domingo, 4 de julio de 2010

El Pacto Molotov-Ribbentrop II


El Tercer Reich consiguió su primer logro internacional en 1935. En enero de ese año el Sarre, territorio germano controlado por la Sociedad de las Naciones desde el fin de la PGM, decide mediante plebiscito volver a unirse a Alemania, mas incluso con ese triunfo en su haber los nazis todavía distaban de convertirse en una potencia con capacidad para hacer peligrar de modo efectivo la estabilidad del continente.

Ante el renacimiento del Reich, y en el marco de las alianzas anti-germanas a las que hemos hecho referencia en la entrada anterior, en 1935 se inició la conocida como“política de seguridad colectiva”. Tras abandonar Alemania la Sociedad de Naciones en 1933, la URSS fue invitada a unirse a la misma, y efectivamente se adhirió a esta organización en 1934. El Kremlin por su parte dio instrucciones a los partidos comunistas occidentales para que se alineasen con otras fuerzas de izquierda y formasen los conocidos como “frentes populares”. El objetivo de estas coaliciones era disputar el poder a las formaciones de derecha, objetivo que cumplieron en ciertos países -Francia y España- donde lograron formar gobierno; pero el relativo éxito de estos frentes no fue duradero.

En otro orden de cosas, el Reino Unido estaba empezando a modificar, siquiera ligeramente, su posicionamiento en la política seguida con respecto a sus vecinos. Las razones hay que buscarlas en la actitud tradicional británica hacia el viejo continente. Esta nación ha desarrollado secularmente una estrategia basada en no permitir que ningún país alcanzase la suficiente fuerza como para lograr una posición hegemónica en Europa, ya que asumía que el siguiente paso lógico de esta eventual primera potencia sería disputar a los ingleses su primacía en los mares. Hasta la PGM, esta amenaza había venido estando representada por Alemania, pero en los años 30, con el estado de debilidad extrema alcanzado por los germanos tras Versalles, no eran estos sino los franceses los que tenían las mejores cartas para convertirse en los regidores de los destinos del continente. Debido a esto, los anglosajones comenzaron a cambiar su manera de tratar a los alemanes y comenzaron a tender puentes hacía el emergente Reich, al objeto de mantenerlo bajo control.

Con la idea descrita en mente, los británicos alcanzaron en junio de 1935 un acuerdo naval con las nuevas autoridades nazis. En este, los alemanes aceptaron limitar el tonelaje de su armada de superficie a un 35% de la inglesa, y él de su flota de submarinos a un 50%. De este modo, los anglosajones evitaban que el Reich llegase a convertirse en un peligro para su dominio de los mares; mientras que los germanos, por su parte, simplemente renunciaron a algo que no tenían posibilidad de alcanzar.

En paralelo a estos acontecimientos, el Frente de Stresa comenzó a tambalearse a los pocos meses de su creación. A finales de 1935, Italia inicia la conquista de Etiopía y estas ambiciones alarmaron tanto a Francia como al Reino Unido, las grandes potencias coloniales, que veían con desagrado la aparición de un nuevo competidor. Ambos países provocaron que la Sociedad de Naciones impusiese sanciones a los transalpinos, táctica que enfureció a Mussolini y le hizo comenzar a replantearse sus, hasta entonces, cordiales relaciones con los occidentales.

Entretanto, los alemanes dieron en marzo de 1936 su primer paso en el terreno “bélico”: la remilitarización de Renania; una región germana fronteriza con Francia que permanecía desmilitarizada de acuerdo a los tratados de posguerra. Ni galos ni anglosajones reaccionaron con fuerza a este movimiento, entre otras razones motivados por el convencimiento de que Alemania, en palabras de Lord Lothian, “no había hecho más que entrar en su propio jardín”. Sin embargo, pese a la inacción franco-británica, o posiblemente gracias a la misma, la agresividad de Hitler sí que tuvo consecuencias importantes.

El movimiento germano desafiaba claramente el maltrecho statu quo de versalles, y tuvo el efecto de provocar que los transalpinos empezasen a alejarse de los occidentales y a aproximarse al emergente Reich. Hasta ese momento, Italia se había mantenido en la esfera anglofrancesa, ejerciendo como dique contra el renacido poderío germano y sus ambiciones en el sur de Europa, pero en 1936 la postura de Mussolini cambió. La ocupación de Renania permitió al dictador italiano tomar conciencia del incremento de la fuerza de Hitler y de la cautela que este había empezado a provocar en los occidentales.

El austriaco, por su parte, empezó a sacar también sus propias conclusiones acerca de la alteración en el equilibrio europeo provocado por el aumento del poder de la nación germana. El dictador constató que, mientras los alemanes fueron débiles, tanto Francia como Gran Bretaña les menospreciaron; sin embargo, una vez que el Reich empezó a fortalecerse, los occidentales empezaron a tentarse más la ropa cada vez que tenían que tratar con él. Y este cambio se produjo en apenas cuatro años. En 1932, en la conferencia de desarme de Ginebra, los franco-británicos ni aceptaron reducir su potencial bélico, ni permitieron que Alemania incrementara el suyo. Poco después, tras la llegada de los nazis al poder, el Reich dio inicio a una política de hechos consumados, comenzando su rearme sin esperar el permiso de los occidentales, poniendo fin al límite de 100.000 hombres impuesto a su ejército y abandonando la Sociedad de Naciones. Como consecuencia de esta manera de actuar, la renacida Alemania reocupaba Renania en 1936, y nadie se atrevió a hacer nada para impedirlo.

En julio de 1936 se iniciaba la Guerra Civil Española, y al poco tiempo de la ruptura de las hostilidades los francobritánicos elaboraron la “Política de No Intervención”, tendente a reducir el conflicto a una mera contienda local en la que las grandes potencias europeas no se vieran involucradas. Esta política, si bien tuvo el efecto de mantener a los occidentales “autoalejados” del conflicto español, no logró que las dictaduras nazi, fascista y comunista adoptaran la misma postura. Por un lado, los italianos y -en menor medida- los alemanes, apoyaron a las tropas del general Franco, mientras que por otro Stalin hacía lo propio con los republicanos, articulando dicha ayuda a través del Partido Comunista de España.

El hecho de que estos tres estados se inmiscuyeran en la contienda española (invitados eso sí por los propios bandos contendientes) sin que los francobritánicos lograsen hacer nada para impedirlo, llevó a los tres dictadores a darse cuenta de la debilidad latente en la política exterior de los occidentales. Mussolini, quién hasta el estallido de la Guerra de España no estaba más unido al Reich que a los anglofranceses, viró definitivamente el sentido de sus relaciones exteriores y, tras abandonar el Frente de Stresa, llego a un acuerdo general de cooperación con Alemania en noviembre de 1936, acuerdo que dio lugar al nacimiento del Eje Roma-Berlín. Pero la falta de ímpetu de Londres y París no solo se hizo notar entre sus potenciales rivales. Incluso Bélgica, país tradicionalmente vinculado a Francia, hizo pública una declaración de neutralidad en 1936, posicionamiento que alteró en gran medida los planes defensivos galos.


1938, el año de Hitler

En 1938 se completó el deterioro de la situación política y militar Europea. El Führer, una vez asegurada la amistad italiana, ocupó Austria entre los vítores de la población en marzo de ese año. Nuevamente, ni Gran Bretaña ni Francia reaccionaron, aunque hay que decir en su descargo que hubiese sido difícil articular cualquier contramedida ante un movimiento alemán que despertaba un intenso apoyo popular en ambos estados germanos.

Tras esta acción, el dictador germano dirigió su mirada hacía Checoslovaquia. Los nazis sabían perfectamente que la ocupación de este país, a diferencia de la de Austria, no iba a ser pan comido ya que la mayor parte de la población Checoslovaca no veía con buenos ojos una unión con el Reich. Por ello, Hitler inicialmente centró sus esfuerzos en la región checa de los Sudetes fronteriza con Alemania. En esta zona vivía un importante grupo de población germano parlante al que, mediante una bien orquestada campaña de información, se presentó como deseoso de unirse a los alemanes.

Los checoslovacos no se achantaron y no quisieron ceder a las demandas del Reich, debido a que en los Sudetes radicaban importantes industrias, así como poderosas fortificaciones militares que serían de especial utilidad en caso de enfrentamiento armado con los germanos. El Führer amenazó con estar dispuesto a ir a la guerra para solucionar el asunto, lo cual colocaba a Europa al borde del precipicio bélico, ya que Checoslovaquia se encontraba formalmente aliada con Francia y con la URSS.

En esa delicada situación, pareció que había llegado el momento de parar los pies a Hitler, pero ni Francia ni Gran Bretaña estaban deseando combatir con Alemania por el asunto checo. Por ello, se organizó con urgencia una conferencia en Munich, en la que los anglofranceses aceptaron entregar los Sudetes al Tercer Reich a cambio de que este renunciase a iniciar una guerra. Checoslovaquia, el país que ponía sobre la mesa la pérdida territorial, fue obligada a aceptar el acuerdo y la URSS ni siquiera fue invitada a las conversaciones, lo que provocó el consiguiente cabreo de Stalin. Polonia, nación todavía amiga del Reich a consecuencia del Pacto de 1934 también recibió pequeñas porciones de territorio Checoslovaco.

La conferencia de Munich, si bien evitó en aquel momento el inicio del conflicto europeo, también puso fin de facto a la política de seguridad colectiva. Stalin cada vez apreciaba menos a los aliados occidentales a quienes consideraba pusilánimes, y su mente empezó considerar como factible un acercamiento a la Alemania nazi.

En el invierno de 1938-39 los eslovacos reclamaron su separación de lo que quedaba de Checoslovaquia; y en marzo de 1939 los germanos ocuparon Bohemia y Moravia (la parte del territorio checo no cedida al Reich en Munich) al mismo tiempo que Eslovaquia nacía como país independiente solo para pasar a convertirse automáticamente en un estado satélite de Alemania, y además aceptaba ceder parte de su territorio a los húngaros. El fin de Checoslovaquia era un hecho. Ese mismo mes, Hitler logra un éxito adicional al conseguir que Lituania le ceda el territorio de Memel, fronterizo con Prusia Oriental.

La ocupación del resto del territorio checo hizo que Londres y París se dieran finalmente cuenta de con quién se estaban jugando los cuartos. Tras Munich, Hitler había prometido a Daladier y Chamberlain (jefes de los gobiernos francés y británico) que no habría más demandas territoriales, y era un hecho palmario que había mentido. Por ello, por primera vez en dos años, los occidentales se prepararon para frenar al Reich y con ese fin movieron sus piezas en el tablero europeo con celeridad. Previendo cual sería el siguiente paso del dictador germano, el 31 de marzo de 1939 -un día antes de que terminase la Guerra Civil Española- los ingleses, poco después imitados por los franceses, garantizaron la independencia de Polonia.

Por su parte, Hitler daba sus propios pasos. Tras devorar a Chequia con la colaboración polaca, propuso a esta última nación el inicio de una campaña conjunta contra la URSS. Desconocemos si el Führer tenía efectivamente intenciones de aliarse formalmente con Polonia, o si simplemente estaba comprobando cual sería la reacción de este país a una oferta de estas características. Y es que, aunque hoy la idea de una colaboración militar de ambos estados en contra de los soviéticos pueda parecer descabellada, lo cierto es que tropas polacas ya habían combatido junto a los alemanes frente a los rusos en la PGM.

En cualquier caso, fuesen cuales fuesen las intenciones de Hitler, lo cierto es que los polacos rechazaron la colaboración con los germanos. Tras esta negativa, el Reich inició una campaña de agitación exigiendo el retorno de Danzig a la soberanía alemana al tiempo que reclamaba facilidades en el tránsito por el corredor polaco. Además, la minoría germano-parlante residente en Polonia, del mismo modo que había hecho la localizada en los Sudetes menos de un año antes, empezó a elevar sus quejas ante el trato que sufría bajo la autoridad de este estado y comenzó a mostrarse favorable a una unión con Alemania.


Verano de 1939: la necesidad de contar con la URSS

Hay que hacer especial hincapié en el hecho de que, a pesar de las garantías francobritánicas a Polonia, ninguna de estas dos potencias (ni tampoco ambas en conjunto) tenían la fuerza suficiente para iniciar una campaña eficaz que impidiese a los alemanes lanzarse sobre la nación del Vistula en caso de que el Reich finalmente optase por iniciar la ofensiva sobre aquel país. Por ello, los occidentales comenzaron a buscar nuevamente la amistad soviética como medio de apuntalar su fortaleza frente a Hitler.

El dictador austriaco era asimismo consciente de la incapacidad alemana para llevar a cabo una guerra en dos frentes en 1939 dado que entonces su ejército era todavía demasiado débil. Por ello, confiaba en destruir rápidamente a los polacos sin dar tiempo a que los anglofranceses, de quienes conocía la indecisión que les caracterizaba, reaccionasen. Por lo tanto, la preocupación esencial del Führer era que la URSS no iniciase cualquier acción que pudiese dar al traste con sus planes de una campaña relámpago contra Polonia.

Así pues, la postura soviética pasó a ser esencial tanto en los planes bélicos de los occidentales como en los de Alemania, ya que la solución a la situación existente, fuese cual fuese, estaba en manos de la URSS:

-Si los soviéticos se aliaban con Francia, Gran Bretaña y Polonia, situarían al Reich en medio de un cerco de enemigos, obligándole a asumir el riesgo de una guerra en dos frentes.

-Si la URSS se acercaba a Alemania, Hitler podía iniciar su campaña sobre Polonia para posteriormente, una vez derrotada esta nación, ver como evolucionaba la situación con los occidentales. Stalin, por su parte, conseguiría unas buenas relaciones con la potencia dominante en centroeuropa, lo que le permitiría embarcarse en las ya planeadas campañas de recuperación de los antiguos territorios zaristas que aún escapaban a su dominio.

Pero, y Stalin, ¿que opinaba? El dictador bolchevique se mostraba cauteloso. El Reino Unido y Francia le habían dado de lado en Munich, por lo que no se sentía muy próximo a ellos. Sin embargo el Führer, por quién el georgiano había expresado admiración ya en 1934 cuando el austriaco llevo a cabo la noche de los cuchillos largos, le parecía más de fiar. Por ello, en mayo de 1939 destituyó al Comisario de Asuntos Exteriores, el pro-occidental Maxim “Papasha” Litvinov, un judío cosmopolita considerado uno de los fundadores de la política de seguridad colectiva; y puso en su lugar a Viacheslav Scriabin “Molotov”. Daba comienzo de este modo la purga de los diplomáticos, en la que Stalin sustituyó a gran parte de las personas a cargo de la política exterior soviética entre los que había un elevado número de judíos. “Purga a los judíos del Ministerio. Limpia bien la sinagoga” fueron las palabras del mandatario soviético, en lo que fue un guiño a Hitler.

Con todo, esto no significaba que Stalin se fuese a echar en brazos de Hitler de manera gratuita, sino simplemente que el georgiano era consciente de que había tres contendientes en pie de igualdad, y que por tanto no había que dar nada por supuesto. La URSS no iba a "sacar las castañas del fuego" a los occidentales solamente porque la Rusia zarista hubiese sido parte de la Entente en el anterior conflicto europeo. Es decir, con esta postura el mandatario soviético mandaba el mensaje de que estaba dispuesto a sentarse a negociar con cualquiera que estuviese listo para tratar con él.

La situación política europea en el verano de 1939 era, de acuerdo al dictador bolchevique, una “partida de poquer” en la que cada jugador -los nazis, los occidentales y los soviéticos- pretendía convencer, cada uno a los otros dos, de la conveniencia de destrozarse mutuamente para que él quedase como arbitro de la situación.

Y el desenlace de esta mano iba a quedar resuelto por quién se atreviese a poner más fichas sobre el tapete.

2 comentarios:

  1. Exelente articulo.... lo demas ya lo sabemos.... pero es bueno que existan aportadores mas profundos de la historia de la segunda guerra como tu.... muy buen trabajo...

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  2. Gracias por el comentario y por los ánimos José Antonio.
    Intentaré sacar la última parte del artículo, centrándome en el propio pacto, en los próximos días. Espero que lo encuentres interesante.

    Saludos

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