sábado, 21 de marzo de 2009

Operación León Marino II


El Día del Águila

La fecha a partir de la cual puede considerarse como comenzada a la Batalla de Inglaterra es el 10 de Julio de 1940. En ese momento empiezan las operaciones preliminares de la Luftwaffe en el Canal de la Mancha y en la costa sur de Gran Bretaña. El objetivo era doble: tantear las defensas británicas y hundir sus buques mercantes en la zona. Apenas un mes después, el 8 de Agosto, se produce el primer combate de importancia entre unos Stuka que rastreaban la zona en busca de mercantes británicos y unos Spitfire. Los cazas de la RAF se apuntaron la victoria, produciendo 16 bajas entre los aparatos germanos. No obstante, estas acciones no pasaban de meras fintas. No eran más que un simple preludio de los que se avecinaba.

El Adlertag (Día del Águila), inicialmente previsto para el 10 de Agosto, se retrasó hasta el 13. Su objetivo, según la directiva del 1 de agosto, era la destrucción de la fuerza aérea británica. Para entonces, las flotas aéreas II y III comandadas por Albert Kesselring y Hugo Sperrle sumaban la cifra de 2600 aparatos. El día 13 la Luftwaffe lanza su primer gran golpe y envía contra los aeródromos del sur de Inglaterra unos 500 bombarderos y 1000 cazas. Sera entonces cuando la hasta entonces invicta fuerza aérea alemana se encuentre con una desagradable sorpresa: en los tres primeros días de combates sus bajas suman 120 aparatos. La RAF, por el contrario, solo sufre la pérdida de 47 aviones. Las cifras se incrementaran ligeramente en las jornadas siguientes. La media diaria de derribos se situá en torno a unos 50 aparatos alemanes y 20 británicos. La primera fase de la ofensiva concluye el 18 de Agosto, cuando un ataque a gran escala de los alemanes se salda con la pérdida de 71 aparatos de la Luftwaffe, mientras que los británicos solo lamentan la baja de 27 aviones. A estas alturas, tras los enormes daños que les han infligido los valientes pilotos de la RAF, es evidente para los gemanos que los ingleses no se van a dar por vencidos fácilmente. Los alemanes no tienen más opción que concederse un respiro y analizar nuevamente la campaña que se traen entre manos.

Las razones de esta primera derrota de la fuerza aérea alemana pueden resumirse del siguiente modo:
-La RAF disponía de una cantidad de aviones superior a la de los enemigos a los que había tenido que hacer frente la Luftwaffe con anterioridad y sus pilotos tenían una moral elevada.
-La caza británica estaba equipada, entre otros aparatos, con el magnifico Spitfire. Este avión era equiparable al Me-109, que formaba la columna vertebral de la caza alemana.
-La batalla se desarrollaba en los cielos británicos. Por ello, varios de los derribos conseguidos por la Luftwaffe suponían para la RAF únicamente la pérdida del aparato, ya que el piloto podía ser recuperado al tomar tierra en paracaídas sobre suelo inglés.
-Limitada autonomía de los aviones (sobre todo de los aviones de caza). Ello provocaba que los bombarderos alemanes se quedaran sin escolta de cazas a los pocos minutos de alcanzar el espacio aéreo enemigo.
-El radar. Gracias a él, los británicos podían conocer con prontitud donde descargaría sus golpes la fuerza aérea alemana. Por ello, podían decidir con anterioridad si querían emplear sus cazas en combates contra los germanos, o reservarlos para mejor ocasión. Es decir, era la RAF la que en última instancia optaba por presentar batalla o no.

La tenaz resistencia de la fuerza aérea británica en los primeros compases de la ofensiva demostraba que no iba a ser fácil descabezarla con una serie acelerada de certeros y repetidos golpes similar a las que los alemanes habían llevaban a cabo con singular maestría en las ofensivas previas, terrestres principalmente. La “blitzkrieg aérea” tendría que ser sustituida por una campaña mas pausada y meticulosa. A consecuencia de esto, Hermann Göring incluyó como objetivo, además de la destrucción de la RAF, la devastación de las industrias aeronáuticas inglesas. Con ello venía a reconocer que la operación no se solventaría necesariamente en el corto plazo.

La segunda parte de la ofensiva se desarrolló entre los días 24 de agosto y 6 de septiembre. Durante esos días, la Luftwaffe lanzó una serie de bombardeos a gran escala centrando sus esfuerzos en continuar con la destrucción de los aeródromos británicos y comenzando también a atacar las industrias aeronáuticas del Reino Unido. La reanudación de la ofensiva por parte de la Luftwaffe hizo aparecer las carencias de la RAF. Esta última, a pesar estar batiendose con gran bravura, no se hallaba tan preparada como sus contrapartes alemanes para una campaña a largo plazo, ya que no poseía capacidad para recuperarse de sus pérdidas humanas tan rápidamente como la Luftwaffe, incluso teniendo en cuenta que estaban a su disposición numerosos pilotos franceses, polacos y checos. A pesar de que las bajas alemanas en aparatos continuaban siendo superiores a las inglesas, la destrucción de los centros en los que se basaba el poder de la RAF (aeródromos e industrias) estaba comenzando a saturar las posibilidades de defensa de los anglosajones. A las elevadas pérdidas británicas en aparatos (450 cazas entre el 24 de agosto y el 6 de septiembre) hay que sumar el hecho de que las bajas en pilotos comenzaron a mostrar un saldo favorable a los alemanes. Durante las operaciones de julio, los germanos perdieron el 11 por ciento de sus pilotos de caza y los británicos el 10 por ciento. Tras los combates de agosto, y especialmente tras el violento inicio de la segunda fase de la ofensiva, las tornas cambiaron. Alemania incrementó sus perdidas hasta el 15 por ciento, pero Gran Bretaña multiplicó las suyas hasta el 26 por ciento. El Reino Unido no podía permitirse seguir a ese ritmo mucho tiempo.

“La RAF ha bombardeado Berlín”

Al mismo tiempo que se desarrollaba la segunda fase de la batalla, estaba teniendo lugar un serie de acontecimientos que cambiarían el curso de la misma. El día del inicio de la segunda fase de la ofensiva, el 24 de agosto, un pequeño grupo de bombarderos alemanes extraviado lanzó sus bombas por error en la capital británica. Hasta entonces, las fuerzas aéreas, incluidas las alemanas, se habían abstenido de atacar objetivos civiles carentes de importancia militar. Los objetivos de la Luftwaffe habían sido los aeródromos, bases, centros de comunicación, etc. Es decir, blancos perfectamente legítimos de acuerdo a las normas de la guerra. Esta fue la primera vez que, conviene recordar que por equivocación, la fuerza aérea alemana atacó un objetivo puramente civil. La radio alemana se apresuró a ofrecer disculpas públicas por la acción; sin embargo, los ingleses no tenían en mente aceptarlas.

Winston Churchill era perfectamente consciente de la situación crítica que atravesaba la aviación de caza británica y vio en el error alemán la oportunidad de modificar el curso de los acontecimientos. El mandatario británico ideó un plan para que los germanos cambiaran su objetivo primario, la destrucción de la RAF, por otro que en aquel momento supusiese un problema menor para el gobierno inglés: el bombardeo sobre Londres. Para ello ordenó que, como represalia al ataque alemán, la RAF bombardease Berlín. El raid, este sí que fue relizado con plena intencionalidad, fue llevado a cabo por 81 bombarderos de la RAF la noche del 26 de agosto y continuó los días siguientes. Para dotar de más efectividad a la acción de los aviones, la BBC se encargó de hacerla pública del siguiente modo: "nosotros no tratamos de excusarnos; al contrario, estamos orgullosos de dar la noticia: la RAF ha bombardeado Berlín". Fue un ataque carente de todo objetivo militar. Su único propósito era el de enfurecer a Hitler, para que este cambiase así el objetivo de su campaña sobre Inglaterra y se centrase en bombardear Londres, dando de este modo un respiro al extenuado mando de caza británico. Desde el punto de vista estratégico, fue un éxito absoluto de Churchill. Ahora bien, no podemos olvidar que lo consiguió a costa: primero, de bombardear Berlín (que en aquel momento no podía considerarse en modo alguno como un objetivo militar legítimo); y segundo, de canalizar la furia de la Luftwaffe hacia la población británica, en lugar de hacia sus derrengadas fuerzas aéreas. También merece destacarse el hecho de que, tras Mers el Kebir, los británicos mostraban por segunda vez a las claras su desprecio por las normas de la guerra. Dicho desprecio, conviene recordarlo, no fue absoluto privativo de los alemanes.

El “Blitz” sobre Londres

Hitler en un discurso del 4 de septiembre decía los siguiente: “Si los ingleses se preguntan desconcertados ¿por qué no viene? Yo voy a tranquilizarlos ahora mismo, diciendo: tranquilos, ya vamos” El mandatario británico le había hecho la cama al dictador germano, y este se iba a a meter en la misma feliz y contento. Churchill había mostrado pocos escrúpulos y una gran visión de la jugada. Fue suficiente para provocar que el Führer, haciéndole el juego a su enemigo, modificase el objetivo de la campaña cuando esta se estaba finalmente decantando a favor del Reich. Los alemanes, dando de lado la meta esencial que hasta el momento había guiado sus operaciones en la zona (la destrucción de la aviación británica), se aprestaron a dirigirse contra la capital inglesa. El premier lo había logrado: sacrificaba Londres pero no perdía la guerra.

El primer gran bombardeo que marco el inicio del “Blitz” tuvo lugar el 7 de septiembre. Trescientos bombarderos y setecientos cazas se lanzaron sobre la capital inglesa, logrando provocar grandes daños en la ciudad a costa de perder 41 aviones. Las pérdidas británicas se elevaron a 28 aparatos. Los siguientes ataques tuvieron lugar los días 9 y 15 de septiembre, pero en estos días las pérdidas alemanas fueron mayores y los éxitos de sus bombardeos disminuyeron. El día 17 Hitler ordenaba que la operación “León Marino” fuese pospuesta hasta mejor ocasión. No obstante, las pruebas más duras para la población británica aún estaban por llegar, ya que los bombardeos no solo no se detuvieron, sino que se extendieron al resto de las ciudades del Reino Unido. Bristol, Southampton, Liverpool... fueron también objeto, con variable éxito, de las bombas germanas.

La caza británica, tras el respiro que le dieron los alemanes a partir del 7 de septiembre, estaba volviendo por sus fueros apenas una semana más tarde. Las industrias inglesas seguían dotando a sus fuerzas armadas de aparatos a buen ritmo y se hicieron grandes esfuerzos en formar nuevos pilotos para que los derribos alemanes no supusieran una pérdida en la calidad de las tripulaciones. Como consecuencia de esto, las acciones de los anglosajones contra los aparatos germanos comenzaron a cosechar importantes éxitos. Dos nuevos ataques sobre Londres los días 27 y 30 de septiembre fueron rechazados, sufriendo la aviación del Reich graves bajas.

En octubre, la Luftwaffe pasó a efectuar la mayor parte de sus operaciones por la noche. Ello provocaba una reducción en la precisión de sus ataques, pero también disminuía las enormes pérdidas que estaba sufríendo la aviación germana. Para las operaciones nocturnas, los alemanes equiparon a los cazas Me-109 y Me-110 con bombas de hasta 250 kilos, lo que les restaba maniobrabilidad, pero los convertía de facto en cazabombarderos. El día 15 una nueva incursión sobre Londres -efectuada en dos tandas: una diurna y otra durante la noche- ejecutada con este tipo de aviones tuvo un éxito considerable.

No obstante lo anterior, los logros alemanes no se estaban traduciendo en avances estratégicos palpables. La Luftwaffe había conseguido dañar las mas importantes ciudades del Reino Unido pero, a pesar de la lógicas dificultades que eso supuso para los británicos, su moral no se resquebrajó. Los ingleses podían tener graves problemas (ciudades bombardeadas, pilotos al borde del agotamiento, gran número de víctimas civiles...) pero habían conseguido su objetivo: evitar la invasión alemana. La fuerza aérea alemana, por el contrario, se estaba consumiendo sin ningún objetivo estratégico. Y sin embargo, dando muestras de una cabezonería digna de mejor causa, los teutones continuaron con su ofensiva sobre las ciudades enemigas en los meses siguientes. Coventry fue victima de los bombardeos el 14 de noviembre. El 19, le toco el turno a Birmingham. Londres volvió a ser bombardeada el 29 de diciembre y continuaría siéndolo con asiduidad hasta que la Luftwaffe fuera enviada al este para participar en la invasión de la URSS. De hecho, todavía en abril de 1941 setecientos bombarderos alemanes dejaron caer su mortífera carga sobre la capital británica.

Conclusión

La batalla de Inglaterra supuso una derrota alemana sin paliativos. Aunque es conocido el hecho de que las pérdidas germanas fueron superiores (los números varían mucho dependiendo de las fuentes, pero se podría aceptar como aproximada la cifra de 1300 aparatos británicos y 1900 alemanes derribados hasta octubre), la derrota del Reich no ha de cifrarse en términos cuantitativos, sino en el grado de cumplimiento de los objetivos de la campaña. Si atendemos a este factor, tendremos que admitir que los ingleses consiguieron su objetivo (evitar la invasión); mientras que los alemanes no consiguieron ninguno de los suyos (ni Gran Bretaña se avino a la paz con Hitler, ni la RAF fue destrozada por la luftwaffe, ni el bombardeo de sus ciudades forzó a los británicos a firmar la rendición, ni las islas fueron invadidas).

A simple vista salta la diferencia de planteamientos: los británicos tuvieron un propósito claro y definido durante la campaña, y a él dedicaron sus esfuerzos. Los alemanes por el contrario tenían una amalgama de objetivos, cuya importancia variaba a lo largo de la campaña de acuerdo a una serie de razones que nunca quedarán del todo claras. La anglofilia del Führer hizo que no se considerara hasta muy tarde la posibilidad de una guerra con el Reino Unido; la sustitución de la destrucción de la RAF por el bombardeo de Londres fue una mezcla de improvisación y falta de sentido estratégico; la campaña de bombardeo sobre las ciudades se mantuvo, provocando un derroche de recursos, cuando era ya evidente que no podía traer como resultado la rendición de los británicos...

Como complemento a lo anterior, y teniendo siempre presente que el fallo en la delimitación de los objetivos fue la causa esencial de la derrota alemana, podemos recalcar que existieron también otros factores que contribuyeron a la misma en determinados momentos. Cabe destacar los siguientes:
-El tamaño de la Kriegsmarine en comparación con el de la Royal Navy era simplemente ridículo. Ello provocó que el peso de la campaña quedase en manos de la Luftwaffe, que se topó con un adversario mucho mejor equipado, resuelto y decidido a combatir que los enemigos con los que se había encontrado hasta entonces.
-La costa inglesa se dotó desde 1938 con estaciones de radar. Gracias a esto, los británicos podían controlar los movimientos de aviones y barcos que tenían lugar en las proximidades de las islas. El desarrollo del radar fue sin lugar a dudas, uno de los mayores aciertos anglosajones.
-La falta de bombarderos estratégicos de la que adolecía la Luftwaffe. El arma aérea germana era una máquina perfectamente concebida y desarrollada... para apoyar las operaciones del ejercito de tierra. En la concepción alemana de la guerra no había lugar para el uso de la aviación de manera autónoma. Por ello, lo bombarderos con los que fue equipada la Luftwaffe fueron bombarderos medios y bombarderos de ataque en picado (como los Stukas), excelentes para prestar apoyo a las unidades en tierra; pero no se desarrollaron bombarderos pesados de gran alcance capaces de sostener una campaña de bombardeo estratégico a largo plazo.

Para terminar, señalaremos que, si bien las incursiones alemanas sobre el Reino Unido fueron los primeros grandes bombardeos sobre ciudades durante la guerra, estos no se concibieron -a diferencia de los posteriores raids aliados sobre el Reich- para la matanza indiscriminada de civiles. Los bombardeos seguían viéndose por el alto mando alemán como una forma de presionar a los británicos y de obligarles a firmar la rendición. Baste citar el hecho de que en el bombardeo sobre Coventry de noviembre de 1940 las cifras de fallecidos oscilan entre los 500 y los 600. Por contra, en el bombardeo de Hamburgo de julio de 1943 protagonizado por la RAF y la USAAF, el número de muertos se mueve en torno a los cuarenta y los cincuenta mil. Es evidente que la abismal diferencia de cifras no se debía solo al hecho de que los aparatos de la Luftwaffe no fuesen adecuados para la función que se les encomendaba, sino a que los alemanes no tenían en mente la destrucción masiva de los civiles británicos. Esto queda demostrado además por el porcentaje extremadamente pequeño de bombas incendiarias, en comparación con el de bombas explosivas, que los aviones germanos lanzaban en sus incursiones sobre Inglaterra durante el “Blitz”. No se debe olvidar que las bombas incendiarias aliadas serían las que ocasionasen la Feuersturm (tormenta de fuego) sobre las ciudades alemanas a partir de 1943, causando que los muertos en cada bombardeo dejasen de contarse por centenares y pasasen a contarse por miles, o incluso por decenas de miles.

Fuentes principales:

La guerra naval en el Atlántico
Luis de la Sierra
Editorial Juventud.
1974

Europa bajo los escombros
Fernando Paz
Editorial Altera
2008

sábado, 14 de marzo de 2009

Operación León Marino I


Introducción


“...las unidades que habían permanecido en París ocupabanse en la preparación de la empresa “Seelöwe”, la que, sin embargo, y ya desde un principio, no consideré seriamente por creer que carecía completamente de posibilidades debido a la falta de aviación suficiente, de bastante tonelaje naval, así como a la evasión de Dunkerque del ejercito expedicionario inglés. En la falta de los dos elementos fundamentales primeramente mencionados está la mejor prueba de que Alemania no tenía intención de continuar la guerra en dirección a Occidente ni se había preparado para ella en lo más mínimo”


Este es el breve análisis que de la operación "León Marino" Guderian nos ofrece en sus memorias. Este gran general, padre de las divisiones acorazadas alemanas y una de las mentes militares más brillantes de su tiempo, hace hincapié en los puntos esenciales que merecen tenerse en cuenta en cualquier estudio de la fallida invasión germana de las Islas Británicas: las carencias alemanas en el aspecto naval y aéreo, y las, cuanto menos, confusas intenciones germanas con respecto al Reino Unido.


Consideraciones previas


Si damos por cierto el hecho de que la Segunda Guerra Mundial empezase con el ataque alemán a Polonia el 1 de septiembre de 1939, tampoco puede obviarse que fueron Francia y Gran Bretaña las que declararon la guerra a los germanos dos días después y no el Reich él que hizo lo propio con ambas potencias. La Alemania de 1939 era demasiado débil (mucho más de lo que el éxito de sus posteriores campañas sugiere) para enfrentarse a una entente franco-británica. Es bastante posible que Hitler confiase en que ni los ingleses ni los galos se embarcarían en una guerra por Polonia, del mismo modo que con anterioridad tampoco lo habían hecho por Checoslovaquia. Si fuese así, la Segunda Guerra Mundial no habría sido más que un error de cálculo. Las razones del cambio de actitud de los aliados, que durante los años anteriores se habían plegado sin ambages a las demandas expansionistas alemanas, son demasiado extensas como para estudiarlas aquí. Simplemente citaré la conclusión a la que llega el historiador Fernando Paz en su obra “Europa bajo los escombros” en los capítulos dedicados a los orígenes del conflicto: “...si la política británica hubiese sido, o más bien dura desde un principio, o más bien blanda hasta el final, la Segunda Guerra Mundial, probablemente, no habría estallado jamás.”


Tras terminar con la resistencia polaca en un mes y repartirse el territorio con los soviéticos, la Wehrmacht no se lanzó inmediatamente contra las potencias occidentales. Hoy día no se rechaza la posibilidad de que Hitler todavía confiase en llegar a un acuerdo con los aliados que le evitase la necesidad de combatir con ellos y le permitiese centrarse en sus propósitos expansionistas en el este. A favor de esto, se puede aducir que, con anterioridad a la guerra, Alemania nunca había solicitado la devolución de Alsacia y Lorena con la misma intensidad con la que reclamó otros territorios perdidos tras el Tratado de Versalles en 1919. Esto es visto por varios historiadores como un intentó de evitar, en la medida de lo posible, los roces con Francia. En cualquier caso, lo cierto es que durante varios meses se extendió un periodo conocido como la “Guerra en broma” caracterizado por una paz relativa, solo interrumpida por acciones a pequeña escala y combates muy localizados a lo largo de la frontera franco-germana. Este periodo no concluiría hasta 1940 con la invasión alemana de Dinamarca y Noruega. Los combates en esta última nación todavía no habían concluido cuando empezó la ofensiva general del Reich en el occidente europeo en mayo de 1940.


Una vez que los alemanes finalmente pasaron a la ofensiva, el plan diseñado por Von Manstein llevó a la Wehrmacht a una victoria total y absoluta sobre los occidentales en seis semanas. Dicha operación solo tuvo un error. Un error que sería fatal para la causa alemana y que daría a sus enemigos un golpe de moral enorme: la salvación del ejercito expedicionario británico en Dunkerque -unos 250.000 soldados ingleses y alrededor de 100.000 hombres más (en su mayoría franceses)- gracias a la controvertida orden de detención que Hitler dió a sus tropas el 24 de mayo en el momento en que parecía al alcance de su mano que copasen a sus enemigos y acabasen con sus posibilidades de retirada. Las razones de esta decisión no están claros, pero suelen dividirse en tres grupos:
-Motivos militares.
La séptima división acorazada comandada por Rommel ya había sufrido un contraataque por parte de unidades blindadas británicas en Arras. Este fue posible por los amplios flancos que inevitablemente dejaban los rápidos ataques alemanes en general y por la osada conducción de las operaciones que caracterizaba al que después sería universalmente conocido como el "Zorro del Desierto". La rápida reacción de Rommel desarticuló la maniobra inglesa gracias a la adecuada utilización de los cañones de 88 mm contra los blindados enemigos. No obstante, además de las pérdidas graves que supuso para los alemanes, el ataque dejo en el alto mando germano la sensación de que los espectaculares avances de sus divisiones panzer estaban dejándolas en riesgo de ser cercadas en caso de que los occidentales se decidiesen a efectuar una contraofensiva a gran escala. Cierto es que hoy sabemos que la mayoría de las unidades aliadas se batían en retirada y que no existía una posibilidad real de que montasen un contragolpe amplio y efectivo, pero esto no lo podían saber lo estrategas de la Wehrmacht, quienes ni en sus mejores previsiones habrían supuesto que los ejércitos aliados se descompondrían en poco más de dos semanas de lucha.
Además de lo anterior, según varios autores, Keitel y Rundstedt habían informado a Hitler acerca de que el terreno en torno a Dunkerque, con sus abundantes cursos de agua, no era el más adecuado para las operaciones de los carros de combate. Se sostenía que las dificultades orográficas junto con la acción de la artillería británica provocarían gran cantidad de bajas entre las unidades blindadas de la Wehrmacht, unidades que todavía tendrían que ser utilizadas para derrotar a las fuerzas francesas que estaban tratando de reorganizar sus posiciones al sur de donde se encontraban los germanos con el objetivo de defender París y evitar que Alemania ocupase el resto del Francia.
-Las presiones de Göring.
El Mariscal del Aire presionó a Hitler para que encargase en exclusiva a la Luftwaffe la destrucción de las tropas aliadas cercadas. El prestigio de esta victoria caería de esta manera del lado de las fuerzas aéreas. Hermann Goring ejerció durante todo el conflicto, hasta casi el mismo final, una influencia realmente intensa sobre el Führer. Por ello, no se debe rechazar la idea de que las presiones de Göring afectasen a la decisión del dictador. Además, encomendando al arma aérea la tarea, se conseguía preservar la fuerza acorazada germana para la siguiente fase de la campaña occidental: la toma de París y la derrota total de los franceses. No se preveía que la hasta entonces invicta Luftwaffe fuese a padecer el severo correctivo que los valerosos pilotos de la RAF le hicieron sufrir sobre los cielos de Dunkerque a sus contrapartes alemanes.
-Los motivos políticos.
Varios historiadores destacan el hecho de que en la cosmovisión hitleriana Inglaterra, o más propiamente el Imperio Británico, jugaba un papel esencial. Hitler consideraba a los británicos como parte integrante del tronco ario común del que también formaban parte los alemanes, y entendía que su imperio representaba la superioridad de la raza blanca y su presencia en todos los rincones del globo. Su destrucción solo podía jugar en beneficio de terceros países por los que el mandatario nazi no sentía ninguna simpatía. Esta preferencia que el Führer sentía por los británicos provocó que les permitiese escapar del cerco en Dunkerque. De este modo evitaba infligir a los ingleses una derrota humillante que hubiese terminado con la posibilidad, en la que todavía creía el dictador germano, de llegar a un acuerdo de paz con ellos. Dicho acuerdo garantizaría el respeto de Alemania al imperio colonial británico y la no intervención del Reino Unido en los deseos expansionistas nazis en el este europeo.


Los historiadores y militares no se ponen de acuerdo a la hora de conceder mayor o menor importancia a los factores antes mencionados. Manstein, considerado por muchos historiadores y militares como el mejor cerebro estratégico del Reich, parece inclinarse a aceptar que los motivos políticos fueron los determinantes de la decisión de Hitler. La opinión de Manstein se ve reforzada por el hecho de que el dictador no solo no mostrase desazón tras el éxito de la Operación Dinamo (nombre dado por los ingleses a la evacuación), sino que además se encontraba de un humor extraordinario en aquellos momentos. El historiador y militar español Luis de la Sierra por el contrario considera que si el Führer hubiese estado influenciado por los motivos políticos indicados, no tendría sentido entonces el hecho de que hubiese dejado a la Luftwaffe de Göring bombardear violentamente a las tropas aliadas en Dunkerque.


Cualquiera que sea el caso, la salvación de los ingleses y la posterior derrota y capitulación de Francia deja, en el verano de 1940, solo dos contendientes en juego: Alemania y el Imperio Británico. El primero, sorprendido por su propio éxito, no tenia ningún plan de actuación para con la Gran Bretaña. Este último, a pesar de las expectativas que tenía Hitler de alcanzar una paz negociada, no parecía muy dispuesto a seguirle el juego al Führer.


La situación tras la caída de Francia


En el momento en que las tropas alemanas comienzan su ofensiva en el frente occidental, el primer ministro británico Neville Chamberlain dimite y es sustituido por Winston Churchill. Chamberlain, principal defensor de la “política de apaciguamiento” en los años 30, es visto como alguien demasiado propenso a entenderse con los germanos, y sus enemigos políticos sospechan que en aquellos momentos puede caer en la tentación de intentar conseguir una salida al conflicto por medio de un acuerdo con la Alemania Nazi. Churchill, por el contrario, había hecho gala durante toda su carrera de un antigermanismo visceral, y se le considera como la persona adecuada para llevar a efecto hasta sus últimas consecuencias el enfrentamiento con el Tercer Reich.


A los pocos días de llegar al gobierno Churchill consigue “salvar los muebles” al lograr llevar a cabo con éxito la operación Dinamo y evacuar las tropas expedicionarias británicas del continente. Esto elevó sobremanera la moral del Reino Unido, hasta el punto de que Churchill se vió obligado a advertir en el parlamento que las guerras no se ganaban con evacuaciones. Poco después, el 5 de Junio, Hitler manifiesta a Göbbels “quiero salvar a Inglaterra. Lo mejor que podemos hacer es lograr una paz equitativa.” Es perfectamente legitimo cuestionar la sinceridad de las palabras del dictador germano y de su voluntad de alcanzar una paz negociada con los ingleses pero, en vista de sus declaraciones y de sus actos en aquellos momentos, cabe concederle el beneficio de la duda. Por contra, no existieron manifestaciones ni acciones de Churchill que permitan concederle al mandatario británico este mismo beneficio.


El 3 de julio, poco más de un mes después de los eventos de Dunkerque, y cuando Francia ya había firmado la capitulación, el Reino Unido atacó sin previa declaración de guerra la flota de su antiguo aliado situada en Mers el Kebir. La flota británica mandada por Sommerville presenta un ultimátum a la francesa comandada por Gensoul y, al ser rechazado este por los galos, se dedica a, “tirando a pichón parado”, hundir los barcos franceses uno tras otro. Además de las perdidas materiales, este ataque a traición costó a Francia 1300 muertos. Esta acción en caso de haber sido cometida por alguna de las potencias que a posteriori resultaron perdedoras hubiese pasado a los libros de historia como un alevoso crimen de guerra. Hoy no ocupa más que unas breves líneas en los libros especializados y a menudo trata de justificarse como una demostración inglesa de su voluntad de luchar hasta el final.


A pesar de esta “demostración de intenciones” Hitler parece reacio a bajarse de la burra y, en un discurso pronunciado en el Reichstag el 19 de julio, sigue conminando a los ingleses a llegar a un entendimiento:
No soy el vencido que suplica misericordia. Hablo como vencedor. No veo ningún motivo para que la guerra continué. Tendríamos que querer evitar el sacrificio de millones de seres humanos. (…)
Es posible que el señor Churchill, una vez más, pase por alto esta declaración mía, diciendo que solo nace del temor y de la duda sobre la victoria. En ese caso, habré tranquilizado mi conciencia sobre lo que vendrá.


No obstante, en esos días el Führer se había decidido finalmente a considerar la posibilidad de invasión de las islas británicas. En una directiva del día 16, se mencionaba la necesidad de preparar “una operación de desembarco en Inglaterra”. En otra directiva del día 1 de agosto se abogaba, por contra, por una intensificación de las acciones ofensivas aéreas y navales.


La operación León Marino


Fue el almirante Raeder, un gran estratega maniatado en sus iniciativas tanto por el pequeño tamaño de la flota de superficie alemana como por la mentalidad “continental” de la que hacían gala los jerarcas nazis, el que primero consideró la eventualidad de una futura invasión de Inglaterra. Ya en noviembre de 1939 nombró una comisión para estudiar dicha operación desde el punto de vista “militar, naval y de la técnica del transporte”. Sería también Raeder quien le preguntase a Hitler en mayo de 1940 si se había planteado la posibilidad de asaltar Gran Bretaña por mar; pregunta ante la que el mandatario reaccionó con perplejidad, no dando muestras de haber tomado en consideración tal circunstancia. Nuevamente volvería a hacerlo en junio y julio, planteando entonces sin ambages la cuestión de la invasión y señalando que debería ser la Luftwaffe la encargada de obtener el dominio del aire y del mar antes de pensar siguiera en un asalto al otro lado del Canal de la Mancha. Los efectivos de la Wehrmacht involucrados en la operación, señalaba Raeder, tendrían que ser necesariamente reducidos, ya que la marina alemana no contaba ni con los medios suficientes para trasladar un gran número de tropas y su correspondientes pertrechos, ni con bastantes buques de guerra como para garantizar el éxito del desembarco de un numero elevado de divisiones en un frente amplio.


De todo lo anterior no debe deducirse que Raeder, quien si que fue uno de los principales valedores de la invasión de Noruega unos meses antes, fuese un decidido partidario del desembarco en las islas británicas. Antes al contrario, consciente de las limitaciones de las fuerzas armadas alemanas, defendía que se podía derrotar a Gran Bretaña mediante la utilización del arma submarina para atacar sus líneas de aprovisionamiento y de la Luftwaffe para bombardear sus centros industriales. No obstante, consciente de que antes o después habría que plantearse como algo real la posibilidad de invadir Inglaterra, tomó sobre sus hombros la responsabilidad de comunicárselo él mismo a Hitler, evitando de ese modo que la operación se la propusiese al dictador germano la -citando textualmente a Luis de la Sierra- "fantasía de algún irresponsable".


Hitler finalmente se avendrá a considerar el asalto anfibio, y emite la mencionada directiva del 16 de julio en la que se planea por primera vez el desembarco. Dicha directiva, a pesar de estar posiblemente inspirada por las conversaciones del Führer con Raeder, sostenía que el desembarco debía producirse en un frente de unos 290 km. Además, pocos días después el numero de divisiones necesarias se estimó en cuarenta. Las objeciones planteadas por la marina de guerra hicieron que el ejército de tierra redujese sus exigencias, con lo que la extensión del frente previsto se redujo a 150 km y se aceptó limitar el número de divisiones a trece. A pesar de esto, las discusiones llegaron a un punto muerto. La Kriegsmarine solo garantizaba el éxito del desembarco en un frente muy pequeño (tengamos en cuenta que el desembarco de Normandía se produjo en un frente de 90 km, cuando los aliados gozaban de un control absoluto del aire y del mar), y el Heer consideraba este punto de vista como impracticable. Halder, jefe del estado mayor del ejército, llegó a expresar que “sería como meter las tropas directamente en una máquina de hacer salchichas”. Su contraparte en la marina de guerra, el almirante Schniewind, entendía como igualmente suicida el hecho de intentar el desembarco en un área más extensa dada la enorme superioridad de la armada británica sobre la germana. Por extraño que parezca, cabe considerar que a los dos les asistía la razón.


En estas circunstancias es cuando se emite la directiva número 17 el día 1 de agosto, dando preferencia a las intensificación de la guerra naval y aérea. Dado que no se podía salir de la situación de punto muerto a la que se había llegado en las discusiones entre el ejército y la armada, se encargó a la flota germana que se dedicase a conseguir los medios para el eventual desembarco (barcazas, remolcadores, transportes...) y a tareas de desminado en las aguas del canal; mientras que las tropas de tierra seguían acantonadas en la costa norte de Francia realizando maniobras de preparación para el asalto anfibio. De este modo, se mantenía la apariencia de que Alemania continuaba preparando la operación de desembarco, pero lo cierto era que el peso fundamental de las operaciones pasaría entonces a la Luftwaffe, a la que se encargaba la misión de derrotar a la RAF. Hay que mencionar que, en la actualidad, muchos autores consideran que, aún sin pretender realmente el ataque a las islas británicas, Hitler dio el visto bueno a estas operaciones como un medio más de forzar a los ingleses a entablar negociaciones con el Reich.