lunes, 18 de enero de 2010

Rommel IV


La situación en el Norte de África previa a la llegada de Rommel

El 10 de junio de 1940, poco antes del colapso del Ejército Francés y cuando parecía que la causa aliada estaba definitivamente perdida, Italia declaró la guerra a los franco-británicos. Con este movimiento, Mussolini pretendía dos cosas: en primer lugar, estar sentado al lado de los vencedores en el momento del armisticio; en segundo y como consecuencia de lo anterior, adueñarse de las colonias africanas que los anglo-franceses atesoraban. La maniobra del dictador transalpino estaba bien concebida, pero la jugada no le salió como esperaba. Francia se rindió, cierto, pero Gran Bretaña no estuvo dispuesta a seguir el mismo camino que su antigua compañera de armas, y como consecuencia de esta desafiante actitud los italianos se vieron embarcados en una contienda más larga de lo previsto, contienda para la que no estaban en absoluto preparados.

En septiembre de 1940, las fuerzas italianas en Libia (un numeroso contingente de aproximadamente 200.000 soldados) penetraron en Egipto, llegando a introducirse unos 90 km en el territorio del país del Nilo. Los británicos, comandados por el general O´Connor, contraatacaron el 9 de diciembre y a pesar de ser muy inferiores en número consiguieron infligir a los transalpinos una severísima derrota, que en pocos días se convirtió para estos en una desbandada absoluta. A lo largo del mes de enero de 1941, los ingleses persiguieron a los italianos consiguiendo no solo expulsarlos de Egipto, sino además arrebatarles Cirenaica. Con este movimiento, los dominios del Eje en la zona quedaron reducidos al territorio de Tripolotania. La ofensiva británica concluyó con la toma de El Ageila, posición situada en un punto intermedio entre las mencionadas regiones libias. La derrota italiana fue total. Los ejércitos de Mussolini perdieron 130.000 hombres, medio centenar de carros de combate y unos 800 cañones. Las bajas de los anglosajones fueron mínimas.


La actitud alemana

En lo que se refería al Mediterraneo, los germanos no habían terminado de tener las cosas claras desde el inicio de la guerra. Berlín seguía la contienda en África con expectación, cierto, mas no entendía el continente africano como un teatro principal de guerra, sino como una manera de lograr que los británicos estuvieran ocupados. Los alemanes habían ofrecido ayuda a los italianos en varias ocasiones, pero estos siempre la habían rechazado; y el Reich, deseando no ofender a su aliado, nunca insistió mucho al respecto. Sin embargo, tras la serie de ininterrumpidos fracasos transalpinos, el Reino Unido parecía estar a punto de convertirse en el dueño y señor del campo de batalla norteafricano, con lo que sus tropas quedarían libres para ser trasladadas a otras zonas de operaciones. En esa situación, y con el fin de evitar la victoria británica, es cuando Alemania se decide finalmente a intervenir. Los germanos optarán por enviar al norte de África una cantidad limitada de soldados, no solo como ayuda militar, sino también como un apoyo psicológico a los italianos, cuya moral de combate se estaba viniendo abajo. Los transalpinos, aunque inicialmente remisos a aceptar que los alemanes se inmiscuyesen en un asunto que consideraban exclusivo, terminaron dando su brazo a torcer.

Con los mencionadas intenciones en mente, Hitler llama a Rommel a Berlín el día 6 de febrero de 1941. Allí, el Führer le expone que se le va a designar como comandante de una pequeña fuerza expedicionaria de dos divisiones, una panzer y una ligera, que será enviada a África a apoyar a los italianos. La operación recibe el nombre de Sonnenblume (Girasol).

Sin embargo, lo que iba a ser determinante de los acontecimientos que estaban a punto de sucederse en el norte del continente africano no era solo la actitud de los germanos sino también la de sus oponentes, quienes estaban a punto de cometer un error fatal.


La actitud británica

En el lado inglés, el alto mando consideraba que el asunto africano estaba prácticamente solucionado, razón por la cual ordenó un alto en las operaciones. Esta detención no estaba motivada por la defensa italiana, sino por la decisión que habían tomado los estrategas del Reino Unido de trasladar unidades desde África hasta Grecia, país que había sido atacado por los transalpinos en octubre de 1940. Los helenos, tras protagonizar una tenaz y exitosa defensa contra los italianos, estaban a punto de ser agredidos por los alemanes, enemigos que, sin duda, iban a causarles muchos más problemas. En este contexto, los británicos consideraron que sus fuerzas se emplearían mejor combatiendo contra el Eje en Grecia que en África.

O´Connor protestó abiertamente contra esta dispersión de fuerzas y solicitó que se le permitiese seguir avanzando hasta derrotar definitivamente a los italianos y expulsarlos del norte de África, pero el mando británico desestimo su petición y optó por jugar la carta griega. Los ingleses se detuvieron y comenzaron a retirar a sus unidades fogueadas de la primera línea del frente. El Reino Unido emplazó en la zona a tropas recientemente llegadas al desierto, entendiendo que no habría peligro para ellas, ya que se suponía que enfrente iban a tener a un enemigo prácticamente derrotado


Rommel al otro lado del Mediterraneo: nace el Afrika Korps

Poco después de su entrevista con el Führer, Rommel viaja a la capital italiana y de ahí a Sicilia donde, el día 12 y acompañado por el coronel Schmundt (uno de los ayudantes más próximos a Hitler), se entrevista con Geissler, el comandante de la Luftwaffe en el mediterráneo central. El suabo solicita de su interlocutor que esa misma noche bombardee Bengasi -localidad que había caído en manos británicas durante la anterior ofensiva- y que, desde el día siguiente, inicie una serie de continuas incursiones contra las columnas de aprovisionamiento inglesas en Cirenaica. La respuesta que recibe le deja de piedra. Geissler indica que los transalpinos le han pedido encarecidamente que no bombardee Bengasi. ¿La razón? Varios altos oficiales italianos tienen propiedades en la zona. El futuro mariscal no acepta la postura del comandante de las fuerzas aéreas y solicita a Schmundt que se ponga en contacto telefónico con Hitler y le explique la situación. Este lo hace, y el Führer autoriza a Geissler a proceder de acuerdo a las instrucciones de Rommel. Es decir, antes incluso de poner el pie en África, el héroe de Caporetto ya había logrado que las cosas empezasen a cambiar.

Rommel llegó a Tripoli el día 12 e inmediatamente se entrevistó con Gariboldi, el general italiano a cuyas ordenes se iba a encontrar. Conviene hacer especial hincapié en este punto. El suabo no fue la más alta autoridad militar del Eje en el teatro de operaciones africano. Cierto es que fue la personalidad que más influyo en la campaña, pero Rommel siempre tuvo por encima a algún oficial superior al que estaba subordinado y, en la mayor parte de las ocasiones, ese oficial no fue alemán sino italiano. Sin embargo, al haber tropas germanas implicadas, el suabo se guardaba un as en la manga, as que ya le hemos visto utilizar en su encuentro con Geissler: Rommel tenía la ventaja de poder apelar directamente a Hitler.

Erwin Rommel llegó a Libia con una idea bullendo en su mente: atacar cuanto antes. Los británicos, pensaba, estaban tomando aliento para reiniciar en breve su ofensiva. Los germanos desconocían que los anglosajones habían decidido dejar en segundo plano a África para centrarse en Grecia, y esto provocaba que el suabo considerase que el tiempo corría en su contra. Rommel suponía que cuantas más semanas se les diesen a los ingleses, mejor se asentarían estos en las posiciones de Cirenaica recientemente arrebatadas a los transalpinos. Por ello, el general alemán decidió que no había un minuto que perder y comenzó a preparar a sus soldados. En aquel momento, solo tenía a la 5ª división ligera bajo su mando, unidad que empezó a desembarcar en Tripoli el 14, aunque también se le asignarían en breve varias divisiones italianas. No obstante, incluso contando con estas últimas, sus efectivos parecían sumamente insuficientes para embarcarse en una operación de asalto contra las posiciones enemigas. Cierto es que el alto mando le había prometido asimismo la 15ª División Panzer, pero todavía no estaba claro cuando esta unidad iba a llegar a Libia.

A pesar del precario estado de la situación, Rommel se puso a trabajar en su proyectada ofensiva nada más llegar a su nuevo destino. El suabo no consiguió convencer a los italianos acerca de la necesidad de un avance, pero sí logró que Gariboldi emplazase a lo largo de la linea del frente a las tropas italianas que iba a poner bajo sus órdenes, con lo que hizo posible que dichas unidades estuviesen más a mano en el momento crítico. Además, el general germano supervisó el desembarco de soldados y pertrechos alemanes en Tripoli y procuró que estuviesen en condiciones de combatir con la mayor premura posible. En esos frenéticos días, concretamente el 19 de febrero, las tropas expedicionarias del Reich fueron bautizadas con el nombre con el que pasarían a la historia: el Deutsches Afrika Korps.

Justo un mes después del nacimiento del DAK, Rommel volvió a Berlín para concretar sus órdenes con el alto mando. Para desilusión del suabo, este se encontró con que el OKW no contemplaba la posibilidad de realizar ningún ataque. Rommel, le indicaron, debía limitarse a ayudar a los italianos a defender Tripolitania. Pero no fue la única decepción que se llevó el general germano. También le comunicaron que la 15ª División Panzer no llegaría a África hasta mayo y le solicitaron que esperase el desplieque de esta unidad antes de iniciar cualquier tipo de maniobra contra los británicos. Incluso entonces, dichas operaciones deberían estar limitadas a la toma de Agedabia y, en caso de que la suerte estuviese a su favor, a la captura del puerto de Bengasi. Pero Rommel tenía sus propios planes...


Blitzkrieg en Cirenaica

La última semana de marzo, tropas alemanas, siguiendo las ordenes que Rommel había dejado antes de partir hacia Berlín (lo que nos da una idea de lo convencido que estaba de llevar a cabo su plan), habían tomado la posición de El Agheila en una maniobra preliminar. Este lugar iba a servir a los germanos como punto de partida de las operaciones que estaban por llegar. Sorprendentemente, los británicos no respondieron al movimiento enemigo. La decisión de estos de centrarse en Grecia había debilitado sus posiciones en Cirenaica, mermando considerablemente sus capacidades combativas pero, o al menos así lo creían, dicho debilitamiento no suponía ningún riesgo. Los italianos habían sufrido una severa derrota apenas un par de meses antes y los ingleses asumían que dicho revés provocaría que los transalpinos se privarían de lanzarse a aventuras bélicas durante cierto tiempo. Pero, ¿y los alemanes?

El 31 de Marzo los generales Gambier Parry (comandante de la 2ª División blindada británica) y Neame (comandante de las fuerzas inglesas en Cirenaica) discutían acerca del informe sobre Rommel que el departamento de inteligencia les acababa de entregar. Era un texto breve que resumía la trayectoria bélica del germano y que no sirvió a ambos oficiales para prever lo que se les venía encima. Los británicos sabían que la llegada de los alemanes suponía un mero apoyo para los italianos y que no existían intenciones del OKW de lanzarse al ataque. Conocían además que, por el momento, el Tercer Reich solo disponía de una división en la zona, fuerza que era notoriamente insuficiente para efectuar cualquier tipo de operación de gran magnitud. La 5ª ligera tendría unos 120 tanques; la mitad ligeros y la otra mitad carros medios del tipo III y IV, una cantidad de blindados que no debería alterar en grado sumo el equilibrio en la zona. El razonamiento inglés era, en esencia, correcto: las órdenes alemanas no hablaban de una ofensiva y las tropas germanas en la zona eran demasiado reducidas para una acción de esas características. Luego, concluyeron, no habría ataque. Sin embargo, un razonamiento correcto les había llevado a una conclusión errónea ya que no tuvieron en cuenta una premisa fundamental: no contaron con que el Zorro del Desierto estaba a punto de comenzar a labrar su leyenda.

El 31 de marzo, adoptando una actitud que contravenía las órdenes recibidas, Erwin Rommel inicia el ataque contra las posiciones británicas. Al final de ese día ya había conseguido tomar Mersa el Brega al tiempo que sus sorprendidos oponentes son incapaces de reaccionar de manera efectiva y empiezan a replegarse. El general alemán no pierde ni un segundo. Conoce que la rapidez es la clave de su movimiento y no esta dispuesto a perder su oportunidad. El día 2 alcanza Agedabia y lo único que pueden hacer los incrédulos ingleses es continuar retirándose. Ese día la intendencia germana puso a Rommel por vez primera cara a cara ante el mayor problema de la guerra en el desierto; el aprovisionamiento de combustible. De todos los grupos empiezan a llegar noticias alarmantes. El espectacular avance del DAK está dejando a sus vehículos sin gasolina, e intendencia declará que serán necesarios cuatro días para reabastecer a las tropas. Demasiado tiempo para Rommel, quien comprende que en ese intervalo los británicos se habrán recuperado de la sorpresa y harán imposible la continuación del ataque italoalemán. Entonces, el suabo recurre a una de sus mejores armas: su capacidad de improvisación. Ordena a todos los vehículos que se deshagan de la carga y que solo transporten combustible. Con esta solución logran tener a las unidades listas para reiniciar la ofensiva en apenas 24 horas. Tras esta pausa, el día 4 los soldados del Eje espoleados por su comandante toman Bengasi, el punto de máximo avance estimado por el OKW. Dicho enclave, según el alto mando, iba a ser eventualmente conquistable en mayo. Rommel lo tomó con un mes de anterioridad y en tan solo cuatro días. Y no tenía ninguna intención de parar allí.

Los ingleses, a quienes el movimiento alemán había pillado completamente desprevenidos, se retiran en un tortuoso desorden en medio de un torbellino de unidades del Eje que avanzan sin parar. Pero incluso a la vista del éxito, la ejecución de la maniobra no era todo lo rápida que quería Rommel. En cierta ocasión, el suabo se encontraba sobrevolando el campo de batalla con su avioneta Fieseler Storch, y al ver a una columna germana que no se movía con la presteza que él consideraba adecuada, dejó caer una nota en la que se leía simplemente:

“¡Si no empiezan a moverse rápido, bajo!

Firmado: Rommel”

Con todo, tras la caída de Bengasi, el destrozó que las tropas del Eje estaban causando a los ingleses no había terminado. Para hacernos una idea de la magnitud del desastre británico, hay que tener en cuenta que los tres principales generales del Reino Unido en la zona cayeron prisioneros a la semana de iniciarse la operación de Rommel. El día seis se apresó a O´Connor y Neame; y el día 7 se capturó a Gambier-Parry.


¿Por qué correr tanto?

El mismo día en que se tomó prisionero a Gambier-Parry, las unidades de vanguardia de Rommel alcanzan Mechili, enclave situado en medio de la protuberancia de Cirenaica, y apenas un par de días después tienen el territorio plenamente asegurado. En esas jornadas, los destacamentos del Afrika Korps creían que se les iba a otorgar un merecido descanso, pero su comandante no pensaba de la misma manera. Hasta ese día, los británicos habían estado lejos de presentar una resistencia seria. Simplemente trataron de escabullirse de unos enemigos que parecían estar en todas partes y que siempre se encontraban varios pasos por delante de ellos. La idea que en aquel momento empieza a abrirse camino en el alto mando después de la inicial conmoción que supuso el ataque italoalemán era la de salvar el mayor número de unidades replegándolas dentro de la fortaleza de Tobruk. Rommel adivinaba las intenciones inglesas, y también comprendía que la única manera de frustrar los planes británicos era actuar con rapidez y tomar Tobruk con un golpe de mano antes de que las tropas enemigas se atrincheraran en dicha ciudad. Por ello, el suabo sabe que su hombres no pueden permitirse perder el tiempo. Ordena a sus soldados que, sin dilación, continúen avanzando hasta la localidad de Tmimi, último enclave de importancia antes de Tobruk.


Razones del éxito germano

Hasta aquí, todo había salido bien para las tropas del Afrika Korps. Primero: la colaboración de la Luftwaffe, esencial para las tácticas Blitzkrieg germanas, había mejorado considerablemente tras el primer encontronazo de Rommel con Geissler. Segundo: las unidades del general alemán, principalmente la 5ª División Ligera, pero también las formaciones italianas que combatían bajo su mando, se comportaron extraordinariamente bien, dando lo mejor de si mismas para contentar a su exigente comandante. Y tercero: los británicos también colaboraron estrechamente con la victoria de Rommel. El traslado de soldados del Reino Unido a Grecia disminuyó el número de efectivos ingleses en la zona hasta límites peligrosos. Además, mientras que las formaciones fogueadas se trasladaron a la península helénica, las tropas que se quedaron en África solían ser unidades con reducida experiencia bélica recientemente llegadas a lo que se suponía iba a ser un frente tranquilo. Obviamente, Rommel no jugó ningún papel en este tercer factor, pero si fue el principal detonante del segundo y un gran revulsivo del primero.

sábado, 9 de enero de 2010

Rommel III



Polonia: Rommel en el Cuartel de Campaña del Führer

El día 22 de agosto de 1939 Rommel recibe nuevas instrucciones en las que se le anuncia su ascenso a general de división y se le nombra comandante de los cuarteles de campaña del Führer. El puesto era ciertamente importante pero, en cuanto a lo que se refiere a los hombres a su cargo, y más si los comparamos con los que habitualmente están subordinados a un general de división, eran ciertamente escasos. El total de soldados a las ordenes del general suabo ascendía aproximadamente a un millar.

El cuartel se localizaba en un tren compuesto por una docena de vagones, a los que se sumaban dos antiaéreos a la cabeza y a la cola del convoy. En este tren se celebraron las reuniones diarias que Hitler mantuvo con sus generales a lo largo de la invasión de Polonia, y Rommel habitualmente estaba presente en las mismas. Para él, un soldado que siempre había apostado por la velocidad y la sorpresa en el campo de batalla, poder observar desde tan privilegiada posición la campaña en la que por primera vez se puso en marcha la Blitzkrieg germana debió suponer una intensa satisfacción no exenta de envidia por no encontrarse en ese momento en el frente.

Por lo que respecta a las relaciones de Rommel con Hitler, durante este periodo no hicieron sino mejorar. Entre otras cosas, el suabo valoraba el extraordinario dominio que el austriaco parecía tener de la situación. La mayor parte de la cúpula militar germana temía una ofensiva anglofrancesa en el oeste del Reich en esas semanas en las que la casi totalidad de la Wehrmacht se hallaba ocupada en Polonia; pero dicha intervención, tal y como había asegurado el Führer con anterioridad, no llegó a producirse. Cierto es que los aliados declararon la guerra a Alemania, pero esta declaración no supuso ninguna dificultad adicional a la campaña polaca. En este extraño contexto, el dictador parecía ser el único en tener las cosas claras y los nervios templados y Rommel le admiraba por ello. Además, al contrario de lo que sucedería en los años siguientes, el mandatario germano sí que se aproximó al frente. El convoy del Führer se hallaba con frecuencia considerablemente cerca de la zona de combate. En ocasiones, el propio Hitler abandonaba el tren para acercarse a algún sector en el que se estuviese luchando. Rommel, en definitiva un viejo soldado de primera línea, no podía sino apreciar dicho comportamiento.

Con la campaña polaca prácticamente concluida, el 26 de septiembre Rommel se trasladó a Berlín para organizar en la capital germana los cuarteles generales del Führer en la Cancillería del Reich. Pocos días después, el 5 de octubre, el suabo estuvo de vuelta en Polonia para participar en el desfile de la victoria en Varsovia. Tras este, abandona para siempre el territorio polaco, por lo que parece poco probable que se enterase de la terrible labor de limpieza étnica que las SS comenzaron a desarrollar en esta infortunada nación inmediatamente después de la victoria alemana.


Rommel y la 7ª División Panzer

Tras su labor al frente de los cuarteles del Führer, Rommel solicitó que se le asignase el mando de una división acorazada. Desde su posición de observador privilegiado, había visto desempeñarse a estas nuevas unidades en el campo de batalla, y se quedo maravillado por sus prestaciones. El general suabo parecía tener claro que dichas formaciones iban a marcar un antes y un después en la historia militar, y quería formar parte de ese momento. Existieron algunas trabas para concederle el mando de una división panzer ya que, al fin y al cabo, Rommel había sido toda su vida un soldado de infantería y no tenía experiencia con unidades móviles; pero al final (muy posiblemente gracias a la intervención personal de Hitler) el futuro mariscal consiguió el puesto de comandante de la 7ª División Panzer a principios de 1940. Rommel se despidió del dictador germano y este, a modo de regalo de despedida, le entregó un ejemplar de Mein Kampf dedicado.

La 7ª División Panzer era una unidad notablemente poderosa ya que contaba más de dos centenares de carros de combate. Durante la campaña del oeste se encuadró en el XV Cuerpo de Ejército comandado por Hoth, incluido en el Grupo de Ejércitos A de Rundsted y se localizó en el sector central del frente, justo donde debía producirse la ruptura decisiva.

Desde que asumió el mando el 15 de febrero y hasta que se inició la ofensiva, Rommel dedicó sus esfuerzos a familiarizarse con las particularidades de su nueva unidad, al tiempo que trasladaba a sus hombres las lecciones que había aprendido en sus numerosas experiencias bélicas previas. El general era un decidido partidario de la técnica conocida como “el mando desde el frente”, lo que en la campaña se tradujo en el hecho de que se pasase la mayor parte del tiempo de acá para allá (bien montado en un tanque, bien en su vehículo de mando, bien en cualquier otro medio de transporte que tuviese a mano) dando órdenes a diestro y siniestro e insuflando valor a sus tropas allí donde creía que se hallaba el punto esencial (Schwerpunkt) de los enfrentamientos. No obstante, también era defensor de la vieja tradición del Ejército Alemán consistente en que ningún oficial debía dejar de tomar sus propias decisiones esperando que sus superiores las tomasen por él. Rommel no pretendía que sus soldados se quedasen parados hasta que él apareciese. Por el contrario, deseaba que sus oficiales fuesen capaces de asumir su propias responsabilidades. El suabo, así como gran parte de los grandes generales germanos, comprendía que él no iba a conocer en cada momento los detalles de todos los combates. Por ello, podía darse el caso de que sus subordinados estuviesen en posesión de mejor información que la que tenia el propio general de división. En ese caso, aunque esos hombres hubiesen recibido unas órdenes, se aceptaba que las pudiesen modificar si dicha modificación era necesaria para lograr una más eficaz consecución de los objetivos marcados. Rommel, como muchos camaradas suyos, no hacía hincapié en que se siguiesen las órdenes al pie de la letra. De hecho, solía advertir a sus subalternos que no esperasen instrucciones detalladas en exceso. Si él deseaba intervenir personalmente, lo haría; pero en tanto no lo hiciese, sus oficiales debían ser capaces de actuar por si mismos.


El cruce del Mosa...

La guerra para Rommel comenzó el 10 de Mayo cuando la 7ª Panzer, junto con el grueso del Ejército Alemán, recibe la orden de atravesar la frontera occidental del Reich y atacar a los aliados. Los hombres del suabo avanzaron con notable velocidad, cubriendo en tres días la considerable distancia de 100 kilómetros. Pero cuando llegaron al río Mosa, un obstáculo natural de primer orden, las vanguardias de la 7ª Panzer se encontraron con que todos los puentes habían sido volados por el enemigo. A pesar de ello, Rommel cruzó el rió junto a sus soldados en uno de los primeros botes que se lanzaron, y logró que se estableciese una pequeña cabeza de puente en la orilla occidental. Tras esto, el general ordenó a sus ingenieros que tendiesen un puente con vistas a posibilitar el cruce de los carros. Gracias a este rápido movimiento, el día 14 Rommel tenia ya una treintena de tanques en la otra orilla, conquistando con ellos el pueblo de Onhaye. Al final de la jornada, la totalidad de la división había cruzado el Mosa y se disponía a continuar su avance hacia el oeste.

Durante estas acciones, el suabo siempre se destacó por estar a la cabeza de sus hombres, y su valentía le sirvió para que le concedieran sendos pasadores para las cruces de hierro de primera y de segunda clase. No obstante, su tendencia a estar siempre en vanguardia asumiendo roles de teniente -o incluso de sargento- también le hizo acreedor de numerosas críticas, ya que su estilo de lucha causaba muchas dificultades al alto mando, cuyos miembros en ocasiones se las veían y se las deseaban para encontrar a este inquieto general.


… y de la Línea Maginot

El 15 de mayo, la 7ª División Panzer siguió avanzando a un ritmo inusitado, pasando por encima de las tropas aliadas que estaban empezando a desintegrarse. Gracias a esta rapidez, Rommel, cuyos hombres se hallaban todavía en Bélgica, alcanzó la Línea Maginot el 16. Las fortificaciones en este sector eran considerablemente más débiles que las que se localizaban en la frontera francoalemana, pero aun así el alto mando germano estimaba que supondrían un obstáculo de primera categoría al avance de sus unidades. No fue así. Rommel, a la cabeza del regimiento acorazado de la división, consiguió atravesar las defensas francesas el mismo día 16 en un ataque audaz durante el que no consintió a sus hombres descanso alguno; mas, una vez en el otro lado, se encontró con que sus tropas se hallaban demasiado desperdigadas. El impetuoso asalto había supuesto que el regimiento acorazado se adelantase demasiado, lo que provocó un distanciamiento excesivo con el resto de las unidades de la 7ª Panzer. Con todo, el caos existente en el bando contrario era mucho peor.

Con la intención de restaurar un poco el orden, el día 17 Rommel ordena a sus tropas de vanguardia que se detengan y formen un erizo, al tiempo que retrocede para tratar de reagrupar a las formaciones rezagadas. Al día siguiente, cuando recupera el control de la situación, el futuro mariscal se lanza a por la ciudad de Cambrai, localidad que cae en sus manos esa misma jornada. A estas alturas de la ofensiva, la 7ª Panzer había avanzado 300 km, capturado 10.000 prisioneros y destruido un centenar de carros enemigos más cincuenta vehículos y cañones de todo tipo. El precio que había tenido que pagar por este éxito se elevó a 35 muertos y 59 heridos así como un puñado de tanques perdidos.

El triunfo de la 7ª Panzer fue notable, pero el mando germano se alarmó considerablemente ante la manera que tenía Rommel de conducir las operaciones ya que, en ocasiones, ni el mismo sabía donde se localizaba realmente su división. Es en esos momentos cuando se empieza a conocer a la unidad del suabo con el sobrenombre de “División Fantasma”, ya que nadie parecía saber con exactitud en que parte del mapa situarla, ni siquiera su propio comandante.


Contraataque en Arras

El arrollador avance de Rommel y del resto de las divisiones panzer había provocado que los flancos de estas tropas quedasen peligrosamente expuestos a cualquier contraataque aliado. Dicha eventualidad había estado presente en las discusiones del alto mando alemán desde el inicio de la ofensiva y representaba una de sus mayores preocupaciones pero, dada la ininterrumpida sucesión de éxitos, los miedos de los germanos parecían haber remitido. Sin embargo, el 21 de mayo los temores de estos se iban a convertir en realidad.

Arras era una localidad defendida por los británicos que el mando alemán, con la 5ª División panzer por el norte y la 7ª junto con la Totenkopf por el sur, pretendía rodear. El movimiento se inició bien pero, al caer la tarde, tropas británicas apoyadas por varios carros “Matilda” se lanzaron contra los hombres de Rommel. El alto mando inglés pretendía realizar una ofensiva de gran calado, pero Gort, el comandante de la fuerza expedicionaria británica, era consciente de que, dado el precario estado en que se hallaban sus fuerzas, lo más que podría efectuar era un contraataque de ámbito local. Para este movimiento, Gort dispuso de dos divisiones muy mermadas y de 72 tanques “Matilda”, extraordinariamente bien blindados pero pobremente armados, ya que únicamente 16 portaban un cañón, estando el resto equipados únicamente con ametralladoras. Pero incluso con estas reducidas fuerzas los ingleses consiguieron asestar un golpe a los confiados hombres de Rommel quienes no se esperaban esta audaz maniobra británica.

A pesar de la sorpresa, Rommel reaccionó con rapidez y supervisó personalmente la defensa alemana, protagonizada principalmente por los cañones antitanque y por cañones antiaéreos de 88 mm en función contracarro. La intervención de estos fue de gran importancia ya que el armamento de los carros germanos era demasiado débil para penetrar el grueso blindaje de los tanques británicos. El suabo fue de cañón en cañón dando ordenes y ánimos a voz en grito a sus hombres quienes, al final del día y no sin esfuerzo, habían destruido varios carros enemigos, abortando de este modo la ofensiva inglesa. Las pérdidas alemanas, aún siendo importantes (la 7ª Panzer perdió cuatrocientos hombres y varios blindados), no eran extraordinariamente graves. Pero lo peor fueron lo efectos psicológicos que la audacia inglesa provocó en los germanos.

Nada más iniciarse el ataque, la alarma saltó en el mando alemán. Los informes que se recibían pintaban una situación bastante más complicada de lo que en realidad era, apuntando que los británicos preparaban una ofensiva seria con grandes contingentes de blindados. Todo ello ocasionó una situación de inquietud en el alto mando, inquietud que presumiblemente tuvo influencia en la orden de alto que dio Hitler a sus tropas el día 24, facilitando de este modo el reembarco aliado que tuvo lugar en Dunkerque poco después.

En lo que respecta a Rommel, el suabo recibió la Cruz de los Caballeros el día 26 por su sobresaliente desempeño en la ofensiva. A la 7ª Panzer, unidad que continuaba avanzando y enzarzada en los combates, el día 28 le fueron concedidas seis jornadas de un merecido descanso.


Toma de Cherburgo

El 3 de junio el Führer visitó a las tropas alemanas e invitó a Rommel a pasar el resto del día con él, hecho que volvía a demostrar la estima que sentía el dictador por este militar, quien observó que había sido el único comandante recompensado con este tratamiento. “Todos estábamos preocupados por usted”, fueron las palabras empleadas por el mandatario para dejar clara su predilección por el general. En aquello momentos el suabo todavía era, y seguiría siendo durante mucho meses, uno de los militares favoritos del austriaco.

Pero la guerra continuaba. El 5 de junio la 7ª Panzer inició el cruce del Somme por la zona entre Abbenville y Amiens. Rommel condujo a sus hombres con más cautela de lo que era habitual en él -posiblemente tenía presente la desagradable sorpresa de Arras-, pero el resultado siguió siendo satisfactorio. Su vehículo fue el primero en cruzar y al finalizar la jornada la unidad al completo se hallaba al otro lado del rió. Apenas cinco días después, los alemanes se encontraban en las orillas del Sena.

El día 10, Rommel recibe nuevas órdenes. No debía atravesar el Sena, sino dirigirse inmediatamente al litoral para evitar las evacuaciones que los aliados estaban intentando llevar a cabo en la zona. El suabo, de acuerdo a las nuevas instrucciones, cambia la dirección de su avance y se lanza contra el pueblo de St. Valery en la costa norte francesa, localidad que toma el día 12. Tras esto, la 7ª Panzer recibe nuevamente unos días de descanso.

Finalmente, el día 17 Rommel recibe órdenes de cruzar el Sena y tomar Cherburgo. La jornada siguiente, después de haber recorrido la asombrosa distancia de 250 km, el general tiene a su unidad en posición y lista para lanzarse sobre la localidad. El día 19 comenzó el ataque y, tras unas breves escaramuzas, a mediodía se presentaron dos civiles franceses a negociar. Los alemanes les indican que deben rendirse antes de las 15:15 o, de otro modo, tomarán la ciudad al asalto. Los galos no respondieron a la hora señalada y los germanos reanudaron los combates, si bien estos fueron breves. La resistencia se desvaneció al poco rato y a las 5 de la tarde se firmó la rendición de la plaza, poniéndose de este modo un brillante punto final a la participación de Rommel y la 7ª División Panzer en la campaña occidental de 1940.