sábado, 11 de agosto de 2012

La Contraofensiva de las Ardenas I

“No ha existido nunca una coalición que, como la de nuestros oponentes, haya congregado elementos tan heterogéneos con objetivos tan extremadamente distintos y contrarios entre si. Los que tenemos por enemigos son los mayores extremos que imaginarse puedan en este mundo: por un lado, estados ultracapitalistas; y por el otro lado, estados ultramarxistas; por un lado, un imperio mundial que está dando las últimas boqueadas, Gran Bretaña, y por el otro lado una colonia que busca quedarse con la herencia, Estados Unidos. Son estados cuyos propósitos difieren cada día más. Y el que -como una araña sentada sobre su tela, por decirlo así– observa esta evolución, puede ver como de hora en hora se va acrecentando la distancia entre los extremos. Si logramos asestarles varios golpes realmente fuertes, es posible que, de un momento a otro, este frente que se mantiene unido de forma artificial se desmorone con un enorme estallido.”

“En otras palabras: vendrá el día -y esto puede ocurrir ahora en cualquier momento, entre otras cosas porque la historia la forman personas mortales- en que esta coalición se disolverá...”

“... he decidido aceptar sacrificios en otros frentes para establecer aquí las condiciones necesarias para que podamos pasar de nuevo a la ofensiva.”

Con estas palabras expuestas el 12 de diciembre en una conferencia ante varios altos oficiales, Hitler trató de justificar la ofensiva que él y el OKW habían planeado como su golpe definitivo en el Oeste. Un ataque en toda regla con el que la Wehrmacht iba a hacer ver a los aliados occidentales que Alemania no se pensaba rendir: la operación Wacht am Rhein, que pasaría a la Historia como la Contraofensiva de las Ardenas.

Durante su exposición, el dictador germano fundamentó sus intenciones ofensivas alegando que la moral del ejército y el pueblo germano no se podía sostener únicamente con una estrategia defensiva y una resistencia a ultranza. Ambas, según el Führer debían venir acompañadas de triunfos en el campo de batalla; triunfos que cumplirían un doble propósito: por un lado, mantendrían la fe de las tropas y de la población del Reich en la victoria final, y por otro, harían desaparecer la confianza del contrario en ganar la contienda.


Ofensiva en el Oeste: ¿acierto o error?

Tradicionalmente se ha criticado a Hitler por el hecho de lanzarse al ataque cuando sus ejércitos se estaban derrumbando en todos los frentes, y tras unos meses en los que la Wehrmacht había sufrido sus mas terribles derrotas y pérdidas humanas y materiales desde el inicio de la guerra. No obstante, en los últimos tiempos estas críticas se han reducido y, al menos, se reconocen algunos aspectos positivos en la, a simple vista, irreflexiva decisión del dictador germano. Entre estos, merece la pena destacar el acierto en la elección del lugar en el cual lanzar la ofensiva, dado que en cualquier otro teatro de operaciones un logro parecido a un triunfo estratégico sí que hubiese resultado impensable. Veámoslo más en detalle:

-Italia se había convertido en un frente secundario, donde no se lograría ningún progreso reseñable por ninguno de los bandos hasta los últimos momentos de la guerra.

-El Este se había derrumbado. En su parte norte, el Ejército Rojo había alcanzado las fronteras orientales de Prusia, y en la parte sur había desbordado por completo las defensas alemanas ocupando Rumania, Bulgaria, Checoslovaquia y parte de los Balcanes. Solo Hungría continuaba combatiendo al lado del Reich. Cualquier progreso que se lograse hacer contra los soviéticos, daría como resultado una simple modificación en una línea de frente inmensa, sin prácticamente ningún significado estratégico a nivel global.

-Una ofensiva aérea a gran escala era ya impensable. La Luftwaffe había perdido toda capacidad -si es  que alguna vez la tuvo- de desarrollar una campaña de bombardeo estratégico, y su arma de caza cada día se volvía más incapaz de detener las incursiones de bombardeo aliadas.

-En el mar la situación no era mejor. La Batalla del Atlántico hacía tiempo que había concluido como una derrota sin paliativos para los U-Booten. Además, la ya de por si pequeña flota de superficie de la Kriegsmarine estaba prácticamente reducida a la nada. El puñado de buques que quedaban operativos habían visto limitado su campo de acción al mar Báltico.

Teniendo todo lo anterior en cuenta, el Oeste parecía el único lugar en el que, con las fuerzas que la tambaleante Alemania todavía era capaz de reunir, se pudiese lograr una victoria estratégica que crease fricciones -y quizás la ansiada ruptura- entre los aliados occidentales:

-Los angloamericanos habían obtenido un triunfo absoluto en el desembarco de Normandía y las operaciones subsiguientes, gracias al cual consiguieron liberar Francia y Bélgica. La situación empezó a cambiar en los últimos meses de 1944, momento en que la resistencia germana comenzó a fortalecerse. Con grandes esfuerzos, la Wermacht logró detener a los occidentales en una línea de frente que mantenía bajo control alemán la casi totalidad de su suelo patrio, así como una parte de los Países Bajos.

-Además de por la resistencia germana, el avance de los ejércitos aliados también se vio ralentizado por la dificultad en el traslado de los suministros desde las costas francesas. Las líneas de aprovisionamiento americanas y británicas se habían extendido demasiado, y el abastecimiento de las tropas en el frente se hacía más difícil con cada kilómetro que avanzaban. La red ferroviaria franco-belga había sido duramente castigada durante los bombardeos de la RAF y la USAAF a lo largo de 1944, y asimismo continuó siendo destruida por los zapadores alemanes durante la retirada de la Wehrmacht. La toma de Amberes en septiembre mejoraría esta situación, al ofrecer a los occidentales un puerto más cercano a las líneas de frente.

-El terreno salpicado de ríos barrera y bosques espesos suponía grandes trabas a los avances aliados y favorecía la defensa germana.

-El mal tiempo dificultaba el apoyo aéreo cercano al que tan acostumbradas estaban las tropas de tierra angloamericanas.

Todos estos elementos limitaban al menos en parte las tradicionales ventajas aliadas en hombres y material, aunque no obstante hay que señalar que muchos de los problemas citados también afectaban -más si cabe- a sus oponentes:

-La falta de apoyo aéreo era ya proverbial entre los soldados alemanes.

-La escasez suministros, y en particular de combustible, había alcanzado niveles críticos:
  • Por la deserción de Rumania y su paso al bando soviético.
  • Por la campaña de bombardeo que los occidentales habían iniciado meses antes contra la industria petrolífera del Reich.


Las fuerzas implicadas

Alemanes

Hitler estaba decidido a jugarse el todo por el todo. Juntó varias divisiones panzer que todavía disponían de una considerable capacidad de asalto y las mezcló con una amalgama de divisiones de Volksgrenadier -de calidad irregular- para lanzarlas a su deseada ofensiva en el Oeste. El objetivo: Amberes. En caso de alcanzarlo, se lograría romper la conexión entre el 3er y 1er Ejércitos americanos, y copar a este último y a las tropas británicas comandadas por Montgomery.


www .history.army.mil/books/wwii/7-8/notes/Map1.jpg/ Centre of Military History - United States Army



Las tropas germanas en el Oeste estaban comandadas por el mariscal Gerd von Rundstedt y, de estas, las involucradas en la ofensiva se encuadrarían en el Grupo B del Ejército, a las órdenes del mariscal Walter Model. En esta agrupación se incluían, de norte a sur:

-El 15º Ejército (von Zangen) localizado muy al norte de la zona de operaciones. No tuvo participación de importancia.

-El 6º Ejército Panzer de las SS (Josef Dietrich). La formación más poderosa de las Ardenas. Incluía las Divisiones Panzer de las SS 1ª, 2ª, 9ª, 10ª y 12ª; seis divisiones de Volksgrenadier y una de paracaidistas.

-El 5º Ejército Panzer (Von Manteuffel) Más débil que el anterior, pero aún así dotado de una considerable potencia de fuego. Lo componían las Divisiones Panzer 2ª, 9ª, 116ª y 130ª Lehr; cinco divisiones de Volksgrenadier y una de Panzergrenadier. Fue el que mayores progresos logró durante la ofensiva.

-El 7º Ejército. (Brandenberg). Estaba formado únicamente por tres divisiones de Volksgrenadier y una de paracaidistas. Carecía de tropas acorazadas, y su misión consistiría en proteger el flanco sur, impidiendo la previsible ayuda que el 3er Ejército de EEUU intentase prestar a sus compatriotas del 1º.


En total, de acuerdo al historiador Chris Bishop, se lanzaron al ataque unos 200.000 hombres. En lo que respecta a la fuerza blindada, los alemanes contaban con unos 1000 carros de combate escasos de combustible (tanto, que hubo que incluir la toma de los depósitos aliados como un objetivo de la ofensiva).

Ni Rundstedt ni Model (el primero, un militar de la vieja escuela, y el segundo un maestro de las operaciones defensivas) estaban a favor del plan de Hitler y el alto mando germano. Ambos mariscales consideraban que las tropas desplegadas no eran suficientes para alcanzar los ambiciosos fines que sus superiores perseguían. En su lugar, ofrecieron al OKW una solución más limitada. Un ataque sobre Aquisgrán con el que se lograría destruir parte de las fuerzas aliadas y, de tener éxito, eventualmente facilitaría el inicio de una maniobra de mayor calado sobre Amberes. Por su parte, Dietrich y Manteuffel, comandantes -estos sí- de marcado carácter ofensivo y sobre los que recaía el mando de las mejores tropas desplegadas en las Ardenas, tampoco se mostraron entusiasmados ante la idea de iniciar un avance a gran escala, y se decantaban por el plan más modesto de sus superiores directos.

Pero no hubo discusión. Ni Hitler (“la intención, la organización y el objetivo son irrevocables”) ni el OKW con Jodl a la cabeza (“El Führer ya ha decidido que la operación está planificada en sus más mínimos detalles, de modo que deben limitarse a cumplir con las instrucciones”) dieron su brazo a torcer.

Por lo que respecta a la calidad de las fuerzas germanas, destacaremos los siguientes aspectos:

-Las divisiones acorazadas no eran ciertamente lo que habían sido hacía apenas unos meses, y su fuerza variaba bastante de unas unidades a otras. En todo caso, representaban lo mejor que podía poner en juego Alemania a estas alturas de la contienda. A modo de ejemplo, la 2ª Panzer contaba con unos 120 blindados, la 116ª Panzer contaba con unos 80 y la 130ª Panzer Lehr disponía de apenas 60. Como aspecto positivo, la mitad de los carros eran del tipo Panther. La composición de las  divisiones panzer de las SS era similar. De acuerdo al historiador James R. Arnold, cada una contaba con entre 90 y 100 carros de media.

-Las divisiones de Volksgrenadier fueron un tipo de organización impuesta a la infantería por los reveses de la guerra. Los sonadas derrotas de 1944 provocaron una acuciante escasez de hombres, y la respuesta germana consistió en la creación de estas formaciones de “Granaderos del Pueblo”, en las que se redujo el número de efectivos con respecto a las divisiones de infantería tradicional (6 batallones en lugar de 9). Al mismo tiempo se aumentó la potencia del fuego automático de corto alcance, frente al de fusil de largo alcance, con la finalidad de dotar a estas unidades de mayor fortaleza defensiva. La capacidad de las divisiones no era en absoluto homogénea. La 26ª podía considerarse una formación de gran calidad, pero otras no eran más que retales de tropas cosidos apresuradamente.


Aliados

Los americanos fueron quienes soportaron el peso principal del embate germano. Las formaciones que intervinieron en la primera fase de la batalla fueron las siguientes:

-12 Grupo de Ejércitos (Bradley)

     -1er Ejercito (Hodges)
  • VII Cuerpo de Ejército (Middleton). Compuesto por 3 divisiones de infantería y una acorazada.
  • V Cuerpo de Ejército (Gerow). Formado por dos divisiones de infantería.
Los americanos consideraban a las Ardenas como un frente tranquilo, donde un ataque enemigo se veía como algo improbable. En el peor de los casos, dado el desastroso estado en el que se asumía que estaban los alemanes, una ofensiva de estos necesariamente habría de ser débil y podría contenerse a tiempo. Era, entendían, un pequeño riesgo que se podía aceptar.

La infravaloración de sus enemigos provocó que los estadounidenses enviaran a las Ardenas a unidades de veteranos para que descansaran de combates previos; así como a tropas recién llegadas para que comenzaran a adquirir rodaje en un emplazamiento donde se suponía que no se verían envueltas en combates de envergadura. Esta mezcla provoco que al lugar se le conociese como “la guardería y el asilo”.

Además de la limitada capacidad de sus unidades, los estadounidenses sufrirían además otras dificultades. El total de tropas en la zona (unos 85.000 hombres) era reducido para los estándares americanos. Suponía poca infantería para un frente considerablemente alargado. Asimismo, el armamento antitanque era deficiente. El cañón estándar de 57 mm carecía de efectividad ante los modelos de carros germanos más pesados. En cuanto a los blindados, los Sherman se podían equiparar a los Panzer IV, pero eran indudablemente inferiores a los Panther. Por contra, la artillería estadounidense sí era sobresaliente y considerablemente mejor que la de sus oponentes.

En definitiva, los alemanes gozarían en un primer momento de una superioridad local tanto cualitativa como cuantitativa. Dicha superioridad se vería además reforzada por el hecho de que iban a tener a su favor el factor sorpresa. Este se logró gracias tanto a la pasividad aliada, como al buen hacer germano:

-Se minimizaron las comunicaciones por radio, utilizándose mensajeros en moto siempre que fue posible.

-Cuando se hacía necesario utilizar la radio, los mensajes se transmitían de tal modo que incluyesen frases del tipo “en respuesta a la previsible ofensiva aliada...”, lo que dio a los americanos la falsa seguridad de que lo único que estaban preparando los alemanes era un mero despliegue defensivo.

-La castigada red ferroviaria del Reich funcionó considerablemente bien, a pesar de poder operar solo de noche para evitar a los bombarderos aliados, y fue capaz de aprovisionar a sus tropas de una manera aceptable (sobre todo, teniendo en consideración el mal estado de los abastecimientos en el resto de teatros de operaciones)

-Las unidades se desplazaron al frente pocos días antes del combate y se mantuvieron lejos de primera línea hasta prácticamente el inicio de la ofensiva. A las tropas solo se les informó del ataque cuando este era ya inminente.

-La propia reputación de Rundstedt y Model como comandantes anticuado el primero y defensivo el segundo, ayudó a los aliados a reforzar su propia convicción de que todo el despliegue no era sino una simple maniobra defensiva.

En esta situación, con los americanos completamente desprevenidos, a las 5:30 horas del 16 de diciembre de 1944 comenzaría la última gran apuesta de Hitler en Europa occidental.

domingo, 31 de octubre de 2010

Operación Weserübung: la conquista de Noruega II



El asalto al territorio noruego supuso un triunfo total para los alemanes, pero el éxito fue logrado a un alto coste. Los germanos consiguieron poner pie en todos los lugares que se habían marcado como objetivo, aunque las dificultades variaron dependiendo de las zonas. Veamoslas de una en una:


Oslo

En la capital, el grupo de asalto alemán (crucero pesado Blucher, acorazado de bolsillo Lützow y crucero ligero Emdem) sostuvo un duro enfrentamiento con las baterías de costa noruegas. Estas inicialmente tardaron en abrir fuego, ya que pensaban que lo que tenían enfrente eran navíos de la Royal Navy. Cuando los defensores se apercibieron de su error, iniciaron un cañoneo efectivo contra los barcos germanos, hundiendo al Blucher, el cual era uno de los buques más modernos de la Kriegsmarine. Perecieron unos mil hombres, aunque un número similar consiguió salvar la vida. Este desastre provocó que el desembarco se retrasase un día, y esta demora conllevó, de acuerdo al historiador y militar español Luis de la Sierra, que el gobierno noruego y el rey, así como las reservas de oro de la nación pudiesen ponerse a salvo.

Tras el violento encontronazo con el fuego costero, el Lützow y el Emdem retrocedieron y consiguieron poner a sus tropas en tierra a cierta distancia. Estas unidades recibieron el apoyo de la Luftwaffe, lo que les ayudó a consolidar su posición. El arma aérea germana logró asimismo llevar al teatro de operaciones a varias formaciones aerotransportadas (no solo a Oslo, sino también a Stavanger y Aalborg). La acción combinada de este grupo junto con los soldados desembarcados provocaría la caída de la capital noruega.

La perdida del Blucher fue agravada por el torpedeamiento que sufrió el Lützow en su viaje de vuelta a Alemania. El acorazado de bolsillo no fue hundido, pero sufrió daños graves y tuvo que permanecer en dique casi un año.


Kristiansand

En esta zona los alemanes no pudieron desembarcar a la hora prevista debido a la espesa niebla. Tras el amanecer, cuando finalmente fue posible aproximarse a tierra, los germanos ya habían sido localizados por los noruegos cuyas fortificaciones costeras hicieron fuego sin dilación. El Karlsruhe logró con dificultad que los soldados fuesen desembarcados, y estos tomaron las posiciones enemigas al asalto.

Tras concluir con éxito su misión, el Karlsruhe será torpedeado en su viaje de vuelta a Alemania por el submarino inglés Truant. El navío sufrió daños extraordinariamente graves, y tuvo que ser hundido por los propios germanos para evitar que cayese en manos enemigas.


Bergen

Aquí las fuerzas navales alemanas (cruceros ligeros Köln, Konigsberg y buque de adiestramiento Bremse) mantuvieron un duro enfrentamiento con las baterías de costa noruegas, pero también consiguieron desembarcar a las tropas, las cuales gozaron de un intenso apoyo de la Lutfwaffe.

En referencia a las pérdidas, el Königsberg sufrió varios impactos y no pudo emprender el camino de vuelta a Alemania. Sería hundido por aviones británicos poco después.


Trondheim

El Hipper y los destructores que le acompañaban lograron poner las tropas en tierra tras un breve intercambio de disparos con las baterías costeras noruegas, aunque esta escaramuza duró más de lo inicialmente previsto.

El alto mando alemán había planeado enviar al Hipper junto con el Scharnhorst y el Gneisenau al norte con el fin de arrastrar allí a las fuerzas de la Royal Navy, pero no pudo hacerlo dado que estos salieron malparados de los combates que tuvieron lugar en las aguas cercanas a Narvik.


Narvik

Durante las primeras horas del día 9 los diez destructores de la Kriegsmarine desplazados a Narvik hacen su aparición en escena y, tras un breve combate con los guardacostas noruegos, desembarcan a las tropas en territorio escandinavo. Los soldados enemigos no plantearan graves problemas, pero los navíos de guerra aliados conseguirán echar a pique varios buques de aprovisionamiento germanos dificultando el despliegue de estos.

Al amanecer del día nueve los cruceros de batalla Scharnhorst y Gneisenau se topan con el grupo del Renown. Los ingleses comenzaron a disparar inmediatamente y los alemanes, aunque con algo de retraso, devolvieron el fuego. Lütjens, aprovechando la mayor velocidad de sus buques, consiguió retirarse combatiendo hasta salir del alcance de los cañones enemigos. Ningún navío resultó hundido, pero ambos contendientes lograron varios impactos en sus oponentes, provocando en estos daños de diversa consideración.


***

En conjunto, la actuación germana fue sobresaliente. Los alemanes lograron tomar todos los objetivos previstos en el plan de la operación (incluido Dinamarca, país que cayó tras ofrecer una resistencia simbólica), si bien las pérdidas sufridas por la marina de guerra del Reich fueron muy graves.

Los británicos, verdaderos dueños y señores de las aguas en las que se desarrollaron los acontecimientos, no fueron capaces de frenar el ímpetu alemán y se vieron sorprendidos por la rapidez y precisión mostrada durante la audaz maniobra de asalto.

El león ingles había resultado herido en su orgullo y trató de enmendar su error ejecutando dos operaciones consecutivas sobre el norte de la península escandinava. En la primera, pretendían poner fuera de combate la fuerza naval alemana enviada a Narvik, y en la segunda trataron de lanzar su propia operación de desembarco sobre el norte de Noruega. La primera fue un éxito total. La segunda, un fracaso absoluto.


Combate en Narvik, el cementerio de destructores

Hemos indicado anteriormente como una decena de destructores germanos fueron los encargados de llevar las tropas del Reich a este puerto del septentrión noruego. Esta agrupación cumplió con su propósito, pero su éxito no repercutió sobre ella misma. Gracias a la decidida actuación inglesa que iba a tener lugar, ninguno de estos navíos volvería a ver Alemania.


El día 10 el almirantazgo británico ordena al capitán Warburton-Lee que se aproxime con cinco destructores a Narvik y compruebe si es factible atacar a sus contrapartes alemanes. El marino así lo creyó y, sin pensárselo dos veces, se lanzó contra ellos. La sorpresa de los germanos fue absoluta, y en poco tiempo sufrieron graves pérdidas. No satisfecho con esto, el inglés cargó en otras tres ocasiones contra sus enemigos causándoles en total la pérdida de dos destructores (así como daños graves en otros dos) y de siete buques mercantes, además de provocar serias averías a otros seis. Las unidades de la Royal Navy solo abandonará la escena cuando sus municiones estén prácticamente agotadas.

Tras su partida, los anglosajones se encontraron con una formación alemana de tres destructores, los cuales abrieron fuego contra aquellos. Los ingleses no tuvieron suerte esta vez, y los navios del Reich lograron hundir al Hunter y alcanzar al Hardy -buque donde se encontraba Warburton Lee- hiriendo gravemente al capitán inglés. El bravo marino fue trasladado por su tripulación a tierra, donde fallecería poco después. Después de esta pequeña victoria, los germanos pusieron proa a Narvik, donde esperaban repostar antes de volver a Alemania. No ocurriría así.

El día 13, la Royal Navy aprovechó la ocasión que se le presentaba para atacar y destruir en Narvik a numerosos destructores enemigos. Los ingleses reunieron una considerable fuerza naval que incluía al portaaviones Furious y al acorazado Warspite, además de nueve destructores, y cercaron a los alemanes cortandoles la salida al mar abierto. Ambos contendientes lucharon bravamente, pero para los germanos era una batalla perdida de antemano. Los buques del Reich combatieron con tesón, pero siempre en retirada hasta el interior del fiordo. Después de que todos sus compañeros fuesen hundidos, el mismo día 13 sería destruido el Thiele, el último de los destructores de la Kriegsmarine que habían llegado a Narvik el día 8. El éxito británico fue total.


Desembarco aliado en Noruega

Cuando los anglosajones se toparon con la noticia de que los alemanes se les habían adelantado, tan pronto como se recuperaron de la desagradable impresión inicial se dispusieron a tratar de aprovechar la situación a su favor. El plan de ocupar el norte de Escandinava y establecer allí un segundo frente volvía a aparecer con fuerza en las mentes de los estrategas aliados. La Lutfwaffe no era tan fuerte en la parte septentrional noruega como lo era en la meridional, y el control de las aguas por parte de la Royal Navy era total, sobre todo después del éxito del ataque contra los destructores germanos.

Con este esperanzador panorama, el mando aliado trato de explotar esta superioridad en su beneficio, e inmediatamente lanzó operaciones de asalto al norte y al sur de Trondheim, donde puso en tierra a 13.000 hombres; y en las cercanías de Narvik, en Harstad, lugar en el que desembarcó a unos 25.000 soldados (ingleses, franceses y polacos)

La maniobra sobre Trondheim no se desarrolló bien, y las tropas fueron evacuadas a primeros de mayo. El caso de Narvik fue distinto, y la cosa se puso más fea para los alemanes. Las tropas germanas (2000 soldados, unos 2100 marineros provenientes de los navíos hundidos, y un puñado de tropas aerotransportadas) comandadas por el general Dietl estaban en una situación de manifiesta inferioridad, pero consiguieron mantener a raya contra todo pronostico a los atacantes. La tenacidad alemana dio sus frutos, y los aliados acabarían reembarcando sus tropas una vez que la ofensiva lanzada por la Wehrmacht contra Francia Bélgica y los Países Bajos en mayo les obligase a centrar toda su atención en este teatro de operaciones.

La Kriegsmarine logró un último éxito hundiendo varios mercantes aliados durante la evacuación de las tropas enemigas, así como mandando al abismo al portaaviones Glorious (destruido por el Scharnhorst y el Gneisenau)


Consecuencias

Las perdidas alemanas fueron reducidas en hombres, pero considerables en material y navíos. El Reich perdió el asalto unos de 5.000 soldados, 250 aviones y 8 submarinos, además de los buques mencionados con anterioridad.

Como resultado positivo, Alemania se aseguró el suministro de mineral de hierro sueco, si bien este perdió parte de su importancia gracias a las ulteriores conquistas de la Wehrmacht que proporcionaron al Reich nuevas fuentes de materias primas.

Asimismo, la conquista de la nación de los fiordos proporcionó a la Kriegsmarine bases para dar apoyo a la guerra submarina contra el tráfico mercante británico, guerra que la armada alemana emprendería a gran escala pocos meses después.

Por su parte, los ingleses, quienes habían visto empeorada su situación estratégica (debido a que el bloqueo de la flota alemana pasaba a ser considerablemente más complicado) trataron de mejorar su posición ocupando las Islas Faeroe y desembarcando en Reykjavik.

Las bajas sufridas frente a la Royal Navy dejaron a la Kriegsmarine reducida a un puñado de buques. Además, varios barcos que no fueron hundidos sí padecíeron graves averiás que les obligaron a permanecer en reparación durante meses. Como consecuencia de las pérdidas en combate, los navíos de la armada alemana en condiciones de operar se redujeron a un crucero pesado, dos ligeros y cuatro destructores

Por último, conviene mencionar que la nación conquistada fue cara de proteger. Al final de la guerra, todavía quedaban asentados en el territorio noruego unos 300.000 soldados de la Wehrmacht (unos meses antes, la cifra se había elevado hasta el medio millón) que no pudieron desplegarse en otras zonas donde la amenaza militar era más acuciante.
----------------------
Fuentes:
La Guerra Naval en el Atlántico.
Luis de la Sierra
Ed. Juventud
1974
Europa bajo los Escombros
Fernando Paz
Ed. Altera
2008

jueves, 30 de septiembre de 2010

Operación Weserübung: la conquista de Noruega I


Una de las operaciones más improvisadas por parte de la Wehrmacht en la SGM fue la conquista de la nación occidental de la península escandinava. La ocupación de este territorio fue consecuencia más del miedo que tenían los alemanes a que los aliados tomasen posiciones en los países nórdicos que de su propia voluntad de verse involucrados en una campaña para la que estaban inmensamente menos capacitados que sus adversarios.


Importancia estratégica de Escandinavia

La industria de guerra del III Reich dependía en gran medida del suministro de hierro procedente de las minas de Gallivare y Kiruna radicadas al norte de Suecia. A lo largo del verano, el transporte de este mineral se realizaba a través del Báltico, embarcándose en el puerto de Lulea, pero esta ruta quedaba impracticable en el invierno. Por ello, durante los meses más fríos del año, parte del transporte tenía que efectuarse desde el puerto noruego de Narvik, ya que este -gracias a la cálida corriente del Golfo- sí permanecía abierto a la navegación. Desde esta localidad los mercantes germanos trasladaban su carga hacia el Reich viajando por las aguas jurisdiccionales noruegas hasta llegar a los estrechos daneses, y desde estos hasta Alemania.

En septiembre de 1939, Churchill -entonces primer lord del Almirantazgo- propuso al gabinete de guerra británico el minado de las aguas noruegas con el objetivo de estrangular el tráfico mercante germano. La medida no fue adoptada, pero las intenciones anglosajonas fueron descubiertas por la inteligencia militar del Reich -el Abwehr- y el almirante Cannaris informó de las mismas a Raeder, el jefe de la Kriegsmarine. A consecuencia de estas noticias, la armada alemana empezó a estudiar una eventual conquista de la nación de los fiordos, solo para llegar a la conclusión de que no contaba con los medios necesarios para llevar a buen término tal propósito. Además, en aquellos momentos Hitler estaba más interesado en mantener a Escandinavia neutral que en cualquier otra situación, por lo que desestimó las llamadas de atención de su marina sobre este particular.


El deterioro de la situación: la guerra ruso-finesa

En noviembre de 1939, la Unión Soviética atacó Finlandia con el objetivo de lograr ganancias territoriales a costa del país de los mil lagos, alejando de este modo a las tropas finesas de las cercanías de Leningrado. A consecuencia de esta invasión, los occidentales estudian la posibilidad de intervenir en ayuda de la nación golpeada por los bolcheviques. El proyecto aliado pasa por ocupar en primer lugar la parte septentrional de la península escandinava, tomando Narvik para desde allí trasladar tropas a luchar contra los soviéticos. Estos planes acabarían cayendo en saco roto poco después, aunque los franceses sí que llegaron a enviar algunos pertrechos militares a los soldados que se oponían al Ejército Rojo.

En diciembre, Quisling -el líder fascista noruego- visita Berlín y solicita de Raeder y Hitler su apoyo a un golpe de estado para deponer al gobierno y situar a la nación nórdica bajo la órbita del Tercer Reich. El jefe de la Kriegsmarine era favorable a la intervención en el extremo norte europeo, pero el Führer se negó, alegando -como ya venía haciendo con anterioridad- que prefería mantener a Escandinavia como zona neutral y que no tenía intención de verse inmiscuido en operaciones que pudiesen traer como consecuencia la extensión de las hostilidades a este territorio. El dictador tenía sus ojos puestos en la ofensiva que pretendía lanzar en el oeste al año siguiente y se mostraba reacio a iniciar cualquier movimiento que, al suponer una dispersión de fuerzas, pudiese dificultar la ejecución de dicho ataque

La resistencia finesa a la invasión trajo consigo la prolongación de la guerra contra los soviéticos, lo que dio a los aliados la oportunidad de volver sobre sus planes de intervenir en favor de los primeros. El 15 de enero de 1940 Gamelin recomendó a Daladier que, aprovechando la guerra entre Finlandia y la URSS, convendría “usar los aeródromos de Noruega” para extender “la operación al interior de Suecia y ocupar las minas de hierro de Gallivare”. Poco después, el 20 de enero, Churchill radiaba una alocución en la que afirmaba el derecho de los anglofranceses a llevar la guerra a las naciones neutrales, lo que provocó las protestas de los estados nórdicos, así como de Bélgica y de Países Bajos. El gobierno inglés sostuvo que se trataba de la opinión personal de Churchill, y que no representaba la postura oficial del ejecutivo británico; pero la preocupación en el seno del Tercer Reich aumentó. El Führer, al encontrarse ante la posibilidad de que el norte de Europa se convirtiese en un teatro de operaciones bélicas, ordenó finalmente que se esbozase un proyecto para invadir Noruega en caso de que el devenir de los acontecimientos lo hiciese necesario. El plan estuvo finalizado el 5 de febrero, momento en que se reunió el estado mayor germano para discutirlo.

Ese mismo día, los aliados se encontraron en París para tratar acerca de la operación con la que, bajo el pretexto de enviar voluntarios a Finlandia, pretendían apoderarse de la parte norte de Escandinavia del modo que ya había propuesto Gamelin. Los francobritánicos habían acelerado sus preparativos, planeando iniciar el ataque a principios de marzo. Parecía que los occidentales se habían decidido finalmente a tomar la delantera al Reich, pero paulatinamente se fueron ampliando los plazos, lo que provocó que aquellos perdieran su ventaja.


El incidente del Altmark

En febrero de 1940 el Altmark, buque que había estado aprovisionando al Graf Spee, regresaba de sus correrías por el Atlántico atravesando las aguas jurisdiccionales noruegas en su camino de vuelta a Alemania. Dicho barco transportaba en sus bodegas a 300 marineros británicos procedentes de los mercantes hundidos por el malhadado acorazado de bolsillo germano. El día 15, el navío fue localizado por aviones ingleses en las cercanías de Bergen, e inmediatamente la Royal Navy desplazó una flotilla de destructores con intención de capturarlo.

Los esfuerzos anglosajones iban a dar pronto sus frutos. El destructor Cossack localizó al Altmark y este, al saberse descubierto, trato de buscar refugio en el fiordo de Jössing. Dos torpederas noruegas hicieron su aparición en escena, impidiendo el paso al perseguidor del germano. El Cossack, capitán de navío Vian, conversó con las pequeñas embarcaciones que se interponían en su camino, pero estas se negaron a apartarse. En vista de las circunstancias, el destructor pidió instrucciones al Almirantazgo, el cual indicó al buque que emplease la fuerza estrictamente necesaria para forzar su paso. Tras esto, el navío inglés advirtió a las torpederas que se hiciesen a un lado ya que iba entrar en el fiordo quisieran estas o no, al tiempo que apuntaba sus armas hacia los noruegos quienes, ante esta poco velada amenaza, accedieron a retirarse.

Ya había caído la noche cuando el Cossack abordó al Altmark. Este último buque se encontraba pegado a tierra, lo que fue aprovechado por su comandante, el capitán Dau, para poner las máquinas en avante toda y así conseguir que el navío embarrancase. En la confusión, un alemán disparó hiriendo a un marinero inglés, a lo que los anglosajones respondieron devolviendo el fuego y matando a varios germanos. El destructor británico logró finalmente liberar a los prisioneros, pero la acción provocó que el Reich empezase sospechar que la neutralidad noruega no era tal, y Quisling atizó el fuego de la desconfianza alemana informando a Hitler de que el hecho había sido preparado de antemano.

El Führer se terminó de decidir a invadir Noruega a consecuencia de este incidente y el 20 de febrero ordenó a von Falkenhorst -elegido para este fin por haber participado en diversas operaciones en Finlandia en 1918- que diseñase el plan de ataque definitivo. Como otros comandantes germanos, lo primero que hizo Von Falkenhorst tras recibir sus instrucciones fue comprar una guiá de carreteras Baedeker, ya que el militar carecía de mapas del país nórdico. Con la ayuda de esta elaboró el denominado Plan Weserübung, que fue aprobado por Hitler el día 1 de marzo, aunque dicha aprobación no especificó la fecha de ejecución, quedando la determinación de esta pendiente de la evolución de la situación bélica.

La contienda ruso-finlandesa terminaría en marzo de 1940, y la derrota de estos últimos aceleró la caída del gobierno de Daladier, y el ascenso al poder de Reynaud, quién se suponía iba a imprimir más energía al esfuerzo de guerra de los galos. El consejo supremo interaliado se reunió en Londres el 28 de marzo, y finalmente acordó llevar a cabo el minado de las aguas jurisdiccionales noruegas, minado que tendría lugar el 5 de abril, después de que los occidentales hubiesen notificado a los gobiernos nórdicos que su neutralidad favorecía a Alemania. Asimismo, los anglofranceses decidieron no demorar más su intervención militar en el norte de Escandinavia. El plan aliado, denominado Plan Wilfried, incluía el transporte de 18.000 soldados francobritánicos hasta Narvik y la posterior penetración de dicha fuerza en el norte de Suecia. También se contemplaba el desembarco de otros contingentes en los puertos de Stavanger, Bergen y Trondheim. Se proyectó iniciar la operación el 8 de abril.


Hitler decide intervenir

Los servicios de inteligencia germanos se enteraron de la inminencia de la intervención aliada, lo que terminó de convencer al Führer de la necesidad de lanzar la operación Weserübung cuanto antes si se pretendía que tuviese alguna posibilidad de éxito. La fecha acordada fue el 7 de abril, con lo cual los alemanes se adelantaban un día a los anglofranceses. Los germanos pretendían iniciar la operación con anterioridad a sus enemigos ya que, en caso de permitir a los occidentales ocupar parte de Escandinavia, la superioridad naval de estos haría muy difícil que la débil marina del Reich pudiese sostener una campaña prolongada de sus ejércitos en aquellas tierras. Desde un punto de vista estrictamente militar, a Alemania no le quedaba más opción plausible que adelantarse a sus enemigos e impedir la consolidación de un frente en el norte de Europa.

El ambicioso proyecto germano, dadas las reducidas dimensiones de su marina de guerra, iba a ser extraordinariamente difícil de ejecutar. Para llevar el desembarco a buen fin, la armada organizó varios grupos que se encargarían de transportar pequeños contingentes de soldados germanos a diversos puertos noruegos. Estos grupos eran los siguientes:

Grupo I: Narvik-Trondheim
-10 destructores, transportando 2000 soldados a Narvik.
-Crucero pesado Hipper y cuatro destructores, transportando 700 soldados a Trondheim

Este grupo estaría apoyado por el Scharnhorst y el Gneisenau, comandados por el almirante Lütjens, como fuerza de cobertura.

Grupo II: Bergen
-Cruceros ligeros Köln y Konigsberg, y buque de adiestramiento Bremse, además de pequeñas embarcaciones de apoyo, transportando 1900 soldados

Grupo III: Kristiansand
-Crucero ligero Kalsruhe y otras navios menores, transportando 1100 soldados

Grupo IV: Oslo
-Crucero pesado Blucher, acorazado de Bolsillo Lützow, crucero lígero Emdem y otros buques menores, transportando 2000 soldados.

Las diversas agrupaciones debían iniciar simultáneamente la operación principal de desembarco a las 5:00 del 9 de abril. Además, dada la escasa capacidad de la Kriegsmarine para el transporte de tropas (en el primer golpe, los alemanes apenas podrían poner en tierra los efectivos equivalentes a una división), se planificaron también varias operaciones de apoyo. Por un lado, a la capital de Noruega llegarían en los días siguientes varios transportes con 15.000 soldados más. Por otro, para ayudar a los asaltantes, el día 2 de abril habían partido de Stettin varios cargueros con material de guerra que debía entregarse a los combatientes de los diversos grupos de asalto una vez desembarcados.

La Kriegsmarine asimismo desplazó unos 35 submarinos a las diferentes zonas de operaciones.

A última hora, los alemanes se decidieron también a ocupar Dinamarca. La razón de esta multiplicación de los objetivos hay que buscarla en la escasa fuerza de la armada del Reich. Dada la debilidad germana en el mar, era evidente que la Luftwaffe iba a tener que apoyar las operaciones en Noruega desde el aire, y para esto seria de gran ayuda contar con los aeródromos situados al norte de la península de Jutlandia.


Preparativos aliados

Los occidentales, una vez que abandonan sus titubeos iniciales, emplearán en su operación de desembarco una parte considerable de sus recursos militares. A modo de resumen, podemos señalar lo siguiente:

-El día 4 salieron del Reino Unido 19 submarinos para tomar posiciones en la zona de operaciones.

-El día 5 abandonaron Scapa Flow el crucero de Batalla Renown y 4 destructores, a los que se unieron posteriormente el crucero Birmingham y varios destructores más que ya se encontraban en el mar. Este grupo debía evitar que los noruegos pusiesen trabas al minado de sus aguas.

-En la mañana del 7 se embarcaron las primeras tropas francobritánicas destinadas a Narvik y Trondheim.

-La misma mañana del 7 la RAF descubre una fuerza naval germana dirigiéndose al norte de Escandinavia. Por otra parte, unas horas después llegó un informe a la Home Fleet y al Almirantazgo en el que se advertía que Hitler estaba planeando una operación sobre Noruega y Dinamarca, dejando Suecia al margen, aunque se señalaba que la información podía ser de dudoso valor. Las dudas respecto a la veracidad de la noticia provocaron que esta no fuese creída por el gobierno británico.

-A las 13:30 la RAF ataca sin éxito a la fuerza del almirante Lütjens, pero a la marina británica no le llegará la información respecto a la posición de las unidades navales enemigas hasta varias horas después debido al radiosilencio impuesto entre los ingleses.

-Por la tarde, sobre las 20:00, los navíos alemanes cruzan el paralelo de Scapa Flow en su camino hacia el norte de Noruega. Aproximadamente al mismo tiempo, la Home Fleet (acorazados Rodney y Valiant, y crucero de batalla Repulse, a los que se les unirían media docena de cruceros y una veintena de destructores) sale a interceptar a Lütjens.

De lo anterior se observa que el esfuerzo bélico aliado -principalmente anglosajón- fue notable. Las unidades mencionadas sumadas al resto de fuerzas navales desplegadas en la zona elevaban los efectivos aliados en el área el día ocho de abril a 2 acorazados, 2 cruceros de batalla, 12 cruceros y 37 destructores. La superioridad aliada era, por tanto, absoluta; mas dicha superioridad no se iba a traducir en resultados positivos.

miércoles, 18 de agosto de 2010

El Pacto Molotov-Ribbentrop III


Ya hemos explicado en la entrada anterior como la URSS había llegado a ser el punto esencial del nudo gordiano en que se había convertido la situación política europea a mediados de 1939, así que pasamos ahora a exponer como los implicados en la partida de póquer trataron de cortar dicho nudo para beneficiarse de las circunstancias y alcanzar una posición de fuerza de cara a los complicados tiempos que se avecinaban.

Los occidentales habían garantizado la independencia de Polonia en marzo, pero visto el fracaso de Munich el año anterior, no estaba claro que esta declaración fuese algo más que un brindis al sol. Stalin conocía lo que había pasado con los checos y nadie le aseguraba que las declaraciones aliadas fuesen a evitar que un golpe similar de Hitler contra estado polaco dejase al Führer abiertas las puertas del territorio de este último; en cuyo caso el Vozhd se encontraría con los ejércitos germanos justo ante sus fronteras. Debido a esta preocupación del georgiano, y para evitar dar a las democracias la oportunidad de plegarse nuevamente a un eventual acto de fuerza de Hitler, el dictador soviético exigió de los francobritánicos, en caso de estos que pretendiesen contar con la ayuda del Ejército Rojo para hacer frente a la Wehrmacht, la firma de una alianza militar con la URSS.

Gracias a las dudas del Vozhd, la preferencia por un acuerdo con los germanos en detrimento de los occidentales se fue abriendo paso en las entrañas del Kremlin. El 29 de junio Zhdanoz -jerarca soviético, máximo dirigente de Leningrado, amigo del dictador y presunto sucesor de este- publicó un artículo en Pravda en el que dudaba que los anglofranceses tuviesen verdaderas intenciones de llegar a un “tratado en pie de igualdad con la URSS”. Con este texto, una importante pieza en el tablero del Politburó mostraba publicamente sus preferencias por Alemania. Zhdanoz y Stalin mantuvieron en aquella época constantes discusiones acerca de las ventajas e inconvenientes que conllevaría una alianza con el Reich. Zhdanov, con la mente puesta en el fortalecimiento de la posición de Leningrado, empezó a plantear como necesaria para la seguridad de la URSS no solo la firma de un alianza militar, sino también el hecho de que esta debería incluir el reconocimiento de los intereses soviéticos en los estados bálticos.

Con ambas opciones aún sobre la mesa, a principios de agosto la URSS no parecía tener una preferencia clara definida, por lo que tanto los occidentales como los alemanes se aprestaron a mover sus hilos para tratar de atraer al coloso soviético a su lado.


Lentitud aliada, audacia germana

Gran Bretaña y Francia enviaron a la URSS una delegación de bajo rango encabezada por el almirante Reginald Aylmer Ranfurly Plunkett-Ernle-Erle-Drax por el lado británico y el general Joseph Doumenc por el lado francés, con la misión de proponer una alianza a los soviéticos, pero no de dejar a la URSS el camino despejado para ocupar los países bálticos. Los occidentales llegaron a Leningrado la noche del 9 de agosto y desde esta ciudad salieron en tren para Moscú donde se entrevistaron con Molotov y Voroshilov. La primera impresión fue desastrosa; el representante inglés no portaba las credenciales adecuadas, hecho que provocó las iras de Stalin y acentuó sus sospechas con respecto a la seriedad de las intenciones de las democracias.

A pesar de todo, las reuniones con los francobritánicos comenzaron el 12 de agosto; mas el dictador bolchevique dejo patente en una conversación con Molotov que no se fiaba de ellos:

“No van en serio. Esa gente no puede tener la autoridad debida. Londres y París están jugando otra vez al póquer”

“En cualquier caso, las conversaciones deben seguir adelante” replicó Molotov.

“Bueno, si tienen que seguir, que sigan” aceptó a regañadientes Stalin.

Pero los hechos vinieron a dar la razón al Vozhd, y de estas discusiones no salió nada reseñable, aparte del curioso incidente a que dio lugar la llegada de las credenciales perdidas. Cuando estas arribaron, el almirante inglés leyó en voz alta sus títulos, entre los que se encontraba la “orden del baño”, que el interprete soviético tradujo como “orden de la bañera”.

“¿De la bañera?” inquirió Voroshilov entre extrañado y sorprendido; solo para comprobar como la respuesta que recibía le dejaba aún más descolocado:

“En tiempos de nuestros antiguos reyes” comenzó a explicar el inglés “nuestros caballeros solían viajar por Europa a lomos de sus caballos matando dragones y salvando doncellas desvalidas. Cuando volvían a la patria sucios del viaje y agotados, presentaban sus respetos al rey, que a veces ofrecía al caballero un lujo excepcional: un baño en el cuarto de aseo real”

El mismo día 12, los soviéticos indican a los alemanes que estaban dispuestos a sentarse a negociar en serio, incluso sobre una futura partición de Polonia. El 14, el Führer decide enviar a su ministro de asuntos exteriores (Ribbentrop) a Moscú; y el 15 el embajador del Reich en la URSS (Schulenberg) solicita como paso preliminar una entrevista con Molotov. El ruso, previo consentimiento de Stalin, da su conforme.

En paralelo a las conversaciones con los germanos, la URSS intentó nuevamente de aprovechar la ventaja de jugar con dos barajas, y el 17 Voroshilov propuso a los franco-británicos la firma de un tratado de ayuda militar, pero condicionaba este a que los occidentales convenciesen a polacos y rumanos de que permitiesen el paso de tropas soviéticas en caso de enfrentamiento con Alemania. Drax no pudo acceder, ya que no había recibido instrucciones de su gobierno en ese sentido. Al Reino Unido se le estaban acabando las fichas, y el precio que la URSS pretendía poner a su amistad empezaba a ser superior a lo que los aliados estaban dispuestos a pagar.

El 19 Stalin habló ante el Politburó y pareció decidido a jugarse la carta germana, aunque con precauciones:

“Debemos aceptar la propuesta de Alemania y rechazar diplomáticamente a la delegación anglo-francesa. La destrucción de Polonia y la anexión de la Galitzia ucraniana será nuestra primera ganancia”

“No obstante” continuó “debemos prever las consecuencias tanto de la derrota como de la victoria de Alemania. Si el resultado es la derrota, la formación de un gobierno comunista en Alemania será esencial”

“Por encima de todo, nuestra labor consiste en asegurar que Alemania se comprometa en una guerra lo más larga posible y que el Reino Unido y Francia agoten tantos recursos que no puedan vencer a un gobierno comunista alemán”


El dictador bolchevique, una vez que ha aclarado su posición a sus subalternos, ordena a Molotov que deje de tratar con los occidentales. Siguiendo las instrucciones recibidas, el comisario de asuntos exteriores convocó precipitadamente a Schulenberg esa misma tarde, y acordó con los germanos la firma de un tratado comercial considerado por Stalin como un paso imprescindible para empezar a hablar de asuntos más serios. A lo largo de estas discusiones, salieron a relucir más o menos los concesiones que exigiría Moscú para permitir a Berlín el ataque a Polonia. A grandes rasgos, parecía evidente que los soviéticos solicitarían que tanto el este de esta nación como los estados bálticos quedasen bajo su control.

La apuesta era muy alta, pero a Alemania se le agotaba el tiempo. Si pretendía estar en posición de atacar Polonia, el Reich necesitaba asegurarse la amistad rusa cuanto antes. Ciertamente parecía que en las últimas horas la situación estaba adoptando un cariz favorable a sus intereses, pero Hitler era consciente de que su figura despertaba recelos en su contraparte soviético, recelos que podrían poner en dificultades el deseado acuerdo. La preocupación del Führer no carecía en absoluto de sentido. Stalin era un pragmático, dispuesto a optar por el acuerdo con los germanos porque de este sacaría más beneficios que de un entendimiento con los anglofranceses; mas también era un lector voraz y había estado estudiando cuidadosamente y en profundidad el “Mein Kampf” de Hitler, lo cual no contribuyó precisamente a aclarar sus dudas con respecto a las intenciones del austriaco para con los bolcheviques. Para paliar esta desconfianza, el dictador germano prescinde de intermediarios y, el día 20, envía un telegrama a Moscú dirigiéndose personalmente al “Querido Sr. Stalin”. El Vozhd, ayudado por Molotov y Voroshilov, contestó de la siguiente manera:

“Al canciller de Alemania, A. Hitler:

Gracias por su misiva. Espero que el tratado germano soviético de no agresión suponga un punto de inflexión de cara a una seria mejora de las relaciones políticas entre nuestros países....”

“El gobierno soviético me ha dado instrucciones para que le comunique que está conforme con la visita del Sr Ribbentrop a Moscú el 23 de agosto.

I. Stalin”


A las 8:30 de la tarde del 22 llegó la respuesta al Führer. La reacción de este fue exultante:

“Maravilloso. Tengo el mundo en el bolsillo”

Ese mismo día, Voroshilov despachó a los delegados anglofranceses indicándoles simplemente “esperemos a que todo se haya aclarado”. La opción alemana había triunfado. El Reich había vuelto a ganar por la mano a los occidentales.


La negocación

El 22 de agosto Jruschov, primer secretario del partido en Ucrania, llegó a Moscú para participar en una excursión de caza junto a Voroshilov y Malenkov; pero antes de reunirse con estos estuvo cenando con Stalin, quien sonriendo le comunicó que Ribbentrop estaba a punto de llegar. Jruschov respondió extrañado:

“¿Para que iba a querer venir a vernos Ribbentrop? ¿Ha desertado?”

Al mismo tiempo, el futuro líder soviético informa a Stalin acerca de su planificada excursión junto a otros jerarcas, solicitando saber si debía cancelarla.

“Vete tranquilo” respondió el mandatario “tu no tienes nada que hacer. Molotov y yo nos entrevistaremos con Ribbentrop. Cuando vuelvas, ya te diré lo que piensa Hitler”

El hecho de que Jruschov, quien en aquella época ya era una figura de relevancia en la política soviética, no estuviera al tanto de las conversaciones con los alemanes, nos da una idea del secreto con el que la URSS pretendía llevar las mismas. Tan solo estaban informados de estas los siguientes jerarcas bolcheviques:

-Stalin: secretario general del partido y gobernante absoluto de la URSS.
-Molotov: primer ministro y comisario de asuntos exteriores.
-Voroshilov: comisario de defensa.
-Beria: Jefe del NKVD (Comisariado del interior)
-Zhdanov: máximo dirigente de Leningrado. Principal defensor de la política de acercamiento a Alemania.
-Mikoyan: comisario de comercio.

----------------------------------

Ribbentrop llegó a la capital soviética a la una de la tarde del 23 de agosto, donde fue recibido al son del “Deutschland über Alles” en un aeropuerto engalanado con esvásticas para la ocasión. Después de un breve paso por la embajada germana en Moscú, la delegación alemana llegó al Kremlin a las tres de la tarde, e inmediatamente fue llevada a presencia de Stalin y Molotov. Cuando ambas delegaciones se sentaron, Ribbentrop declaró:

“Alemania no exige nada de Rusia. Solo paz y relaciones comerciales”

Tras esto, por parte de los bolcheviques Stalin quiso ceder la palabra a Molotov, pero este declinó la responsabilidad y sugirió que fuese el propio dictador el que llevase la voz cantante en las negociaciones. Estas comenzaron a avanzar a buen ritmo, y el pacto era un hecho ese mismo 23 de agosto. Tras alcanzar el esperado acuerdo, Ribbentrop pretendió iniciar una loa a la amistad germano-soviética, pero el georgiano le interrumpió con celeridad:

“¿No le parece que deberíamos prestar más atención a la opinión pública de nuestros respectivos países? Durante muchos años nos hemos dedicado a tirarnos cubos de mierda a la cabeza y nuestros responsables de propaganda no se cansaban de inventar cosas en ese sentido. ¿Y ahora de repente vamos a hacer creer a nuestros pueblos que todo esta olvidado y perdonado? Las cosas no funcionan con tanta rapidez.”

Poco después, Ribbentrop volvió a la embajada para telegrafiar al dictador germano los términos del acuerdo y solicitar su conforme. A las diez, tan pronto como llegó la aprobación del Führer, el ministro retornó al Kremlin para comunicar a los soviéticos que el Reich aceptaba del pacto. La reacción de Stalin fue pausada pero jovial. Apretó la mano del enviado alemán, e inmediatamente después pidió vodka (aunque realmente lo que bebía era agua, tal y como comprobaron varios miembros de la delegación germana) y lanzó un brindis por Hitler:

“Se cuanto ama la nación alemana a su Führer. Es un tío genial. Quisiera beber a su salud”

A continuación, Molotov brindó por Ribbentrop, quien a su vez hizo lo propio por el dictador soviético.

Poco después, a las dos de la mañana del 24 de agosto, el tratado estaba listo para su firma, y ambas partes lo rubricaron. A las tres, al tiempo que los intervinientes en las conversaciones se despedían, el Vozhd le dijo a Ribbentrop:

“Puedo darle mi palabra de honor de que la Unión Soviética no traicionará a su socio”


Los protocolos secretos

A pesar de que el pacto que se hizo público era simplemente un compromiso de amistad y cooperación política y comercial, los posteriormente famosos “protocolos secretos” lo transformaban en un acuerdo mucho más amplio que convertía a la URSS y al Tercer Reich, si no en aliados, sí en colaboradores necesarios de la política del otro. Estos protocolos eran los siguientes:

Moscú 23 de agosto de 1939

Con ocasión del Pacto de No agresión entre el Reich alemán y la Unión Soviética, los plenipotenciarios abajo firmantes […] han tratado acerca de […] sus respectivas esferas de influencia en Europa oriental, llegando a las siguientes conclusiones:

1/En el caso de que se produzca una reorganización política y territorial de los estados bálticos (Finlandia, Estonia, Letonia y Lituania) la frontera septentrional de Lituania constituiría el límite de las esferas de influencia de Alemania y de la Unión Soviética […] ambas partes reconocen los intereses de Lituania en la región de Vilna.

2/En el caso de que se produzca una reorganización política y territorial de las regiones que pertenece al estado polaco, las esferas de influencia de Alemania y la Unión Soviética discurrirán aproximadamente de acuerdo a la línea que forman los ríos Vístula, Narev y San. El asunto de si resulta favorable para los intereses de ambas partes el mantenimiento de un estado polaco independiente […] puede resolverse definitivamente […] por medio de un acuerdo amistoso.

3/Con relación al sureste de Europa, el bando soviético llama la atención sobre sus intereses en Besarabia. El bando alemán declara que carece de intereses en esta zona.


4/Ambas partes trataran este protocolo dentro del más estricto secreto […]

Por el gobierno del Reich alemán: J. Von Ribbentrop // Plenipotenciario por el gobierno de la URSS: V. Molotov



Las primeras reacciones de Stalin y Hitler

Tras llevar a buen puerto el pacto con Ribbentrop, el dictador bolchevique y su comisario de asuntos exteriores se dirigieron Kuntsevo donde les esperaban Vososhilov, Jruschov, Malenkov y Bulganin, quienes habían vuelto recientemente de su excursión de caza. El Vozhd y Molotov se mostraban exultantes con la firma del pacto, y les contaron a sus interlocutores los detalles. Aparte de la narración, durante la cena el georgiano ofreció a sus camaradas más cercanos su punto de vista sobre el recién alcanzado acuerdo:

“Naturalmente el juego consiste en ver quién engaña a quien. Ya se lo que trama Hitler. Cree que es más listo que yo, pero en realidad soy yo quién le ha engañado. La guerra tardará en afectarnos todavía un poco más”

En el otro extremo del tapete verde, miles de kilómetros al oeste, el Führer recibió la noticia del pacto en el Berghof de Berchtesgaden; comunicó la misma a sus invitados, y les condujo al balcón desde donde se podía observar un crepúsculo rojizo en el horizonte montañoso. Con la inminente campaña contra Polonia en mente el dictador comentó:

“Parece un gran charco de sangre. Esta vez no lo conseguiremos sin violencia”
--------------------------
Fuentes:
La Corte del Zar Rojo
Simon Sebag Montefiore
Ed. Crítica
2004
Europa en Guerra 1939-1945
Norman Davies
Ed. Planeta 2008

domingo, 4 de julio de 2010

El Pacto Molotov-Ribbentrop II


El Tercer Reich consiguió su primer logro internacional en 1935. En enero de ese año el Sarre, territorio germano controlado por la Sociedad de las Naciones desde el fin de la PGM, decide mediante plebiscito volver a unirse a Alemania, mas incluso con ese triunfo en su haber los nazis todavía distaban de convertirse en una potencia con capacidad para hacer peligrar de modo efectivo la estabilidad del continente.

Ante el renacimiento del Reich, y en el marco de las alianzas anti-germanas a las que hemos hecho referencia en la entrada anterior, en 1935 se inició la conocida como“política de seguridad colectiva”. Tras abandonar Alemania la Sociedad de Naciones en 1933, la URSS fue invitada a unirse a la misma, y efectivamente se adhirió a esta organización en 1934. El Kremlin por su parte dio instrucciones a los partidos comunistas occidentales para que se alineasen con otras fuerzas de izquierda y formasen los conocidos como “frentes populares”. El objetivo de estas coaliciones era disputar el poder a las formaciones de derecha, objetivo que cumplieron en ciertos países -Francia y España- donde lograron formar gobierno; pero el relativo éxito de estos frentes no fue duradero.

En otro orden de cosas, el Reino Unido estaba empezando a modificar, siquiera ligeramente, su posicionamiento en la política seguida con respecto a sus vecinos. Las razones hay que buscarlas en la actitud tradicional británica hacia el viejo continente. Esta nación ha desarrollado secularmente una estrategia basada en no permitir que ningún país alcanzase la suficiente fuerza como para lograr una posición hegemónica en Europa, ya que asumía que el siguiente paso lógico de esta eventual primera potencia sería disputar a los ingleses su primacía en los mares. Hasta la PGM, esta amenaza había venido estando representada por Alemania, pero en los años 30, con el estado de debilidad extrema alcanzado por los germanos tras Versalles, no eran estos sino los franceses los que tenían las mejores cartas para convertirse en los regidores de los destinos del continente. Debido a esto, los anglosajones comenzaron a cambiar su manera de tratar a los alemanes y comenzaron a tender puentes hacía el emergente Reich, al objeto de mantenerlo bajo control.

Con la idea descrita en mente, los británicos alcanzaron en junio de 1935 un acuerdo naval con las nuevas autoridades nazis. En este, los alemanes aceptaron limitar el tonelaje de su armada de superficie a un 35% de la inglesa, y él de su flota de submarinos a un 50%. De este modo, los anglosajones evitaban que el Reich llegase a convertirse en un peligro para su dominio de los mares; mientras que los germanos, por su parte, simplemente renunciaron a algo que no tenían posibilidad de alcanzar.

En paralelo a estos acontecimientos, el Frente de Stresa comenzó a tambalearse a los pocos meses de su creación. A finales de 1935, Italia inicia la conquista de Etiopía y estas ambiciones alarmaron tanto a Francia como al Reino Unido, las grandes potencias coloniales, que veían con desagrado la aparición de un nuevo competidor. Ambos países provocaron que la Sociedad de Naciones impusiese sanciones a los transalpinos, táctica que enfureció a Mussolini y le hizo comenzar a replantearse sus, hasta entonces, cordiales relaciones con los occidentales.

Entretanto, los alemanes dieron en marzo de 1936 su primer paso en el terreno “bélico”: la remilitarización de Renania; una región germana fronteriza con Francia que permanecía desmilitarizada de acuerdo a los tratados de posguerra. Ni galos ni anglosajones reaccionaron con fuerza a este movimiento, entre otras razones motivados por el convencimiento de que Alemania, en palabras de Lord Lothian, “no había hecho más que entrar en su propio jardín”. Sin embargo, pese a la inacción franco-británica, o posiblemente gracias a la misma, la agresividad de Hitler sí que tuvo consecuencias importantes.

El movimiento germano desafiaba claramente el maltrecho statu quo de versalles, y tuvo el efecto de provocar que los transalpinos empezasen a alejarse de los occidentales y a aproximarse al emergente Reich. Hasta ese momento, Italia se había mantenido en la esfera anglofrancesa, ejerciendo como dique contra el renacido poderío germano y sus ambiciones en el sur de Europa, pero en 1936 la postura de Mussolini cambió. La ocupación de Renania permitió al dictador italiano tomar conciencia del incremento de la fuerza de Hitler y de la cautela que este había empezado a provocar en los occidentales.

El austriaco, por su parte, empezó a sacar también sus propias conclusiones acerca de la alteración en el equilibrio europeo provocado por el aumento del poder de la nación germana. El dictador constató que, mientras los alemanes fueron débiles, tanto Francia como Gran Bretaña les menospreciaron; sin embargo, una vez que el Reich empezó a fortalecerse, los occidentales empezaron a tentarse más la ropa cada vez que tenían que tratar con él. Y este cambio se produjo en apenas cuatro años. En 1932, en la conferencia de desarme de Ginebra, los franco-británicos ni aceptaron reducir su potencial bélico, ni permitieron que Alemania incrementara el suyo. Poco después, tras la llegada de los nazis al poder, el Reich dio inicio a una política de hechos consumados, comenzando su rearme sin esperar el permiso de los occidentales, poniendo fin al límite de 100.000 hombres impuesto a su ejército y abandonando la Sociedad de Naciones. Como consecuencia de esta manera de actuar, la renacida Alemania reocupaba Renania en 1936, y nadie se atrevió a hacer nada para impedirlo.

En julio de 1936 se iniciaba la Guerra Civil Española, y al poco tiempo de la ruptura de las hostilidades los francobritánicos elaboraron la “Política de No Intervención”, tendente a reducir el conflicto a una mera contienda local en la que las grandes potencias europeas no se vieran involucradas. Esta política, si bien tuvo el efecto de mantener a los occidentales “autoalejados” del conflicto español, no logró que las dictaduras nazi, fascista y comunista adoptaran la misma postura. Por un lado, los italianos y -en menor medida- los alemanes, apoyaron a las tropas del general Franco, mientras que por otro Stalin hacía lo propio con los republicanos, articulando dicha ayuda a través del Partido Comunista de España.

El hecho de que estos tres estados se inmiscuyeran en la contienda española (invitados eso sí por los propios bandos contendientes) sin que los francobritánicos lograsen hacer nada para impedirlo, llevó a los tres dictadores a darse cuenta de la debilidad latente en la política exterior de los occidentales. Mussolini, quién hasta el estallido de la Guerra de España no estaba más unido al Reich que a los anglofranceses, viró definitivamente el sentido de sus relaciones exteriores y, tras abandonar el Frente de Stresa, llego a un acuerdo general de cooperación con Alemania en noviembre de 1936, acuerdo que dio lugar al nacimiento del Eje Roma-Berlín. Pero la falta de ímpetu de Londres y París no solo se hizo notar entre sus potenciales rivales. Incluso Bélgica, país tradicionalmente vinculado a Francia, hizo pública una declaración de neutralidad en 1936, posicionamiento que alteró en gran medida los planes defensivos galos.


1938, el año de Hitler

En 1938 se completó el deterioro de la situación política y militar Europea. El Führer, una vez asegurada la amistad italiana, ocupó Austria entre los vítores de la población en marzo de ese año. Nuevamente, ni Gran Bretaña ni Francia reaccionaron, aunque hay que decir en su descargo que hubiese sido difícil articular cualquier contramedida ante un movimiento alemán que despertaba un intenso apoyo popular en ambos estados germanos.

Tras esta acción, el dictador germano dirigió su mirada hacía Checoslovaquia. Los nazis sabían perfectamente que la ocupación de este país, a diferencia de la de Austria, no iba a ser pan comido ya que la mayor parte de la población Checoslovaca no veía con buenos ojos una unión con el Reich. Por ello, Hitler inicialmente centró sus esfuerzos en la región checa de los Sudetes fronteriza con Alemania. En esta zona vivía un importante grupo de población germano parlante al que, mediante una bien orquestada campaña de información, se presentó como deseoso de unirse a los alemanes.

Los checoslovacos no se achantaron y no quisieron ceder a las demandas del Reich, debido a que en los Sudetes radicaban importantes industrias, así como poderosas fortificaciones militares que serían de especial utilidad en caso de enfrentamiento armado con los germanos. El Führer amenazó con estar dispuesto a ir a la guerra para solucionar el asunto, lo cual colocaba a Europa al borde del precipicio bélico, ya que Checoslovaquia se encontraba formalmente aliada con Francia y con la URSS.

En esa delicada situación, pareció que había llegado el momento de parar los pies a Hitler, pero ni Francia ni Gran Bretaña estaban deseando combatir con Alemania por el asunto checo. Por ello, se organizó con urgencia una conferencia en Munich, en la que los anglofranceses aceptaron entregar los Sudetes al Tercer Reich a cambio de que este renunciase a iniciar una guerra. Checoslovaquia, el país que ponía sobre la mesa la pérdida territorial, fue obligada a aceptar el acuerdo y la URSS ni siquiera fue invitada a las conversaciones, lo que provocó el consiguiente cabreo de Stalin. Polonia, nación todavía amiga del Reich a consecuencia del Pacto de 1934 también recibió pequeñas porciones de territorio Checoslovaco.

La conferencia de Munich, si bien evitó en aquel momento el inicio del conflicto europeo, también puso fin de facto a la política de seguridad colectiva. Stalin cada vez apreciaba menos a los aliados occidentales a quienes consideraba pusilánimes, y su mente empezó considerar como factible un acercamiento a la Alemania nazi.

En el invierno de 1938-39 los eslovacos reclamaron su separación de lo que quedaba de Checoslovaquia; y en marzo de 1939 los germanos ocuparon Bohemia y Moravia (la parte del territorio checo no cedida al Reich en Munich) al mismo tiempo que Eslovaquia nacía como país independiente solo para pasar a convertirse automáticamente en un estado satélite de Alemania, y además aceptaba ceder parte de su territorio a los húngaros. El fin de Checoslovaquia era un hecho. Ese mismo mes, Hitler logra un éxito adicional al conseguir que Lituania le ceda el territorio de Memel, fronterizo con Prusia Oriental.

La ocupación del resto del territorio checo hizo que Londres y París se dieran finalmente cuenta de con quién se estaban jugando los cuartos. Tras Munich, Hitler había prometido a Daladier y Chamberlain (jefes de los gobiernos francés y británico) que no habría más demandas territoriales, y era un hecho palmario que había mentido. Por ello, por primera vez en dos años, los occidentales se prepararon para frenar al Reich y con ese fin movieron sus piezas en el tablero europeo con celeridad. Previendo cual sería el siguiente paso del dictador germano, el 31 de marzo de 1939 -un día antes de que terminase la Guerra Civil Española- los ingleses, poco después imitados por los franceses, garantizaron la independencia de Polonia.

Por su parte, Hitler daba sus propios pasos. Tras devorar a Chequia con la colaboración polaca, propuso a esta última nación el inicio de una campaña conjunta contra la URSS. Desconocemos si el Führer tenía efectivamente intenciones de aliarse formalmente con Polonia, o si simplemente estaba comprobando cual sería la reacción de este país a una oferta de estas características. Y es que, aunque hoy la idea de una colaboración militar de ambos estados en contra de los soviéticos pueda parecer descabellada, lo cierto es que tropas polacas ya habían combatido junto a los alemanes frente a los rusos en la PGM.

En cualquier caso, fuesen cuales fuesen las intenciones de Hitler, lo cierto es que los polacos rechazaron la colaboración con los germanos. Tras esta negativa, el Reich inició una campaña de agitación exigiendo el retorno de Danzig a la soberanía alemana al tiempo que reclamaba facilidades en el tránsito por el corredor polaco. Además, la minoría germano-parlante residente en Polonia, del mismo modo que había hecho la localizada en los Sudetes menos de un año antes, empezó a elevar sus quejas ante el trato que sufría bajo la autoridad de este estado y comenzó a mostrarse favorable a una unión con Alemania.


Verano de 1939: la necesidad de contar con la URSS

Hay que hacer especial hincapié en el hecho de que, a pesar de las garantías francobritánicas a Polonia, ninguna de estas dos potencias (ni tampoco ambas en conjunto) tenían la fuerza suficiente para iniciar una campaña eficaz que impidiese a los alemanes lanzarse sobre la nación del Vistula en caso de que el Reich finalmente optase por iniciar la ofensiva sobre aquel país. Por ello, los occidentales comenzaron a buscar nuevamente la amistad soviética como medio de apuntalar su fortaleza frente a Hitler.

El dictador austriaco era asimismo consciente de la incapacidad alemana para llevar a cabo una guerra en dos frentes en 1939 dado que entonces su ejército era todavía demasiado débil. Por ello, confiaba en destruir rápidamente a los polacos sin dar tiempo a que los anglofranceses, de quienes conocía la indecisión que les caracterizaba, reaccionasen. Por lo tanto, la preocupación esencial del Führer era que la URSS no iniciase cualquier acción que pudiese dar al traste con sus planes de una campaña relámpago contra Polonia.

Así pues, la postura soviética pasó a ser esencial tanto en los planes bélicos de los occidentales como en los de Alemania, ya que la solución a la situación existente, fuese cual fuese, estaba en manos de la URSS:

-Si los soviéticos se aliaban con Francia, Gran Bretaña y Polonia, situarían al Reich en medio de un cerco de enemigos, obligándole a asumir el riesgo de una guerra en dos frentes.

-Si la URSS se acercaba a Alemania, Hitler podía iniciar su campaña sobre Polonia para posteriormente, una vez derrotada esta nación, ver como evolucionaba la situación con los occidentales. Stalin, por su parte, conseguiría unas buenas relaciones con la potencia dominante en centroeuropa, lo que le permitiría embarcarse en las ya planeadas campañas de recuperación de los antiguos territorios zaristas que aún escapaban a su dominio.

Pero, y Stalin, ¿que opinaba? El dictador bolchevique se mostraba cauteloso. El Reino Unido y Francia le habían dado de lado en Munich, por lo que no se sentía muy próximo a ellos. Sin embargo el Führer, por quién el georgiano había expresado admiración ya en 1934 cuando el austriaco llevo a cabo la noche de los cuchillos largos, le parecía más de fiar. Por ello, en mayo de 1939 destituyó al Comisario de Asuntos Exteriores, el pro-occidental Maxim “Papasha” Litvinov, un judío cosmopolita considerado uno de los fundadores de la política de seguridad colectiva; y puso en su lugar a Viacheslav Scriabin “Molotov”. Daba comienzo de este modo la purga de los diplomáticos, en la que Stalin sustituyó a gran parte de las personas a cargo de la política exterior soviética entre los que había un elevado número de judíos. “Purga a los judíos del Ministerio. Limpia bien la sinagoga” fueron las palabras del mandatario soviético, en lo que fue un guiño a Hitler.

Con todo, esto no significaba que Stalin se fuese a echar en brazos de Hitler de manera gratuita, sino simplemente que el georgiano era consciente de que había tres contendientes en pie de igualdad, y que por tanto no había que dar nada por supuesto. La URSS no iba a "sacar las castañas del fuego" a los occidentales solamente porque la Rusia zarista hubiese sido parte de la Entente en el anterior conflicto europeo. Es decir, con esta postura el mandatario soviético mandaba el mensaje de que estaba dispuesto a sentarse a negociar con cualquiera que estuviese listo para tratar con él.

La situación política europea en el verano de 1939 era, de acuerdo al dictador bolchevique, una “partida de poquer” en la que cada jugador -los nazis, los occidentales y los soviéticos- pretendía convencer, cada uno a los otros dos, de la conveniencia de destrozarse mutuamente para que él quedase como arbitro de la situación.

Y el desenlace de esta mano iba a quedar resuelto por quién se atreviese a poner más fichas sobre el tapete.

lunes, 21 de junio de 2010

El Pacto Molotov-Ribbentrop I


El famoso acuerdo germano soviético de 1939 trastornó la escena diplomática internacional, retardando la posibilidad de que se repitiesen las alianzas de 1914 y colocando al Reich en una posición privilegiada para lanzarse sobre Polonia. Con este pacto, los alemanes demostraron una vez más una osadía y una destreza en el manejo de situaciones complicadas que las democracias occidentales estaban lejos de igualar.

En pacto en si, aún siendo el resultado de varios movimientos de última hora llevados a cabo por las diferentes potencias europeas en el verano de 1939, no puede comprenderse si no partimos de la alterada situación política aparecida tras la conclusión de la Primera Guerra Mundial.

La finalización de la Gran Guerra, además de provocar la desintegración del Imperio Austro-Húngaro, dio lugar a que dos de las naciones más poderosas de preguerra -Alemania y Rusia- quedasen reducidas a la condición de parias en el concierto internacional. Los estados mencionados tenían fronteras comunes hasta el estallido de la contienda y todos, aunque Alemania en menor medida, agrupaban dentro de sus territorios a una multitud de pueblos con lenguas y religiones diferentes que, de manera más o menos pacífica, convivían bajo estos tres imperios.

Con la finalización de la PGM se terminó también esta situación de estabilidad relativa y se inició un periodo de reestructuración de fronteras que marcaría las relaciones internacionales a lo largo de los años venideros.


El nacimiento de la URSS

Tras el triunfo de la revolución de octubre de 1917, el nuevo gobierno ruso aceptó las tesis de Lenin acerca de la necesidad de firmar la paz con Alemania. Los bolcheviques estaban ansiosos por desarrollar su nuevo estado soviético, y el mantenimiento del esfuerzo bélico suponía un serio obstáculo a estas intenciones.

Lenin, a quien se oponían Trotski y Bujarin, consiguió imponer sus puntos de vista en el Comité Central del partido. El principal dirigente ruso sostenía que, gustase o no a los bolcheviques, existía un peligro real de que su ejército sucumbiese totalmente ante los alemanes, y esto supondría el derrocamiento de la revolución cuando esta todavía se hallaba en un estado embrionario. Para evitar esta previsible derrota era necesario llegar a la paz con los germanos, aún a costa de las cesiones territoriales que presumiblemente exigirían estos.

El Comité Central aprobó la firma del acuerdo el 23 de febrero de 1918 y pocos días después, el 3 de marzo, se rubricó el Tratado de Brest-Litovsk con los alemanes. Como consecuencia de este, en primer lugar grandes extensiones de terreno en el occidente del antiguo imperio se despegaron del dominio ruso y quedaron bajo la influencia germana; y en segundo, automáticamente surgieron nuevas naciones (Ucrania, Bielorrusia, Estonia, Letonia y Lituania) que se situaron fuera de la tutela de Moscú. Por si fuera poco, los bolcheviques tampoco fueron capaces de mantener bajo su control a Finlandia, país que había sido parte integrante del Imperio Zarista durante años.

Con todo, el acuerdo con los alemanes tampoco supuso la llegada de la paz a la nueva Rusia. A lo largo de los meses siguientes la situación se fue deteriorando hasta llegar a desatarse una guerra civil entre los bolcheviques y el resto de las facciones políticas existentes. Además, para complicar aún más la supervivencia del recién nacido estado, varias fuerzas antibolcheviques fueron apoyadas militar y económicamente por los aliados occidentales. Este conflicto se prolongó durante tres años, y a lo largo del mismo los comunistas consiguieron paulatinamente, no solo hacerse con el control absoluto del país eliminando a sus enemigos políticos y derrotando a las fuerzas extranjeras, sino también recuperar parte de los antiguos territorios imperiales, como Ucrania y Bielorrusia, perdidos en Brest-Litovsk. Rusia incluso se sintió con fuerzas para intentar exportar la revolución a Alemania, pero no llegó siguiera a alcanzar el territorio germano y fue frenada por Polonia en las tres ocasiones (en 1918, 1919 y 1920) en que trató de lanzar el Ejército Rojo hacía el oeste. Los bolcheviques y los polacos finalmente firmaron el Tratado de Riga en 1921, momento en que limaron sus diferencias llegando a un acuerdo sobre sus fronteras comunes. Tras solventar con este pacto los problemas exteriores más acuciantes, el nuevo estado surgido tras la revolución de octubre finalmente encontró tiempo para darse forma y el 1 de enero de 1924 nació la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.


Alemania

La derrota del Reich en la PGM se materializó en noviembre de 1918 tanto por el hastió bélico de la población, como por las crecientes dificultades que atravesaba el país para sostener el frente ante sus cada vez más poderosos enemigos. A estas alturas de la contienda el Ejército Alemán no había sido aún derrotado de forma clara y contundente, pero la capacidad de la nación para seguir alimentando el esfuerzo de guerra llevado a cabo por sus fuerzas armadas estaba tocando a su fin. El Kaiser Guillermo II abdica y parte al exilio en los Países Bajos el 9 de noviembre, al tiempo que se anuncia la creación de una República y se inician las conversaciones para firmar un armisticio con los aliados que finalmente se alcanzará el 11 de ese mismo mes.

Tras el conflicto, Alemania fue hecha responsable de la ruptura de las hostilidades y obligada al pago de reparaciones de guerra. Las condiciones definitivas de paz se establecieron en el Tratado de Versalles, firmado el 28 de junio de 1919. Tras las negociaciones, los vencedores obligaron al Reich a renunciar a sus colonias y a parte de sus territorios metropolitanos: Alsacia y Lorena fueron devueltas a Francia, la frontera germano-danesa fue ligeramente modificada en beneficio de esta última nación y parte del territorio prusiano fue entregado a Polonia. Los polacos también recibieron una porción de los territorios pertenecientes a los rusos hasta Brest-Litovsk y pudieron recuperar su independencia. Los alemanes, además de todas estas pérdidas, fueron forzados a ceder la soberanía sobre Danzig y el Sarre a la Sociedad de Naciones. Este organismo fue creado como foro de discusión de las cuestiones internacionales, y su sede se inauguro en Ginebra en 1920; pero su carta fundacional no fue firmada ni por Alemania ni por Rusia.

El nuevo gobierno alemán fue además obligado a afrontar la reducción de su ejército dejándolo limitado a 100.000 hombres


Austria y Hungria

Las condiciones de paz con estos estados se articularon en los Tratados de Saint Germain (firmado el 10 de Septiembre de 1919, referente a Austria) y de Trianon (firmado el 14 de junio de 1920, referente a Hungria).

El Imperio Austro-Húngaro simplemente desapareció. En su lugar surgieron una serie de nuevos estados (Austria, Checoslovaquía y Hungría), mientras que otras partes del antiguo territorio imperial fueron entregadas a Rumanía e Italia. Además, algunas provincias meridionales del imperio (las actuales Croacia y Bosnia) se federaron con la anteriormente independiente Serbia para formar Yugoslavia.


Aparte de los ya mencionados, también se firmaron los tratados de Neully (27 de noviembre de 1919, referido a Bulgaria) y de Sèvres (10 de agosto de 1920, referido a Turquía). Los búlgaros fueron obligados a ceder territorios a los griegos en la costa norte del Egeo, mientras que los turcos vieron desaparecer su imperio y tuvieron que entregar extensas provincias de Oriente Medio a los vencedores.

Estos fueron, a grandes rasgos, los cambios que tuvieron lugar en el aspecto territorial entre los contendientes; mas esta alteración de fronteras no fue el único problema a considerar. Las múltiples modificaciones en los mapas solían además venir acompañadas por conflictos entre los nuevos estados. Estos se debían en ocasiones al hecho de que los tratados no cubrían todos los posibles puntos de fricción. Por ejemplo, ningún tratado especificó la frontera polaco-checoslovaca, lo que dio lugar a disputas locales que se prolongaron, con mayor o menos intensidad, durante los años siguientes.

En definitiva, el fin de la guerra en 1918 no marcó la conclusión efectiva de las hostilidades salvo en el otrora frente occidental. El centro y el este de Europa se embarcaron en un periodo de inestabilidad caracterizado por la revisión de fronteras y la aparición de nuevos estados desgajados de los antiguos imperios continentales, y este turbulento panorama no empezó a aclararse hasta bien entrados los años 20.


La situación alemana y soviética hasta 1935

En 1922 las delegaciones alemana y soviética abandonaron una reunión convocada en Genova para discutir sobre las indemnizaciones de guerra. Ambas naciones, dándose cuenta de la situación de aislamiento que padecían y compartiendo un sentimiento de desconfianza hacia los aliados occidentales, firmaron el Tratado de Rapallo e iniciaron una época de colaboración que pasaba de lo puramente económico y llegaba a cubrir también el aspecto militar. Gracias a este acuerdo, los soviéticos proporcionaron a los alemanes campos de entrenamiento en terreno ruso, es decir, alejados de la vigilancia de los anglofranceses. En estos paramos los germanos pudieron comenzar a desarrollar las técnicas bélicas con las que asombrarían al mundo menos de dos décadas después. La cooperación entre ambos estados se prolongó durante más de diez años y solo se interrumpió tras la llegada de los nazis al poder.

En el aspecto económico, la República de Weimar (denominación con la que se conoce en la historiografía al nuevo estado alemán surgido tras la PGM, precisamente por haberse firmado su constitución en esta localidad) pareció asentarse ligeramente tras la sofocación de las revueltas de inspiración comunista de los primeros tiempos de la posguerra. Pero la mejoría era más débil de lo que aparentaba ser. Los franceses ocuparon la cuenca del Ruhr en 1923 en un intento de lograr una posición de fuerza que obligase a Alemania al pago de las indemnizaciones convenidas. Los trabajadores germanos adoptaron una política de resistencia pasiva y el gobierno trató de apoyarlos financieramente, para lo que recurrió a una impresión de papel moneda muy por encima de las capacidades reales de la nación. Esta medida se tradujo casi inmediatamente en un desastroso empeoramiento de la grave situación de inflación ya existente en Alemania. El valor del marco, moneda cuya tasa de intercambio en 1914 era de 1 dolar americano por 4,2 marcos, descendió brutalmente hasta alcanzar la irrisoria tasa de 1 dólar por 4,2 billones de marcos en noviembre de 1923. El caos financiero se apoderó de la nación hasta que, gracias a la ayuda estadounidense, los germanos pudieron iniciar una reforma monetaria que a mediados de la década sacó al país del estado de postración en que se encontraba.

Por su parte, la Unión Soviética no atravesaba mejores momentos que los germanos. La guerra mundial, la revolución, la contienda civil y los enfrentamientos con Polonia habían dejado la economía del país en un estado lamentable. Para tratar de mejorar la maltrecha situación, los jerarcas bolcheviques se vieron obligados a adoptar la conocida como NEP (Nueva política económica). Este movimiento supuso la renuncia a estructurar toda la actividad económica del estado en torno a principios puramente comunistas, y la adopción de ciertos mecanismos de economía de mercado. La NEP cumplió su papel y las cifras macroeconómicas en general mejoraron, pero Stalin -el nuevo máximo mandatario de la URSS tras el fallecimiento de Lenin- no quiso perpetuar está política. El georgiano, bolchevique de la vieja guardia que había estado cimentando su poder absoluto desde antes de la muerte de Lenin acontecida en 1924, abolió la NEP en 1929 e introdujo un programa de economía estatalizada e industrialización a marchas forzadas articulado mediante los conocidos como planes quinquenales. El objetivo de este posicionamiento radical era convertir a la URSS en una moderna potencia industrial en el plazo de 10 años. En parte, y al precio de provocar perennes destrozos en el sector agrícola del país y hambrunas en las que perecieron millones de personas, Stalin consiguió lo que se proponía.

En el aspecto político las cosas aparentaron calmarse en el continente europeo. En 1925 se firmaron los Tratados de Locarno, los cuales reforzaron los compromisos de paz entre los alemanes y las potencias occidentales. Los germanos aceptaron sus fronteras del oeste (no así las del este) tal y como habían quedado tras la PGM, y al año siguiente Alemania se incorporó a la Sociedad de Naciones. Además, en 1925 Aristide Briand llegó al puesto de ministro de asuntos exteriores de Francia, posición desde la que impulsó la adopción de acuerdos de no agresión entre diferentes estados, que cristalizaron en el Pacto Briand-Kellog de 1928.

En 1929, momento en que Alemania parecía volver a alcanzar la ansiada estabilidad económica, el crack de la bolsa de Nueva York dio al traste con cualquier posibilidad de recuperación. El caos originado en EEUU se extendió a multitud de países europeos, y la débil República de Weimar fue incapaz de hacer frente con eficacia a las turbulencias financieras.

En el panorama militar la situación iba a complicarse todavía más para los germanos. Los polacos concluyeron un pacto de no agresión con la URSS en 1932, lo que provocó que, a su llegada al poder en 1933, los nazis se encontrasen con una Alemania en un estado de soledad alarmante en el concierto internacional. Por un lado, los occidentales seguían siendo considerados aliados. Francia, a su vez, mantenía una relación de amistad con Polonia, nación que a su vez había estrechado sus lazos con la Unión Soviética gracias al mencionado pacto de 1932. Estas relaciones no podían considerarse propiamente como alianzas militares, pero eran más de lo que Alemania tenía con cualquier potencia europea en el momento en que Hitler se hace con las riendas de la nación.

Tras la entrada de los nazis en escena, los polacos llegaron incluso a sondear a los occidentales acerca de la posibilidad de emprender una guerra preventiva contra el Reich, pero en el espíritu pacifista imperante en la época como resultado del Pacto Briand-Kellogg estas propuestas polacas no llegaron a buen puerto. Por ello, los polacos dieron un giro a su política y firmaron un pacto de no agresión con los germanos en 1934. Gracias a este, Polonia conseguía aumentar su seguridad frente al renacido, aunque todavía débil, vecino alemán; mientras que este lograba con éxito finalizar su aislamiento, bien que a costa de pactar con uno de los países cuyos territorios ambicionaba.

El pacto de 1934 supuso una ligera mejoría en la situación internacional de Alemania, pero dicha mejoría no duró mucho. Los nazis no ocultaban sus intenciones de revisar el orden nacido en Versalles, por lo que el resto del continente observó con atención la evolución del Reich y respondió al pacto germano-polaco con una ofensiva diplomática que colocó a los alemanes ante la mayor parte de las naciones europeas. Esta respuesta se artículó en el año 1935 en torno a dos pactos: por un lado, el Reino Unido, Francia e Italia acordaron en Stresa (Italia) formar un frente común contra la renacida potencia germana y sus ambiciones sobre Austria: por otro, la URSS firmó asimismo una alianza defensiva con Francia y Checoslovaquia. Es decir, dos años después de la llegada al poder de los nazis, las democracias, la Italia fascista y la Rusia soviética estaban de un modo u otro alineadas frente al Tercer Reich. Momentaneamente pareció que el continente europeo iba a ser capaz de mantener la situación bajo control, pero esta situación fue efímera en extremo, y un año después no quedaba prácticamente nada de esta fortaleza y capacidad de reacción común.