la derrota de estos últimos aceleró la caída del gobierno de Daladier, y el ascenso al poder de Reynaud, quién se suponía iba a imprimir más energía al esfuerzo de guerra de los galos. El consejo supremo interaliado se reunió en Londres el 28 de marzo, y finalmente acordó llevar a cabo el minado de las aguas jurisdiccionales noruegas, minado que tendría lugar el 5 de abril, después de que los occidentales hubiesen notificado a los gobiernos nórdicos que su neutralidad favorecía a Alemania. Asimismo, los anglofranceses decidieron no demorar más su intervención militar en el norte de Escandinavia. El plan aliado, denominado Plan Wilfried, incluía el transporte de 18.000 soldados francobritánicos hasta Narvik y la posterior penetración de dicha fuerza en el norte de Suecia. También se contemplaba el desembarco de otros contingentes en los puertos de Stavanger, Bergen y Trondheim. Se proyectó iniciar la operación el 8 de abril.


Hitler decide intervenir

Los servicios de inteligencia germanos se enteraron de la inminencia de la intervención aliada, lo que terminó de convencer al Führer de la necesidad de lanzar la operación Weserübung cuanto antes si se pretendía que tuviese alguna posibilidad de éxito. La fecha acordada fue el 7 de abril, con lo cual los alemanes se adelantaban un día a los anglofranceses. Los germanos pretendían iniciar la operación con anterioridad a sus enemigos ya que, en caso de permitir a los occidentales ocupar parte de Escandinavia, la superioridad naval de estos haría muy difícil que la débil marina del Reich pudiese sostener una campaña prolongada de sus ejércitos en aquellas tierras. Desde un punto de vista estrictamente militar, a Alemania no le quedaba más opción plausible que adelantarse a sus enemigos e impedir la consolidación de un frente en el norte de Europa.

El ambicioso proyecto germano, dadas las reducidas dimensiones de su marina de guerra, iba a ser extraordinariamente difícil de ejecutar. Para llevar el desembarco a buen fin, la armada organizó varios grupos que se encargarían de transportar pequeños contingentes de soldados germanos a diversos puertos noruegos. Estos grupos eran los siguientes:

Grupo I: Narvik-Trondheim
-10 destructores, transportando 2000 soldados a Narvik.
-Crucero pesado Hipper y cuatro destructores, transportando 700 soldados a Trondheim

Este grupo estaría apoyado por el Scharnhorst y el Gneisenau, comandados por el almirante Lütjens, como fuerza de cobertura.

Grupo II: Bergen
-Cruceros ligeros Köln y Konigsberg, y buque de adiestramiento Bremse, además de pequeñas embarcaciones de apoyo, transportando 1900 soldados

Grupo III: Kristiansand
-Crucero ligero Kalsruhe y otras navios menores, transportando 1100 soldados

Grupo IV: Oslo
-Crucero pesado Blucher, acorazado de Bolsillo Lützow, crucero lígero Emdem y otros buques menores, transportando 2000 soldados.

Las diversas agrupaciones debían iniciar simultáneamente la operación principal de desembarco a las 5:00 del 9 de abril. Además, dada la escasa capacidad de la Kriegsmarine para el transporte de tropas (en el primer golpe, los alemanes apenas podrían poner en tierra los efectivos equivalentes a una división), se planificaron también varias operaciones de apoyo. Por un lado, a la capital de Noruega llegarían en los días siguientes varios transportes con 15.000 soldados más. Por otro, para ayudar a los asaltantes, el día 2 de abril habían partido de Stettin varios cargueros con material de guerra que debía entregarse a los combatientes de los diversos grupos de asalto una vez desembarcados.

La Kriegsmarine asimismo desplazó unos 35 submarinos a las diferentes zonas de operaciones.

A última hora, los alemanes se decidieron también a ocupar Dinamarca. La razón de esta multiplicación de los objetivos hay que buscarla en la escasa fuerza de la armada del Reich. Dada la debilidad germana en el mar, era evidente que la Luftwaffe iba a tener que apoyar las operaciones en Noruega desde el aire, y para esto seria de gran ayuda contar con los aeródromos situados al norte de la península de Jutlandia.


Preparativos aliados

Los occidentales, una vez que abandonan sus titubeos iniciales, emplearán en su operación de desembarco una parte considerable de sus recursos militares. A modo de resumen, podemos señalar lo siguiente:

-El día 4 salieron del Reino Unido 19 submarinos para tomar posiciones en la zona de operaciones.

-El día 5 abandonaron Scapa Flow el crucero de Batalla Renown y 4 destructores, a los que se unieron posteriormente el crucero Birmingham y varios destructores más que ya se encontraban en el mar. Este grupo debía evitar que los noruegos pusiesen trabas al minado de sus aguas.

-En la mañana del 7 se embarcaron las primeras tropas francobritánicas destinadas a Narvik y Trondheim.

-La misma mañana del 7 la RAF descubre una fuerza naval germana dirigiéndose al norte de Escandinavia. Por otra parte, unas horas después llegó un informe a la Home Fleet y al Almirantazgo en el que se advertía que Hitler estaba planeando una operación sobre Noruega y Dinamarca, dejando Suecia al margen, aunque se señalaba que la información podía ser de dudoso valor. Las dudas respecto a la veracidad de la noticia provocaron que esta no fuese creída por el gobierno británico.

-A las 13:30 la RAF ataca sin éxito a la fuerza del almirante Lütjens, pero a la marina británica no le llegará la información respecto a la posición de las unidades navales enemigas hasta varias horas después debido al radiosilencio impuesto entre los ingleses.

-Por la tarde, sobre las 20:00, los navíos alemanes cruzan el paralelo de Scapa Flow en su camino hacia el norte de Noruega. Aproximadamente al mismo tiempo, la Home Fleet (acorazados Rodney y Valiant, y crucero de batalla Repulse, a los que se les unirían media docena de cruceros y una veintena de destructores) sale a interceptar a Lütjens.

De lo anterior se observa que el esfuerzo bélico aliado -principalmente anglosajón- fue notable. Las unidades mencionadas sumadas al resto de fuerzas navales desplegadas en la zona elevaban los efectivos aliados en el área el día ocho de abril a 2 acorazados, 2 cruceros de batalla, 12 cruceros y 37 destructores. La superioridad aliada era, por tanto, absoluta; mas dicha superioridad no se iba a traducir en resultados positivos.

miércoles, 18 de agosto de 2010

El Pacto Molotov-Ribbentrop III


Ya hemos explicado en la entrada anterior como la URSS había llegado a ser el punto esencial del nudo gordiano en que se había convertido la situación política europea a mediados de 1939, así que pasamos ahora a exponer como los implicados en la partida de póquer trataron de cortar dicho nudo para beneficiarse de las circunstancias y alcanzar una posición de fuerza de cara a los complicados tiempos que se avecinaban.

Los occidentales habían garantizado la independencia de Polonia en marzo, pero visto el fracaso de Munich el año anterior, no estaba claro que esta declaración fuese algo más que un brindis al sol. Stalin conocía lo que había pasado con los checos y nadie le aseguraba que las declaraciones aliadas fuesen a evitar que un golpe similar de Hitler contra estado polaco dejase al Führer abiertas las puertas del territorio de este último; en cuyo caso el Vozhd se encontraría con los ejércitos germanos justo ante sus fronteras. Debido a esta preocupación del georgiano, y para evitar dar a las democracias la oportunidad de plegarse nuevamente a un eventual acto de fuerza de Hitler, el dictador soviético exigió de los francobritánicos, en caso de estos que pretendiesen contar con la ayuda del Ejército Rojo para hacer frente a la Wehrmacht, la firma de una alianza militar con la URSS.

Gracias a las dudas del Vozhd, la preferencia por un acuerdo con los germanos en detrimento de los occidentales se fue abriendo paso en las entrañas del Kremlin. El 29 de junio Zhdanoz -jerarca soviético, máximo dirigente de Leningrado, amigo del dictador y presunto sucesor de este- publicó un artículo en Pravda en el que dudaba que los anglofranceses tuviesen verdaderas intenciones de llegar a un “tratado en pie de igualdad con la URSS”. Con este texto, una importante pieza en el tablero del Politburó mostraba publicamente sus preferencias por Alemania. Zhdanoz y Stalin mantuvieron en aquella época constantes discusiones acerca de las ventajas e inconvenientes que conllevaría una alianza con el Reich. Zhdanov, con la mente puesta en el fortalecimiento de la posición de Leningrado, empezó a plantear como necesaria para la seguridad de la URSS no solo la firma de un alianza militar, sino también el hecho de que esta debería incluir el reconocimiento de los intereses soviéticos en los estados bálticos.

Con ambas opciones aún sobre la mesa, a principios de agosto la URSS no parecía tener una preferencia clara definida, por lo que tanto los occidentales como los alemanes se aprestaron a mover sus hilos para tratar de atraer al coloso soviético a su lado.


Lentitud aliada, audacia germana

Gran Bretaña y Francia enviaron a la URSS una delegación de bajo rango encabezada por el almirante Reginald Aylmer Ranfurly Plunkett-Ernle-Erle-Drax por el lado británico y el general Joseph Doumenc por el lado francés, con la misión de proponer una alianza a los soviéticos, pero no de dejar a la URSS el camino despejado para ocupar los países bálticos. Los occidentales llegaron a Leningrado la noche del 9 de agosto y desde esta ciudad salieron en tren para Moscú donde se entrevistaron con Molotov y Voroshilov. La primera impresión fue desastrosa; el representante inglés no portaba las credenciales adecuadas, hecho que provocó las iras de Stalin y acentuó sus sospechas con respecto a la seriedad de las intenciones de las democracias.

A pesar de todo, las reuniones con los francobritánicos comenzaron el 12 de agosto; mas el dictador bolchevique dejo patente en una conversación con Molotov que no se fiaba de ellos:

“No van en serio. Esa gente no puede tener la autoridad debida. Londres y París están jugando otra vez al póquer”

“En cualquier caso, las conversaciones deben seguir adelante” replicó Molotov.

“Bueno, si tienen que seguir, que sigan” aceptó a regañadientes Stalin.

Pero los hechos vinieron a dar la razón al Vozhd, y de estas discusiones no salió nada reseñable, aparte del curioso incidente a que dio lugar la llegada de las credenciales perdidas. Cuando estas arribaron, el almirante inglés leyó en voz alta sus títulos, entre los que se encontraba la “orden del baño”, que el interprete soviético tradujo como “orden de la bañera”.

“¿De la bañera?” inquirió Voroshilov entre extrañado y sorprendido; solo para comprobar como la respuesta que recibía le dejaba aún más descolocado:

“En tiempos de nuestros antiguos reyes” comenzó a explicar el inglés “nuestros caballeros solían viajar por Europa a lomos de sus caballos matando dragones y salvando doncellas desvalidas. Cuando volvían a la patria sucios del viaje y agotados, presentaban sus respetos al rey, que a veces ofrecía al caballero un lujo excepcional: un baño en el cuarto de aseo real”

El mismo día 12, los soviéticos indican a los alemanes que estaban dispuestos a sentarse a negociar en serio, incluso sobre una futura partición de Polonia. El 14, el Führer decide enviar a su ministro de asuntos exteriores (Ribbentrop) a Moscú; y el 15 el embajador del Reich en la URSS (Schulenberg) solicita como paso preliminar una entrevista con Molotov. El ruso, previo consentimiento de Stalin, da su conforme.

En paralelo a las conversaciones con los germanos, la URSS intentó nuevamente de aprovechar la ventaja de jugar con dos barajas, y el 17 Voroshilov propuso a los franco-británicos la firma de un tratado de ayuda militar, pero condicionaba este a que los occidentales convenciesen a polacos y rumanos de que permitiesen el paso de tropas soviéticas en caso de enfrentamiento con Alemania. Drax no pudo acceder, ya que no había recibido instrucciones de su gobierno en ese sentido. Al Reino Unido se le estaban acabando las fichas, y el precio que la URSS pretendía poner a su amistad empezaba a ser superior a lo que los aliados estaban dispuestos a pagar.

El 19 Stalin habló ante el Politburó y pareció decidido a jugarse la carta germana, aunque con precauciones:

“Debemos aceptar la propuesta de Alemania y rechazar diplomáticamente a la delegación anglo-francesa. La destrucción de Polonia y la anexión de la Galitzia ucraniana será nuestra primera ganancia”

“No obstante” continuó “debemos prever las consecuencias tanto de la derrota como de la victoria de Alemania. Si el resultado es la derrota, la formación de un gobierno comunista en Alemania será esencial”

“Por encima de todo, nuestra labor consiste en asegurar que Alemania se comprometa en una guerra lo más larga posible y que el Reino Unido y Francia agoten tantos recursos que no puedan vencer a un gobierno comunista alemán”


El dictador bolchevique, una vez que ha aclarado su posición a sus subalternos, ordena a Molotov que deje de tratar con los occidentales. Siguiendo las instrucciones recibidas, el comisario de asuntos exteriores convocó precipitadamente a Schulenberg esa misma tarde, y acordó con los germanos la firma de un tratado comercial considerado por Stalin como un paso imprescindible para empezar a hablar de asuntos más serios. A lo largo de estas discusiones, salieron a relucir más o menos los concesiones que exigiría Moscú para permitir a Berlín el ataque a Polonia. A grandes rasgos, parecía evidente que los soviéticos solicitarían que tanto el este de esta nación como los estados bálticos quedasen bajo su control.

La apuesta era muy alta, pero a Alemania se le agotaba el tiempo. Si pretendía estar en posición de atacar Polonia, el Reich necesitaba asegurarse la amistad rusa cuanto antes. Ciertamente parecía que en las últimas horas la situación estaba adoptando un cariz favorable a sus intereses, pero Hitler era consciente de que su figura despertaba recelos en su contraparte soviético, recelos que podrían poner en dificultades el deseado acuerdo. La preocupación del Führer no carecía en absoluto de sentido. Stalin era un pragmático, dispuesto a optar por el acuerdo con los germanos porque de este sacaría más beneficios que de un entendimiento con los anglofranceses; mas también era un lector voraz y había estado estudiando cuidadosamente y en profundidad el “Mein Kampf” de Hitler, lo cual no contribuyó precisamente a aclarar sus dudas con respecto a las intenciones del austriaco para con los bolcheviques. Para paliar esta desconfianza, el dictador germano prescinde de intermediarios y, el día 20, envía un telegrama a Moscú dirigiéndose personalmente al “Querido Sr. Stalin”. El Vozhd, ayudado por Molotov y Voroshilov, contestó de la siguiente manera:

“Al canciller de Alemania, A. Hitler:

Gracias por su misiva. Espero que el tratado germano soviético de no agresión suponga un punto de inflexión de cara a una seria mejora de las relaciones políticas entre nuestros países....”

“El gobierno soviético me ha dado instrucciones para que le comunique que está conforme con la visita del Sr Ribbentrop a Moscú el 23 de agosto.

I. Stalin”


A las 8:30 de la tarde del 22 llegó la respuesta al Führer. La reacción de este fue exultante:

“Maravilloso. Tengo el mundo en el bolsillo”

Ese mismo día, Voroshilov despachó a los delegados anglofranceses indicándoles simplemente “esperemos a que todo se haya aclarado”. La opción alemana había triunfado. El Reich había vuelto a ganar por la mano a los occidentales.


La negocación

El 22 de agosto Jruschov, primer secretario del partido en Ucrania, llegó a Moscú para participar en una excursión de caza junto a Voroshilov y Malenkov; pero antes de reunirse con estos estuvo cenando con Stalin, quien sonriendo le comunicó que Ribbentrop estaba a punto de llegar. Jruschov respondió extrañado:

“¿Para que iba a querer venir a vernos Ribbentrop? ¿Ha desertado?”

Al mismo tiempo, el futuro líder soviético informa a Stalin acerca de su planificada excursión junto a otros jerarcas, solicitando saber si debía cancelarla.

“Vete tranquilo” respondió el mandatario “tu no tienes nada que hacer. Molotov y yo nos entrevistaremos con Ribbentrop. Cuando vuelvas, ya te diré lo que piensa Hitler”

El hecho de que Jruschov, quien en aquella época ya era una figura de relevancia en la política soviética, no estuviera al tanto de las conversaciones con los alemanes, nos da una idea del secreto con el que la URSS pretendía llevar las mismas. Tan solo estaban informados de estas los siguientes jerarcas bolcheviques:

-Stalin: secretario general del partido y gobernante absoluto de la URSS.
-Molotov: primer ministro y comisario de asuntos exteriores.
-Voroshilov: comisario de defensa.
-Beria: Jefe del NKVD (Comisariado del interior)
-Zhdanov: máximo dirigente de Leningrado. Principal defensor de la política de acercamiento a Alemania.
-Mikoyan: comisario de comercio.

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Ribbentrop llegó a la capital soviética a la una de la tarde del 23 de agosto, donde fue recibido al son del “Deutschland über Alles” en un aeropuerto engalanado con esvásticas para la ocasión. Después de un breve paso por la embajada germana en Moscú, la delegación alemana llegó al Kremlin a las tres de la tarde, e inmediatamente fue llevada a presencia de Stalin y Molotov. Cuando ambas delegaciones se sentaron, Ribbentrop declaró:

“Alemania no exige nada de Rusia. Solo paz y relaciones comerciales”

Tras esto, por parte de los bolcheviques Stalin quiso ceder la palabra a Molotov, pero este declinó la responsabilidad y sugirió que fuese el propio dictador el que llevase la voz cantante en las negociaciones. Estas comenzaron a avanzar a buen ritmo, y el pacto era un hecho ese mismo 23 de agosto. Tras alcanzar el esperado acuerdo, Ribbentrop pretendió iniciar una loa a la amistad germano-soviética, pero el georgiano le interrumpió con celeridad:

“¿No le parece que deberíamos prestar más atención a la opinión pública de nuestros respectivos países? Durante muchos años nos hemos dedicado a tirarnos cubos de mierda a la cabeza y nuestros responsables de propaganda no se cansaban de inventar cosas en ese sentido. ¿Y ahora de repente vamos a hacer creer a nuestros pueblos que todo esta olvidado y perdonado? Las cosas no funcionan con tanta rapidez.”

Poco después, Ribbentrop volvió a la embajada para telegrafiar al dictador germano los términos del acuerdo y solicitar su conforme. A las diez, tan pronto como llegó la aprobación del Führer, el ministro retornó al Kremlin para comunicar a los soviéticos que el Reich aceptaba del pacto. La reacción de Stalin fue pausada pero jovial. Apretó la mano del enviado alemán, e inmediatamente después pidió vodka (aunque realmente lo que bebía era agua, tal y como comprobaron varios miembros de la delegación germana) y lanzó un brindis por Hitler:

“Se cuanto ama la nación alemana a su Führer. Es un tío genial. Quisiera beber a su salud”

A continuación, Molotov brindó por Ribbentrop, quien a su vez hizo lo propio por el dictador soviético.

Poco después, a las dos de la mañana del 24 de agosto, el tratado estaba listo para su firma, y ambas partes lo rubricaron. A las tres, al tiempo que los intervinientes en las conversaciones se despedían, el Vozhd le dijo a Ribbentrop:

“Puedo darle mi palabra de honor de que la Unión Soviética no traicionará a su socio”


Los protocolos secretos

A pesar de que el pacto que se hizo público era simplemente un compromiso de amistad y cooperación política y comercial, los posteriormente famosos “protocolos secretos” lo transformaban en un acuerdo mucho más amplio que convertía a la URSS y al Tercer Reich, si no en aliados, sí en colaboradores necesarios de la política del otro. Estos protocolos eran los siguientes:

Moscú 23 de agosto de 1939

Con ocasión del Pacto de No agresión entre el Reich alemán y la Unión Soviética, los plenipotenciarios abajo firmantes […] han tratado acerca de […] sus respectivas esferas de influencia en Europa oriental, llegando a las siguientes conclusiones:

1/En el caso de que se produzca una reorganización política y territorial de los estados bálticos (Finlandia, Estonia, Letonia y Lituania) la frontera septentrional de Lituania constituiría el límite de las esferas de influencia de Alemania y de la Unión Soviética […] ambas partes reconocen los intereses de Lituania en la región de Vilna.

2/En el caso de que se produzca una reorganización política y territorial de las regiones que pertenece al estado polaco, las esferas de influencia de Alemania y la Unión Soviética discurrirán aproximadamente de acuerdo a la línea que forman los ríos Vístula, Narev y San. El asunto de si resulta favorable para los intereses de ambas partes el mantenimiento de un estado polaco independiente […] puede resolverse definitivamente […] por medio de un acuerdo amistoso.

3/Con relación al sureste de Europa, el bando soviético llama la atención sobre sus intereses en Besarabia. El bando alemán declara que carece de intereses en esta zona.


4/Ambas partes trataran este protocolo dentro del más estricto secreto […]

Por el gobierno del Reich alemán: J. Von Ribbentrop // Plenipotenciario por el gobierno de la URSS: V. Molotov



Las primeras reacciones de Stalin y Hitler

Tras llevar a buen puerto el pacto con Ribbentrop, el dictador bolchevique y su comisario de asuntos exteriores se dirigieron Kuntsevo donde les esperaban Vososhilov, Jruschov, Malenkov y Bulganin, quienes habían vuelto recientemente de su excursión de caza. El Vozhd y Molotov se mostraban exultantes con la firma del pacto, y les contaron a sus interlocutores los detalles. Aparte de la narración, durante la cena el georgiano ofreció a sus camaradas más cercanos su punto de vista sobre el recién alcanzado acuerdo:

“Naturalmente el juego consiste en ver quién engaña a quien. Ya se lo que trama Hitler. Cree que es más listo que yo, pero en realidad soy yo quién le ha engañado. La guerra tardará en afectarnos todavía un poco más”

En el otro extremo del tapete verde, miles de kilómetros al oeste, el Führer recibió la noticia del pacto en el Berghof de Berchtesgaden; comunicó la misma a sus invitados, y les condujo al balcón desde donde se podía observar un crepúsculo rojizo en el horizonte montañoso. Con la inminente campaña contra Polonia en mente el dictador comentó:

“Parece un gran charco de sangre. Esta vez no lo conseguiremos sin violencia”
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Fuentes:
La Corte del Zar Rojo
Simon Sebag Montefiore
Ed. Crítica
2004
Europa en Guerra 1939-1945
Norman Davies
Ed. Planeta 2008

domingo, 4 de julio de 2010

El Pacto Molotov-Ribbentrop II


El Tercer Reich consiguió su primer logro internacional en 1935. En enero de ese año el Sarre, territorio germano controlado por la Sociedad de las Naciones desde el fin de la PGM, decide mediante plebiscito volver a unirse a Alemania, mas incluso con ese triunfo en su haber los nazis todavía distaban de convertirse en una potencia con capacidad para hacer peligrar de modo efectivo la estabilidad del continente.

Ante el renacimiento del Reich, y en el marco de las alianzas anti-germanas a las que hemos hecho referencia en la entrada anterior, en 1935 se inició la conocida como“política de seguridad colectiva”. Tras abandonar Alemania la Sociedad de Naciones en 1933, la URSS fue invitada a unirse a la misma, y efectivamente se adhirió a esta organización en 1934. El Kremlin por su parte dio instrucciones a los partidos comunistas occidentales para que se alineasen con otras fuerzas de izquierda y formasen los conocidos como “frentes populares”. El objetivo de estas coaliciones era disputar el poder a las formaciones de derecha, objetivo que cumplieron en ciertos países -Francia y España- donde lograron formar gobierno; pero el relativo éxito de estos frentes no fue duradero.

En otro orden de cosas, el Reino Unido estaba empezando a modificar, siquiera ligeramente, su posicionamiento en la política seguida con respecto a sus vecinos. Las razones hay que buscarlas en la actitud tradicional británica hacia el viejo continente. Esta nación ha desarrollado secularmente una estrategia basada en no permitir que ningún país alcanzase la suficiente fuerza como para lograr una posición hegemónica en Europa, ya que asumía que el siguiente paso lógico de esta eventual primera potencia sería disputar a los ingleses su primacía en los mares. Hasta la PGM, esta amenaza había venido estando representada por Alemania, pero en los años 30, con el estado de debilidad extrema alcanzado por los germanos tras Versalles, no eran estos sino los franceses los que tenían las mejores cartas para convertirse en los regidores de los destinos del continente. Debido a esto, los anglosajones comenzaron a cambiar su manera de tratar a los alemanes y comenzaron a tender puentes hacía el emergente Reich, al objeto de mantenerlo bajo control.

Con la idea descrita en mente, los británicos alcanzaron en junio de 1935 un acuerdo naval con las nuevas autoridades nazis. En este, los alemanes aceptaron limitar el tonelaje de su armada de superficie a un 35% de la inglesa, y él de su flota de submarinos a un 50%. De este modo, los anglosajones evitaban que el Reich llegase a convertirse en un peligro para su dominio de los mares; mientras que los germanos, por su parte, simplemente renunciaron a algo que no tenían posibilidad de alcanzar.

En paralelo a estos acontecimientos, el Frente de Stresa comenzó a tambalearse a los pocos meses de su creación. A finales de 1935, Italia inicia la conquista de Etiopía y estas ambiciones alarmaron tanto a Francia como al Reino Unido, las grandes potencias coloniales, que veían con desagrado la aparición de un nuevo competidor. Ambos países provocaron que la Sociedad de Naciones impusiese sanciones a los transalpinos, táctica que enfureció a Mussolini y le hizo comenzar a replantearse sus, hasta entonces, cordiales relaciones con los occidentales.

Entretanto, los alemanes dieron en marzo de 1936 su primer paso en el terreno “bélico”: la remilitarización de Renania; una región germana fronteriza con Francia que permanecía desmilitarizada de acuerdo a los tratados de posguerra. Ni galos ni anglosajones reaccionaron con fuerza a este movimiento, entre otras razones motivados por el convencimiento de que Alemania, en palabras de Lord Lothian, “no había hecho más que entrar en su propio jardín”. Sin embargo, pese a la inacción franco-británica, o posiblemente gracias a la misma, la agresividad de Hitler sí que tuvo consecuencias importantes.

El movimiento germano desafiaba claramente el maltrecho statu quo de versalles, y tuvo el efecto de provocar que los transalpinos empezasen a alejarse de los occidentales y a aproximarse al emergente Reich. Hasta ese momento, Italia se había mantenido en la esfera anglofrancesa, ejerciendo como dique contra el renacido poderío germano y sus ambiciones en el sur de Europa, pero en 1936 la postura de Mussolini cambió. La ocupación de Renania permitió al dictador italiano tomar conciencia del incremento de la fuerza de Hitler y de la cautela que este había empezado a provocar en los occidentales.

El austriaco, por su parte, empezó a sacar también sus propias conclusiones acerca de la alteración en el equilibrio europeo provocado por el aumento del poder de la nación germana. El dictador constató que, mientras los alemanes fueron débiles, tanto Francia como Gran Bretaña les menospreciaron; sin embargo, una vez que el Reich empezó a fortalecerse, los occidentales empezaron a tentarse más la ropa cada vez que tenían que tratar con él. Y este cambio se produjo en apenas cuatro años. En 1932, en la conferencia de desarme de Ginebra, los franco-británicos ni aceptaron reducir su potencial bélico, ni permitieron que Alemania incrementara el suyo. Poco después, tras la llegada de los nazis al poder, el Reich dio inicio a una política de hechos consumados, comenzando su rearme sin esperar el permiso de los occidentales, poniendo fin al límite de 100.000 hombres impuesto a su ejército y abandonando la Sociedad de Naciones. Como consecuencia de esta manera de actuar, la renacida Alemania reocupaba Renania en 1936, y nadie se atrevió a hacer nada para impedirlo.

En julio de 1936 se iniciaba la Guerra Civil Española, y al poco tiempo de la ruptura de las hostilidades los francobritánicos elaboraron la “Política de No Intervención”, tendente a reducir el conflicto a una mera contienda local en la que las grandes potencias europeas no se vieran involucradas. Esta política, si bien tuvo el efecto de mantener a los occidentales “autoalejados” del conflicto español, no logró que las dictaduras nazi, fascista y comunista adoptaran la misma postura. Por un lado, los italianos y -en menor medida- los alemanes, apoyaron a las tropas del general Franco, mientras que por otro Stalin hacía lo propio con los republicanos, articulando dicha ayuda a través del Partido Comunista de España.

El hecho de que estos tres estados se inmiscuyeran en la contienda española (invitados eso sí por los propios bandos contendientes) sin que los francobritánicos lograsen hacer nada para impedirlo, llevó a los tres dictadores a darse cuenta de la debilidad latente en la política exterior de los occidentales. Mussolini, quién hasta el estallido de la Guerra de España no estaba más unido al Reich que a los anglofranceses, viró definitivamente el sentido de sus relaciones exteriores y, tras abandonar el Frente de Stresa, llego a un acuerdo general de cooperación con Alemania en noviembre de 1936, acuerdo que dio lugar al nacimiento del Eje Roma-Berlín. Pero la falta de ímpetu de Londres y París no solo se hizo notar entre sus potenciales rivales. Incluso Bélgica, país tradicionalmente vinculado a Francia, hizo pública una declaración de neutralidad en 1936, posicionamiento que alteró en gran medida los planes defensivos galos.


1938, el año de Hitler

En 1938 se completó el deterioro de la situación política y militar Europea. El Führer, una vez asegurada la amistad italiana, ocupó Austria entre los vítores de la población en marzo de ese año. Nuevamente, ni Gran Bretaña ni Francia reaccionaron, aunque hay que decir en su descargo que hubiese sido difícil articular cualquier contramedida ante un movimiento alemán que despertaba un intenso apoyo popular en ambos estados germanos.

Tras esta acción, el dictador germano dirigió su mirada hacía Checoslovaquia. Los nazis sabían perfectamente que la ocupación de este país, a diferencia de la de Austria, no iba a ser pan comido ya que la mayor parte de la población Checoslovaca no veía con buenos ojos una unión con el Reich. Por ello, Hitler inicialmente centró sus esfuerzos en la región checa de los Sudetes fronteriza con Alemania. En esta zona vivía un importante grupo de población germano parlante al que, mediante una bien orquestada campaña de información, se presentó como deseoso de unirse a los alemanes.

Los checoslovacos no se achantaron y no quisieron ceder a las demandas del Reich, debido a que en los Sudetes radicaban importantes industrias, así como poderosas fortificaciones militares que serían de especial utilidad en caso de enfrentamiento armado con los germanos. El Führer amenazó con estar dispuesto a ir a la guerra para solucionar el asunto, lo cual colocaba a Europa al borde del precipicio bélico, ya que Checoslovaquia se encontraba formalmente aliada con Francia y con la URSS.

En esa delicada situación, pareció que había llegado el momento de parar los pies a Hitler, pero ni Francia ni Gran Bretaña estaban deseando combatir con Alemania por el asunto checo. Por ello, se organizó con urgencia una conferencia en Munich, en la que los anglofranceses aceptaron entregar los Sudetes al Tercer Reich a cambio de que este renunciase a iniciar una guerra. Checoslovaquia, el país que ponía sobre la mesa la pérdida territorial, fue obligada a aceptar el acuerdo y la URSS ni siquiera fue invitada a las conversaciones, lo que provocó el consiguiente cabreo de Stalin. Polonia, nación todavía amiga del Reich a consecuencia del Pacto de 1934 también recibió pequeñas porciones de territorio Checoslovaco.

La conferencia de Munich, si bien evitó en aquel momento el inicio del conflicto europeo, también puso fin de facto a la política de seguridad colectiva. Stalin cada vez apreciaba menos a los aliados occidentales a quienes consideraba pusilánimes, y su mente empezó considerar como factible un acercamiento a la Alemania nazi.

En el invierno de 1938-39 los eslovacos reclamaron su separación de lo que quedaba de Checoslovaquia; y en marzo de 1939 los germanos ocuparon Bohemia y Moravia (la parte del territorio checo no cedida al Reich en Munich) al mismo tiempo que Eslovaquia nacía como país independiente solo para pasar a convertirse automáticamente en un estado satélite de Alemania, y además aceptaba ceder parte de su territorio a los húngaros. El fin de Checoslovaquia era un hecho. Ese mismo mes, Hitler logra un éxito adicional al conseguir que Lituania le ceda el territorio de Memel, fronterizo con Prusia Oriental.

La ocupación del resto del territorio checo hizo que Londres y París se dieran finalmente cuenta de con quién se estaban jugando los cuartos. Tras Munich, Hitler había prometido a Daladier y Chamberlain (jefes de los gobiernos francés y británico) que no habría más demandas territoriales, y era un hecho palmario que había mentido. Por ello, por primera vez en dos años, los occidentales se prepararon para frenar al Reich y con ese fin movieron sus piezas en el tablero europeo con celeridad. Previendo cual sería el siguiente paso del dictador germano, el 31 de marzo de 1939 -un día antes de que terminase la Guerra Civil Española- los ingleses, poco después imitados por los franceses, garantizaron la independencia de Polonia.

Por su parte, Hitler daba sus propios pasos. Tras devorar a Chequia con la colaboración polaca, propuso a esta última nación el inicio de una campaña conjunta contra la URSS. Desconocemos si el Führer tenía efectivamente intenciones de aliarse formalmente con Polonia, o si simplemente estaba comprobando cual sería la reacción de este país a una oferta de estas características. Y es que, aunque hoy la idea de una colaboración militar de ambos estados en contra de los soviéticos pueda parecer descabellada, lo cierto es que tropas polacas ya habían combatido junto a los alemanes frente a los rusos en la PGM.

En cualquier caso, fuesen cuales fuesen las intenciones de Hitler, lo cierto es que los polacos rechazaron la colaboración con los germanos. Tras esta negativa, el Reich inició una campaña de agitación exigiendo el retorno de Danzig a la soberanía alemana al tiempo que reclamaba facilidades en el tránsito por el corredor polaco. Además, la minoría germano-parlante residente en Polonia, del mismo modo que había hecho la localizada en los Sudetes menos de un año antes, empezó a elevar sus quejas ante el trato que sufría bajo la autoridad de este estado y comenzó a mostrarse favorable a una unión con Alemania.


Verano de 1939: la necesidad de contar con la URSS

Hay que hacer especial hincapié en el hecho de que, a pesar de las garantías francobritánicas a Polonia, ninguna de estas dos potencias (ni tampoco ambas en conjunto) tenían la fuerza suficiente para iniciar una campaña eficaz que impidiese a los alemanes lanzarse sobre la nación del Vistula en caso de que el Reich finalmente optase por iniciar la ofensiva sobre aquel país. Por ello, los occidentales comenzaron a buscar nuevamente la amistad soviética como medio de apuntalar su fortaleza frente a Hitler.

El dictador austriaco era asimismo consciente de la incapacidad alemana para llevar a cabo una guerra en dos frentes en 1939 dado que entonces su ejército era todavía demasiado débil. Por ello, confiaba en destruir rápidamente a los polacos sin dar tiempo a que los anglofranceses, de quienes conocía la indecisión que les caracterizaba, reaccionasen. Por lo tanto, la preocupación esencial del Führer era que la URSS no iniciase cualquier acción que pudiese dar al traste con sus planes de una campaña relámpago contra Polonia.

Así pues, la postura soviética pasó a ser esencial tanto en los planes bélicos de los occidentales como en los de Alemania, ya que la solución a la situación existente, fuese cual fuese, estaba en manos de la URSS:

-Si los soviéticos se aliaban con Francia, Gran Bretaña y Polonia, situarían al Reich en medio de un cerco de enemigos, obligándole a asumir el riesgo de una guerra en dos frentes.

-Si la URSS se acercaba a Alemania, Hitler podía iniciar su campaña sobre Polonia para posteriormente, una vez derrotada esta nación, ver como evolucionaba la situación con los occidentales. Stalin, por su parte, conseguiría unas buenas relaciones con la potencia dominante en centroeuropa, lo que le permitiría embarcarse en las ya planeadas campañas de recuperación de los antiguos territorios zaristas que aún escapaban a su dominio.

Pero, y Stalin, ¿que opinaba? El dictador bolchevique se mostraba cauteloso. El Reino Unido y Francia le habían dado de lado en Munich, por lo que no se sentía muy próximo a ellos. Sin embargo el Führer, por quién el georgiano había expresado admiración ya en 1934 cuando el austriaco llevo a cabo la noche de los cuchillos largos, le parecía más de fiar. Por ello, en mayo de 1939 destituyó al Comisario de Asuntos Exteriores, el pro-occidental Maxim “Papasha” Litvinov, un judío cosmopolita considerado uno de los fundadores de la política de seguridad colectiva; y puso en su lugar a Viacheslav Scriabin “Molotov”. Daba comienzo de este modo la purga de los diplomáticos, en la que Stalin sustituyó a gran parte de las personas a cargo de la política exterior soviética entre los que había un elevado número de judíos. “Purga a los judíos del Ministerio. Limpia bien la sinagoga” fueron las palabras del mandatario soviético, en lo que fue un guiño a Hitler.

Con todo, esto no significaba que Stalin se fuese a echar en brazos de Hitler de manera gratuita, sino simplemente que el georgiano era consciente de que había tres contendientes en pie de igualdad, y que por tanto no había que dar nada por supuesto. La URSS no iba a "sacar las castañas del fuego" a los occidentales solamente porque la Rusia zarista hubiese sido parte de la Entente en el anterior conflicto europeo. Es decir, con esta postura el mandatario soviético mandaba el mensaje de que estaba dispuesto a sentarse a negociar con cualquiera que estuviese listo para tratar con él.

La situación política europea en el verano de 1939 era, de acuerdo al dictador bolchevique, una “partida de poquer” en la que cada jugador -los nazis, los occidentales y los soviéticos- pretendía convencer, cada uno a los otros dos, de la conveniencia de destrozarse mutuamente para que él quedase como arbitro de la situación.

Y el desenlace de esta mano iba a quedar resuelto por quién se atreviese a poner más fichas sobre el tapete.

lunes, 21 de junio de 2010

El Pacto Molotov-Ribbentrop I


El famoso acuerdo germano soviético de 1939 trastornó la escena diplomática internacional, retardando la posibilidad de que se repitiesen las alianzas de 1914 y colocando al Reich en una posición privilegiada para lanzarse sobre Polonia. Con este pacto, los alemanes demostraron una vez más una osadía y una destreza en el manejo de situaciones complicadas que las democracias occidentales estaban lejos de igualar.

En pacto en si, aún siendo el resultado de varios movimientos de última hora llevados a cabo por las diferentes potencias europeas en el verano de 1939, no puede comprenderse si no partimos de la alterada situación política aparecida tras la conclusión de la Primera Guerra Mundial.

La finalización de la Gran Guerra, además de provocar la desintegración del Imperio Austro-Húngaro, dio lugar a que dos de las naciones más poderosas de preguerra -Alemania y Rusia- quedasen reducidas a la condición de parias en el concierto internacional. Los estados mencionados tenían fronteras comunes hasta el estallido de la contienda y todos, aunque Alemania en menor medida, agrupaban dentro de sus territorios a una multitud de pueblos con lenguas y religiones diferentes que, de manera más o menos pacífica, convivían bajo estos tres imperios.

Con la finalización de la PGM se terminó también esta situación de estabilidad relativa y se inició un periodo de reestructuración de fronteras que marcaría las relaciones internacionales a lo largo de los años venideros.


El nacimiento de la URSS

Tras el triunfo de la revolución de octubre de 1917, el nuevo gobierno ruso aceptó las tesis de Lenin acerca de la necesidad de firmar la paz con Alemania. Los bolcheviques estaban ansiosos por desarrollar su nuevo estado soviético, y el mantenimiento del esfuerzo bélico suponía un serio obstáculo a estas intenciones.

Lenin, a quien se oponían Trotski y Bujarin, consiguió imponer sus puntos de vista en el Comité Central del partido. El principal dirigente ruso sostenía que, gustase o no a los bolcheviques, existía un peligro real de que su ejército sucumbiese totalmente ante los alemanes, y esto supondría el derrocamiento de la revolución cuando esta todavía se hallaba en un estado embrionario. Para evitar esta previsible derrota era necesario llegar a la paz con los germanos, aún a costa de las cesiones territoriales que presumiblemente exigirían estos.

El Comité Central aprobó la firma del acuerdo el 23 de febrero de 1918 y pocos días después, el 3 de marzo, se rubricó el Tratado de Brest-Litovsk con los alemanes. Como consecuencia de este, en primer lugar grandes extensiones de terreno en el occidente del antiguo imperio se despegaron del dominio ruso y quedaron bajo la influencia germana; y en segundo, automáticamente surgieron nuevas naciones (Ucrania, Bielorrusia, Estonia, Letonia y Lituania) que se situaron fuera de la tutela de Moscú. Por si fuera poco, los bolcheviques tampoco fueron capaces de mantener bajo su control a Finlandia, país que había sido parte integrante del Imperio Zarista durante años.

Con todo, el acuerdo con los alemanes tampoco supuso la llegada de la paz a la nueva Rusia. A lo largo de los meses siguientes la situación se fue deteriorando hasta llegar a desatarse una guerra civil entre los bolcheviques y el resto de las facciones políticas existentes. Además, para complicar aún más la supervivencia del recién nacido estado, varias fuerzas antibolcheviques fueron apoyadas militar y económicamente por los aliados occidentales. Este conflicto se prolongó durante tres años, y a lo largo del mismo los comunistas consiguieron paulatinamente, no solo hacerse con el control absoluto del país eliminando a sus enemigos políticos y derrotando a las fuerzas extranjeras, sino también recuperar parte de los antiguos territorios imperiales, como Ucrania y Bielorrusia, perdidos en Brest-Litovsk. Rusia incluso se sintió con fuerzas para intentar exportar la revolución a Alemania, pero no llegó siguiera a alcanzar el territorio germano y fue frenada por Polonia en las tres ocasiones (en 1918, 1919 y 1920) en que trató de lanzar el Ejército Rojo hacía el oeste. Los bolcheviques y los polacos finalmente firmaron el Tratado de Riga en 1921, momento en que limaron sus diferencias llegando a un acuerdo sobre sus fronteras comunes. Tras solventar con este pacto los problemas exteriores más acuciantes, el nuevo estado surgido tras la revolución de octubre finalmente encontró tiempo para darse forma y el 1 de enero de 1924 nació la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.


Alemania

La derrota del Reich en la PGM se materializó en noviembre de 1918 tanto por el hastió bélico de la población, como por las crecientes dificultades que atravesaba el país para sostener el frente ante sus cada vez más poderosos enemigos. A estas alturas de la contienda el Ejército Alemán no había sido aún derrotado de forma clara y contundente, pero la capacidad de la nación para seguir alimentando el esfuerzo de guerra llevado a cabo por sus fuerzas armadas estaba tocando a su fin. El Kaiser Guillermo II abdica y parte al exilio en los Países Bajos el 9 de noviembre, al tiempo que se anuncia la creación de una República y se inician las conversaciones para firmar un armisticio con los aliados que finalmente se alcanzará el 11 de ese mismo mes.

Tras el conflicto, Alemania fue hecha responsable de la ruptura de las hostilidades y obligada al pago de reparaciones de guerra. Las condiciones definitivas de paz se establecieron en el Tratado de Versalles, firmado el 28 de junio de 1919. Tras las negociaciones, los vencedores obligaron al Reich a renunciar a sus colonias y a parte de sus territorios metropolitanos: Alsacia y Lorena fueron devueltas a Francia, la frontera germano-danesa fue ligeramente modificada en beneficio de esta última nación y parte del territorio prusiano fue entregado a Polonia. Los polacos también recibieron una porción de los territorios pertenecientes a los rusos hasta Brest-Litovsk y pudieron recuperar su independencia. Los alemanes, además de todas estas pérdidas, fueron forzados a ceder la soberanía sobre Danzig y el Sarre a la Sociedad de Naciones. Este organismo fue creado como foro de discusión de las cuestiones internacionales, y su sede se inauguro en Ginebra en 1920; pero su carta fundacional no fue firmada ni por Alemania ni por Rusia.

El nuevo gobierno alemán fue además obligado a afrontar la reducción de su ejército dejándolo limitado a 100.000 hombres


Austria y Hungria

Las condiciones de paz con estos estados se articularon en los Tratados de Saint Germain (firmado el 10 de Septiembre de 1919, referente a Austria) y de Trianon (firmado el 14 de junio de 1920, referente a Hungria).

El Imperio Austro-Húngaro simplemente desapareció. En su lugar surgieron una serie de nuevos estados (Austria, Checoslovaquía y Hungría), mientras que otras partes del antiguo territorio imperial fueron entregadas a Rumanía e Italia. Además, algunas provincias meridionales del imperio (las actuales Croacia y Bosnia) se federaron con la anteriormente independiente Serbia para formar Yugoslavia.


Aparte de los ya mencionados, también se firmaron los tratados de Neully (27 de noviembre de 1919, referido a Bulgaria) y de Sèvres (10 de agosto de 1920, referido a Turquía). Los búlgaros fueron obligados a ceder territorios a los griegos en la costa norte del Egeo, mientras que los turcos vieron desaparecer su imperio y tuvieron que entregar extensas provincias de Oriente Medio a los vencedores.

Estos fueron, a grandes rasgos, los cambios que tuvieron lugar en el aspecto territorial entre los contendientes; mas esta alteración de fronteras no fue el único problema a considerar. Las múltiples modificaciones en los mapas solían además venir acompañadas por conflictos entre los nuevos estados. Estos se debían en ocasiones al hecho de que los tratados no cubrían todos los posibles puntos de fricción. Por ejemplo, ningún tratado especificó la frontera polaco-checoslovaca, lo que dio lugar a disputas locales que se prolongaron, con mayor o menos intensidad, durante los años siguientes.

En definitiva, el fin de la guerra en 1918 no marcó la conclusión efectiva de las hostilidades salvo en el otrora frente occidental. El centro y el este de Europa se embarcaron en un periodo de inestabilidad caracterizado por la revisión de fronteras y la aparición de nuevos estados desgajados de los antiguos imperios continentales, y este turbulento panorama no empezó a aclararse hasta bien entrados los años 20.


La situación alemana y soviética hasta 1935

En 1922 las delegaciones alemana y soviética abandonaron una reunión convocada en Genova para discutir sobre las indemnizaciones de guerra. Ambas naciones, dándose cuenta de la situación de aislamiento que padecían y compartiendo un sentimiento de desconfianza hacia los aliados occidentales, firmaron el Tratado de Rapallo e iniciaron una época de colaboración que pasaba de lo puramente económico y llegaba a cubrir también el aspecto militar. Gracias a este acuerdo, los soviéticos proporcionaron a los alemanes campos de entrenamiento en terreno ruso, es decir, alejados de la vigilancia de los anglofranceses. En estos paramos los germanos pudieron comenzar a desarrollar las técnicas bélicas con las que asombrarían al mundo menos de dos décadas después. La cooperación entre ambos estados se prolongó durante más de diez años y solo se interrumpió tras la llegada de los nazis al poder.

En el aspecto económico, la República de Weimar (denominación con la que se conoce en la historiografía al nuevo estado alemán surgido tras la PGM, precisamente por haberse firmado su constitución en esta localidad) pareció asentarse ligeramente tras la sofocación de las revueltas de inspiración comunista de los primeros tiempos de la posguerra. Pero la mejoría era más débil de lo que aparentaba ser. Los franceses ocuparon la cuenca del Ruhr en 1923 en un intento de lograr una posición de fuerza que obligase a Alemania al pago de las indemnizaciones convenidas. Los trabajadores germanos adoptaron una política de resistencia pasiva y el gobierno trató de apoyarlos financieramente, para lo que recurrió a una impresión de papel moneda muy por encima de las capacidades reales de la nación. Esta medida se tradujo casi inmediatamente en un desastroso empeoramiento de la grave situación de inflación ya existente en Alemania. El valor del marco, moneda cuya tasa de intercambio en 1914 era de 1 dolar americano por 4,2 marcos, descendió brutalmente hasta alcanzar la irrisoria tasa de 1 dólar por 4,2 billones de marcos en noviembre de 1923. El caos financiero se apoderó de la nación hasta que, gracias a la ayuda estadounidense, los germanos pudieron iniciar una reforma monetaria que a mediados de la década sacó al país del estado de postración en que se encontraba.

Por su parte, la Unión Soviética no atravesaba mejores momentos que los germanos. La guerra mundial, la revolución, la contienda civil y los enfrentamientos con Polonia habían dejado la economía del país en un estado lamentable. Para tratar de mejorar la maltrecha situación, los jerarcas bolcheviques se vieron obligados a adoptar la conocida como NEP (Nueva política económica). Este movimiento supuso la renuncia a estructurar toda la actividad económica del estado en torno a principios puramente comunistas, y la adopción de ciertos mecanismos de economía de mercado. La NEP cumplió su papel y las cifras macroeconómicas en general mejoraron, pero Stalin -el nuevo máximo mandatario de la URSS tras el fallecimiento de Lenin- no quiso perpetuar está política. El georgiano, bolchevique de la vieja guardia que había estado cimentando su poder absoluto desde antes de la muerte de Lenin acontecida en 1924, abolió la NEP en 1929 e introdujo un programa de economía estatalizada e industrialización a marchas forzadas articulado mediante los conocidos como planes quinquenales. El objetivo de este posicionamiento radical era convertir a la URSS en una moderna potencia industrial en el plazo de 10 años. En parte, y al precio de provocar perennes destrozos en el sector agrícola del país y hambrunas en las que perecieron millones de personas, Stalin consiguió lo que se proponía.

En el aspecto político las cosas aparentaron calmarse en el continente europeo. En 1925 se firmaron los Tratados de Locarno, los cuales reforzaron los compromisos de paz entre los alemanes y las potencias occidentales. Los germanos aceptaron sus fronteras del oeste (no así las del este) tal y como habían quedado tras la PGM, y al año siguiente Alemania se incorporó a la Sociedad de Naciones. Además, en 1925 Aristide Briand llegó al puesto de ministro de asuntos exteriores de Francia, posición desde la que impulsó la adopción de acuerdos de no agresión entre diferentes estados, que cristalizaron en el Pacto Briand-Kellog de 1928.

En 1929, momento en que Alemania parecía volver a alcanzar la ansiada estabilidad económica, el crack de la bolsa de Nueva York dio al traste con cualquier posibilidad de recuperación. El caos originado en EEUU se extendió a multitud de países europeos, y la débil República de Weimar fue incapaz de hacer frente con eficacia a las turbulencias financieras.

En el panorama militar la situación iba a complicarse todavía más para los germanos. Los polacos concluyeron un pacto de no agresión con la URSS en 1932, lo que provocó que, a su llegada al poder en 1933, los nazis se encontrasen con una Alemania en un estado de soledad alarmante en el concierto internacional. Por un lado, los occidentales seguían siendo considerados aliados. Francia, a su vez, mantenía una relación de amistad con Polonia, nación que a su vez había estrechado sus lazos con la Unión Soviética gracias al mencionado pacto de 1932. Estas relaciones no podían considerarse propiamente como alianzas militares, pero eran más de lo que Alemania tenía con cualquier potencia europea en el momento en que Hitler se hace con las riendas de la nación.

Tras la entrada de los nazis en escena, los polacos llegaron incluso a sondear a los occidentales acerca de la posibilidad de emprender una guerra preventiva contra el Reich, pero en el espíritu pacifista imperante en la época como resultado del Pacto Briand-Kellogg estas propuestas polacas no llegaron a buen puerto. Por ello, los polacos dieron un giro a su política y firmaron un pacto de no agresión con los germanos en 1934. Gracias a este, Polonia conseguía aumentar su seguridad frente al renacido, aunque todavía débil, vecino alemán; mientras que este lograba con éxito finalizar su aislamiento, bien que a costa de pactar con uno de los países cuyos territorios ambicionaba.

El pacto de 1934 supuso una ligera mejoría en la situación internacional de Alemania, pero dicha mejoría no duró mucho. Los nazis no ocultaban sus intenciones de revisar el orden nacido en Versalles, por lo que el resto del continente observó con atención la evolución del Reich y respondió al pacto germano-polaco con una ofensiva diplomática que colocó a los alemanes ante la mayor parte de las naciones europeas. Esta respuesta se artículó en el año 1935 en torno a dos pactos: por un lado, el Reino Unido, Francia e Italia acordaron en Stresa (Italia) formar un frente común contra la renacida potencia germana y sus ambiciones sobre Austria: por otro, la URSS firmó asimismo una alianza defensiva con Francia y Checoslovaquia. Es decir, dos años después de la llegada al poder de los nazis, las democracias, la Italia fascista y la Rusia soviética estaban de un modo u otro alineadas frente al Tercer Reich. Momentaneamente pareció que el continente europeo iba a ser capaz de mantener la situación bajo control, pero esta situación fue efímera en extremo, y un año después no quedaba prácticamente nada de esta fortaleza y capacidad de reacción común.

domingo, 16 de mayo de 2010

Rommel XII


Ante todo, perdón por la tardanza en publicar artículos, pero me es imposible hacerlo más a menudo por falta de tiempo, y me temo que esta situación se va a prolongar unas semanas. Así que, gracias por adelantado por la paciencia y, sin más dilación, vamos a terminar el breve estudio de la figura histórica de Rommel.

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El 23 de julio, Rommel fue trasladado a un hospital en St. Germain, cercano a París. El mariscal no destacó por ser un “buen enfermo” y trató de fingir encontrarse mejor de lo que en realidad estaba. Esto dio lugar a un hecho reseñable: un cirujano, harto de bregar con el paciente y con el fin de hacerle ver gráfica y definitivamente lo que le había sucedido a su cabeza, llevó un cráneo a presencia del suabo y lo hizo pedazos con un martillo. No fue la única curiosidad destacable. A lo largo de los siguientes días, varios compañeros de armas del militar acudieron a visitarle. Su jefe de artillería Latmann le llevó su bastón de mariscal. A la salida del centro, se encontró con un anciano francés que, peocupado, le preguntó por el estado de Rommel. El galo resultó ser el médico que había atendido al suabo tras el ataque británico.

Delante de varias visitas de confianza, Rommel volvió a las andadas y tornó a hablar de la irracionalidad de continuar el conflicto en el oeste. Continuaba opinando igual: era necesario firmar la paz con los aliados y centrarse en frenar a los soviéticos. No obstante, comenzó también a darse cuenta de la precariedad de su situación. En el Tercer Reich no era recomendable hablar libremente de asuntos militares, y menos aún tras el atentado contra Hitler del 20 de julio. A uno de sus visitantes, Kurt Hesse, antiguo amigo y camarada desde los tiempos de Dresde, cuando abandonaba la estancia tras haber discutido con él acerca de estos incómodos temas el mariscal le dijo:

“Hesse, creo que es mejor que todo esto se quede en mi cabeza”

El 8 de agosto, el mariscal fue trasladado a su casa de Herrlingen. Su salud mejoraba, pero las noticias eran sombrías. A lo largo de este mes fueron fusilados parte de los implicados en el complot del 20 de julio, varios de los cuales (como el comandante de Francia, von Stülpnagel) habían tenido relación con Rommel. Además, la información que llegaba del frente era cualquier cosa menos esperanzadora. Los aliados estaban consiguiendo finalmente abrirse paso entre las líneas alemanas. Tomaron la capital francesa el día 25, y Bruselas el 3 de septiembre.

Al hijo de Rommel, Manfred, le dieron permiso en la batería antiaérea en la que trabajaba para que fuese unas semanas a su casa. El mariscal habló frecuentemente con su vastago sobre los mismos temas que comentaba con sus compañeros de armas. El Führer, sostenía el militar, era incapaz de ver la realidad. Había que conseguir la paz en el oeste, incluso aunque eso implicase una rendición, para poder hacer frente a la marea soviética. Por otro lado, también criticó varios aspectos del Attentat. Matar a Hitler simplemente hubiese supuesto dar un mártir a los nazis, y hubiese provocado el nacimiento de una nueva teoría de la “puñalada por la espalda” similar a la de la Primera Guerra Mundial. Por otra parte, el suabo era plenamente consciente de que la mayor parte de las tropas continuaban siendo leales al dictador y no hubiesen recibido de buen grado el asesinato de este.

Speidel fue destituido y el 3 de septiembre apareció en el domicilio de Rommel, lugar donde ambos volvieron a hablar francamente sobre la necesidad de poner fin al enfrentamiento con los aliados. Aquel fue detenido al día siguiente por su presunta participación en el atentado y, aunque finalmente sería absuelto por falta de pruebas, su detención acercó la sombra de la sospecha al mariscal.


El suicidio de Rommel

El 7 de octubre Rommel recibió un mensaje en el que se le instaba a presentarse en Berlín al día siguiente. Burgdorf, el sustituto de Schmundt (quien resultó muerto el 20 de julio), sostenía que quería discutir con él acerca de su próximo destino profesional. El mariscal se negó a acudir alegando que tenía una cita con su médico. Lo cierto es que Rommel temía por su vida. El día 11 recibió dos visitas: Streicher, un antiguo compañero de armas de la Gran Guerra; y el almirante Ruge. A ambos les explicó que se negaba acudir a la capital germana ya que sabía que le matarían. 48 horas después le comento a otro antiguo camarada, Oskar Farny, que Hitler quería librarse de él. Finalmente, el día 13 por la tarde, se recibió una llamada telefónica en la residencia de Herrlingen informando que los generales Burgdorf y Maisel visitarían a Rommel el día 14.

La mañana del 14 Rommel la pasó dando un paseo con Manfred. Su hijo había vuelto a la batería antiaérea hacía pocos días, pero volvió a recibir otro breve permiso. El mariscal le comunicó que esperaban una visita oficial, así como el propósito de la misma, pero también le anunció que dudaba acerca de que esa fuese la verdadera razón de la aparición de los dos generales en su hogar. Burgdorf y Maisel llegaron en una comitiva de vehículos de la que formaban parte varios miembros de las SS. Ambos militares pasaron a la casa y se reunieron con Rommel en una habitación. El mariscal estaba acompañado por su hijo, pero le pidió a este que abandonase la estancia.

Cuando los tres militares se quedaron solos, el mariscal fue acusado por los otros de participar en el atentado contra Hitler. La prueba: durante el transcurso de las investigaciones varios participantes en la conjura habían implicado a Rommel en el complot. Entre ellos estaban el Dr. Gördeler (previsto como futuro canciller del Reich tras la eliminación del Führer) y Stülpnagel, si bien este último estaba gravemente herido después de intentar suicidarse. También Hofacker, jefe de estado mayor de Stulpnägel, había declarado en los interrogatorios -muy posiblemente bajo tortura- que Rommel había tomado parte en las operaciones tendentes a eliminar al dictador. Keitel, que era quien había enviado a los dos generales con una copia de las declaraciones incriminatorias de Hofacker, les indicó a ambos que, por ordenes del Führer, tenían que ofrecer al suabo dos salidas: o arrestarlo en ese momento para someterlo a un juicio por alta traición, o el suicidio. En caso de que el mariscal aceptase esta segunda opción, se le garantizaba que su familia no sería perseguida. La versión oficial seria la de muerte natural por ataque al corazón. Burgdorf le proporcionaría el veneno.

Tras menos de media hora de conversación los tres militares abandonaron la estancia. Rommel se dirigió al dormitorio para reunirse con su esposa y le explico brevemente la situación.

“Dentro de un cuarto de hora estaré muerto. Por orden de Hitler tengo la opción de envenenarme o de comparecer ante el tribunal del pueblo”

Rommel le indicó a su mujer que destacadas personalidades involucradas en el complot del 20 de julio le apuntaban como participante en el mismo. El mariscal le señaló a Lucy que las acusaciones eran falsas, y que podría desmontarlas ante un tribunal; pero el miedo de Rommel radicaba precisamente en que estaba seguro de que no llegaría vivo a un juicio. El militar temía que Hitler le hiciese matar antes. Por esa razón, y para proteger a su familia, eligió el suicidio.

Era el fin. Rommel se despidió de su mujer y, acto seguido, mantuvo una conversación con su hijo similar a la que había mantenido con su esposa. Tras esta, se despidió también de su ayudante, el capitán Aldinger. Finalmente, se dirigió al coche en el que aguardaban Burgdorf y Maisel y la comitiva abandonó el lugar.

Un cuarto de hora después sonó el teléfono en Herrlingen. Llamaban desde un hospital de la reserva en Ulm. El mariscal Rommel había sufrido un ataque al corazón y había fallecido. Su cuerpo había sido trasladado al hospital por dos generales.

El funeral se celebró el 18 en Ulm. Fue una ceremonia perfectamente orquestada que trataba de tapar la responsabilidad de Hitler en la muerte de quién, al fin y a la postre, había sido uno de sus generales favoritos. El féretro del mariscal fue escoltado por tres compañías, dos de la Wehrmacht y una mixta de la Luftwaffe, la Kriegsmarine y las SS. A las 13:00 comenzaron a sonar la “Trauermarsch” y la “Heróica”. Cuando concluyeron, Rundstedt, quién actuaba como representante de Hitler en el sepelio, pronunció un discurso en el que recitó la lista de hazañas bélicas de Rommel, y le definió como “un nacionalsocialista convencido” cuyo “corazón pertenecía al Führer”. El viejo militar colocó sobre el féretro la corona de flores enviada por el dictador al tiempo que los asistentes entonaban el “Ich Hatte ein Kamerade”, el canto alemán por los caídos. Se disparó una salva de diecinueve cañonazos y la ceremonia concluyo con el himno del Reich. Los restos mortales del suabo se trasladaron a un crematorio cercano en medio de calles atestadas de gente. Tras abandonar este lugar, las cenizas del Zorro del Desierto fueron finalmente sepultadas en Herrlingen.

Fue una farsa perfectamente planificada, que su viuda describió duramente:

“así es como terminó la vida de un hombre que había dedicado todo su ser a lo largo de toda su existencia al servicio de su país”.


Conclusión

Rommel fue un soldado y un patriota, y como tal vivió las vicisitudes que atravesó Alemania en la convulsa primera mitad del siglo XX. Como soldado destacó sobremanera en ambas guerras mundiales. Fue un brillante conductor de tropas con un instinto especial para encontrar el momento y el punto esencial de la batalla. Tuvo asimismo fortuna al ser destinado a África, ya que en este continente pudo desarrollar su potencial con mucha más autonomía que los generales destinados en el frente del este, y asimismo su nombre no fue manchado por las atrocidades cometidas por los germanos en la URSS. Al mismo tiempo, los ingleses se encargaron de dar a conocer el nombre del suabo pues, dado que estaban sosteniendo una lucha mucho menor que los soviéticos, se vieron obligados a elevar la reputación de Rommel para hacer ver que se estaban enfrentando a un genio militar, y no a un simple general alemán más. Como patriota, sufrió las dificultades de su nación tras la derrota en la Gran Guerra. El caos en el interior y el desprestigio en el exterior atenazaban al país. Rommel, como un gran número de alemanes, sin ser nazi sí que saludó la llegada de Hitler al poder con sensación de alivio. El dictador, trajo el orden al interior de la nación y apoyó a las fuerzas armadas y su modernización, política que no podía sino contar con el apoyo de la mayor parte de los militares.

Posteriormente, el destino de Rommel como comandante de los cuarteles generales de campaña del Führer dio a este la oportunidad desarrollar su labor cerca de Hitler. En este entorno, el militar y el mandatario pudieron trabajar juntos y desarrollaron una admiración mutua. Esa buena relación duró hasta la segunda batalla de el Alamein. En ese momento, el mariscal no solo se dio cuenta de que el dictador había perdido el contacto con la realidad de la guerra, sino que además empezó a sospechar que Hitler estaba loco; si bien esta sospecha no evitó que a lo largo de mediados de 1943 la relación entre el suabo y el Führer mejorase levemente. Pero tras este periodo, y una vez que el deterioro de la situación militar se hizo palpable, en 1944 el suabo comenzó a adoptar posturas de franca oposición al Führer. La última pregunta es, ¿le llevaron estas a implicarse en el complot del 20 de julio?

La participación de Rommel en el atentado contra Hitler ha sido, y será, objeto de discusión. Desde 1944, el suabo había empezado a mostrar una conducta cada vez más contraria al dictador. El militar llegó a la conclusión de que el Führer estaba llevando a Alemania a la ruina, y asimismo entendio que mientras este siguiese en su puesto el hundimiento sería inevitable. El mariscal posiblemente conoció en mayor o menor medida los manejos de los conspiradores, pero ¿hasta que punto? Es difícil de precisar la respuesta. Generalmente se acepta como cierto el hecho de que Rommel tuvo algún contacto con figuras civiles claves de la conspiración, como el Dr Strollin, alcalde de Stuttgart. Asimismo, parece lógico suponer que conocía en mayor o menor medida lo que los militares conspiradores del oeste, como Stulpnägel y Hofacker se traían entre manos. Pero también todo apunta a que existía una diferencia esencial entre el punto de vista de Rommel y el de aquellos que estuvieron involucrados en el Attentat. Los conjurados querían asesinar a Hitler como paso previo a iniciar las negociaciones para un alto el fuego en el oeste, pero el suabo se oponía al asesinato y sostenía la necesidad de arrestar y juzgar al dictador. En cualquier caso, como indicamos, el grado de implicación del mariscal en la conspiración siempre ha sido objeto de controversia. Simplemente citaremos el hecho de que Speidel, el jefe de estado mayor del suabo otorga a este un papel esencial en el complot, incluyéndolo como coordinador de las actividades; mientras que, por contra, su mujer negó después de la guerra, cuando el hecho de haber participado en el atentado empezaba a ser considerado algo heroico, que Rommel tuviese algo que ver con los hechos.

Lo más factible es suponer que Rommel sí que llegase a tener algún conocimiento de la conspiración, y posiblemente apoyase sus objetivos últimos, esto es evitar el derrumbe de Alemanía; pero al mismo tiempo es altamente probable que se opusiese al asesinato del Führer. En cualquier caso, lo que si parece cierto es que Hitler creía que Rommel era culpable, bien por participar directamente en el intento de asesinato, bien por conocer la trama y no informar de la misma, y esa creencia del dictador fue la que le llevó a ordenar la desaparición del militar. No obstante, la figura de Rommel gozaba de respeto y admiración entre sus compatriotas, y por tanto el mandatario se vio obligado a organizar la farsa de su suicidio y posterior funeral. En definitiva, a la hora de ordenar la muerte del mariscal, Hitler mostró preocupación por la apariencia, pero estuvo lejos de mostrar los escrupulos morales y legales de los que parece que hizo gala Rommel cuando le plantearon la eliminación del Führer.

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Y terminamos aquí. Nuevamente gracias a todos los que habéis aguantado hasta ahora y también gracias a los que os habéis unido al blog mientras aparecían las entradas sobre Rommel. Espero poder empezar a publicar artículos a un ritmo aceptable antes del verano, pero entretanto me temo que va a ser difícil.


Fuente principal:

Rommel, el Zorro del Desierto
David Fraser
La esfera de los libros (2004)

Vease también:

Afrika Korps
Paul Carrel
Inedita (2007)
.
Invasion 1944
Hans Speidel
Inedita (2009)

sábado, 24 de abril de 2010

Rommel XI


Tras abandonar Italia, la misión que se le asignó a Rommel consistía en revisar las defensas del oeste de Europa con vistas a preparar esta zona ante la previsible invasión aliada. El teatro de operaciones, desde los Países Bajos hasta los Pirineos, estaba bajo la jurisdicción del Oberbefelshaber West (Comandante en jefe del Oeste) Gerd von Rundstedt. El suabo estaba obligado a informar tanto a este como al Führer.

Durante los siguientes meses, Rommel revisó las costas y cualquier zona que pareciese adecuada para un desembarco enemigo. Ordenó la construcción de fortificaciones, el tendido de campos minados y sugirió mejoras en las defensas. Además, recomendó que se dispusieran cuatro cinturones de obstáculos en las playas y que se llenasen los terrenos de grandes postes que pasarían a ser conocidos familiarmente como Rommelspargel -“Espárragos de Rommel”-. La finalidad de estos era dificultar el aterrizaje de los planeadores que seguramente emplearían los angloamericanos en su asalto.

Al mismo tiempo que se dedicaba a estas labores de ingeniería, el veterano comandante revisaba las unidades dispuestas sobre el terreno e instruía a los mandos sobre como se debería hacer frente al oponente. Las líneas maestras de Rommel en este punto eran simples, que no sencillas:
-Detener al enemigo inmediatamente en las playas.
-Si los angloamericanos llegaban a pisar tierra, devolverlos al mar con la mayor rapidez posible.

El 15 de enero, además de continuar a la cabeza de los trabajos de inspección mencionados, se le asignó el mando del Grupo de Ejércitos B, cuya zona de operaciones englobaba las costas del Atlántico, desde el norte de la desembocadura del Loira hasta los Países Bajos; es decir, incluía todo el Canal de la Mancha. Las formaciones que componían este grupo de ejércitos eran las siguientes:
-15º Ejército (von Salmuth). 17 divisiones de infantería.
-7º Ejército (Dollman). 13 Divisiones de infantería. Este sería el localizado en Normandía.

Es decir, Rommel seguía teniendo la responsabilidad de inspeccionar toda la zona desde Dinamarca hasta la frontera franco-española en el Atlántico, pero su mando militar se limitaba a una parte de este territorio.

Las divisiones con las que contaban los ejércitos bajo mando de Rommel no eran, por decirlo suavemente, las mejores de la Wehrmacht. Dada la primacía que se le concedía al Ostfront, las unidades destinadas al oeste eran formaciones en periodo de descanso y reestructuración, o con personal de cierta edad. No obstante en los meses siguientes llegaron al norte de Francia varías divisiones acorazadas y de panzergranaderos que sí podían considerarse tropas de primera clase. El mariscal hizo especial hincapié en que tanto el número de formaciones como la calidad y el armamento de las mismas tenía que mejorarse. De otro modo, no se podía esperar que los defensores alemanes aguantasen la embestida de los aliados.

A las dificultades propias de la operación se añadía el hecho de que, mientras que los aliados contaban con unos servicios de inteligencia funcionando a pleno rendimiento y consiguiendo extraordinarios resultados (entre otras cosas, los angloamericanos conocían asombrosamente bien el despliegue alemán en Normandía) los germanos operaban prácticamente a ciegas. A estas alturas de la guerra, las secciones de espionaje del Reich habían dejado de ofrecer información fiable a sus ejércitos. Rommel sufrió esta inoperatividad y se llegó a quejar de no saber con seguridad nada sobre su enemigo.


La cuestión de las reservas estratégicas

Aquí es donde llegamos al punto esencial de la planificación de la futura Batalla de Normandía. El alto mando hizo ciertamente un esfuerzo por atender las peticiones de Rommel e incrementó notablemente sus fuerzas en la zona, tanto cualitativa como cuantitativamente. No obstante, el despliegue de las mismas, al menos desde el punto de vista del suabo no fue el adecuado. El viejo Zorro del Desierto, dada la diferencia entre las capacidades bélicas germanas y las de sus enemigos, concebía como posible el hecho de que los aliados llegaran a desembarcar en las playas. Y dado que Alemania a la larga no podría sostener una guerra en dos frentes, lo que había que evitar era la consolidación de este segundo frente en territorio francés. Consecuentemente, y en esto coincidía con las indicaciones de Hitler, sostenía que si los angloamericanos ponían un pie en tierra, había que echarlos de inmediato. Para cumplir con este propósito, Rommel defendía que era necesario contar con unidades acorazadas desplegadas cerca de las playas que pudieran lanzar un contraataque inmediatamente después del desembarco para evitar que los aliados se afianzaran en sus posiciónes. Estas formaciones, para cubrir el máximo espacio posible, deberían dispersarse en el teatro de operaciones de modo que, fuese cual fuese el lugar elegido por los angloamericanos para desembarcar, pudiesen intervenir en el instante en que estos hiciesen su aparición. Dispersar las tropas blindadas mermaría su fuerza, pero les daría la oportunidad de devolver el golpe de inmediato. A juicio de Rommel, durante las primeras horas la rapidez en la reacción era más importante que la fuerza total que se pudiese emplear en la misma.

Esta opinión de Rommel se encontraba con numerosos detractores entre el alto mando. La dispersión de las fuerzas acorazadas era contraria a la doctrina ortodoxa del empleo de las mismas. Las divisiones panzer, de acuerdo a las teorías y opiniones de Guderian, debían utilizarse concentradas para poder causar un daño decisivo. Dispersarlas disminuiría su capacidad operativa y no permitiría asestar golpes fuertes tendentes a la consecución de objetivos estratégicos. Las fuerzas blindadas, por tanto, debían agruparse en retaguardia y lanzarse contra el enemigo una vez que el desembarco de este hiciese claro por la vía de los hechos cual era el punto esencial del combate. Sería esta maniobra, y no pequeños enfrentamientos en las playas, lo que causaría una derrota decisiva al oponente. Esta postura, impecable desde el punto de vista teórico, era inaplicable, en opinión de Rommel, al teatro de operaciones del oeste de Europa en 1944. Dicha inaplicabilidad era consecuencia de la abrumadora superioridad aérea aliada, superioridad que impedía el movimiento “clásico” de extensas formaciones de carros de combate. Además, la potencia aérea angloamericana no solo impediría las maniobras ofensivas de grandes masas de blindados, sino que también dificultarían sobremanera el traslado de las divisiones panzer a la línea del frente si estas se emplazaban lejos de la misma.

En este complicado contexto, existía otro problema relacionado con el anterior. Rommel, además de defender la dispersión de las unidades blindadas y su posicionamiento en primera línea, sostenía que dichas unidades debían estar bajo el mando directo del comandante de la zona, esto es del propio Rommel, y no del OB West o de cualquier otra autoridad dependiente del OKW. Pero el suabo tampoco consiguió imponer sus puntos de vista en este aspecto. A la hora del desembarco, algunas divisiones acorazadas estarían incluidas en el Grupo de Ejércitos B, pero otras se encontrarían incluidas en el Grupo Panzer Oeste, al mando de Geyr von Schweppenburg. Estas constituirían las reservas panzer del OKW.

La postura de Schweppenburg era similar a la de Guderian y, por tanto, contraria a la de Rommel. Aquel entendía que, dado el desequilibrio de fuerzas, era altamente probable que los aliados llegasen no solo a desembarcar sino también a hacerse con una posición firme en la zona. En ese caso, emplear las fuerzas panzer en pequeños contraataques locales simplemente conllevaría que se quemasen en operaciones que no lograrían ningún resultado positivo en el panorama global. Asimismo, posicionar los tanques en la línea costera daría a la flota enemiga la posibilidad de martillearlos con sus cañones de gran calibre. Consecuentemente, sostenía la conveniencia de lograr una gran concentración de blindados en algún punto cercano a París -y en esto Schweppenburg coincidía no solo con Guderian sino también con Rundstedt- empleándolos posteriormente en una maniobra de gran envergadura tendente a lograr una victoria estratégica en el oeste una vez que los angloamericanos ya hubiesen desembarcado y mostrado sus cartas. Es decir, al contrario que Rommel, el comandante del Grupo Panzer Oeste entendía que la fuerza a emplear en el contraataque era más importante que la rapidez con la que este se pudiese desencadenar.

Durante los meses de marzo y abril se desarrollaron ásperas reuniones entre todos los implicados, llegando a intervenir también Hitler, y finalmente se llegó a una solución de compromiso. De seis divisiones acorazadas, tres se asignarían al Grupo de Ejércitos B (la 2ª, la 21ª y la 116ª) y tres al Grupo Panzer Oeste (1ª SS Leibstandarte, 12ª SS Hitlerjugend, 130ª Lehr). Como suele pasar en estos casos, se trató de contentar a todos, pero no se contentó a nadie. Guderian entendió que este despliegue suponía una dispersión fatal, Schweppenburg no pudo crear una reserva operativa suficiente y Rommel no contó con las fuerzas necesarias cerca de las playas.


El desembarco

Entretanto, la batalla se acercaba. Rommel, a pesar del éxito que había tenido elevando la moral y la preparación de las tropas, mostraba dudas sobre el resultado final de los combates que estaban por venir. No satisfecho con el despliegue acordado, trató de asegurarse un mayor número de divisiones acorazadas y para lograrlo pretendió utilizar su influencia sobre el Führer. El suabo mantenía una buena relación con Schmundt, ayudante de Hitler, y consiguió de este el compromiso de hacerle un hueco en la agenda del dictador. Rommel se entrevistó con Rundstedt el 3 de junio y obtuvo la autorización para viajar a Alemania. Tenía además la intención de visitar a su esposa, quien el día 6 cumpliría 50 años, y pasar algunas jornadas en familia antes de la tormenta que se avecinaba. Las previsiones germanas señalaban que las mareas de primeros de junio impedirían cualquier operación anfibia, por lo que el militar podía ausentarse unos días sin riesgo.

Rommel viajó al Reich el 4 de junio. Al día siguiente, ya en su casa en Herrlingen (sur de Alemania), telefoneó a Schmundt y le preguntó que día podría organizarse la reunión con Hitler. Se le informó que el día 8. Pero ese encuentro nunca iba a tener lugar.

A las 6:30 del seis de junio sonó el teléfono en casa de Rommel. El jefe de su estado mayor, general Hans Speidel, le comunicó que los angloamericanos habían iniciado intensas operaciones aéreas con éxito en la zona de Normandía. Poco después, una segunda llamada a las diez de la mañana confirmó los temores del suabo. No había duda, era el desembarco. “¡Qué tonto he sido, qué tonto he sido!” le oyó lamentarse Speidel.

Rommel regresó inmediatamente a Francia y verificó que la 21ª Panzer, la división acorazada más próxima a la zona de operaciones, estaba lanzando el contraataque inmediato planeado por el suabo. En las primeras horas, Speidel trató de conseguir de Jodl que autorizase el desplazamiento inmediato de más unidades blindadas al frente, pero no lo logró. El OKW temía que pudiesen producirse más desembarcos en la zona de Calais, en cuyo caso habría que tener disponibles tropas de reserva para hacerles frente. Esta preocupación duraría varias jornadas y era un miedo compartido por el propio Rommel.

El comandante del Grupo de Ejércitos B llegó a la Roche Guyon, lugar donde en marzo había establecido su cuartel general, a las 21:30. Comprobó que para entonces ya sí se había autorizado el desbloqueo de la 12ª SS y la Lehr, unidades que en esos momentos se estaban dirigiendo al teatro de operaciones. Pero, para su desilusión, comprobó que los angloamericanos habían puesto efectivamente un pie en tierra. No era una posición muy firme, pero era evidente que los alemanes no habían podido expulsarlos con sus pequeños contraataques. Por otra parte, la situación no era todo lo mala que podía esperarse. Al este del campo de batalla los británicos no consiguieron tomar Caen y en el oeste los americanos tampoco pudieron hacer lo propio con Cherburgo. Estaban encerrados en un área pequeña y no controlaban ningún enclave importante. El desembarco había triunfado, pero la batalla continuaba.


Los enfrentamientos en Normandía

En los días 7 y 8 se desarrollaron violentos combates. En esta último jornada, Rommel se entrevistó con Dietrich, comandante del I Cuerpo Panzer de las SS (que englobaba las divisiones del Grupo Panzer Oeste) para comprobar el estado de esta unidad esencial. Ese mismo día llegó la Lehr al frente, y el 9 lo hizo la 12ª Panzer de las SS. El día 10 Rommel se reunió con Schweppenburg, y el 11 con Rundstedt. Las líneas parecían sostenerse, pero el enemigo estaba haciendo valer poco a poco su superioridad. Su flota machacaba sin cesar las posiciones alemanas cercanas a la costa y su aviación se enseñoreaba por los cielos ante una Luftwaffe prácticamente inexistente.

En estas jornadas, Rommel hizo lo que buenamente pudo. Ordenó contraataques locales que frenasen el ímpetu aliado y le hiciesen pagar caro al enemigo cualquier avance, pero la fuerza de estos fue demasiado débil para lograr un resultado decisivo. La situación más temida por Rommel, la consolidación de un segundo frente, estaba empezando a hacerse realidad. A pesar de esto, las líneas de la Wehrmacht se sostenían. No obstante, pensar en la resistencia a largo plazo carecía de fundamento. El 12 de junio, según el historiador David Solar, los angloamericanos habían desembarcado más de 300.000 hombres y más de 50.000 vehículos, y era una cifra que continuaba elevándose con asombrosa rapidez. Del lado alemán, el día 13 llegó al frente también la 2ª Panzer, lo que elevaba a cuatro las divisiones acorazadas en la zona de Caen, quedando esta considerablemente bien protegida. Sin embargo, en el terreno próximo a Cherburgo al otro extremo del teatro de operaciones, las defensas germanas era más débiles y estaban siendo superadas por los americanos. Rommel solicitó que se le autorizase a replegar las tropas al interior de la ciudad. Argumentaba que lo esencial era mantener el puerto, no el territorio en torno al enclave, pero Hitler prohibió la retirada el 16 de junio.

Al día siguiente, Rommel y Rundstedt se reunieron con el dictador germano en la localidad de Margival, cercana al frente. Durante la reunión, se repasó la situación global y el mandatario se comprometió a enviar refuerzos a los militares. La 1ª Panzer de las SS Liebstandarte llegó al frente el 18, y la 2ª Panzer de las SS “Das Reich” estaba de camino desde el sur de Francia. También se les prometieron las divisiones 9ª y 10ª de las SS. El Führer finalmente aceptó también la pérdida de la península de Cotentin, (esto es, el terreno cercano a Cherburgo) pero insistió en que había que conservar el puerto el mayor tiempo posible para dificultar el aprovisionamiento aliado. El dictador también hizo notar que los británicos habían lanzado al combate a sus unidades más experimentadas, por lo que la probabilidad de un segundo desembarco era menor, mas no inexistente; y de hecho el propio Rommel siguió temiendo esta eventualidad durante todo el tiempo que pasó en Normandía. Hitler asimismo prometió el empleo de nuevas armas -las novedosas bombas V- contra los aliados. En realidad, las V1 se habían empezado a utilizar ya el 12 de junio, pero dada la falta de precisión de las mismas los resultados militares de estos ingenios fueron escasos.

Con todo, la moral de combate de la Wehrmacht, observó Rommel, se mantenía considerablemente alta y el estado de ánimo era bueno. En lo referente a las SS, al suabo le desagradaba el comportamiento de varias unidades de esta organización que habían dado muestras de mala conducta hacía la población civil, pero el desempeño militar de estas tropas era sobresaliente. El 21 se volvió a reunir con Dietrich, quién le confirmó que confiaba en poder defender Caen con su I Cuerpo Panzer. No obstante, la situación general continuaba deteriorándose. Los alemanes se estaban empleando a fondo, pero la inmensa superioridad material angloamericana iba poco a poco imponiendo su ley. Cherburgo se rindió finalmente el día 27.

La jornada anterior, Rommel solicitó a Rundstedt que viajaran juntos a Alemania para entrevistarse en Berchtesgaden con el Führer. Entre ambos debían exponer con toda crudeza la gravedad de la situación y Hitler no tendría otra opción que hacerles caso. Los aliados continuaban desembarcando tropas y suministros a un ritmo asombroso (los historiadores británicos David Jordan y Andrew West apuntan la cifra de 875.000 soldados a finales de junio). El mando angloamericano había hecho un trabajo excepcional para garantizar el aprovisionamiento de estos hombres, y tanto el puerto artificial “Mulberry” como el sistema “PLUTO” (Pipe Line Under The Ocean) funcionaban a pleno rendimiento. En estas circunstancias, la continuación de la resistencia carecía de todo sentido. El Oberbefelshaber West estuvo de acuerdo con Rommel y ambos se pusieron en camino el día 28.

Durante la marcha, los militares mantuvieron una conversación franca. Rundstedt mostró su falta de entusiasmo por la continuación de los combates y Rommel apostilló:

“La guerra debe terminar de forma inmediata. Así se lo diré al Führer con toda claridad y de forma inequívoca”

Rommel aprovechó el viaje para reunirse el día 29 con Himmler, Göbbels y Guderian, antes de hablar con Hitler. El encuentro con este último comenzó a las seis de la tarde. Estuvieron presentes Keitel y Jodl, y también se les unieron posteriormente Göring y Dönitz. El Führer habló de nuevas armas, 1000 cazas y refuerzos de todo tipo. Sin embargo, el comandante del Grupo de Ejércitos B no estaba dispuesto a dejarse engatusar e intentó esbozar una descripción del desastroso panorama global:

“El mundo entero está contra Alemania, y esta desproporción de fuerzas...”

Hitler le interrumpió bruscamente y le exigió que limitase su exposición a la situación militar y no a la política. El suabo trató de reconducir su discurso en términos más adecuados para el Führer, pero no llegó a buen puerto. La conversación degeneró hasta tal punto que no se podía sacar nada beneficioso de la misma. Rommel no desistió de hacer un último intento y antes de concluir insistió ante el Führer en que no podía marcharse sin haber hablado con él “sobre Alemania”. El dictador le volvió a retirar la palabra limitándose a decir:

“Señor Mariscal de Campo, creo que lo mejor que puede hacer es abandonar la habitación”

Tras esto, Rommel salió de la estancia y no volvió a ver nunca más a Hitler.


El fin

El mariscal germano regresó al teatro de operaciones y se desempeñó lo mejor que pudo, conduciendo a sus tropas de modo que lograran seguir deteniendo a los aliados en la zona de Caen. Al mismo tiempo, se adhirió a las órdenes recibidas y prohibió cualquier retirada, haciendo hincapié en que el frente debía sostenerse a cualquier precio. Pero cualquier esfuerzo carecía de sentido.

Y es que todo se estaba cayendo por momentos. Rundstedt y Schweppenburg habían sido destituidos después de la reunión del 29 de junio, y ambos hicieron legar sendos informes al OKW exponiendo la insostenibilidad de la situación. Keitel preguntó malhumorado a Rundstedt qué quería decir con aquel reporte. Este contestó simplemente:

“Firmar la paz”

El elegido para sustituir a Rundstedt fue el veterano von Kluge, quien asumió el mando el 3 de julio. El nuevo OB West llegó al teatro de operaciones con información sesgada proporcionada por el OKW, y no escatimó reproches hacía el comandante del Grupo de Ejércitos B, indicándole que se acostumbrase a obedecer órdenes. El día 5 de julio, Rommel hizo llegar un informe de respuesta a Kluge con copia al Führer señalando que el éxito del desembarco no se debía a su reticencia a acatar órdenes, sino al hecho de que no le hubiesen asignado más blindados y a que estos no se hubiesen desplegado correctamente.

Kluge pronto se dio cuenta de como estaban las cosas en realidad. Comprendió que la visión de Rommel era, en esencia, correcta y le pidió disculpas. El derrumbe era inminente. Los alemanes habían perdido 117.000 hombres desde el 6 de junio y solo habían recibido 10.000 soldados de refuerzo.

El día 12, ambos mariscales se reunieron en un ambiente más cordial y tomaron una decisión que el suabo describió del siguiente modo a uno de sus antiguos compañeros de armas de África, el coronel Warning, el 15 de julio:

“Mariscal de campo, ¿qué es lo que está pasando aquí realmente? Hay doce divisiones alemanas que están tratando de contener el frente ellas solas” Inquirió Warning.

“Le voy a decir algo. El mariscal von Kluge y yo hemos enviado al Führer un ultimatum. Militarmente hablando, la guerra no se puede ganar y él tiene que tomar una decisión política” contestó Rommel.

“¿Y qué sucederá si el Führer se niega?”

“En ese caso, abriré el Frente Occidental. Solo queda una cosa importante: que los angloamericanos lleguen a Berlín antes que los rusos.”

El ultimátum exponía fríamente que las líneas alemanas no tardarían en derrumbarse y alertaba sobre el hecho de que la ruptura del frente pronto sería un hecho. Al parecer, Rommel quiso que el texto hiciese expresa referencia a que Hitler debía extraer las consecuencias “políticas” de la situación, pero finalmente no se incluyó esta palabra. Según el jefe de estado mayor de Rommel, el informe concluía del siguiente modo:

“Me siento obligado a pedirle que deduzca de inmediato las consecuencias de esta situación. En mi calidad de comandante en jefe del Grupo de Ejércitos B, me siento en el deber de expresarle esto claramente” Mariscal de Campo Rommel.

El suabo les dijo a sus subordinados:

“Le he dado ahora su última oportunidad. Si no sabe sacar consecuencias de ello actuaremos”

Mas el destino quiso apartar al mariscal del curso de los acontecimientos. El día 17, tras su visita al frente, Rommel, su chófer y otros tres acompañantes cogieron el coche para volver a la Roche Guyon. Durante el trayecto, el vehículo sufrió un ataque y fue ametrallado por parte de aviones aliados quedando destrozado. Un oficial de su estado mayor, el capitán Lang, consiguió salir bien parado y logró hacerse con otro automóvil para trasladar a los heridos a un hospital en Bernay. El conductor murió como consecuencia de las heridas; pero el mariscal, aún sufriendo varias lesiones entre las que destacaba una severa fractura craneal, escapó a la muerte de milagro. Al Zorro del Desierto le quedaban menos de cuatro meses de vida y la baraka quiso sonreirle por última vez.