domingo, 16 de mayo de 2010

Rommel XII


Ante todo, perdón por la tardanza en publicar artículos, pero me es imposible hacerlo más a menudo por falta de tiempo, y me temo que esta situación se va a prolongar unas semanas. Así que, gracias por adelantado por la paciencia y, sin más dilación, vamos a terminar el breve estudio de la figura histórica de Rommel.

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El 23 de julio, Rommel fue trasladado a un hospital en St. Germain, cercano a París. El mariscal no destacó por ser un “buen enfermo” y trató de fingir encontrarse mejor de lo que en realidad estaba. Esto dio lugar a un hecho reseñable: un cirujano, harto de bregar con el paciente y con el fin de hacerle ver gráfica y definitivamente lo que le había sucedido a su cabeza, llevó un cráneo a presencia del suabo y lo hizo pedazos con un martillo. No fue la única curiosidad destacable. A lo largo de los siguientes días, varios compañeros de armas del militar acudieron a visitarle. Su jefe de artillería Latmann le llevó su bastón de mariscal. A la salida del centro, se encontró con un anciano francés que, peocupado, le preguntó por el estado de Rommel. El galo resultó ser el médico que había atendido al suabo tras el ataque británico.

Delante de varias visitas de confianza, Rommel volvió a las andadas y tornó a hablar de la irracionalidad de continuar el conflicto en el oeste. Continuaba opinando igual: era necesario firmar la paz con los aliados y centrarse en frenar a los soviéticos. No obstante, comenzó también a darse cuenta de la precariedad de su situación. En el Tercer Reich no era recomendable hablar libremente de asuntos militares, y menos aún tras el atentado contra Hitler del 20 de julio. A uno de sus visitantes, Kurt Hesse, antiguo amigo y camarada desde los tiempos de Dresde, cuando abandonaba la estancia tras haber discutido con él acerca de estos incómodos temas el mariscal le dijo:

“Hesse, creo que es mejor que todo esto se quede en mi cabeza”

El 8 de agosto, el mariscal fue trasladado a su casa de Herrlingen. Su salud mejoraba, pero las noticias eran sombrías. A lo largo de este mes fueron fusilados parte de los implicados en el complot del 20 de julio, varios de los cuales (como el comandante de Francia, von Stülpnagel) habían tenido relación con Rommel. Además, la información que llegaba del frente era cualquier cosa menos esperanzadora. Los aliados estaban consiguiendo finalmente abrirse paso entre las líneas alemanas. Tomaron la capital francesa el día 25, y Bruselas el 3 de septiembre.

Al hijo de Rommel, Manfred, le dieron permiso en la batería antiaérea en la que trabajaba para que fuese unas semanas a su casa. El mariscal habló frecuentemente con su vastago sobre los mismos temas que comentaba con sus compañeros de armas. El Führer, sostenía el militar, era incapaz de ver la realidad. Había que conseguir la paz en el oeste, incluso aunque eso implicase una rendición, para poder hacer frente a la marea soviética. Por otro lado, también criticó varios aspectos del Attentat. Matar a Hitler simplemente hubiese supuesto dar un mártir a los nazis, y hubiese provocado el nacimiento de una nueva teoría de la “puñalada por la espalda” similar a la de la Primera Guerra Mundial. Por otra parte, el suabo era plenamente consciente de que la mayor parte de las tropas continuaban siendo leales al dictador y no hubiesen recibido de buen grado el asesinato de este.

Speidel fue destituido y el 3 de septiembre apareció en el domicilio de Rommel, lugar donde ambos volvieron a hablar francamente sobre la necesidad de poner fin al enfrentamiento con los aliados. Aquel fue detenido al día siguiente por su presunta participación en el atentado y, aunque finalmente sería absuelto por falta de pruebas, su detención acercó la sombra de la sospecha al mariscal.


El suicidio de Rommel

El 7 de octubre Rommel recibió un mensaje en el que se le instaba a presentarse en Berlín al día siguiente. Burgdorf, el sustituto de Schmundt (quien resultó muerto el 20 de julio), sostenía que quería discutir con él acerca de su próximo destino profesional. El mariscal se negó a acudir alegando que tenía una cita con su médico. Lo cierto es que Rommel temía por su vida. El día 11 recibió dos visitas: Streicher, un antiguo compañero de armas de la Gran Guerra; y el almirante Ruge. A ambos les explicó que se negaba acudir a la capital germana ya que sabía que le matarían. 48 horas después le comento a otro antiguo camarada, Oskar Farny, que Hitler quería librarse de él. Finalmente, el día 13 por la tarde, se recibió una llamada telefónica en la residencia de Herrlingen informando que los generales Burgdorf y Maisel visitarían a Rommel el día 14.

La mañana del 14 Rommel la pasó dando un paseo con Manfred. Su hijo había vuelto a la batería antiaérea hacía pocos días, pero volvió a recibir otro breve permiso. El mariscal le comunicó que esperaban una visita oficial, así como el propósito de la misma, pero también le anunció que dudaba acerca de que esa fuese la verdadera razón de la aparición de los dos generales en su hogar. Burgdorf y Maisel llegaron en una comitiva de vehículos de la que formaban parte varios miembros de las SS. Ambos militares pasaron a la casa y se reunieron con Rommel en una habitación. El mariscal estaba acompañado por su hijo, pero le pidió a este que abandonase la estancia.

Cuando los tres militares se quedaron solos, el mariscal fue acusado por los otros de participar en el atentado contra Hitler. La prueba: durante el transcurso de las investigaciones varios participantes en la conjura habían implicado a Rommel en el complot. Entre ellos estaban el Dr. Gördeler (previsto como futuro canciller del Reich tras la eliminación del Führer) y Stülpnagel, si bien este último estaba gravemente herido después de intentar suicidarse. También Hofacker, jefe de estado mayor de Stulpnägel, había declarado en los interrogatorios -muy posiblemente bajo tortura- que Rommel había tomado parte en las operaciones tendentes a eliminar al dictador. Keitel, que era quien había enviado a los dos generales con una copia de las declaraciones incriminatorias de Hofacker, les indicó a ambos que, por ordenes del Führer, tenían que ofrecer al suabo dos salidas: o arrestarlo en ese momento para someterlo a un juicio por alta traición, o el suicidio. En caso de que el mariscal aceptase esta segunda opción, se le garantizaba que su familia no sería perseguida. La versión oficial seria la de muerte natural por ataque al corazón. Burgdorf le proporcionaría el veneno.

Tras menos de media hora de conversación los tres militares abandonaron la estancia. Rommel se dirigió al dormitorio para reunirse con su esposa y le explico brevemente la situación.

“Dentro de un cuarto de hora estaré muerto. Por orden de Hitler tengo la opción de envenenarme o de comparecer ante el tribunal del pueblo”

Rommel le indicó a su mujer que destacadas personalidades involucradas en el complot del 20 de julio le apuntaban como participante en el mismo. El mariscal le señaló a Lucy que las acusaciones eran falsas, y que podría desmontarlas ante un tribunal; pero el miedo de Rommel radicaba precisamente en que estaba seguro de que no llegaría vivo a un juicio. El militar temía que Hitler le hiciese matar antes. Por esa razón, y para proteger a su familia, eligió el suicidio.

Era el fin. Rommel se despidió de su mujer y, acto seguido, mantuvo una conversación con su hijo similar a la que había mantenido con su esposa. Tras esta, se despidió también de su ayudante, el capitán Aldinger. Finalmente, se dirigió al coche en el que aguardaban Burgdorf y Maisel y la comitiva abandonó el lugar.

Un cuarto de hora después sonó el teléfono en Herrlingen. Llamaban desde un hospital de la reserva en Ulm. El mariscal Rommel había sufrido un ataque al corazón y había fallecido. Su cuerpo había sido trasladado al hospital por dos generales.

El funeral se celebró el 18 en Ulm. Fue una ceremonia perfectamente orquestada que trataba de tapar la responsabilidad de Hitler en la muerte de quién, al fin y a la postre, había sido uno de sus generales favoritos. El féretro del mariscal fue escoltado por tres compañías, dos de la Wehrmacht y una mixta de la Luftwaffe, la Kriegsmarine y las SS. A las 13:00 comenzaron a sonar la “Trauermarsch” y la “Heróica”. Cuando concluyeron, Rundstedt, quién actuaba como representante de Hitler en el sepelio, pronunció un discurso en el que recitó la lista de hazañas bélicas de Rommel, y le definió como “un nacionalsocialista convencido” cuyo “corazón pertenecía al Führer”. El viejo militar colocó sobre el féretro la corona de flores enviada por el dictador al tiempo que los asistentes entonaban el “Ich Hatte ein Kamerade”, el canto alemán por los caídos. Se disparó una salva de diecinueve cañonazos y la ceremonia concluyo con el himno del Reich. Los restos mortales del suabo se trasladaron a un crematorio cercano en medio de calles atestadas de gente. Tras abandonar este lugar, las cenizas del Zorro del Desierto fueron finalmente sepultadas en Herrlingen.

Fue una farsa perfectamente planificada, que su viuda describió duramente:

“así es como terminó la vida de un hombre que había dedicado todo su ser a lo largo de toda su existencia al servicio de su país”.


Conclusión

Rommel fue un soldado y un patriota, y como tal vivió las vicisitudes que atravesó Alemania en la convulsa primera mitad del siglo XX. Como soldado destacó sobremanera en ambas guerras mundiales. Fue un brillante conductor de tropas con un instinto especial para encontrar el momento y el punto esencial de la batalla. Tuvo asimismo fortuna al ser destinado a África, ya que en este continente pudo desarrollar su potencial con mucha más autonomía que los generales destinados en el frente del este, y asimismo su nombre no fue manchado por las atrocidades cometidas por los germanos en la URSS. Al mismo tiempo, los ingleses se encargaron de dar a conocer el nombre del suabo pues, dado que estaban sosteniendo una lucha mucho menor que los soviéticos, se vieron obligados a elevar la reputación de Rommel para hacer ver que se estaban enfrentando a un genio militar, y no a un simple general alemán más. Como patriota, sufrió las dificultades de su nación tras la derrota en la Gran Guerra. El caos en el interior y el desprestigio en el exterior atenazaban al país. Rommel, como un gran número de alemanes, sin ser nazi sí que saludó la llegada de Hitler al poder con sensación de alivio. El dictador, trajo el orden al interior de la nación y apoyó a las fuerzas armadas y su modernización, política que no podía sino contar con el apoyo de la mayor parte de los militares.

Posteriormente, el destino de Rommel como comandante de los cuarteles generales de campaña del Führer dio a este la oportunidad desarrollar su labor cerca de Hitler. En este entorno, el militar y el mandatario pudieron trabajar juntos y desarrollaron una admiración mutua. Esa buena relación duró hasta la segunda batalla de el Alamein. En ese momento, el mariscal no solo se dio cuenta de que el dictador había perdido el contacto con la realidad de la guerra, sino que además empezó a sospechar que Hitler estaba loco; si bien esta sospecha no evitó que a lo largo de mediados de 1943 la relación entre el suabo y el Führer mejorase levemente. Pero tras este periodo, y una vez que el deterioro de la situación militar se hizo palpable, en 1944 el suabo comenzó a adoptar posturas de franca oposición al Führer. La última pregunta es, ¿le llevaron estas a implicarse en el complot del 20 de julio?

La participación de Rommel en el atentado contra Hitler ha sido, y será, objeto de discusión. Desde 1944, el suabo había empezado a mostrar una conducta cada vez más contraria al dictador. El militar llegó a la conclusión de que el Führer estaba llevando a Alemania a la ruina, y asimismo entendio que mientras este siguiese en su puesto el hundimiento sería inevitable. El mariscal posiblemente conoció en mayor o menor medida los manejos de los conspiradores, pero ¿hasta que punto? Es difícil de precisar la respuesta. Generalmente se acepta como cierto el hecho de que Rommel tuvo algún contacto con figuras civiles claves de la conspiración, como el Dr Strollin, alcalde de Stuttgart. Asimismo, parece lógico suponer que conocía en mayor o menor medida lo que los militares conspiradores del oeste, como Stulpnägel y Hofacker se traían entre manos. Pero también todo apunta a que existía una diferencia esencial entre el punto de vista de Rommel y el de aquellos que estuvieron involucrados en el Attentat. Los conjurados querían asesinar a Hitler como paso previo a iniciar las negociaciones para un alto el fuego en el oeste, pero el suabo se oponía al asesinato y sostenía la necesidad de arrestar y juzgar al dictador. En cualquier caso, como indicamos, el grado de implicación del mariscal en la conspiración siempre ha sido objeto de controversia. Simplemente citaremos el hecho de que Speidel, el jefe de estado mayor del suabo otorga a este un papel esencial en el complot, incluyéndolo como coordinador de las actividades; mientras que, por contra, su mujer negó después de la guerra, cuando el hecho de haber participado en el atentado empezaba a ser considerado algo heroico, que Rommel tuviese algo que ver con los hechos.

Lo más factible es suponer que Rommel sí que llegase a tener algún conocimiento de la conspiración, y posiblemente apoyase sus objetivos últimos, esto es evitar el derrumbe de Alemanía; pero al mismo tiempo es altamente probable que se opusiese al asesinato del Führer. En cualquier caso, lo que si parece cierto es que Hitler creía que Rommel era culpable, bien por participar directamente en el intento de asesinato, bien por conocer la trama y no informar de la misma, y esa creencia del dictador fue la que le llevó a ordenar la desaparición del militar. No obstante, la figura de Rommel gozaba de respeto y admiración entre sus compatriotas, y por tanto el mandatario se vio obligado a organizar la farsa de su suicidio y posterior funeral. En definitiva, a la hora de ordenar la muerte del mariscal, Hitler mostró preocupación por la apariencia, pero estuvo lejos de mostrar los escrupulos morales y legales de los que parece que hizo gala Rommel cuando le plantearon la eliminación del Führer.

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Y terminamos aquí. Nuevamente gracias a todos los que habéis aguantado hasta ahora y también gracias a los que os habéis unido al blog mientras aparecían las entradas sobre Rommel. Espero poder empezar a publicar artículos a un ritmo aceptable antes del verano, pero entretanto me temo que va a ser difícil.


Fuente principal:

Rommel, el Zorro del Desierto
David Fraser
La esfera de los libros (2004)

Vease también:

Afrika Korps
Paul Carrel
Inedita (2007)
.
Invasion 1944
Hans Speidel
Inedita (2009)

4 comentarios:

  1. Enhorabuena por la serie de entradas que has escrito sobre Rommel. Ha sido un verdadero placer leerlas y releerlas.

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  2. Gracias. Me alegro de que te haya gustado.
    Saludos

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  3. Buenas tardes,

    Antes de nada felicitarte por tu Blog. Lo descubrí en octubre del año pasado pero siempre me ha dado pereza escribir. Gracias a ti conocí tb el blog "Diaro de la Segunda Guerra Mundial", muy recomendable para los amantes de esta época de la historia de europa.

    Ya leí en su época el diario de Rommel, y me ha agradado mucho la síntesis que has realizado añadiendo detalles que desconocía.

    Estoy impaciente por conocer tu próxima entrada.

    Un saludo,

    Paco

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  4. Gracias por animarte a escribir, Francisco.

    Si te interesa la figura de Rommel, la biografiá elaborada por David Fraser es muy completa. A mi me sirvió como texto base para preparar las entradas. La edición española tiene algunos errores de traducción, pero en general son pasables.

    En cuanto a las entradas nuevas, trataré de empezar a sacarlas la próxima semana.

    Saludos

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