domingo, 20 de diciembre de 2009

Rommel II


Caporetto

Tras la batalla de Monte Cosna, a Rommel le fueron concedidas varias semanas de permiso. El joven oficial estaba agotado y él mismo asumía que no podía continuar al mando. No volvería al frente hasta el otoño de 1917.

Una vez que el suabo estuvo listo nuevamente para el combate, retornó al Gebirgsbataillon en octubre de 1917. Su antigua unidad estaba en esos momentos localizada en la Carintia Austriaca, en el frente italiano. En el momento en que el joven Rommel entró en escena, la línea del frente se hallaba localizada en las cercanías del río Isonzo. En las proximidades de este, ya se habían desarrollado once batallas desde el inicio de las hostilidades y, tras la última, los transalpinos parecían haber logrado por fin la iniciativa estratégica, consiguiendo llegar cerca de Trieste. En esta situación, ante el temor de que una ofensiva italiana consiguiese romper su sistema defensivo, Austria-Hungria solicitó la ayuda de Alemania. Esta nación, a pesar de estar seriamente comprometida en otros frentes, accedió a enviar a la zona a su 14º Ejército, formación en la que se encuadraba el Gebirgsbataillon. Dentro de esta unidad, a Rommel -quien ni siquiera era capitán por aquel entonces- se le concedió el mando de cuatro compañías.

El 24 de octubre comenzó la 12ª Batalla del Isonzo, más conocida como Batalla de Caporetto. Los alemanes cruzaron el río apoyados por un intenso fuego de artillería. A Rommel le exigió el comandante de un batallón bávaro que se pusiese a sus ordenes y le siguiese. Al suabo, como es de suponer, no le hizo mucha gracia. Durante la madrugada del día siguiente, Rommel le expuso la situación al comandante del Gebirgsbataillon -el mayor Sprosser-, y le comunicó cuales eran sus intenciones para librarse de los bávaros. El futuro conquistador de Tobruk pretendía tomar las posiciones italianas que se encontraban frente a él (el Pico de Kolovrat y el Monte Matajur), con un golpe de mano que tendría que realizarse al margén de los movimentos del batallón de Baviera y cuya ejecución debía iniciarse al amanecer. Sprosser accedió.

Antes de salir el sol, el suabo avanzó sigilosamente con sus hombres. Durante los primeros momentos, no se produjeron grandes enfrentamientos sino solo pequeñas escaramuzas en las cuales los germano lograron tomar varios centenares de prisioneros. En esta jornada, los soldados de Rommel consiguieron recorrer una gran distancia, situándose muy por delante del grueso de las tropas alemanas. Los italianos tardaron en reaccionar, pero finalmente lo hicieron con fuerza, enzarzándose en un duro combate cuerpo a cuerpo con una de las compañías germanas. Como ya había sucedido con anterioridad, el extraordinario avance de los hombres comandados por el futuro mariscal había dejado a parte de los mismos demasiado expuestos. A pesar de ello, el teniente reaccionó con gran energía. Con el resto de sus tropas se lanzó a por los transalpinos quienes, sorprendidos por el violento ataque, aflojaron la presión sobre sus oponentes. Finalmente, los soldados de Rommel lograron rechazar a los ataques y tomaron otros 500 prisioneros.

A estas alturas, el número de prisioneros que había tomado Rommel se elevaba a 1500, lo que suponía un éxito considerable, pero el joven oficial alemán no tenía intención de quedarse allí. Continuó avanzando por el accidentado terreno, sorprendiendo una y otra vez a los transalpinos, quienes no se esperaban que una unidad germana estuviese logrando penetrar tan profundamente en sus líneas. Cuando el suabo alcanzó al final del día su primer objetivo, el Pico de Kolovrat, otros 500 prisioneros más habían caído en sus manos. Pero esto no era todo. Al amanecer del día 26, Rommel continuó con su ataque con la vista puesta en el monte Matajur. Los alemanes habían sufrido algunas bajas en los constantes enfrentamientos, pero el destrozo que estaban causando a sus enemigos era incomparablemente superior y, a lo largo de la mañana del día 26, la situación no hizo más que empeorar para estos últimos. Rommel marchaba hacia adelante sin descanso, desarticulando a su paso una unidad italiana tras otra, y causando a estas numerosas pérdidas, principalmente en forma de prisioneros. Cuando a las 11:40 Rommel alcanzó finalmente el monte Matajur, el número de italianos capturados se elevaba a la impresionante cifra de 9000. Era una victoria realmente extraordinaria, y más si tenemos en cuenta que solo les costó a los germanos 6 muertos y treinta heridos.

Fue la mayor jornada de gloria de Rommel hasta la fecha, pero no trajo consigo el final de los enfrentamientos. De hecho, en las jornadas posteriores continuarían los combates ya que la ofensiva germana se prolongó hasta bien entrado noviembre. Los propios hombres de Rommel seguirían metidos de lleno en la lucha, enfrascándose en los choques que tuvieron lugar en los alrededores de la localidad de Longaronne hasta el 10 de ese mes. Ese día, los soldados comandados por el futuro mariscal de campo recibieron con alborozo la rendición de la guarnición transalpina que defendía el enclave. Tras esta, y aunque parezca extraño, los alemanes entraron en la ciudad siendo vitoreados por la población civil italiana.

La extraordinaria acción sobre Matajur no tuvo para el teniente germano las consecuencias deseadas. El Ejército consideró que el primero en llegar a la posición no había sido él sino Schörner, y fue a este a quién condecoró con la máxima distinción por valentía que Alemania otorgaba: la medalla Pour le Mérite. Como es lógico, el joven suabo se sintió decepcionado. Además, Rommel tenía una notable afición por la gloria personal y entendía que le habían robado unos laureles que por derecho le correspondían. No sería hasta 1918 cuando a Rommel y también al mayor Sprosser les fuese otorgada dicha condecoración. Para entonces, el joven oficial ya se encontraba lejos del frente. Nada más comenzar 1918 al suabo le concedieron otro permiso, y al volver de este no fue asignado nuevamente al Gebirgsbataillon sino que fue destinado a Wurtemberg, donde desempeñó el puesto de oficial de estado mayor. Fue ascendido a capitán, pero no volvería a entrar en combate hasta la Segunda Guerra Mundial.


Rommel en el periodo de entreguerras

Tras la derrota de las Potencias Centrales, Rommel solicitó el ingreso en el ejército de la República de Weimar: el Reichswehr. Este, por las limitaciones impuestas por los vencedores, no podía sobrepasar los 100.000 hombres, y estaba concebido para que Alemania mantuviese el orden dentro de sus fronteras, no para combatir contra enemigos exteriores. A Rommel se le asignó el cargo de comandante de compañía en el 13er Regimiento de Infantería, basado en Stuttgart. Las primeras tareas del suabo en esta unidad consistieron principalmente en reprimir los disturbios que periódicamente se sucedían en aquella convulsa época. Por otra parte, el final de la guerra le dio a Rommel la oportunidad de ser el hombre de familia que, de hecho, le gustaba ser. Pudo pasar mucho tiempo con su esposa con la que emprendió varias excursiones, incluyendo un viaje al norte de Italia realizado en 1927 durante el que visitaron los teatros de operaciones en los que había combatido el militar germano una década antes. Un año después, en 1928, nació el único hijo del matrimonio: Manfred. El capitán suabo tuvo tiempo también para desarrollar su afición por las matemáticas, campo en el que, al igual que su padre y su abuelo, mostraba una notable destreza.

En septiembre de 1929 Rommel fue enviado a dar clases a la escuela de infantería de Dresde. Posiblemente fue en este destino donde Rommel empezó a vislumbrar por vez primera como el nacionalsocialismo estaba calando entre los oficiales más jóvenes del nuevo ejército. Pasaría cuatro años en esta ciudad donde, además de a la docencia, se dedicó a recopilar sus notas y escritos de juventud, que serían publicados bajo el título “Infanterie greift an” (Infantería al ataque) en 1937. Unos años antes, en 1932, había sido ascendido a mayor.

Rommel abandonó Dresde en 1933, año en el que fue ascendido a teniente coronel y puesto al mando de un batallón en el 17º Regimiento de Infantería en Goslar. En ese mismo año, Adolf Hitler había sido nombrado canciller de Alemania. Con él, las fuerzas armadas alemanas comenzaron a ver la luz al final del túnel. En 1933 se aprobó la ampliación del Ejército, dando definitivamente por concluido el límite de los 100.000 hombres. Como consecuencia de esta decisión, el número de soldados y de divisiones sería paulatinamente incrementado en los años siguientes.
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Las relaciones con los nazis

Rommel conoció personalmente a Hitler en septiembre de 1934 cuando este, ya convertido en máximo mandatario de Alemania, visitó Goslar y pasó revista a una guardia de honor formada por soldados del batallón comandado por el suabo. La versión más extendida de este primer encuentro sostiene que Rommel, al enterarse de que una fila de miembros de las SS se iba a interponer entre su batallón y el Führer, amenazó con retirar a sus soldados si las SS no se apartaban, ya que entendía como un insulto el hecho de que sus hombres no fuesen considerados como suficientemente adecuados para proteger a Hitler. El militar se salió con la suya.

En 1935, a Rommel le destinaron a la academia de la guerra de Postdam, lugar en el que volvería a desempeñar funciones de instructor durante los siguientes tres años. Es en esta época cuando el militar empieza a mantener una relación más estrecha con los nazis. En 1936, el suabo será nombrado miembro de la escolta militar del Führer durante la reunión del NSDAP que tuvo lugar en Nuremberg. En una ocasión, Hitler le solicitó a Rommel que limitase el número de coches que iban a formar parte de su comitiva en una excursión. El militar, aún sabiendo que causaría malestar entre las personalidades excluidas, siguió las instrucciones recibidas a rajatabla, lo que le valió una felicitación personal del dictador.

En 1937, el militar suabo fue nombrado oficial de enlace del Ministerio de la Guerra con la organización de las Juventudes Hitlerianas. El teniente coronel cuajó adecuadamente en el puesto y conectó bien con los jóvenes, pero la relación de Rommel con el líder de las HJ -Baldur von Schirach- fue problemática en el extremo, lo que hizo imposible la continuación de aquel en esta función a partir de 1938.

Llegados a este punto, conviene hacer un pequeño inciso y dedicar un par de líneas a la actitud del Ejército Alemán hacia los nazis en estos años. Tras la Primera Guerra Mundial, en un intento por mantener al Ejército al margen de lo altibajos políticos de la nación, a los integrantes del Reichswehr se les prohibió apoyar a cualquier partido. Esta estricta norma se cumplió, por regla general, en el pequeño ejército de 100.000 hombres que tuvo Alemania hasta 1933. A partir de esta fecha, con la llegada de los nazis al poder, la vinculación de los militares con las nuevas autoridades se fue haciendo más estrecha. Hitler, en la dura pugna que mantuvo con sus antiguos camaradas de las SA nada más llegar al gobierno, proclamó que el Ejército era el único guardián de la nación, eliminando así las veleidades militaristas de esta organización nazi. Este tipo de actitud, teniendo en cuenta que Alemania acababa de pasar por unos años extraordinariamente turbulentos en los que sus fuerzas armadas habían sufrido numerosas humillaciones, tuvo una gran acogida entre los militares, quienes confiaban en que el nuevo mandatario les devolviese el prestigio perdido.

La llegada de los nazis al gobierno puso fin a gran parte de las convulsiones económicas y sociales que salpicaron la corta historia de la República de Weimar. Además, en lo referente al terreno militar, Hitler no solo dio preeminencia al ejército por delante de los elementos más revolucionarios del NSDAP -las SA-, sino que además le dotó de una fuerza que no había conocido en los últimos años. El dictador aumentó el numero de efectivos de las fuerzas armadas, las modernizó y las empleó en una serie de acciones (ocupación de Renania y unión con Austria) destinadas a devolver a Alemania al lugar que había perdido en el concierto internacional tras la Primera Guerra Mundial. Es fácil entender que esta política no podía sino obtener el apoyo de los antiguos oficiales que, como Rommel, habían conocido al prestigioso Ejército Imperial.

No obstante lo anterior, sí es cierto que existieron varios altos cargos militares, como el general Ludwig Beck, que trataron de oponerse a Hitler cuando este decidió invadir Checoslovaquia, pero el éxito del Führer con los acuerdos de Munich les dejó sin argumentos. Todos estos militares irían apartándose paulatinamente de los cargos de responsabilidad, bien por iniciativa propia, bien por las presiones de las autoridades nazis. Aparte de este reducido círculo de altas personalidades, la mayor parte del Ejército era, por lo general, favorable o, cuanto menos, no contraria a Hitler.

Esto, que hoy puede chocar, tiene su lógica si entendemos que la peor cara del nacionalsocialismo todavía no había hecho su aparición. Las atrocidades que llegarían a cometer los nazis aún se hallaban en esta época en estado embrionario. Existía una fuerte tendencia antisemita (como por otra parte existía en muchos países europeos), pero esta todavía no se había traducido en matanzas masivas de judíos. Existía una gran represión policial, pero para gran parte de los alemanes esto era preferible a los constantes disturbios y algaradas callejeras que había sufrido el Reich tras la guerra. Existían incluso los campos de concentración, pero estaban lejos de ser los páramos de exterminio en los que perecerían millones de seres humanos pocos años después. En definitiva, existía una situación que para muchos alemanes, incluidos los militares, era considerablemente mejor que la anarquía, el caos, la hiperinflación y el desempleo que habían sufrido en los años anteriores. Y esa era la posición en la que se encontraba en aquel momento Rommel. El militar suabo, igual que muchos compatriotas y compañeros de armas, percibía más las ventajas que el régimen de Hitler traía consigo en aquel momento que las tragedias a las que iba a dar lugar en el futuro. Y Rommel iba a ser protagonista de ambas.


Los últimos meses antes de la guerra

A finales de 1938, Rommel recibe ordenes de ponerse al mando del batallón de escolta de Hitler durante la ocupación de los Sudetes. Este puesto le dio la oportunidad de entrar nuevamente en contacto con el Führer. Su estancia en este cargo, como la propia campaña de los Sudetes, fue breve. En noviembre será ascendido a coronel y nombrado comandante de la Academia de la Guerra en Wiener Neudstadt, en Austria. El suabo asumió el mando de esta el 10 de noviembre, jornada en la que tuvo lugar la Kristallnacht, la tristemente célebre noche de los cristales rotos. Hitler empezaba a pisar a fondo el acelerador.

En marzo de 1939 el Reich presentó un ultimátum a Checoslovaquia, forzando a este país a aceptar un protectorado alemán sobre su parte occidental: los territorios de Bohemia y Moravia; y la independencia de su parte oriental: Eslovaquia. Alemania, apoyada por Polonia, ocupó de este modo lo que quedaba de territorio checo y Hitler entró en Praga el 15 de Marzo. Para llevar a cabo esta entrada, Rommel volvió a ponerse al mando de la escolta personal del Führer. Pero la ocupación de Chequia, aun habiéndose realizado de forma pacífica, no podía decirse que hubiese sido propiamente amistosa. Por ello, el desfile por la capital del país presentaba inconvenientes para la seguridad del mandatario germano, ya que era posible que se produjese algún incidente hostil. Por ello, el dictador pidió consejo al suabo, quien le recomendó: “vaya usted en coche descubierto y llegue, sin escolta, al castillo de Hradcany”. El militar argumentó que un gesto como ese despertaría la admiración de la gente y Hitler aceptó la recomendación. Concluida la maniobra, Rommel regresó a Austria.

A estas alturas, la relación de Rommel con Hitler era muy buena y, de hecho, todavía mejoraría en los años siguientes, antes de venirse abajo por completo. Pero para eso todavía faltaban años. Años que iban a dar a Rommel la oportunidad de hacerse un hueco en la historia. Y esa oportunidad estaba a punto de llegar.

domingo, 13 de diciembre de 2009

Rommel I


Rommel, el mítico Zorro del Desierto, posiblemente el general más conocido de la Segunda Guerra Mundial, comandante del Afrika Korps, mariscal del Reich, líder de las fuerzas alemanas en Normandía, y ¿conspirador contra Hitler? En fin, no adelantemos acontecimientos y vamos a tratar de conocer un poco mejor una de las figuras históricas más relevantes de su época.


El inicio de la carrera militar

Erwin Johannes Eugen Rommel nace en el territorio de Suabia, en la región de Wurtemberg el 15 de noviembre de 1891. Era hijo de Erwin Rommel, profesor de instituto de Heidenheim y de Helene von Luz, hija del gobernador de la ciudad. A diferencia de lo que sucedió con otros famosos generales alemanes, Rommel no nació en el seno de una familia con gran tradición militar, pero sí es cierto que su padre sirvió como oficial de artillería antes de dedicarse a la docencia. De hecho, sería su progenitor el que le recomendase iniciar la carrera en el ejército.

El joven Rommel trató, sin éxito, de seguir los pasos de su padre e ingresar en el cuerpo de artillería. Poco después, el futuro mariscal de campo intentó que le aceptasen en el cuerpo de ingenieros, pero tampoco aquí lograría ser admitido. Finalmente, en julio de 1910 consiguió entrar como cadete en el 124º Regimiento de Infantería de Wurtemberg. El suabo causó una buena impresión a sus superiores, siendo ascendido a cabo en octubre y a sargento pocas semanas después. En marzo de 1911 es enviado a la Real Academia Militar de Danzig donde permanecerá hasta noviembre de ese mismo año. La evaluación que obtuvo fue notablemente positiva y en enero de 1912, ya ascendido al grado de subteniente, regresa al 124º Regimiento. Durante su estancia en la ciudad báltica tuvo lugar uno de los hechos más relevantes de la existencia de Rommel, y es que en esta localidad el futuro mariscal conoció a la mujer que iba a ser el gran amor de su vida: la joven Lucy Mollin. Lucy pertenecía a una familia terrateniente y profesaba la fe católica, al contrario que Rommel que era protestante. Esto no fue óbice para que ambos contrajesen matrimonio pocos años después, en 1916, en plena Primera Guerra Mundial. Rommel amó a Lucy toda su vida y esta mujer fue siempre el principal punto de apoyo del militar germano.


Rommel en la Gran Guerra

El Frente Occidental


El 28 de junio es asesinado en Sarajevo el príncipe heredero del trono del Imperio Austro-Húngaro junto con su esposa. A consecuencia de esta muerte y de las complicadas alianzas que salpicaban el mosaico de estados europeos, poco después del atentado todo el viejo continente se encontraba en guerra. Austria-Hungría, apoyada por Alemania, declarará la guerra a Serbia, la cual se hallaba respaldada por Rusia, nación que a su vez estaba aliada con Francia. El Reich, al poner en marcha (si bien es cierto que solo parcialmente) el Plan Schlieffen, opta por invadir Bélgica una vez que este país rechaza la solicitud germana de permitir el paso a sus tropas, y esta invasión provocará la entrada de Gran Bretaña en el conflicto del lado franco-ruso. Los británicos declararán la guerra a Alemania el 4 de agosto. No había vuelta atrás. La Primera Guerra Mundial había comenzado.

Rommel emprendió con su regimiento la marcha hacia el frente occidental el 5 de agosto, y el 22 del mismo mes el pelotón comandado por el suabo entró en contacto con el enemigo en la localidad de Bleid. Los soldados de Rommel avanzaban destacados por delante del resto de la unidad. Una vez que los alemanes alcanzan las afueras, el joven suboficial seleccionó tres hombres y, junto con ellos, se internó en el pueblo. En los primeros edificios se topó con unos 15 o 20 soldados franceses que no se habían percatado de la presencia del enemigo. El militar germano decidió no desaprovechar la ocasión. En lugar de avisar al resto del pelotón, el subteniente opta por ocuparse de los enemigos con la ayuda de su pequeño grupo. Aprovechando el factor sorpresa, los cuatro alemanes abren fuego al tiempo que se abalanzan sobre los galos, consiguiendo abatir a la mitad de ellos. Fue la primera vez que Rommel mató a un semejante.

Tras recuperarse del primer choque, los franceses contraatacan y devuelven el fuego, forzando al suabo a regresar a por el resto de sus hombres. Después de reunirse con ellos, Rommel vuelve a intentar tomar el enclave, cosa que consigue tras fuertes escaramuzas con los soldados enemigos.

Una vez que Bleid está en manos alemanas, Rommel vuelve a adelantarse con dos de sus hombres y la situación se repite. El impetuoso suboficial se encontró con varios soldados franceses contra los que abrió fuego sin esperar al grueso del pelotón. Tras los combates, debido al agotamiento y al dolor provocado por una enfermedad del estomago que padecería toda su vida, Rommel pierde momentáneamente el conocimiento. Lo recuperará poco después, solo para encontrarse en medio de otro intercambio de disparos. Los galos se habían reagrupado e intentaban reconquistar Bleid, pero las tropas alemanas habían conseguido asentarse sólidamente y rechazaron el ataque.

Tras los acontecimientos mencionados, el 124º Regimiento prosigue su marcha hacia el oeste junto al grueso del Ejército Alemán. El día 1 de septiembre llega al Mosa y, tras cruzarlo, traba combate nuevamente con la infantería francesa. Rommel continuaba al mando de uno de los pelotones de cabeza de la unidad, y el hecho de encontrarse en esta posición expuesta, unido a la confusión de los constantes enfrentamientos, provocó que quedase atrapado en medio del fuego cruzado franco-germano. El pelotón pierde contacto con el regimiento y en los informes oficiales se da por muerto a su lider. Afortunadamente, el suabo conseguirá mantener la situación bajo control y logrará retomar la comunicación con sus líneas.

Antes de que el frente occidental degenerase en una amalgama de trincheras, Rommel y sus hombres participarían en los combates que se desarrollaron a lo largo de verano en el noroeste de Verdún. Durante los mismos, el suabo destacó tanto por su iniciativa como por las habituales discusiones mantenidas con sus superiores, dos rasgos que le acompañarían a lo largo de toda su carrera.

Finalmente, el 24 de Septiembre, Rommel se encontró frente a frente con cinco soldados galos. Logró derribar a dos antes de quedarse sin munición. Al no haber otra opción, caló la bayoneta y cargó contra los restantes. En la escaramuza, una bala enemiga le alcanzó en el muslo izquierdo, causandole una herida grave y poniendo fin a su primera experiencia bélica. No volvería al frente en lo que quedaba de año, pero como recompensa por sus acciones recibiría la Cruz de Hierro de 2ª Clase.


Vuelta al frente

Rommel retornó a primera línea en enero de 1915 con el cargo de comandante de compañía. Se le asignó el mando de la 9ª compañía del 2º batallón del 124º regimiento. El día 29 de ese mes participó en una ofensiva en el sector del Argonne, ataque en el cual consiguió penetrar con sus hombres unos 1500 metros en el sistema defensivo francés, distancia considerable en la guerra de trincheras. Sin embargo, este notable éxito trajo consigo consecuencias no deseadas. El resto de las unidades no pudo mantener el avance de los hombres de Rommel, lo que provocó que estos quedasen cercados por los franceses en un posterior contraataque galo. El suabo volvió a desenvolverse con notable soltura en esta difícil situación. En lugar de mantenerse a la defensiva, ordenó a varios de sus hombres que atacaran a los franceses con firmeza. El inesperado movimiento provocó un momento de indecisión en los galos, indecisión aprovechada por la 9ª compañía para escapar del cerco y alcanzar las líneas alemanas. Todos los soldados rodeados consiguieron salvar la vida, y los germanos solo tuvieron que lamentar 5 heridos. Rommel conseguiría la Cruz de Hierro de 1ª Clase por esta acción.

Es en este momento cuando el futuro mariscal comienza a ser bien conocido por los soldados alemanes próximos a él. Su instinto para encontrar el punto esencial de la batalla y lanzarse contra él con todas sus fuerzas era algo que no pasaba desapercibido. La intuición para estar exactamente donde debía estar y en el momento justo en que había que estar empezó a ser reconocida por sus hombres. “Allí donde esta Rommel, allí esta el frente” fue un comentario que empezó a hacerse común entre las tropas bajo su mando.

Pero no todo eran buenas noticias para el joven subteniente. En mayo, el mando de la 9ª compañía fue traspasado a otro oficial de más edad, y el suabo tuvo que conformarse con volver a ser jefe de pelotón. No obstante, este percance no impidió que el condecorado Rommel participase en varias de las muchas escaramuzas que tuvieron lugar en la zona hasta el verano.

En el mes de septiembre, Rommel es ascendido a teniente y, poco después, abandona el 124º regimiento y se integra en el Real Batallón de Montana (Gebirgsbataillon) de Wurtemberg. Como consecuencia de este cambio, abandona el frente del Argonne y se dirige a Austria, lugar donde se estaba formando esta unidad. Al Oberleutnant Rommel se le asignó el mando de la 2ª compañía y, a finales de 1915, una vez que el batallón estuvo preparado para combatir, se envió al sector sur del frente occidental, desplegandolo en Alsacia. En esta zona el sistema de trincheras era todavía más denso que en el Argonne, lo que provocaba que las acciones bélicas se tuviesen que limitar forzosamente a un puñado de incursiones. Afortunadamente para Rommel, la estancia del Gebirgsbataillon en Alsacia no se prolongó hasta el final de la contienda. En octubre de 1916, la unidad fue trasladada desde Francia hasta Rumanía.


El Frente Rumano

Las condiciones de vida de los soldados alemanes en territorio rumano distaban de ser buenas. No se disponía de instalaciones adecuadas, ni de posiciones defensivas sólidas y el clima de las montañas era espantoso, lo que provocó que, ya el primer día, varios soldados del Gebirgsbataillon tuvieran que ser evacuados con claros síntomas de congelación. Mas, una vez que consiguieron adaptarse a las particularidades del nuevo teatro de operaciones, los germanos se dispusieron a aprovechar las nuevas oportunidades que aquella zona les ofrecía para desarrollar una guerra de movimientos, y ya en noviembre los hombres de Rommel comenzaron a enzarzarse en combates con los rumanos. En ese mismo mes, el joven suabo consigue un breve permiso que aprovecha para casarse con Lucy. La boda tendrá lugar el 27 de noviembre, pero la vida conyugal de Rommel no pudo prolongarse demasiado.

El frente rumano experimentaba movimientos mucho más acusados que el estático frente occidental. Por lo que respecta al panorama general, Bucarest cae en poder de los germanos el 6 de diciembre; y por lo que se refiere a los hombres de Rommel, durante el último mes de 1916 y el primero de 1917 se enfrascaron en una serie de golpes de mano en los que causaron a los rumanos graves pérdidas, principalmente en forma de prisioneros. La conducción de las operaciones por parte de Rommel era a menudo atrevida, pero no exponía a sus soldados a situaciones de riesgo innecesarias. Uno de los ejemplos más representativos lo vemos en la toma de Gagesti, en la que el suabo capturó 330 prisioneros pero no sufrió una sola baja.

En el Gebirgsbataillon, Rommel empezó además a explotar una de las capacidades más sobresalientes del Ejército Alemán: la facilidad para formar grupos de combate ad hoc entre unidades de distintas armas (artilleros, ametralladores...) y así adaptarse a las circunstancias del momento. A pesar de la percepción que se tiene de los alemanes como “cabezas cuadradas”, lo cierto era que en los ejércitos germanos existía por lo general un mayor espacio para la improvisación que en el de cualquiera de sus oponentes. Rommel y otros muchos oficiales alemanes fomentaron y se aprovecharon de este rasgo específico de las tropas alemanas.


La batalla del Monte Cosna

A principios de 1917, el Gebirgsbataillon fue trasladado nuevamente a Francia, pero en verano ya estaba de vuelta en Rumanía, donde Rommel iba a participar en la, hasta el momento, batalla más importante de su vida: la toma del Monte Cosna.

El Monte Cosna era un obstáculo natural del primer orden: una gran montaña que se interponía entre los alemanes y el Mar Negro. Se encargó al Gebirgsbataillon que tomase el enclave y para esta misión se pensó en Rommel, a quien se le asignó el mando de varias compañías, incrementandose así notablemente el número de hombres a su cargo. El futuro mariscal inició el ataque el día 9 de agosto y lo dirigió con extraordinario ímpetu en las jornadas siguientes, hasta el punto de ser nuevamente herido -si bien de manera leve- en los combates a corta distancia que tuvieron lugar entre ambos contendientes. A pesar de ello, el joven oficial continuó encabezando la lucha, hasta llegar a conquistar casi totalmente el Monte Cosna para el día doce de agosto. Es en ese momento cuando las tornas cambian. Los rumanos soprendentemente consiguen reagruparse y preparan un contraataque que lanzan el día 13. Durante varias jornadas, golpean duramente a los alemanes, llegando prácticamente a expulsarlos hasta su punto de partida. Pero los hombres de Rommel lograrán mantener en su poder las estribaciones cercanas, evitando que la línea del frente se rompa ante el violento contraataque enemigo. Ante la tenaz resistencia germana, la ofensiva rumana pierde paulatinamente fuerza y, a partir del día 16, la situación se estabiliza. Tras un breve intervalo de tranquilidad, el día 19 de agosto Rommel pasa nuevamente al ataque y consigue, esta vez sí, expulsar a los rumanos de la montaña. Con todo, los rumanos no desisten y vuelven a lanzarse al contraataque poco después, pero en esta ocasión no tendrán éxito. Los alemanes se han asentado firmemente en la zona e impiden a las tropas enemigas asaltar la cima. El día 25, una vez que el enclave ha sido asegurado, el Gebirgsbataillon será destinado a la reserva.

martes, 8 de diciembre de 2009

El hundimiento del Bismarck III


¡Que el diablo se lleve al Grupo Oeste!

Una vez que se ha comprobado que los daños del buque son irreparables, Lindemann (el capitán del Bismarck) ordena que el personal no esencial abandone el acorazado, tratando así de salvar a estos hombres del destino fatal que aguardaba al navío. Será inútil. Nadie volvería a ver a estos hombres. Pero los que se quedaron a bordo no iban a correr mejor suerte.

El Bismarck estaba herido de muerte, pero su agonía no había hecho más que empezar. A las 01:20 del día 27, cuatro destructores británicos y uno polaco inician un ataque con torpedos contra el gigante alemán, ataque que durará toda la noche. Pero, incluso en esas adversas circunstancias, el buque germano se defenderá extraordinariamente bien y conseguirá rechazar el ataque de los navíos aliados.

A las 8:15 aparecerán en el horizonte las siluetas de los buques de la Home Fleet. El Rodney rompe el fuego a las 8:47 y el King George V le emulará justo un minuto después. Para sorpresa de los británicos, el acorazado alemán devolverá el fuego con notable precisión, logrando encajar varios proyectiles en el Rodney. Pero en ningún momento fue un combate de igual a igual. El Bismarck apenas alcanzaba los ocho nudos y prácticamente no podía cambiar de rumbo para descentrarse de las salvas inglesas que llovían sobre él. Era un ejercicio de tiro al blanco. Al poco de iniciarse el intercambio de disparos, un impacto destroza el puente del Bismarck y otro la torre principal -justo el punto desde donde se dirige el tiro- causando la muerte del almirante Lütjens y de Lindemann. Aunque también hay versiones que sostienen que Lindemann sobrevivió hasta el mismo final, hundiéndose con el acorazado al tiempo que saludaba a la bandera.

Algunos relatos de los supervivientes señalan que Lütjens, poco antes de morir, gritó con rabia “¡que el diablo se lleve al Grupo Oeste!”. No hay manera de verificar si esto es cierto pero, en caso de serlo, hay que admitir que el almirante alemán tenía motivos de queja. Ni un solo sumergible germano apareció para ayudar al malhadado buque. El único submarino que se hallaba en la zona y que pudo haberle echado una mano fue el U556, el cual llegó a tener a distancia de tiro al Ark Royal el día 26. Desgraciadamente para el Bismarck, a este U-Boot no le quedaba un solo torpedo. De haberlo tenido, posiblemente habría logrado poner fuera de combate al portaaviones británico, y toda la historia podía haber sido distinta.


Los últimos momentos del Bismarck

A las 08:54 y a las 09:04 se unieron al cañoneo el Norfolk y el Dorsetshire respectivamente. En total, medio centenar de cañones de diversos calibres sometían a un bombardeo inmisericorde al desarbolado navío alemán, mientras que el fuego de este se espaciaba cada vez más, haciéndose menos eficaz cada minuto que pasaba. Finalmente, a las 10:15, tras hora y media de martilleo ininterrumpido, los británicos cesan el fuego. Apenas veinte minutos antes se había silenciado el último cañón del Bismarck, dejando definitivamente inerme al acorazado. Pero la impresionante mole de acero seguía sorprendentemente a flote.

Los británicos, como justificación a este bombardeo sin pausa sobre un buque que no podía devolver el fuego, expondrán el hecho de que el navío germano no había arriado su bandera. Sobre este punto existe controversia entre los historiadores. Hay quien sostiene que no se podía arriar la enseña ya que los cables habían sido completamente sesgados por la metralla y hay quien niega incluso que, a esas alturas del combate, a aquel amasijo de metal en el que se había convertido el acorazado alemán le quedase pabellón alguno en sus mástiles.

En cualquier caso, una vez concluido el cañoneo, el Rodney y el Norfolk se aproximan al Bismarck y le lanzan varios torpedos a muy corta distancia. Sin embargo, el otrora poderoso buque seguía remiso a irse definitivamente al fondo del abismo. En esos momentos, Tovey decide retirar de la zona a sus grandes unidades. El inglés sabe que sus barcos se hallan muy escasos de combustible tras la persecución y además teme que en cualquier momento pueda producirse la intervención de los submarinos alemanes. Al tiempo que los demás navíos se alejan, ordena al Dorsetshire que se aproxime al Bismarck y le de el golpe de gracia.

El Dorsetshire lanza tres torpedos contra el acorazado alemán (o, mejor dicho, lo que quedaba de él). Con ello, el total de torpedos disparados contra el infortunado navío se eleva a la asombrosa cifra de 71, de los cuales al menos ocho llegaron a impactarle. Pero, con todo, el buque seguía resistiéndose a bajar al fondo del océano. La situación es extraordinariamente crítica y el oficial más antiguo a bordo del Bismarck, el capitán de corbeta von Müllenheim-Rechberg, tiene que tomar una dolorosa decisión: ordena a la tripulación que hunda el barco, evitando así cualquier posibilidad de que el coloso germano caiga en manos británicas. Siguiendo las ordenes de este oficial, se abrirán los grifos del fondo y los escasos supervivientes serán trasladados a cubierta para que abandonen el sentenciado navío. Finalmente, a las 10:36 del día 27 de mayo, el Bismarck desaparecerá para siempre en aguas del Atlántico.

Tras la desaparición del navío germano, 99 náufragos fueron rescatados por el Dorsetshire y el destructor Maori. Con el resto de los supervivientes del Bismarck todavía en el mar, los buques ingleses creyeron ver un periscopio y abandonaron rápidamente el lugar para evitar ser victimas de un ataque alemán. Fue una falsa alarma. No había submarinos próximos. De hecho, cuando los sumergibles germanos llegaron a la zona solo pudieron salvar a 11 marinos. No se pudo ayudar a nadie más. El crucero español Canarias fue enviado en misión de rescate tan pronto como se conoció el desastre, pero únicamente encontró cadáveres flotando en el mar. En definitiva, de los 2403 tripulantes del Bismarck, solo 110 sobrevivieron para contar la primera y última salida al mar abierto del más famoso acorazado alemán de la Segunda Guerra Mundial.


Conclusiones

Cualquier análisis sobre la salida del Bismarck al Atlántico no puede obviar que, en definitiva, el acorazado se hundió. No obstante, conviene tener en cuenta que, si bien es cierto que el coloso germano terminó sus días en el fondo del mar, también es cierto que estuvo a punto de salir victorioso de su enfrentamiento con la armada británica. Analicemos brevemente la operación paso a paso:

-La decisión de sacar el Bismarck y el Prinz Eugen al Atlántico fue adecuada desde el punto de vista militar. Alemania no había iniciado todavía su campaña contra la URSS, por lo que su enemigo número uno seguía siendo el Imperio Británico. Los buques de guerra enclavados en el Báltico o en el Mar del Norte no suponían ninguna amenaza para la Gran Bretaña. Por el contrario, una expedición de dichas unidades por el Atlántico resultaría sumamente perjudicial para los intereses de los anglosajones, quienes para seguir en pie de guerra necesitaban que sus líneas marítimas de suministro siguiesen funcionando. Y, tal y como y habían demostrado el Scharnhorst y el Gneisenau, una operación de guerra de corso bien concertada podía causar estragos en el tráfico marítimo británico. Por lo tanto, si se había logrado una vez, repetirlo era algo que podía considerarse factible.

-Una vez que se decide sacar a los navíos germanos al Atlántico, el comportamiento de estos fue correcto. Aceptaron el combate cuando se encontraron en una posición táctica ventajosa, y como consecuencia de esto enviaron al abismo a un buque valiosísimo para la Royal Navy. A continuación, abandonaron el enfrentamiento cuando entendieron, con los elementos de juicio de que disponía Lütjens, que empecinarse en pelear podría suponer un riesgo para misión principal: la guerra al tráfico.

-El optar por enviar el Bismarck a un puerto francés al tiempo que se ordenaba al Prinz Eugen que continuase con la misión original es una actitud que puede discutirse, sin duda. No obstante, quién mejor podía evaluar el estado del coloso germano era el almirante Lütjens. Y si este hubiese conseguido enviar el acorazado a Saint-Nazaire, el final de la historia hubiese sido completamente diferente. Los trabajos de reparación podían haberse iniciado sin demora, y el navío germano podría haberse lanzado a probar suerte otra vez. ¿La Royal Navy podría haber estado esperando entonces frente a las costas francesas? Sí, pero la Luftwaffe también podría haber intervenido para ayudar al buque a romper el bloqueo británico.

-Lütjens cometió el error de romper el silencio radiotelegráfico cuando los ingleses habían perdido el rastro del Bismarck, cierto. Pero es un fallo que puede achacarse al hecho de que sus equipos tecnológicos, ciertamente menos avanzados que los que montaban los navíos británicos, le indicaban que su agrupación no había roto el contacto con los
buques de la Royal Navy. Por otra parte, estos desaciertos son comunes en enfrentamientos navales tan prolongados. Ya hemos visto como los anglosajones desperdiciaron este desliz alemán en el momento en que radiaron equivocadamente a sus unidades las coordenadas en las que se encontraba el barco germano. En definitiva, Si no llega a ser por el afortunado torpedo inglés, este error de Lütjens no hubiese tenido mayores consecuencias.

-¿Y el torpedo en el timón?. Este torpedo podría considerarse una prueba de que Dios esta con los buenos cuando son más que los malos. ¿Fue un impacto de suerte?. Sí, de tremenda suerte. No obstante, también conviene tener en cuenta que sí los británicos no hubiesen movilizado todo lo que tenían a mano, la suerte no solo no habría aparecido, sino que ni tan siquiera hubiese tenido oportunidad de hacer su aparición. Y una vez que la fortuna les concedió sus favores, los anglosajones se apresuraron a aprovechar la ocasión.

Por otro lado, existe otro factor de gran relevancia a tomar en consideración: la inexistencia de aviación naval en la marina de guerra germana. Mientras que la Royal Navy disponía de sus propios aviones no supeditados a la RAF sino dependientes directamente de la armada; los buques alemanes dependían de la cobertura aérea que la Luftwaffe les pudiese otorgar. Es decir, la Kriegsmarine no solo sufría por la falta de portaaviones, sino también por la inexistencia de aviación propia basada en tierra. Cualquier operación que requiriese de apoyo aéreo tenía que ser coordinada con la Luftwaffe, y esta coordinación estuvo lejos de ser plenamente satisfactoria a lo largo de la guerra
. En definitiva, en la época de la aviación, la Kriegsmarine tuvo que luchar no solo sin portaaviones, sino sin aviones siquiera. Como consecuencia de esta tara, la armada alemana no dispuso de apoyo aéreo inmediato allí donde más lo necesitaba.
.
Y, por último, tenemos que tener en cuenta la evolución que en ese momento estaba experimentando la propia estrategia naval. El acorazado, rey de los mares durante décadas, estaba cediendo su papel irremisiblemente al portaaviones. El Bismarck era lo suficientemente fuerte como para plantar cara a los grandes buques de la Royal Navy, pero no podía defenderse adecuadamente de los ataques de los portaaviones británicos. ¿Qué hubiese pasado si la agrupación de Lütjens hubiese dispuesto de su propio portaaviones? Es imposible saberlo, pero lo que sí podemos asumir como probable es que, si el Bismarck hubiese disfrutado de cobertura aérea, los ataques de los Swordfish no se podrían haber realizado tan a placer como se realizaron. Y sin la efectividad de dichos ataques, lo más probable es que el Bismarck no estuviese hoy en el fondo del Atlántico.

En definitiva, la jugada alemana termino mal, sí; pero también es cierto que al principio tenía muchas posibilidades de salir bien, y de hecho las continuó teniendo hasta que el torpedo impactó en los timones del coloso germano. Fue un tiro por toda la escuadra, que para desgracia de los germanos termino estrellándose en la madera. Fue una victoria factible que se transformó en una derrota absoluta.

Fuente principal:
La Guerra Naval en el Atlántico
Luis de la Sierra
Editorial Juventud 1974