sábado, 24 de abril de 2010

Rommel XI


Tras abandonar Italia, la misión que se le asignó a Rommel consistía en revisar las defensas del oeste de Europa con vistas a preparar esta zona ante la previsible invasión aliada. El teatro de operaciones, desde los Países Bajos hasta los Pirineos, estaba bajo la jurisdicción del Oberbefelshaber West (Comandante en jefe del Oeste) Gerd von Rundstedt. El suabo estaba obligado a informar tanto a este como al Führer.

Durante los siguientes meses, Rommel revisó las costas y cualquier zona que pareciese adecuada para un desembarco enemigo. Ordenó la construcción de fortificaciones, el tendido de campos minados y sugirió mejoras en las defensas. Además, recomendó que se dispusieran cuatro cinturones de obstáculos en las playas y que se llenasen los terrenos de grandes postes que pasarían a ser conocidos familiarmente como Rommelspargel -“Espárragos de Rommel”-. La finalidad de estos era dificultar el aterrizaje de los planeadores que seguramente emplearían los angloamericanos en su asalto.

Al mismo tiempo que se dedicaba a estas labores de ingeniería, el veterano comandante revisaba las unidades dispuestas sobre el terreno e instruía a los mandos sobre como se debería hacer frente al oponente. Las líneas maestras de Rommel en este punto eran simples, que no sencillas:
-Detener al enemigo inmediatamente en las playas.
-Si los angloamericanos llegaban a pisar tierra, devolverlos al mar con la mayor rapidez posible.

El 15 de enero, además de continuar a la cabeza de los trabajos de inspección mencionados, se le asignó el mando del Grupo de Ejércitos B, cuya zona de operaciones englobaba las costas del Atlántico, desde el norte de la desembocadura del Loira hasta los Países Bajos; es decir, incluía todo el Canal de la Mancha. Las formaciones que componían este grupo de ejércitos eran las siguientes:
-15º Ejército (von Salmuth). 17 divisiones de infantería.
-7º Ejército (Dollman). 13 Divisiones de infantería. Este sería el localizado en Normandía.

Es decir, Rommel seguía teniendo la responsabilidad de inspeccionar toda la zona desde Dinamarca hasta la frontera franco-española en el Atlántico, pero su mando militar se limitaba a una parte de este territorio.

Las divisiones con las que contaban los ejércitos bajo mando de Rommel no eran, por decirlo suavemente, las mejores de la Wehrmacht. Dada la primacía que se le concedía al Ostfront, las unidades destinadas al oeste eran formaciones en periodo de descanso y reestructuración, o con personal de cierta edad. No obstante en los meses siguientes llegaron al norte de Francia varías divisiones acorazadas y de panzergranaderos que sí podían considerarse tropas de primera clase. El mariscal hizo especial hincapié en que tanto el número de formaciones como la calidad y el armamento de las mismas tenía que mejorarse. De otro modo, no se podía esperar que los defensores alemanes aguantasen la embestida de los aliados.

A las dificultades propias de la operación se añadía el hecho de que, mientras que los aliados contaban con unos servicios de inteligencia funcionando a pleno rendimiento y consiguiendo extraordinarios resultados (entre otras cosas, los angloamericanos conocían asombrosamente bien el despliegue alemán en Normandía) los germanos operaban prácticamente a ciegas. A estas alturas de la guerra, las secciones de espionaje del Reich habían dejado de ofrecer información fiable a sus ejércitos. Rommel sufrió esta inoperatividad y se llegó a quejar de no saber con seguridad nada sobre su enemigo.


La cuestión de las reservas estratégicas

Aquí es donde llegamos al punto esencial de la planificación de la futura Batalla de Normandía. El alto mando hizo ciertamente un esfuerzo por atender las peticiones de Rommel e incrementó notablemente sus fuerzas en la zona, tanto cualitativa como cuantitativamente. No obstante, el despliegue de las mismas, al menos desde el punto de vista del suabo no fue el adecuado. El viejo Zorro del Desierto, dada la diferencia entre las capacidades bélicas germanas y las de sus enemigos, concebía como posible el hecho de que los aliados llegaran a desembarcar en las playas. Y dado que Alemania a la larga no podría sostener una guerra en dos frentes, lo que había que evitar era la consolidación de este segundo frente en territorio francés. Consecuentemente, y en esto coincidía con las indicaciones de Hitler, sostenía que si los angloamericanos ponían un pie en tierra, había que echarlos de inmediato. Para cumplir con este propósito, Rommel defendía que era necesario contar con unidades acorazadas desplegadas cerca de las playas que pudieran lanzar un contraataque inmediatamente después del desembarco para evitar que los aliados se afianzaran en sus posiciónes. Estas formaciones, para cubrir el máximo espacio posible, deberían dispersarse en el teatro de operaciones de modo que, fuese cual fuese el lugar elegido por los angloamericanos para desembarcar, pudiesen intervenir en el instante en que estos hiciesen su aparición. Dispersar las tropas blindadas mermaría su fuerza, pero les daría la oportunidad de devolver el golpe de inmediato. A juicio de Rommel, durante las primeras horas la rapidez en la reacción era más importante que la fuerza total que se pudiese emplear en la misma.

Esta opinión de Rommel se encontraba con numerosos detractores entre el alto mando. La dispersión de las fuerzas acorazadas era contraria a la doctrina ortodoxa del empleo de las mismas. Las divisiones panzer, de acuerdo a las teorías y opiniones de Guderian, debían utilizarse concentradas para poder causar un daño decisivo. Dispersarlas disminuiría su capacidad operativa y no permitiría asestar golpes fuertes tendentes a la consecución de objetivos estratégicos. Las fuerzas blindadas, por tanto, debían agruparse en retaguardia y lanzarse contra el enemigo una vez que el desembarco de este hiciese claro por la vía de los hechos cual era el punto esencial del combate. Sería esta maniobra, y no pequeños enfrentamientos en las playas, lo que causaría una derrota decisiva al oponente. Esta postura, impecable desde el punto de vista teórico, era inaplicable, en opinión de Rommel, al teatro de operaciones del oeste de Europa en 1944. Dicha inaplicabilidad era consecuencia de la abrumadora superioridad aérea aliada, superioridad que impedía el movimiento “clásico” de extensas formaciones de carros de combate. Además, la potencia aérea angloamericana no solo impediría las maniobras ofensivas de grandes masas de blindados, sino que también dificultarían sobremanera el traslado de las divisiones panzer a la línea del frente si estas se emplazaban lejos de la misma.

En este complicado contexto, existía otro problema relacionado con el anterior. Rommel, además de defender la dispersión de las unidades blindadas y su posicionamiento en primera línea, sostenía que dichas unidades debían estar bajo el mando directo del comandante de la zona, esto es del propio Rommel, y no del OB West o de cualquier otra autoridad dependiente del OKW. Pero el suabo tampoco consiguió imponer sus puntos de vista en este aspecto. A la hora del desembarco, algunas divisiones acorazadas estarían incluidas en el Grupo de Ejércitos B, pero otras se encontrarían incluidas en el Grupo Panzer Oeste, al mando de Geyr von Schweppenburg. Estas constituirían las reservas panzer del OKW.

La postura de Schweppenburg era similar a la de Guderian y, por tanto, contraria a la de Rommel. Aquel entendía que, dado el desequilibrio de fuerzas, era altamente probable que los aliados llegasen no solo a desembarcar sino también a hacerse con una posición firme en la zona. En ese caso, emplear las fuerzas panzer en pequeños contraataques locales simplemente conllevaría que se quemasen en operaciones que no lograrían ningún resultado positivo en el panorama global. Asimismo, posicionar los tanques en la línea costera daría a la flota enemiga la posibilidad de martillearlos con sus cañones de gran calibre. Consecuentemente, sostenía la conveniencia de lograr una gran concentración de blindados en algún punto cercano a París -y en esto Schweppenburg coincidía no solo con Guderian sino también con Rundstedt- empleándolos posteriormente en una maniobra de gran envergadura tendente a lograr una victoria estratégica en el oeste una vez que los angloamericanos ya hubiesen desembarcado y mostrado sus cartas. Es decir, al contrario que Rommel, el comandante del Grupo Panzer Oeste entendía que la fuerza a emplear en el contraataque era más importante que la rapidez con la que este se pudiese desencadenar.

Durante los meses de marzo y abril se desarrollaron ásperas reuniones entre todos los implicados, llegando a intervenir también Hitler, y finalmente se llegó a una solución de compromiso. De seis divisiones acorazadas, tres se asignarían al Grupo de Ejércitos B (la 2ª, la 21ª y la 116ª) y tres al Grupo Panzer Oeste (1ª SS Leibstandarte, 12ª SS Hitlerjugend, 130ª Lehr). Como suele pasar en estos casos, se trató de contentar a todos, pero no se contentó a nadie. Guderian entendió que este despliegue suponía una dispersión fatal, Schweppenburg no pudo crear una reserva operativa suficiente y Rommel no contó con las fuerzas necesarias cerca de las playas.


El desembarco

Entretanto, la batalla se acercaba. Rommel, a pesar del éxito que había tenido elevando la moral y la preparación de las tropas, mostraba dudas sobre el resultado final de los combates que estaban por venir. No satisfecho con el despliegue acordado, trató de asegurarse un mayor número de divisiones acorazadas y para lograrlo pretendió utilizar su influencia sobre el Führer. El suabo mantenía una buena relación con Schmundt, ayudante de Hitler, y consiguió de este el compromiso de hacerle un hueco en la agenda del dictador. Rommel se entrevistó con Rundstedt el 3 de junio y obtuvo la autorización para viajar a Alemania. Tenía además la intención de visitar a su esposa, quien el día 6 cumpliría 50 años, y pasar algunas jornadas en familia antes de la tormenta que se avecinaba. Las previsiones germanas señalaban que las mareas de primeros de junio impedirían cualquier operación anfibia, por lo que el militar podía ausentarse unos días sin riesgo.

Rommel viajó al Reich el 4 de junio. Al día siguiente, ya en su casa en Herrlingen (sur de Alemania), telefoneó a Schmundt y le preguntó que día podría organizarse la reunión con Hitler. Se le informó que el día 8. Pero ese encuentro nunca iba a tener lugar.

A las 6:30 del seis de junio sonó el teléfono en casa de Rommel. El jefe de su estado mayor, general Hans Speidel, le comunicó que los angloamericanos habían iniciado intensas operaciones aéreas con éxito en la zona de Normandía. Poco después, una segunda llamada a las diez de la mañana confirmó los temores del suabo. No había duda, era el desembarco. “¡Qué tonto he sido, qué tonto he sido!” le oyó lamentarse Speidel.

Rommel regresó inmediatamente a Francia y verificó que la 21ª Panzer, la división acorazada más próxima a la zona de operaciones, estaba lanzando el contraataque inmediato planeado por el suabo. En las primeras horas, Speidel trató de conseguir de Jodl que autorizase el desplazamiento inmediato de más unidades blindadas al frente, pero no lo logró. El OKW temía que pudiesen producirse más desembarcos en la zona de Calais, en cuyo caso habría que tener disponibles tropas de reserva para hacerles frente. Esta preocupación duraría varias jornadas y era un miedo compartido por el propio Rommel.

El comandante del Grupo de Ejércitos B llegó a la Roche Guyon, lugar donde en marzo había establecido su cuartel general, a las 21:30. Comprobó que para entonces ya sí se había autorizado el desbloqueo de la 12ª SS y la Lehr, unidades que en esos momentos se estaban dirigiendo al teatro de operaciones. Pero, para su desilusión, comprobó que los angloamericanos habían puesto efectivamente un pie en tierra. No era una posición muy firme, pero era evidente que los alemanes no habían podido expulsarlos con sus pequeños contraataques. Por otra parte, la situación no era todo lo mala que podía esperarse. Al este del campo de batalla los británicos no consiguieron tomar Caen y en el oeste los americanos tampoco pudieron hacer lo propio con Cherburgo. Estaban encerrados en un área pequeña y no controlaban ningún enclave importante. El desembarco había triunfado, pero la batalla continuaba.


Los enfrentamientos en Normandía

En los días 7 y 8 se desarrollaron violentos combates. En esta último jornada, Rommel se entrevistó con Dietrich, comandante del I Cuerpo Panzer de las SS (que englobaba las divisiones del Grupo Panzer Oeste) para comprobar el estado de esta unidad esencial. Ese mismo día llegó la Lehr al frente, y el 9 lo hizo la 12ª Panzer de las SS. El día 10 Rommel se reunió con Schweppenburg, y el 11 con Rundstedt. Las líneas parecían sostenerse, pero el enemigo estaba haciendo valer poco a poco su superioridad. Su flota machacaba sin cesar las posiciones alemanas cercanas a la costa y su aviación se enseñoreaba por los cielos ante una Luftwaffe prácticamente inexistente.

En estas jornadas, Rommel hizo lo que buenamente pudo. Ordenó contraataques locales que frenasen el ímpetu aliado y le hiciesen pagar caro al enemigo cualquier avance, pero la fuerza de estos fue demasiado débil para lograr un resultado decisivo. La situación más temida por Rommel, la consolidación de un segundo frente, estaba empezando a hacerse realidad. A pesar de esto, las líneas de la Wehrmacht se sostenían. No obstante, pensar en la resistencia a largo plazo carecía de fundamento. El 12 de junio, según el historiador David Solar, los angloamericanos habían desembarcado más de 300.000 hombres y más de 50.000 vehículos, y era una cifra que continuaba elevándose con asombrosa rapidez. Del lado alemán, el día 13 llegó al frente también la 2ª Panzer, lo que elevaba a cuatro las divisiones acorazadas en la zona de Caen, quedando esta considerablemente bien protegida. Sin embargo, en el terreno próximo a Cherburgo al otro extremo del teatro de operaciones, las defensas germanas era más débiles y estaban siendo superadas por los americanos. Rommel solicitó que se le autorizase a replegar las tropas al interior de la ciudad. Argumentaba que lo esencial era mantener el puerto, no el territorio en torno al enclave, pero Hitler prohibió la retirada el 16 de junio.

Al día siguiente, Rommel y Rundstedt se reunieron con el dictador germano en la localidad de Margival, cercana al frente. Durante la reunión, se repasó la situación global y el mandatario se comprometió a enviar refuerzos a los militares. La 1ª Panzer de las SS Liebstandarte llegó al frente el 18, y la 2ª Panzer de las SS “Das Reich” estaba de camino desde el sur de Francia. También se les prometieron las divisiones 9ª y 10ª de las SS. El Führer finalmente aceptó también la pérdida de la península de Cotentin, (esto es, el terreno cercano a Cherburgo) pero insistió en que había que conservar el puerto el mayor tiempo posible para dificultar el aprovisionamiento aliado. El dictador también hizo notar que los británicos habían lanzado al combate a sus unidades más experimentadas, por lo que la probabilidad de un segundo desembarco era menor, mas no inexistente; y de hecho el propio Rommel siguió temiendo esta eventualidad durante todo el tiempo que pasó en Normandía. Hitler asimismo prometió el empleo de nuevas armas -las novedosas bombas V- contra los aliados. En realidad, las V1 se habían empezado a utilizar ya el 12 de junio, pero dada la falta de precisión de las mismas los resultados militares de estos ingenios fueron escasos.

Con todo, la moral de combate de la Wehrmacht, observó Rommel, se mantenía considerablemente alta y el estado de ánimo era bueno. En lo referente a las SS, al suabo le desagradaba el comportamiento de varias unidades de esta organización que habían dado muestras de mala conducta hacía la población civil, pero el desempeño militar de estas tropas era sobresaliente. El 21 se volvió a reunir con Dietrich, quién le confirmó que confiaba en poder defender Caen con su I Cuerpo Panzer. No obstante, la situación general continuaba deteriorándose. Los alemanes se estaban empleando a fondo, pero la inmensa superioridad material angloamericana iba poco a poco imponiendo su ley. Cherburgo se rindió finalmente el día 27.

La jornada anterior, Rommel solicitó a Rundstedt que viajaran juntos a Alemania para entrevistarse en Berchtesgaden con el Führer. Entre ambos debían exponer con toda crudeza la gravedad de la situación y Hitler no tendría otra opción que hacerles caso. Los aliados continuaban desembarcando tropas y suministros a un ritmo asombroso (los historiadores británicos David Jordan y Andrew West apuntan la cifra de 875.000 soldados a finales de junio). El mando angloamericano había hecho un trabajo excepcional para garantizar el aprovisionamiento de estos hombres, y tanto el puerto artificial “Mulberry” como el sistema “PLUTO” (Pipe Line Under The Ocean) funcionaban a pleno rendimiento. En estas circunstancias, la continuación de la resistencia carecía de todo sentido. El Oberbefelshaber West estuvo de acuerdo con Rommel y ambos se pusieron en camino el día 28.

Durante la marcha, los militares mantuvieron una conversación franca. Rundstedt mostró su falta de entusiasmo por la continuación de los combates y Rommel apostilló:

“La guerra debe terminar de forma inmediata. Así se lo diré al Führer con toda claridad y de forma inequívoca”

Rommel aprovechó el viaje para reunirse el día 29 con Himmler, Göbbels y Guderian, antes de hablar con Hitler. El encuentro con este último comenzó a las seis de la tarde. Estuvieron presentes Keitel y Jodl, y también se les unieron posteriormente Göring y Dönitz. El Führer habló de nuevas armas, 1000 cazas y refuerzos de todo tipo. Sin embargo, el comandante del Grupo de Ejércitos B no estaba dispuesto a dejarse engatusar e intentó esbozar una descripción del desastroso panorama global:

“El mundo entero está contra Alemania, y esta desproporción de fuerzas...”

Hitler le interrumpió bruscamente y le exigió que limitase su exposición a la situación militar y no a la política. El suabo trató de reconducir su discurso en términos más adecuados para el Führer, pero no llegó a buen puerto. La conversación degeneró hasta tal punto que no se podía sacar nada beneficioso de la misma. Rommel no desistió de hacer un último intento y antes de concluir insistió ante el Führer en que no podía marcharse sin haber hablado con él “sobre Alemania”. El dictador le volvió a retirar la palabra limitándose a decir:

“Señor Mariscal de Campo, creo que lo mejor que puede hacer es abandonar la habitación”

Tras esto, Rommel salió de la estancia y no volvió a ver nunca más a Hitler.


El fin

El mariscal germano regresó al teatro de operaciones y se desempeñó lo mejor que pudo, conduciendo a sus tropas de modo que lograran seguir deteniendo a los aliados en la zona de Caen. Al mismo tiempo, se adhirió a las órdenes recibidas y prohibió cualquier retirada, haciendo hincapié en que el frente debía sostenerse a cualquier precio. Pero cualquier esfuerzo carecía de sentido.

Y es que todo se estaba cayendo por momentos. Rundstedt y Schweppenburg habían sido destituidos después de la reunión del 29 de junio, y ambos hicieron legar sendos informes al OKW exponiendo la insostenibilidad de la situación. Keitel preguntó malhumorado a Rundstedt qué quería decir con aquel reporte. Este contestó simplemente:

“Firmar la paz”

El elegido para sustituir a Rundstedt fue el veterano von Kluge, quien asumió el mando el 3 de julio. El nuevo OB West llegó al teatro de operaciones con información sesgada proporcionada por el OKW, y no escatimó reproches hacía el comandante del Grupo de Ejércitos B, indicándole que se acostumbrase a obedecer órdenes. El día 5 de julio, Rommel hizo llegar un informe de respuesta a Kluge con copia al Führer señalando que el éxito del desembarco no se debía a su reticencia a acatar órdenes, sino al hecho de que no le hubiesen asignado más blindados y a que estos no se hubiesen desplegado correctamente.

Kluge pronto se dio cuenta de como estaban las cosas en realidad. Comprendió que la visión de Rommel era, en esencia, correcta y le pidió disculpas. El derrumbe era inminente. Los alemanes habían perdido 117.000 hombres desde el 6 de junio y solo habían recibido 10.000 soldados de refuerzo.

El día 12, ambos mariscales se reunieron en un ambiente más cordial y tomaron una decisión que el suabo describió del siguiente modo a uno de sus antiguos compañeros de armas de África, el coronel Warning, el 15 de julio:

“Mariscal de campo, ¿qué es lo que está pasando aquí realmente? Hay doce divisiones alemanas que están tratando de contener el frente ellas solas” Inquirió Warning.

“Le voy a decir algo. El mariscal von Kluge y yo hemos enviado al Führer un ultimatum. Militarmente hablando, la guerra no se puede ganar y él tiene que tomar una decisión política” contestó Rommel.

“¿Y qué sucederá si el Führer se niega?”

“En ese caso, abriré el Frente Occidental. Solo queda una cosa importante: que los angloamericanos lleguen a Berlín antes que los rusos.”

El ultimátum exponía fríamente que las líneas alemanas no tardarían en derrumbarse y alertaba sobre el hecho de que la ruptura del frente pronto sería un hecho. Al parecer, Rommel quiso que el texto hiciese expresa referencia a que Hitler debía extraer las consecuencias “políticas” de la situación, pero finalmente no se incluyó esta palabra. Según el jefe de estado mayor de Rommel, el informe concluía del siguiente modo:

“Me siento obligado a pedirle que deduzca de inmediato las consecuencias de esta situación. En mi calidad de comandante en jefe del Grupo de Ejércitos B, me siento en el deber de expresarle esto claramente” Mariscal de Campo Rommel.

El suabo les dijo a sus subordinados:

“Le he dado ahora su última oportunidad. Si no sabe sacar consecuencias de ello actuaremos”

Mas el destino quiso apartar al mariscal del curso de los acontecimientos. El día 17, tras su visita al frente, Rommel, su chófer y otros tres acompañantes cogieron el coche para volver a la Roche Guyon. Durante el trayecto, el vehículo sufrió un ataque y fue ametrallado por parte de aviones aliados quedando destrozado. Un oficial de su estado mayor, el capitán Lang, consiguió salir bien parado y logró hacerse con otro automóvil para trasladar a los heridos a un hospital en Bernay. El conductor murió como consecuencia de las heridas; pero el mariscal, aún sufriendo varias lesiones entre las que destacaba una severa fractura craneal, escapó a la muerte de milagro. Al Zorro del Desierto le quedaban menos de cuatro meses de vida y la baraka quiso sonreirle por última vez.

domingo, 11 de abril de 2010

Rommel X


A comienzos de 1943, la estrella de Rommel parecía haber dejado de brillar. En el aspecto puramente militar, los angloamericanos estaban poco a poco apretando el cerco a los ejércitos italogermanos en Túnez, y el mariscal no pensaba que se pudiese defender la posición durante mucho tiempo. En lo referente a su persona, su salud continuaba deteriorándose y, además, tras los últimos acontecimientos bélicos, el otrora optimista general parecía haber perdido definitivamente la fe en la causa del Eje.


La Batalla de Kasserine

Los efectivos germanos y lo transalpinos en África sufrieron una reorganización y quedaron divididos en dos grupos. Al sur del frente, el Panzerarmee se renombró como I Ejército Italiano y cedió la 21ª División Acorazada a la otra agrupación: el V Ejército Panzer, comandado por von Arnim, quien se situaba en el norte del teatro de operaciones. Este fue el que recibió la mayor parte de los refuerzos que el Eje desplazó a Túnez en 1943. Ambas formaciones iban a quedar englobadas en el Grupo de Ejércitos Afrika, al mando temporalmente de Kesselring, pero esta decisión no se llevó a efecto hasta el 23 de febrero. Y antes de esta fecha iba a tener lugar la última victoria del Zorro del Desierto, la Batalla del Paso de Kasserine.

El día 14 comenzaron dos ofensivas paralelas de los germanoitalianos: en el norte, Arnim inició la operación Frühlingswind y en el sur Rommel empleó a sus tropas en la maniobra conocida como Morgenlust. Ambas comenzaron bien, pero pronto comenzaron a fallar por problemas de coordinación. Von Arnim quería realizar un ataque limitado, con el fin de alejar el frente de la zona de Túnez. Rommel, por el contrario, y en línea con su proceder habitual, pretendía ejecutar un movimiento de más calado para así lograr un resultado decisivo. Su intención era asestar un hachazo en profundidad desde el sur hacía el noroeste, envolviendo de este modo a las bisoñas tropas americanas. Con este proceder, se lograría desarticular, al menos por un tiempo, el despliegue estadounidense en África, eliminando así la posibilidad de que estos pasasen a la ofensiva en el corto plazo.

El 15 de febrero, aprovechando el ímpetu inicial de las ofensivas, el Afrika Korps (compuesto ahora por la 15ª Panzer y la división blindada italiana Centauro) toma Gafsa. Tras esto, las tropas de Rommel continuaron su avance y el 17 se apoderan de Feriana. El mismo día cae en sus manos el aeródromo de Thelepte, donde los soldados del Eje se adueñan de varios aviones estadounidenses. Esa misma jornada, visto que el ataque estaba funcionando correctamente, el suabo solicita a Kesselring que le concedieran el mando de dos divisiones acorazadas: la 10ª y la 21ª. Con ellas pretendía realizar una penetración en profundidad y llegar hasta Tebessa, desarbolando las líneas enemigas y causando el caos en las mismas. Es decir, un avance de gran calado basado en la rapidez y la sorpresa como los de Cirenaica en 1941 y 1942. Hasta aquí, todo parecía apuntar a una victoria de los italoalemanes, pero ellos mismos se iban a poner la zancadilla.

El 18 llegan malas noticias al cuartel general del I Ejército Italiano: Arnim se oponía a los planes de Rommel. El comandante del V Ejército Panzer no quería asumir los riesgos que la operación del suabo implicaba. Aquel pretendía un movimiento mucho más limitado en el que, aunque no se pudiese lograr un resultado decisivo, no se corriese el peligro de fracasar. En las discusiones se perdieron 24 horas valiosísimas y, finalmente, se adoptó una solución de compromiso. A Rommel se le asignarían las unidades que había solicitado, pero al mismo tiempo se le forzaba a seguir un plan de ataque más cauteloso similar al propugnado por Arnim. En definitiva, se apostaba por la seguridad en detrimento de la posibilidad de un éxito estratégico. El mariscal, aunque resignadamente, aceptó el arreglo.

Esta extraña situación desembocó en la última victoria de Rommel, victoria que el propio Rommel aceptó no tener posibilidad de explotar. El 20, las unidades del suabo consiguen tomar el Paso de Kasserine, defendido por fuerzas americanas, británicas y francesas. Esa misma tarde, sus tropas de vanguardia entran en Thala, 40 kilómetros al norte de Kasserine. En aquel momento, el mariscal posiblemente podía haber desviado a sus soldados para tratar de alcanzar el que iba a haber sido su ambicioso objetivo inicial: Tebessa. De hecho, Kesselring visitó a Rommel esa misma jornada y se mostró entusiasmado por el altamente favorable desarrollo de los acontecimientos. Sin embargo, y en lo que parecía una decisión sin sentido, el militar germano ordenó detener la ofensiva. ¿Por qué? Precisamente porque la posibilidad de obtener un éxito estratégico, al menos tal y como lo concebía el Zorro del Desierto, se había esfumado. La explicación se podría esbozar del siguiente modo:

-A diferencia de los británicos, cuyos sistemas defensivos se vinieron abajo en varias campañas de Rommel en 1941 y 42, los americanos no se derrumbaron en Kasserine en 1943. Debido a su bisoñez, pagaron la novatada y no supieron encajar bien el gancho de izquierda italoalemán, cierto. Pero se repusieron de manera acelerada (entre otras cosas gracias a las dudas alemanas del día 19) y, aún en retirada, continuaron dificultando el avance del Eje.

-A la tenaz resistencia americana se unía el hecho de que los estadounidenses dispusieran de un material bélico excepcionalmente bueno, que además eran capaces de reponer sobre el terreno con gran rapidez. A Rommel esto no le sorprendió demasiado, pues era algo que ya se temía, pero le desilusionó al compararlo con el estado de sus propias tropas.

-Lo anterior provocaba que los italogermanos fuesen a tener que emplear en la empresa más tiempo y fuerzas que las inicialmente destinadas a la misma. Pero Rommel no andaba sobrado de ninguno de estos dos factores. Cebarse demasiado contra los americanos hubiese supuesto desproteger el frente sur, la línea Mareth, y darle a Montgomery la posibilidad de cazarlos por la espalda.

De haberse perseguido desde el principio el objetivo de lograr un golpe ambicioso y un éxito amplio, posiblemente hubiese sido posible alcanzar una victoria estratégica sobre los americanos antes de que estos hubiesen podido reaccionar. Pero, dadas las circunstancias, ese objetivo no se podía cumplir con las fuerzas y el tiempo de que se disponía. Por estas razones, Rommel decide detener las operaciones y dirige a sus soldados nuevamente a Mareth.


Operación Capri

Tras el canto del cisne de Kasserine, asistimos a los últimos días de Rommel en el continente que vio nacer su leyenda. El día 23, el suabo es nombrado comandante del Grupo de Ejércitos Afrika, puesto que en principio parecía destinado a von Arnim. Al día siguiente, el mariscal germano es informado de que este general pretende lanzar un ataque desde el norte, ataque que efectivamente inició el 26. Esto puso furioso a Rommel, quien entendía que esta maniobra debería haberse ejecutado en conjunción con el ataque sobre Kasserine. El suabo se encontró siendo el comandante supremo de un Ejército que realizaba un movimiento no planeado por él. Dicho movimiento no logró ningún éxito reseñable, y además supuso una merma considerable de las fuerzas disponibles.

Después de la maniobra de Arnim, Rommel iba a cometer un error muy similar. El suabo finalmente ejecutó un ataque concebido por él contra Montomery en la localidad de Medenine: la operación Capri, la cual concluyó en un desastre absoluto. El germano pretendía avanzar preventivamente sobre los británicos antes de que estos pudiesen comenzar una ofensiva potente sobre Túnez, pero lo que tuvo lugar fue un Alamein a pequeña escala. Las unidades de Rommel apenas contaban con 150 carros mientras que los ingleses disponían de 400 tanques y 500 cañones antitanque. Además, Montomery, quien gracias al efectivo espionaje británico conocía las intenciones de su enemigo, le estaba esperando bien preparado sobre posiciones defensivas fuertes. El resultado fue el previsible: las tropas del Eje perdieron la tercera parte de sus blindados sin lograr nada a cambio. Rommel no esperó a continuar entrampado en una maniobra inútil, y dio por terminado el ataque en la misma jornada del inicio. Era el fin. El día 7 recibió la respuesta de Hitler a un plan de repliegue que el suabo había presentado poco antes. Rommel pretendía retroceder hasta Enfidaville, acortando las líneas del frente y, consecuentemente, reforzando el mismo. En esta posición el germano entendía que se podría contener durante algún tiempo más a los angloamericanos, pero el Führer, como era habitual, se negó a autorizar cualquier retirada.
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El día 9 el mariscal abandonó el continente, en teoría solo hasta que su estado de salud, que en los meses anteriores no había hecho sino empeorar, mostrase mejoría. Pero el Zorro del Desierto ya nunca regresó a África.

Rommel voló hacía Roma y se encontró con Mussolini, con quien mantuvo una entrevista cordial pero fría, y después, el 10 de marzo, se dirigió a Ucrania para entrevistarse con Hitler. El día 11 recibió los diamantes para la Cruz de Caballero.

La agonía de las tropas del Eje en África llegó a su fin, ya sin Rommel sobre el terreno, el 12 de mayo. La crónica escasez de suministros atenazó a los italogermanos hasta el final. La efectividad angloamericana en sus ataques contra el tráfico marítimo del Eje fue brutal. En enero y febrero, se perdieron el 22% de los envíos de pertrechos bélicos despachados hacía Túnez. En marzo y abril, la cifra alcanzó el 41%; y en la primera semana de mayo se disparó hasta el 77%.


Hitler y Rommel en 1943

Tras abandonar África, Rommel pasó varias semanas tratando de recobrar su salud. Tras estas, Hitler y Göbbels intentaron evitar la mancha de la derrota para este general por quién ambos, incluso tras las desavenencias sufridas, continuaban sintiendo un respeto especial. En un comunicado redactado por el propio Führer, se hizo saber el 10 de mayo que el mariscal había abandonado el continente Africano dos meses antes, dejando claro que él no estaba al mando de las tropas que estaban siendo vencidas por los angloamericanos.

El dictador germano quiso volver a recuperar la confianza de quien antaño había sido su general favorito. Volvió a contar con Rommel en las reuniones y las conferencias que se mantenían a diario y que versaban sobre la marcha de la guerra, volvió a aceptar su consejo y volvió a interesarse por su opinión. En definitiva, volvió lograr que Rommel confiase nuevamente en su líder. Posiblemente no con una fe tan absoluta como la que sí profesaba apenas un año antes, pero lo cierto es que el suabo volvió a caer bajo el embrujo del Führer.

El historiador David Fraser nos narra un hecho que muestra cual era la opinión de Rommel sobre esta nueva y singular situación. Estando en Rastenburg, tuvo lugar un encuentro fortuito e informal con Manstein. Este se encontraba bañándose en un lago y, al ver al suabo en las proximidades, salió del agua y, sorprendido pero cordial, preguntó a aquel -a quién identificó a pesar de no conocer con anterioridad- que hacía en allí.

“Estoy aquí para hacer una cura de rayos ultravioleta. Me estoy embebiendo de sol y de fe”.

Manstein, entendiendo la ironía, preguntó si volverían a verse, a lo que Rommel respondió:

“Sí, bajo la lampara de rayos ultravioleta”

Ese era el extraño efecto que Hitler tenía en Rommel.

No obstante, a pesar de que la relación entre ambos personajes ciertamente mejoró, no volvió a ser lo que en su día fue. Es más, el militar empezó a entrever detalles del mandatario que le inquietaron. Aquel comentó en varias ocasiones con Hitler que la situación alemana era desesperada pero asimismo le oyó decir “nadie querrá firmar la paz conmigo”. También escuchó al Führer afirmar que si la guerra se perdía, los supervivientes podían pudrirse. Todo esto provocó que subsistiese la semilla de la duda. Rommel incluso rechazó el regalo (una finca) que le indicaron que el dictador pretendía hacerle. El mariscal no quería sentirse como deudor de estos favores.


Operaciones Alarico y Eje

Ya en mayo, a Rommel le asignaron un papel principal en dos operaciones, Alarico y Eje, que en esencia eran dos partes de un mismo plan.

Alarico:
Consistía en realizar un despliegue de fuerzas germanas en territorio italiano en previsión de la más que probable invasión aliada. Alemania desplegaría en el país transalpino una veintena de divisiones, que con anterioridad se habrían concentrado en Austria y en Baviera.

Eje:
Suponía que, en caso de que Italia terminase por pasarse al enemigo, los alemanes tendrían que desarmar a los soldados transalpinos y, al mismo tiempo, mantener el terreno limpio para realizar operaciones bélicas contra las tropas angloamericanas desde la península itálica.

Los acontecimientos iban a dar la oportunidad a los alemanes de lanzar ambas operaciones en breve. El 10 de julio, en plena ofensiva de Kursk, los aliados desembarcaron en Sicilia y pronto fue evidente que no iban a tardar demasiado en poner un pie en la Italia continental. El día 13, después de que Hitler convocase a Manstein y a Kluge (principales comandantes de la Wehrmacht en la operación Zitadelle) y les indicase la necesidad de detener el ataque en el Frente del Este, ambos mantuvieron una reunión con Rommel en la que los tres hablaron con franqueza. Al finalizar la conversación, Kluge le indicó a Manstein:

“Esto va a terminar mal, estoy dispuesto a ponerme a sus ordenes”

Y abandonó la sala dejando a este solo con Rommel. El suabo comunicó asimismo a Manstein su percepción de que todo aquello iba a concluir en un desastre para Alemania y le señaló su disposición a ponerse también bajo sus órdenes. Pero el héroe de Sebastopol, aún contando con el respaldo de estos dos generales, no se decidió a actuar.

El día 15 de julio, Rommel es nombrado comandante del Grupo de Ejércitos B, agrupación que se estaba formando en Baviera y que estaba concebida para intervenir en la península itálica en el momento en que el devenir de los acontecimientos lo hiciese necesario. Sin embargo, de manera un tanto sorprendente, el 23 de abril se le asigna a estas tropas la misión de defender Grecia. Pero poco después, el 26, llega a Berlín la noticia de la detención de Mussolini. Italia se tambaleaba. Inteligencia informaba de los contactos que se estaban llevando a cabo entre el nuevo gobierno transalpino y los aliados. Era el momento de poner en marcha Alarico. La península helénica pasaba a un segundo plano.

A mediados de agosto se inicia la entrada de las tropas germanas en el norte del territorio italiano. Oficialmente no era una invasión, sino una maniobra de colaboración con un estado aliado. Italia seguía en guerra y los alemanes fueron recibidos con regocijo en varias localidades.

El 15 de agosto Rommel se traslada a Bolonia para asumir el mando del Grupo de Ejércitos B en Italia. Nada más llegar, celebra una reunión con los transalpinos para tratar de organizar la defensa frente a los aliados. Roatta, el jefe del estado mayor del Ejército Italiano negó cualquier acusación de traición, pero ese mismo día su gobierno lanzó la primera propuesta formal a Eisenhower. El clima de desconfianza era patente.

El día 3 de septiembre, los angloamericanos desembarcan en Reggio, al sur de Italia. El 9 lo hacen también en Salerno. Veinticuatro horas antes, Roma había anunciado la firma del armisticio. En ese momento se inicia la operación Eje, la cual se llevo a cabo con gran éxito. El 19 las tropas de Rommel anuncian la captura de 82 generales italianos, 13.000 oficiales y 400.000 soldados, de los cuales 183.000 ya se habían enviado al Reich.

Los alemanes no consiguieron expulsar a los angloamericanos de la península itálica pero, gracias a las operaciones Alarico y Eje, lograron asentarse firmemente sobre el terreno a pesar de la defección de su principal aliado. Por lo que se refiere al papel de Rommel, este no ejerció mando de primera línea. Se mantuvo en el norte del país, pero defendió constantemente que se crease un mando unificado para todas las tropas de la zona (el mariscal solo comandaba el grupo de Ejércitos B, que no englobaba a todas las divisiones germanas en aquel teatro de operaciones). Las reclamaciones del suabo surtieron efecto, pero este no se benefició de este triunfo; cuando se unifico el mando, el militar encargado de asumirlo no fue Rommel sino Kesselring.

Los días de Rommel en Italia no fueron felices. Entre otras cosas, El militar descubrió de primera mano los métodos de las tropas de las SS, las cuales asesinaron a varios judíos en las proximidades de su cuartel general, radicado cerca del Lago de Garda. Fue en aquella zona donde se alojó Mussolini tras ser rescatado por comandos alemanes de su cautiverio. El mariscal aprovechó la situación para llamar al dictador y, en una agría conversación telefónica, le reprochó la falta de cooperación italiana en las campañas de África. La crítica no era gratuita. A consecuencia de la operación Eje los soldados de Rommel habían descubierto varios depósitos con pertrechos militares italianos que databan de 1941-42, cuando los transalpinos habían reiterado en numerosas ocasiones a los germanos que no enviaban más suministros al Panzer Gruppe simple y llanamente porque no los tenían.

Finalmente, a Rommel le encomendaron la que iba a ser su última gran tarea. Él, junto con el estado mayor del Grupo de Ejércitos B, debía dirigirse a Francia, donde se preveía un desembarco anfibio angloamericano para la primavera próxima. El 21 de noviembre, posiblemente con alivio, abandonó Italia para no volver jamás.