lunes, 21 de junio de 2010

El Pacto Molotov-Ribbentrop I


El famoso acuerdo germano soviético de 1939 trastornó la escena diplomática internacional, retardando la posibilidad de que se repitiesen las alianzas de 1914 y colocando al Reich en una posición privilegiada para lanzarse sobre Polonia. Con este pacto, los alemanes demostraron una vez más una osadía y una destreza en el manejo de situaciones complicadas que las democracias occidentales estaban lejos de igualar.

En pacto en si, aún siendo el resultado de varios movimientos de última hora llevados a cabo por las diferentes potencias europeas en el verano de 1939, no puede comprenderse si no partimos de la alterada situación política aparecida tras la conclusión de la Primera Guerra Mundial.

La finalización de la Gran Guerra, además de provocar la desintegración del Imperio Austro-Húngaro, dio lugar a que dos de las naciones más poderosas de preguerra -Alemania y Rusia- quedasen reducidas a la condición de parias en el concierto internacional. Los estados mencionados tenían fronteras comunes hasta el estallido de la contienda y todos, aunque Alemania en menor medida, agrupaban dentro de sus territorios a una multitud de pueblos con lenguas y religiones diferentes que, de manera más o menos pacífica, convivían bajo estos tres imperios.

Con la finalización de la PGM se terminó también esta situación de estabilidad relativa y se inició un periodo de reestructuración de fronteras que marcaría las relaciones internacionales a lo largo de los años venideros.


El nacimiento de la URSS

Tras el triunfo de la revolución de octubre de 1917, el nuevo gobierno ruso aceptó las tesis de Lenin acerca de la necesidad de firmar la paz con Alemania. Los bolcheviques estaban ansiosos por desarrollar su nuevo estado soviético, y el mantenimiento del esfuerzo bélico suponía un serio obstáculo a estas intenciones.

Lenin, a quien se oponían Trotski y Bujarin, consiguió imponer sus puntos de vista en el Comité Central del partido. El principal dirigente ruso sostenía que, gustase o no a los bolcheviques, existía un peligro real de que su ejército sucumbiese totalmente ante los alemanes, y esto supondría el derrocamiento de la revolución cuando esta todavía se hallaba en un estado embrionario. Para evitar esta previsible derrota era necesario llegar a la paz con los germanos, aún a costa de las cesiones territoriales que presumiblemente exigirían estos.

El Comité Central aprobó la firma del acuerdo el 23 de febrero de 1918 y pocos días después, el 3 de marzo, se rubricó el Tratado de Brest-Litovsk con los alemanes. Como consecuencia de este, en primer lugar grandes extensiones de terreno en el occidente del antiguo imperio se despegaron del dominio ruso y quedaron bajo la influencia germana; y en segundo, automáticamente surgieron nuevas naciones (Ucrania, Bielorrusia, Estonia, Letonia y Lituania) que se situaron fuera de la tutela de Moscú. Por si fuera poco, los bolcheviques tampoco fueron capaces de mantener bajo su control a Finlandia, país que había sido parte integrante del Imperio Zarista durante años.

Con todo, el acuerdo con los alemanes tampoco supuso la llegada de la paz a la nueva Rusia. A lo largo de los meses siguientes la situación se fue deteriorando hasta llegar a desatarse una guerra civil entre los bolcheviques y el resto de las facciones políticas existentes. Además, para complicar aún más la supervivencia del recién nacido estado, varias fuerzas antibolcheviques fueron apoyadas militar y económicamente por los aliados occidentales. Este conflicto se prolongó durante tres años, y a lo largo del mismo los comunistas consiguieron paulatinamente, no solo hacerse con el control absoluto del país eliminando a sus enemigos políticos y derrotando a las fuerzas extranjeras, sino también recuperar parte de los antiguos territorios imperiales, como Ucrania y Bielorrusia, perdidos en Brest-Litovsk. Rusia incluso se sintió con fuerzas para intentar exportar la revolución a Alemania, pero no llegó siguiera a alcanzar el territorio germano y fue frenada por Polonia en las tres ocasiones (en 1918, 1919 y 1920) en que trató de lanzar el Ejército Rojo hacía el oeste. Los bolcheviques y los polacos finalmente firmaron el Tratado de Riga en 1921, momento en que limaron sus diferencias llegando a un acuerdo sobre sus fronteras comunes. Tras solventar con este pacto los problemas exteriores más acuciantes, el nuevo estado surgido tras la revolución de octubre finalmente encontró tiempo para darse forma y el 1 de enero de 1924 nació la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.


Alemania

La derrota del Reich en la PGM se materializó en noviembre de 1918 tanto por el hastió bélico de la población, como por las crecientes dificultades que atravesaba el país para sostener el frente ante sus cada vez más poderosos enemigos. A estas alturas de la contienda el Ejército Alemán no había sido aún derrotado de forma clara y contundente, pero la capacidad de la nación para seguir alimentando el esfuerzo de guerra llevado a cabo por sus fuerzas armadas estaba tocando a su fin. El Kaiser Guillermo II abdica y parte al exilio en los Países Bajos el 9 de noviembre, al tiempo que se anuncia la creación de una República y se inician las conversaciones para firmar un armisticio con los aliados que finalmente se alcanzará el 11 de ese mismo mes.

Tras el conflicto, Alemania fue hecha responsable de la ruptura de las hostilidades y obligada al pago de reparaciones de guerra. Las condiciones definitivas de paz se establecieron en el Tratado de Versalles, firmado el 28 de junio de 1919. Tras las negociaciones, los vencedores obligaron al Reich a renunciar a sus colonias y a parte de sus territorios metropolitanos: Alsacia y Lorena fueron devueltas a Francia, la frontera germano-danesa fue ligeramente modificada en beneficio de esta última nación y parte del territorio prusiano fue entregado a Polonia. Los polacos también recibieron una porción de los territorios pertenecientes a los rusos hasta Brest-Litovsk y pudieron recuperar su independencia. Los alemanes, además de todas estas pérdidas, fueron forzados a ceder la soberanía sobre Danzig y el Sarre a la Sociedad de Naciones. Este organismo fue creado como foro de discusión de las cuestiones internacionales, y su sede se inauguro en Ginebra en 1920; pero su carta fundacional no fue firmada ni por Alemania ni por Rusia.

El nuevo gobierno alemán fue además obligado a afrontar la reducción de su ejército dejándolo limitado a 100.000 hombres


Austria y Hungria

Las condiciones de paz con estos estados se articularon en los Tratados de Saint Germain (firmado el 10 de Septiembre de 1919, referente a Austria) y de Trianon (firmado el 14 de junio de 1920, referente a Hungria).

El Imperio Austro-Húngaro simplemente desapareció. En su lugar surgieron una serie de nuevos estados (Austria, Checoslovaquía y Hungría), mientras que otras partes del antiguo territorio imperial fueron entregadas a Rumanía e Italia. Además, algunas provincias meridionales del imperio (las actuales Croacia y Bosnia) se federaron con la anteriormente independiente Serbia para formar Yugoslavia.


Aparte de los ya mencionados, también se firmaron los tratados de Neully (27 de noviembre de 1919, referido a Bulgaria) y de Sèvres (10 de agosto de 1920, referido a Turquía). Los búlgaros fueron obligados a ceder territorios a los griegos en la costa norte del Egeo, mientras que los turcos vieron desaparecer su imperio y tuvieron que entregar extensas provincias de Oriente Medio a los vencedores.

Estos fueron, a grandes rasgos, los cambios que tuvieron lugar en el aspecto territorial entre los contendientes; mas esta alteración de fronteras no fue el único problema a considerar. Las múltiples modificaciones en los mapas solían además venir acompañadas por conflictos entre los nuevos estados. Estos se debían en ocasiones al hecho de que los tratados no cubrían todos los posibles puntos de fricción. Por ejemplo, ningún tratado especificó la frontera polaco-checoslovaca, lo que dio lugar a disputas locales que se prolongaron, con mayor o menos intensidad, durante los años siguientes.

En definitiva, el fin de la guerra en 1918 no marcó la conclusión efectiva de las hostilidades salvo en el otrora frente occidental. El centro y el este de Europa se embarcaron en un periodo de inestabilidad caracterizado por la revisión de fronteras y la aparición de nuevos estados desgajados de los antiguos imperios continentales, y este turbulento panorama no empezó a aclararse hasta bien entrados los años 20.


La situación alemana y soviética hasta 1935

En 1922 las delegaciones alemana y soviética abandonaron una reunión convocada en Genova para discutir sobre las indemnizaciones de guerra. Ambas naciones, dándose cuenta de la situación de aislamiento que padecían y compartiendo un sentimiento de desconfianza hacia los aliados occidentales, firmaron el Tratado de Rapallo e iniciaron una época de colaboración que pasaba de lo puramente económico y llegaba a cubrir también el aspecto militar. Gracias a este acuerdo, los soviéticos proporcionaron a los alemanes campos de entrenamiento en terreno ruso, es decir, alejados de la vigilancia de los anglofranceses. En estos paramos los germanos pudieron comenzar a desarrollar las técnicas bélicas con las que asombrarían al mundo menos de dos décadas después. La cooperación entre ambos estados se prolongó durante más de diez años y solo se interrumpió tras la llegada de los nazis al poder.

En el aspecto económico, la República de Weimar (denominación con la que se conoce en la historiografía al nuevo estado alemán surgido tras la PGM, precisamente por haberse firmado su constitución en esta localidad) pareció asentarse ligeramente tras la sofocación de las revueltas de inspiración comunista de los primeros tiempos de la posguerra. Pero la mejoría era más débil de lo que aparentaba ser. Los franceses ocuparon la cuenca del Ruhr en 1923 en un intento de lograr una posición de fuerza que obligase a Alemania al pago de las indemnizaciones convenidas. Los trabajadores germanos adoptaron una política de resistencia pasiva y el gobierno trató de apoyarlos financieramente, para lo que recurrió a una impresión de papel moneda muy por encima de las capacidades reales de la nación. Esta medida se tradujo casi inmediatamente en un desastroso empeoramiento de la grave situación de inflación ya existente en Alemania. El valor del marco, moneda cuya tasa de intercambio en 1914 era de 1 dolar americano por 4,2 marcos, descendió brutalmente hasta alcanzar la irrisoria tasa de 1 dólar por 4,2 billones de marcos en noviembre de 1923. El caos financiero se apoderó de la nación hasta que, gracias a la ayuda estadounidense, los germanos pudieron iniciar una reforma monetaria que a mediados de la década sacó al país del estado de postración en que se encontraba.

Por su parte, la Unión Soviética no atravesaba mejores momentos que los germanos. La guerra mundial, la revolución, la contienda civil y los enfrentamientos con Polonia habían dejado la economía del país en un estado lamentable. Para tratar de mejorar la maltrecha situación, los jerarcas bolcheviques se vieron obligados a adoptar la conocida como NEP (Nueva política económica). Este movimiento supuso la renuncia a estructurar toda la actividad económica del estado en torno a principios puramente comunistas, y la adopción de ciertos mecanismos de economía de mercado. La NEP cumplió su papel y las cifras macroeconómicas en general mejoraron, pero Stalin -el nuevo máximo mandatario de la URSS tras el fallecimiento de Lenin- no quiso perpetuar está política. El georgiano, bolchevique de la vieja guardia que había estado cimentando su poder absoluto desde antes de la muerte de Lenin acontecida en 1924, abolió la NEP en 1929 e introdujo un programa de economía estatalizada e industrialización a marchas forzadas articulado mediante los conocidos como planes quinquenales. El objetivo de este posicionamiento radical era convertir a la URSS en una moderna potencia industrial en el plazo de 10 años. En parte, y al precio de provocar perennes destrozos en el sector agrícola del país y hambrunas en las que perecieron millones de personas, Stalin consiguió lo que se proponía.

En el aspecto político las cosas aparentaron calmarse en el continente europeo. En 1925 se firmaron los Tratados de Locarno, los cuales reforzaron los compromisos de paz entre los alemanes y las potencias occidentales. Los germanos aceptaron sus fronteras del oeste (no así las del este) tal y como habían quedado tras la PGM, y al año siguiente Alemania se incorporó a la Sociedad de Naciones. Además, en 1925 Aristide Briand llegó al puesto de ministro de asuntos exteriores de Francia, posición desde la que impulsó la adopción de acuerdos de no agresión entre diferentes estados, que cristalizaron en el Pacto Briand-Kellog de 1928.

En 1929, momento en que Alemania parecía volver a alcanzar la ansiada estabilidad económica, el crack de la bolsa de Nueva York dio al traste con cualquier posibilidad de recuperación. El caos originado en EEUU se extendió a multitud de países europeos, y la débil República de Weimar fue incapaz de hacer frente con eficacia a las turbulencias financieras.

En el panorama militar la situación iba a complicarse todavía más para los germanos. Los polacos concluyeron un pacto de no agresión con la URSS en 1932, lo que provocó que, a su llegada al poder en 1933, los nazis se encontrasen con una Alemania en un estado de soledad alarmante en el concierto internacional. Por un lado, los occidentales seguían siendo considerados aliados. Francia, a su vez, mantenía una relación de amistad con Polonia, nación que a su vez había estrechado sus lazos con la Unión Soviética gracias al mencionado pacto de 1932. Estas relaciones no podían considerarse propiamente como alianzas militares, pero eran más de lo que Alemania tenía con cualquier potencia europea en el momento en que Hitler se hace con las riendas de la nación.

Tras la entrada de los nazis en escena, los polacos llegaron incluso a sondear a los occidentales acerca de la posibilidad de emprender una guerra preventiva contra el Reich, pero en el espíritu pacifista imperante en la época como resultado del Pacto Briand-Kellogg estas propuestas polacas no llegaron a buen puerto. Por ello, los polacos dieron un giro a su política y firmaron un pacto de no agresión con los germanos en 1934. Gracias a este, Polonia conseguía aumentar su seguridad frente al renacido, aunque todavía débil, vecino alemán; mientras que este lograba con éxito finalizar su aislamiento, bien que a costa de pactar con uno de los países cuyos territorios ambicionaba.

El pacto de 1934 supuso una ligera mejoría en la situación internacional de Alemania, pero dicha mejoría no duró mucho. Los nazis no ocultaban sus intenciones de revisar el orden nacido en Versalles, por lo que el resto del continente observó con atención la evolución del Reich y respondió al pacto germano-polaco con una ofensiva diplomática que colocó a los alemanes ante la mayor parte de las naciones europeas. Esta respuesta se artículó en el año 1935 en torno a dos pactos: por un lado, el Reino Unido, Francia e Italia acordaron en Stresa (Italia) formar un frente común contra la renacida potencia germana y sus ambiciones sobre Austria: por otro, la URSS firmó asimismo una alianza defensiva con Francia y Checoslovaquia. Es decir, dos años después de la llegada al poder de los nazis, las democracias, la Italia fascista y la Rusia soviética estaban de un modo u otro alineadas frente al Tercer Reich. Momentaneamente pareció que el continente europeo iba a ser capaz de mantener la situación bajo control, pero esta situación fue efímera en extremo, y un año después no quedaba prácticamente nada de esta fortaleza y capacidad de reacción común.