Tras el éxito de la Operación Sonnenblume, Rommel rebosaba optimismo. “Objetivo: el Canal de Suez” señaló el 10 de abril. Pero no todo iba a ser tan fácil. En su camino se encontraba un obstáculo, un baluarte de extraordinaria importancia que iba a provocar la primera gran derrota del militar germano: la ciudad de Tobruk.
El asalto
Tobruk era un punto clave para el conflicto en el Norte de África. Arrebatar la ciudad a los británicos, quienes a su vez la habían tomado de manos transalpinas pocos meses antes, supondría recuperar un puesto avanzado clave para las futuras operaciones en el mediterráneo. Hasta ese momento, la marina italiana, en su papel de cordón umbilical que mantenía vivo al Afrika Korps, desembarcaba los pertrechos bélicos para las tropas del Eje en el puerto de Trípoli. La utilización de este puerto, al estar muy cerca de Italia, suponía que los buques de este país tuviesen que recorrer un trayecto corto, con lo que se reducía el riesgo de sufrir un ataque por parte de la Royal Navy. No obstante, el extraordinario avance de Rommel en el mes de abril había dado lugar a que el puerto de Trípoli quedase demasiado lejos del frente. Esto provocaba que los suministros desembarcados en esta ciudad tuviesen que ser trasladados por tierra hasta donde se encontraban los ejércitos combatientes. Dicho trayecto, además de suponer un consumo adicional de combustible, tampoco estaba exento de peligro, principalmente en forma de ataques aéreos por parte de aparatos británicos. Rommel había sugerido que se empezase a utilizar el puerto de la recientemente conquistada Bengasi, pero este no tenía capacidad suficiente para reemplazar al de la capital libia.
Rommel suponía que con Tobruk en sus manos la delicada situación de su tropas mejoraría. Esta ciudad sí que podía sustituir a Trípoli como puerto principal, con la ventaja añadida de que se encontraba cerca de la frontera Libio-Egipcia, lugar que se iba a convertir en la línea del frente durante los meses siguientes. Tenía además una ventaja añadida: Tobruk estaba mucho más lejos de Malta que Trípoli, con lo que su captura implicaría que disminuyesen considerablemente las posibilidades que tendrían los británicos de hostigar el traslado de combustible, armas y municiones del Eje. En definitiva, Tobruk se presentaba como el punto de apoyo principal para la continuación de las operaciones bélicas germano-italianas en el norte de África.
Los anglosajones, por su parte, conocían tan bien como sus enemigos la importancia estratégica que tenía la localidad de Tobruk en la partida de ajedrez que se estaba jugando en África. Si la pérdida de Cirenaica había supuesto una conmoción, la caída de este puerto podía poner en jaque al rey del Mediterráneo. Por ello, antes de encontrarse en esta desafortunada situación, el Imperio Británico se dispuso a enrocarse y mantener en su poder a toda costa el vital baluarte norteafricano.
¿Cómo planeó Rommel tomar Tobruk? En terminos generales, siguiendo las mismas pautas que durante los días anteriores. Durante la ofensiva de Cirenaica, las mejores bazas del militar germano habían sido: por un lado, su capacidad de improvisación; y por otro, la asombrosa rapidez con la que era capaz de conducir a sus tropas. Con ellas había derrotado a los británicos y con ellas pretendía volver a salir victorioso. Pero esta vez no todo iba a salir como el general alemán pretendía.
La reacción británica
El líder del Afrika Korps era consciente de que Tobruk era una posición bien defendida. Por ello, para facilitar la toma de este enclave, el militar germano desistió de intentar un ataque frontal y ejecutó un movimiento envolvente rodeando la ciudad. El día 11 de abril las tropas del Eje ya tenían completado el cerco de la ciudad y el día 14 lanzaron su primer ataque. En el transcurso de este, los italoalemanes pudieron comprobar que las tropas británicas no habían perdido sus ganas de pelear y, por primera vez desde el inicio de la ofensiva, fracasaron de manera estrepitosa.
Las razones de la derrota hay que buscarlas principalmente en la limitada capacidad bélica de los alemanes en el teatro de operaciones norteafricano. Los éxitos del Eje en la zona en las jornadas anteriores, tan sorprendentes como inesperados para todos menos para Rommel, dieron una imagen del Afrika Korps muy alejada de la realidad. Las unidades italogermanas aparecían como todopoderosas frente a unos británicos repentinamente empequeñecidos y venidos a menos, pero esta no era en absoluto la situación real. Una gran parte del merito de la victoria del Eje, como ya indicamos en la entrada anterior, se debe atribuir directamente a los británicos, quienes debilitaron el frente facilitando de este modo la ruptura que protagonizarían los soldados de Rommel. Sin embargo, lo cierto es que las tropas de este seguían siendo demasiado escasas para realizar operaciones de gran envergadura; por lo que una vez que los británicos se recuperaron de la sorpresa inicial (cosa que ya estaba sucediendo en la segunda semana de abril) pudieron agarrarse al terreno y hacer frente a las reducidas fuerzas enemigas.
En definitiva, a mediados de abril la maestría de Rommel había logrado provocar que el púgil italo-alemán quién parecía a punto de besar la lona en el anterior asalto, le lanzase una serie de certeros y repetidos golpes al inglés aprovechando que este, confiado por lo que parecía ser una victoria ya hecha, había bajado la guardia. Pero el británico no se iba a quedar de brazos cruzados eternamente.
Durante la segunda semana de abril, los anglosajones empezaron a reorganizar sus dispersas tropas para hacer frente a la agresividad de sus oponentes. Para ello, además de con su característica tenacidad, iban a contar con otra herramienta más útil si cabe: las fortificaciones defensivas que había construido los italianos en 1940 en torno a Tobruk antes de ser expulsados de la zona por la ofensiva inglesa. En ellas se atrincheraron la 9ª división australiana y los restos de varias unidades británicas derrotadas en Cirenaica con un único objetivo en mente: hacer de esta ciudad libia un bastión inexpugnable.
En definitiva, por primera vez desde su llegada a África, Rommel se encontró con una sólida posición defensiva guarnecida por tropas resueltas a no dejarse expulsar. En estas circunstancias, por mucha pericia que pueda tener un comandante (y Rommel la tenía), la toma del enclave generalmente ha de ser llevada a cabo a través de un metódico, planeado y, por tanto, lento asedio. El general suabo no se inclinó por esta opción y, como ya hemos indicado, optó por ejecutar una maniobra envolvente e iniciar un ataque casi inmediatamente después, sufriendo su primera derrota de importancia. El militar alemán lanzó sus hombres desde el sur con la intención de abrir varias brechas en las líneas enemigas, pero el resultado fue del todo menos satisfactorio. Las tropas del Imperio Británico estaban fuertemente atrincheradas en sus posiciones y además hacían gala de un fuego antitanque extraordinariamente preciso que diezmó los blindados alemanes, verdadera columna vertebral del Afrika Korps. El fracaso fue absoluto.
Para Rommel sin duda supuso una desagradable sorpresa la renacida capacidad bélica de sus enemigos, pero reorganizó sus fuerzas rápidamente y se preparó para reiniciar el asalto dos semanas después del fallido primer ataque. No obstante, antes de que este tuviese lugar, Rommel recibió la visita de un enviado del OKH, el general Paulus, quién llegó al teatro de operaciones el día 27, a tiempo de ser testigo del segundo intento de tomar Tobruk. Esta embestida se lanzó finalmente el día 30, pero el resultado no fue mejor que en la ocasión anterior. Los sitiados volvieron a rechazar a las tropas del Eje causándoles graves pérdidas.
A causa de este fracaso, Paulus, quien había autorizado a Rommel a que se lanzase por segunda vez a por la ciudad norteafricana, envió a Berlín un informe que hacia hincapié en los aspectos negativos del estilo de mando del suabo. Es evidente que las relaciones entre el comandante del Afrika Korps y el alto mando no se vieron favorecidas gracias a esta información. No obstante, en descargo de Paulus hay que decir que, efectivamente, el Rommel de aquellos días no fue el mejor Rommel.
Con todo, Paulus no fue el único que expresó sus dudas acerca de la manera que tenía Rommel de dirigir las operaciones bélicas. Varios altos oficiales de las fuerzas alemanas en el continente africano se mostraron muy en desacuerdo con las operaciones ordenadas por su jefe para la toma de Tobruk . Los más destacados fueron el general al mando de la 5ª división ligera, Streich, y el comandante de las fuerzas panzer de dicha unidad, Olbricht. Ambos serían destituidos de sus puestos poco después por el general suabo en lo que podemos considerar una decisión poco ética de este, ya que las quejas de ambos podían ser, al menos en buena parte, fundadas. No obstante, desde un punto de vista pragmático, es comprensible también que Rommel no pudiera permitirse -ni tampoco quisiese hacerlo- estar al mando de unos oficiales que desconfiasen de su manera de conducir las operaciones.
Combates en la frontera Libio-Egipcia: vuelve la guerra de posiciones
Tras el fracaso del asalto a Tobruk, las fuerzas del Eje tuvieron que resignarse a plantear un asedio en firme a la plaza. Era evidente que, al menos en el corto plazo, ni los anglosajones se iban a rendir, ni los alemanes iban a derrotarlos con facilidad. Por ello, Rommel tuvo que enfrentarse a la desagradable tarea de continuar las operaciones contra los británicos sabiendo que dejaba a su espalda un enclave enemigo, enclave que supondría una constante amenaza sobre la siempre precaria ruta de suministros del Eje. El suabo dirigió entonces sus vista al oeste ya que temía, con todo fundamento, que los británicos antes o después intentarían algún tipo de operación con el objetivo de liberar a sus camaradas sitiados.
Las fuerzas del Eje se desquitaron de su fracaso ante Tobruk tomando a lo largo del mes de abril Bardia, Sollum y Capuzzo y conquistando asimismo el estratégico paso de Halfaya, lugar por donde necesariamente tendría que pasar la previsible contraofensiva británica. Como las tropas alemanas eran insuficientes para ocupar adecuadamente todos estos enclaves, Rommel echó mano de la infantería italiana. Estas unidades, cuya movilidad era mucho más reducida que la de sus compañeros de armas, no eran muy útiles en las operaciones rápidas a las que tan aficionado era Rommel, pero sí se confiaba en que desempeñasen un buen papel sirviendo de guarnición en las posiciones recientemente tomadas.
Al mismo tiempo que desplegaba sus hombres a lo largo de la nueva línea del frente, Rommel presionaba al alto mando germano para que le hiciesen llegar cuanto antes la 15ª División Panzer, cuyos primeros efectivos ya habían empezado a desembarcar en Trípoli. A juicio del comandante del Afrika Korps, quién siempre parecía tener prisa, la lentitud en estas tareas volvía a ser excesiva; pero su impaciencia, como en la mayor parte de las ocasiones, no era un mero capricho. Su instinto le decía que algo iba pasar.
Los Británicos contraatacan
“Fritz”, la palabra clásica para designar al soldado alemán, fue el término radiado por los británicos a sus unidades de vanguardia -comunicación que el servicio de información de Rommel logró interceptar- el día 14 de mayo. Los operadores de radio germanos no estaban muy seguros de lo que significaba, pero el ataque lanzado al día siguiente por los “tommies” se encargó de sacarles de dudas. La intención de los anglosajones era poner a prueba las defensas del Eje, debilitandolas antes de que los alemanes pudiesen poner en juego sus refuerzos. Los ingleses sabían que la 15ª División Panzer estaba llegando, aun con cuentagotas, al frente; y este era un movimiento que preocupaba sumamente al alto mando del Reino Unido. Y es que, si con una sola división los alemanes les habían expulsado de Cirenaica, ¿que no podrían hacer con dos?
El ataque pareció tener éxito al principio. Las tropas del Imperio Británico consiguieron retomar el paso de Halfaya, causando considerables bajas a los defensores. Sin embargo, Rommel no se dejó intimidar. Contraatacó y retomó el enclave el 27 de mayo. Los ingleses, viendo que los italoalemanes no cedían, detuvieron la ofensiva. Era una situación de punto muerto, pero nadie se hacía ilusiones de que fuese a durar demasiado.
Es en este momento cuando el comandante del Afrika Korps se deshizo de los oficiales mencionados anteriormente y los sustituyó por personas más dignas de su confianza. También fueron aquellas las jornadas en las que el suabo perfeccionó una de las tácticas que mejores réditos le daría durante su estancia en el desierto: las cortinas de fuego anticarro. Rommel llegaría a ser un maestro en la maniobra de atraer a los blindados enemigos bajo el radio de acción de sus cañones al tiempo que mantenía a sus propios tanques libres para hostigar al enemigo. En la guerra del desierto, los antiaéreos germanas, principalmente los famosos 88 pero también otros cañones de menor calibre, se desempeñaron en funciones antitanque con con una efectividad brutal. Una vez que se perfeccionó esta táctica por parte de los germanos, la acción combinada de sus carros junto con sus armas contracarro produjo extraordinarios resultados.
En otro orden de cosas, también empezó a ponerse de manifiesto otra de las características más criticadas de Rommel: su tendencia a venirse arriba o a caer en el pesimismo con excesiva rapidez. Esto provocaba que los mensajes que enviaba al alto mando fuesen o muy optimistas o demasiado lóbregos. Dichos informes no solían ser bien recibidos por el alto mando en Berlín y sus integrantes terminaron por no tomarlos demasiado en serio. Pero los ingleses, quienes interceptaban con regularidad las comunicaciones gracias a sus servicios de inteligencia, no conocían esta peculiaridad del comandante de sus adversarios, razón por la cual daban más crédito a sus mensajes. Y en aquellos momentos, las informaciones enviadas desde África por los alemanes presentaban una situación bastante deprimente del lado germano, poniendo énfasis en el reducido número de tropas realmente fiables que se hallaban en la zona y en la crónica escasez de suministros que estas sufrían. Gracias a estos datos, el mando británico creyó que que se acercaba su oportunidad. A juicio de los anglosajones, era el momento de pasar a una contraofensiva de gran envergadura.
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