Tras abandonar Italia, la misión que se le asignó a Rommel consistía en revisar las defensas del oeste de Europa con vistas a preparar esta zona ante la previsible invasión aliada. El teatro de operaciones, desde los Países Bajos hasta los Pirineos, estaba bajo la jurisdicción del Oberbefelshaber West (Comandante en jefe del Oeste) Gerd von Rundstedt. El suabo estaba obligado a informar tanto a este como al Führer.
Durante los siguientes meses, Rommel revisó las costas y cualquier zona que pareciese adecuada para un desembarco enemigo. Ordenó la construcción de fortificaciones, el tendido de campos minados y sugirió mejoras en las defensas. Además, recomendó que se dispusieran cuatro cinturones de obstáculos en las playas y que se llenasen los terrenos de grandes postes que pasarían a ser conocidos familiarmente como Rommelspargel -“Espárragos de Rommel”-. La finalidad de estos era dificultar el aterrizaje de los planeadores que seguramente emplearían los angloamericanos en su asalto.
Al mismo tiempo que se dedicaba a estas labores de ingeniería, el veterano comandante revisaba las unidades dispuestas sobre el terreno e instruía a los mandos sobre como se debería hacer frente al oponente. Las líneas maestras de Rommel en este punto eran simples, que no sencillas:
-Detener al enemigo inmediatamente en las playas.
-Si los angloamericanos llegaban a pisar tierra, devolverlos al mar con la mayor rapidez posible.
El 15 de enero, además de continuar a la cabeza de los trabajos de inspección mencionados, se le asignó el mando del Grupo de Ejércitos B, cuya zona de operaciones englobaba las costas del Atlántico, desde el norte de la desembocadura del Loira hasta los Países Bajos; es decir, incluía todo el Canal de la Mancha. Las formaciones que componían este grupo de ejércitos eran las siguientes:
-15º Ejército (von Salmuth). 17 divisiones de infantería.
-7º Ejército (Dollman). 13 Divisiones de infantería. Este sería el localizado en Normandía.
Es decir, Rommel seguía teniendo la responsabilidad de inspeccionar toda la zona desde Dinamarca hasta la frontera franco-española en el Atlántico, pero su mando militar se limitaba a una parte de este territorio.
Las divisiones con las que contaban los ejércitos bajo mando de Rommel no eran, por decirlo suavemente, las mejores de la Wehrmacht. Dada la primacía que se le concedía al Ostfront, las unidades destinadas al oeste eran formaciones en periodo de descanso y reestructuración, o con personal de cierta edad. No obstante en los meses siguientes llegaron al norte de Francia varías divisiones acorazadas y de panzergranaderos que sí podían considerarse tropas de primera clase. El mariscal hizo especial hincapié en que tanto el número de formaciones como la calidad y el armamento de las mismas tenía que mejorarse. De otro modo, no se podía esperar que los defensores alemanes aguantasen la embestida de los aliados.
A las dificultades propias de la operación se añadía el hecho de que, mientras que los aliados contaban con unos servicios de inteligencia funcionando a pleno rendimiento y consiguiendo extraordinarios resultados (entre otras cosas, los angloamericanos conocían asombrosamente bien el despliegue alemán en Normandía) los germanos operaban prácticamente a ciegas. A estas alturas de la guerra, las secciones de espionaje del Reich habían dejado de ofrecer información fiable a sus ejércitos. Rommel sufrió esta inoperatividad y se llegó a quejar de no saber con seguridad nada sobre su enemigo.
La cuestión de las reservas estratégicas
Aquí es donde llegamos al punto esencial de la planificación de la futura Batalla de Normandía. El alto mando hizo ciertamente un esfuerzo por atender las peticiones de Rommel e incrementó notablemente sus fuerzas en la zona, tanto cualitativa como cuantitativamente. No obstante, el despliegue de las mismas, al menos desde el punto de vista del suabo no fue el adecuado. El viejo Zorro del Desierto, dada la diferencia entre las capacidades bélicas germanas y las de sus enemigos, concebía como posible el hecho de que los aliados llegaran a desembarcar en las playas. Y dado que Alemania a la larga no podría sostener una guerra en dos frentes, lo que había que evitar era la consolidación de este segundo frente en territorio francés. Consecuentemente, y en esto coincidía con las indicaciones de Hitler, sostenía que si los angloamericanos ponían un pie en tierra, había que echarlos de inmediato. Para cumplir con este propósito, Rommel defendía que era necesario contar con unidades acorazadas desplegadas cerca de las playas que pudieran lanzar un contraataque inmediatamente después del desembarco para evitar que los aliados se afianzaran en sus posiciónes. Estas formaciones, para cubrir el máximo espacio posible, deberían dispersarse en el teatro de operaciones de modo que, fuese cual fuese el lugar elegido por los angloamericanos para desembarcar, pudiesen intervenir en el instante en que estos hiciesen su aparición. Dispersar las tropas blindadas mermaría su fuerza, pero les daría la oportunidad de devolver el golpe de inmediato. A juicio de Rommel, durante las primeras horas la rapidez en la reacción era más importante que la fuerza total que se pudiese emplear en la misma.
Esta opinión de Rommel se encontraba con numerosos detractores entre el alto mando. La dispersión de las fuerzas acorazadas era contraria a la doctrina ortodoxa del empleo de las mismas. Las divisiones panzer, de acuerdo a las teorías y opiniones de Guderian, debían utilizarse concentradas para poder causar un daño decisivo. Dispersarlas disminuiría su capacidad operativa y no permitiría asestar golpes fuertes tendentes a la consecución de objetivos estratégicos. Las fuerzas blindadas, por tanto, debían agruparse en retaguardia y lanzarse contra el enemigo una vez que el desembarco de este hiciese claro por la vía de los hechos cual era el punto esencial del combate. Sería esta maniobra, y no pequeños enfrentamientos en las playas, lo que causaría una derrota decisiva al oponente. Esta postura, impecable desde el punto de vista teórico, era inaplicable, en opinión de Rommel, al teatro de operaciones del oeste de Europa en 1944. Dicha inaplicabilidad era consecuencia de la abrumadora superioridad aérea aliada, superioridad que impedía el movimiento “clásico” de extensas formaciones de carros de combate. Además, la potencia aérea angloamericana no solo impediría las maniobras ofensivas de grandes masas de blindados, sino que también dificultarían sobremanera el traslado de las divisiones panzer a la línea del frente si estas se emplazaban lejos de la misma.
En este complicado contexto, existía otro problema relacionado con el anterior. Rommel, además de defender la dispersión de las unidades blindadas y su posicionamiento en primera línea, sostenía que dichas unidades debían estar bajo el mando directo del comandante de la zona, esto es del propio Rommel, y no del OB West o de cualquier otra autoridad dependiente del OKW. Pero el suabo tampoco consiguió imponer sus puntos de vista en este aspecto. A la hora del desembarco, algunas divisiones acorazadas estarían incluidas en el Grupo de Ejércitos B, pero otras se encontrarían incluidas en el Grupo Panzer Oeste, al mando de Geyr von Schweppenburg. Estas constituirían las reservas panzer del OKW.
La postura de Schweppenburg era similar a la de Guderian y, por tanto, contraria a la de Rommel. Aquel entendía que, dado el desequilibrio de fuerzas, era altamente probable que los aliados llegasen no solo a desembarcar sino también a hacerse con una posición firme en la zona. En ese caso, emplear las fuerzas panzer en pequeños contraataques locales simplemente conllevaría que se quemasen en operaciones que no lograrían ningún resultado positivo en el panorama global. Asimismo, posicionar los tanques en la línea costera daría a la flota enemiga la posibilidad de martillearlos con sus cañones de gran calibre. Consecuentemente, sostenía la conveniencia de lograr una gran concentración de blindados en algún punto cercano a París -y en esto Schweppenburg coincidía no solo con Guderian sino también con Rundstedt- empleándolos posteriormente en una maniobra de gran envergadura tendente a lograr una victoria estratégica en el oeste una vez que los angloamericanos ya hubiesen desembarcado y mostrado sus cartas. Es decir, al contrario que Rommel, el comandante del Grupo Panzer Oeste entendía que la fuerza a emplear en el contraataque era más importante que la rapidez con la que este se pudiese desencadenar.
Durante los meses de marzo y abril se desarrollaron ásperas reuniones entre todos los implicados, llegando a intervenir también Hitler, y finalmente se llegó a una solución de compromiso. De seis divisiones acorazadas, tres se asignarían al Grupo de Ejércitos B (la 2ª, la 21ª y la 116ª) y tres al Grupo Panzer Oeste (1ª SS Leibstandarte, 12ª SS Hitlerjugend, 130ª Lehr). Como suele pasar en estos casos, se trató de contentar a todos, pero no se contentó a nadie. Guderian entendió que este despliegue suponía una dispersión fatal, Schweppenburg no pudo crear una reserva operativa suficiente y Rommel no contó con las fuerzas necesarias cerca de las playas.
El desembarco
Entretanto, la batalla se acercaba. Rommel, a pesar del éxito que había tenido elevando la moral y la preparación de las tropas, mostraba dudas sobre el resultado final de los combates que estaban por venir. No satisfecho con el despliegue acordado, trató de asegurarse un mayor número de divisiones acorazadas y para lograrlo pretendió utilizar su influencia sobre el Führer. El suabo mantenía una buena relación con Schmundt, ayudante de Hitler, y consiguió de este el compromiso de hacerle un hueco en la agenda del dictador. Rommel se entrevistó con Rundstedt el 3 de junio y obtuvo la autorización para viajar a Alemania. Tenía además la intención de visitar a su esposa, quien el día 6 cumpliría 50 años, y pasar algunas jornadas en familia antes de la tormenta que se avecinaba. Las previsiones germanas señalaban que las mareas de primeros de junio impedirían cualquier operación anfibia, por lo que el militar podía ausentarse unos días sin riesgo.
Rommel viajó al Reich el 4 de junio. Al día siguiente, ya en su casa en Herrlingen (sur de Alemania), telefoneó a Schmundt y le preguntó que día podría organizarse la reunión con Hitler. Se le informó que el día 8. Pero ese encuentro nunca iba a tener lugar.
A las 6:30 del seis de junio sonó el teléfono en casa de Rommel. El jefe de su estado mayor, general Hans Speidel, le comunicó que los angloamericanos habían iniciado intensas operaciones aéreas con éxito en la zona de Normandía. Poco después, una segunda llamada a las diez de la mañana confirmó los temores del suabo. No había duda, era el desembarco. “¡Qué tonto he sido, qué tonto he sido!” le oyó lamentarse Speidel.
Rommel regresó inmediatamente a Francia y verificó que la 21ª Panzer, la división acorazada más próxima a la zona de operaciones, estaba lanzando el contraataque inmediato planeado por el suabo. En las primeras horas, Speidel trató de conseguir de Jodl que autorizase el desplazamiento inmediato de más unidades blindadas al frente, pero no lo logró. El OKW temía que pudiesen producirse más desembarcos en la zona de Calais, en cuyo caso habría que tener disponibles tropas de reserva para hacerles frente. Esta preocupación duraría varias jornadas y era un miedo compartido por el propio Rommel.
El comandante del Grupo de Ejércitos B llegó a la Roche Guyon, lugar donde en marzo había establecido su cuartel general, a las 21:30. Comprobó que para entonces ya sí se había autorizado el desbloqueo de la 12ª SS y la Lehr, unidades que en esos momentos se estaban dirigiendo al teatro de operaciones. Pero, para su desilusión, comprobó que los angloamericanos habían puesto efectivamente un pie en tierra. No era una posición muy firme, pero era evidente que los alemanes no habían podido expulsarlos con sus pequeños contraataques. Por otra parte, la situación no era todo lo mala que podía esperarse. Al este del campo de batalla los británicos no consiguieron tomar Caen y en el oeste los americanos tampoco pudieron hacer lo propio con Cherburgo. Estaban encerrados en un área pequeña y no controlaban ningún enclave importante. El desembarco había triunfado, pero la batalla continuaba.
Los enfrentamientos en Normandía
En los días 7 y 8 se desarrollaron violentos combates. En esta último jornada, Rommel se entrevistó con Dietrich, comandante del I Cuerpo Panzer de las SS (que englobaba las divisiones del Grupo Panzer Oeste) para comprobar el estado de esta unidad esencial. Ese mismo día llegó la Lehr al frente, y el 9 lo hizo la 12ª Panzer de las SS. El día 10 Rommel se reunió con Schweppenburg, y el 11 con Rundstedt. Las líneas parecían sostenerse, pero el enemigo estaba haciendo valer poco a poco su superioridad. Su flota machacaba sin cesar las posiciones alemanas cercanas a la costa y su aviación se enseñoreaba por los cielos ante una Luftwaffe prácticamente inexistente.
En estas jornadas, Rommel hizo lo que buenamente pudo. Ordenó contraataques locales que frenasen el ímpetu aliado y le hiciesen pagar caro al enemigo cualquier avance, pero la fuerza de estos fue demasiado débil para lograr un resultado decisivo. La situación más temida por Rommel, la consolidación de un segundo frente, estaba empezando a hacerse realidad. A pesar de esto, las líneas de la Wehrmacht se sostenían. No obstante, pensar en la resistencia a largo plazo carecía de fundamento. El 12 de junio, según el historiador David Solar, los angloamericanos habían desembarcado más de 300.000 hombres y más de 50.000 vehículos, y era una cifra que continuaba elevándose con asombrosa rapidez. Del lado alemán, el día 13 llegó al frente también la 2ª Panzer, lo que elevaba a cuatro las divisiones acorazadas en la zona de Caen, quedando esta considerablemente bien protegida. Sin embargo, en el terreno próximo a Cherburgo al otro extremo del teatro de operaciones, las defensas germanas era más débiles y estaban siendo superadas por los americanos. Rommel solicitó que se le autorizase a replegar las tropas al interior de la ciudad. Argumentaba que lo esencial era mantener el puerto, no el territorio en torno al enclave, pero Hitler prohibió la retirada el 16 de junio.
Al día siguiente, Rommel y Rundstedt se reunieron con el dictador germano en la localidad de Margival, cercana al frente. Durante la reunión, se repasó la situación global y el mandatario se comprometió a enviar refuerzos a los militares. La 1ª Panzer de las SS Liebstandarte llegó al frente el 18, y la 2ª Panzer de las SS “Das Reich” estaba de camino desde el sur de Francia. También se les prometieron las divisiones 9ª y 10ª de las SS. El Führer finalmente aceptó también la pérdida de la península de Cotentin, (esto es, el terreno cercano a Cherburgo) pero insistió en que había que conservar el puerto el mayor tiempo posible para dificultar el aprovisionamiento aliado. El dictador también hizo notar que los británicos habían lanzado al combate a sus unidades más experimentadas, por lo que la probabilidad de un segundo desembarco era menor, mas no inexistente; y de hecho el propio Rommel siguió temiendo esta eventualidad durante todo el tiempo que pasó en Normandía. Hitler asimismo prometió el empleo de nuevas armas -las novedosas bombas V- contra los aliados. En realidad, las V1 se habían empezado a utilizar ya el 12 de junio, pero dada la falta de precisión de las mismas los resultados militares de estos ingenios fueron escasos.
Con todo, la moral de combate de la Wehrmacht, observó Rommel, se mantenía considerablemente alta y el estado de ánimo era bueno. En lo referente a las SS, al suabo le desagradaba el comportamiento de varias unidades de esta organización que habían dado muestras de mala conducta hacía la población civil, pero el desempeño militar de estas tropas era sobresaliente. El 21 se volvió a reunir con Dietrich, quién le confirmó que confiaba en poder defender Caen con su I Cuerpo Panzer. No obstante, la situación general continuaba deteriorándose. Los alemanes se estaban empleando a fondo, pero la inmensa superioridad material angloamericana iba poco a poco imponiendo su ley. Cherburgo se rindió finalmente el día 27.
La jornada anterior, Rommel solicitó a Rundstedt que viajaran juntos a Alemania para entrevistarse en Berchtesgaden con el Führer. Entre ambos debían exponer con toda crudeza la gravedad de la situación y Hitler no tendría otra opción que hacerles caso. Los aliados continuaban desembarcando tropas y suministros a un ritmo asombroso (los historiadores británicos David Jordan y Andrew West apuntan la cifra de 875.000 soldados a finales de junio). El mando angloamericano había hecho un trabajo excepcional para garantizar el aprovisionamiento de estos hombres, y tanto el puerto artificial “Mulberry” como el sistema “PLUTO” (Pipe Line Under The Ocean) funcionaban a pleno rendimiento. En estas circunstancias, la continuación de la resistencia carecía de todo sentido. El Oberbefelshaber West estuvo de acuerdo con Rommel y ambos se pusieron en camino el día 28.
Durante la marcha, los militares mantuvieron una conversación franca. Rundstedt mostró su falta de entusiasmo por la continuación de los combates y Rommel apostilló:
“La guerra debe terminar de forma inmediata. Así se lo diré al Führer con toda claridad y de forma inequívoca”
Rommel aprovechó el viaje para reunirse el día 29 con Himmler, Göbbels y Guderian, antes de hablar con Hitler. El encuentro con este último comenzó a las seis de la tarde. Estuvieron presentes Keitel y Jodl, y también se les unieron posteriormente Göring y Dönitz. El Führer habló de nuevas armas, 1000 cazas y refuerzos de todo tipo. Sin embargo, el comandante del Grupo de Ejércitos B no estaba dispuesto a dejarse engatusar e intentó esbozar una descripción del desastroso panorama global:
“El mundo entero está contra Alemania, y esta desproporción de fuerzas...”
Hitler le interrumpió bruscamente y le exigió que limitase su exposición a la situación militar y no a la política. El suabo trató de reconducir su discurso en términos más adecuados para el Führer, pero no llegó a buen puerto. La conversación degeneró hasta tal punto que no se podía sacar nada beneficioso de la misma. Rommel no desistió de hacer un último intento y antes de concluir insistió ante el Führer en que no podía marcharse sin haber hablado con él “sobre Alemania”. El dictador le volvió a retirar la palabra limitándose a decir:
“Señor Mariscal de Campo, creo que lo mejor que puede hacer es abandonar la habitación”
Tras esto, Rommel salió de la estancia y no volvió a ver nunca más a Hitler.
El fin
El mariscal germano regresó al teatro de operaciones y se desempeñó lo mejor que pudo, conduciendo a sus tropas de modo que lograran seguir deteniendo a los aliados en la zona de Caen. Al mismo tiempo, se adhirió a las órdenes recibidas y prohibió cualquier retirada, haciendo hincapié en que el frente debía sostenerse a cualquier precio. Pero cualquier esfuerzo carecía de sentido.
Y es que todo se estaba cayendo por momentos. Rundstedt y Schweppenburg habían sido destituidos después de la reunión del 29 de junio, y ambos hicieron legar sendos informes al OKW exponiendo la insostenibilidad de la situación. Keitel preguntó malhumorado a Rundstedt qué quería decir con aquel reporte. Este contestó simplemente:
“Firmar la paz”
El elegido para sustituir a Rundstedt fue el veterano von Kluge, quien asumió el mando el 3 de julio. El nuevo OB West llegó al teatro de operaciones con información sesgada proporcionada por el OKW, y no escatimó reproches hacía el comandante del Grupo de Ejércitos B, indicándole que se acostumbrase a obedecer órdenes. El día 5 de julio, Rommel hizo llegar un informe de respuesta a Kluge con copia al Führer señalando que el éxito del desembarco no se debía a su reticencia a acatar órdenes, sino al hecho de que no le hubiesen asignado más blindados y a que estos no se hubiesen desplegado correctamente.
Kluge pronto se dio cuenta de como estaban las cosas en realidad. Comprendió que la visión de Rommel era, en esencia, correcta y le pidió disculpas. El derrumbe era inminente. Los alemanes habían perdido 117.000 hombres desde el 6 de junio y solo habían recibido 10.000 soldados de refuerzo.
El día 12, ambos mariscales se reunieron en un ambiente más cordial y tomaron una decisión que el suabo describió del siguiente modo a uno de sus antiguos compañeros de armas de África, el coronel Warning, el 15 de julio:
“Mariscal de campo, ¿qué es lo que está pasando aquí realmente? Hay doce divisiones alemanas que están tratando de contener el frente ellas solas” Inquirió Warning.
“Le voy a decir algo. El mariscal von Kluge y yo hemos enviado al Führer un ultimatum. Militarmente hablando, la guerra no se puede ganar y él tiene que tomar una decisión política” contestó Rommel.
“¿Y qué sucederá si el Führer se niega?”
“En ese caso, abriré el Frente Occidental. Solo queda una cosa importante: que los angloamericanos lleguen a Berlín antes que los rusos.”
El ultimátum exponía fríamente que las líneas alemanas no tardarían en derrumbarse y alertaba sobre el hecho de que la ruptura del frente pronto sería un hecho. Al parecer, Rommel quiso que el texto hiciese expresa referencia a que Hitler debía extraer las consecuencias “políticas” de la situación, pero finalmente no se incluyó esta palabra. Según el jefe de estado mayor de Rommel, el informe concluía del siguiente modo:
“Me siento obligado a pedirle que deduzca de inmediato las consecuencias de esta situación. En mi calidad de comandante en jefe del Grupo de Ejércitos B, me siento en el deber de expresarle esto claramente” Mariscal de Campo Rommel.
El suabo les dijo a sus subordinados:
“Le he dado ahora su última oportunidad. Si no sabe sacar consecuencias de ello actuaremos”
Mas el destino quiso apartar al mariscal del curso de los acontecimientos. El día 17, tras su visita al frente, Rommel, su chófer y otros tres acompañantes cogieron el coche para volver a la Roche Guyon. Durante el trayecto, el vehículo sufrió un ataque y fue ametrallado por parte de aviones aliados quedando destrozado. Un oficial de su estado mayor, el capitán Lang, consiguió salir bien parado y logró hacerse con otro automóvil para trasladar a los heridos a un hospital en Bernay. El conductor murió como consecuencia de las heridas; pero el mariscal, aún sufriendo varias lesiones entre las que destacaba una severa fractura craneal, escapó a la muerte de milagro. Al Zorro del Desierto le quedaban menos de cuatro meses de vida y la baraka quiso sonreirle por última vez.
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