lunes, 29 de marzo de 2010

Rommel IX


Tras el agotador primer enfrentamiento en El Alamein, Rommel se encontraba derrengado. Su salud había empeorado considerablemente y, tras su prolongada estancia en el desierto, saltaba a la vista que necesitaba alejarse un tiempo del frente. Se designó como sustituto al general Stumme, quien tampoco gozaba de una salud extraordinaria. Este llegó el 19 de septiembre al teatro de operaciones y Rommel le cedió el mando el 22. Al día siguiente, el suabo abandonó África, no sin antes asegurarle a Stumme que tenía la firme intención de volver en caso de que la situación empeorase. El día 23, el Zorro del Desierto se reunió con Mussolini en Roma y después, ya en Berlín, se encontró con Hitler, quien le recibió con palabras de elogio a pesar del fracaso en el asalto a Egipto. El mariscal planteó nuevamente a los dos dictadores el problema de los suministros, y volvió a recibir de ambos garantías de que este asunto mejoraría. En Alemania, el militar se alojó temporalmente en casa de Göbbels -aparte del Führer, el único de los altos jerarcas nazis con quien el suabo mantenía una buena relación- y el día 30 se dio una recepción en su honor. Tras esto, Rommel se retiró a los alpes austriacos a reposar.


Segunda Batalla de El Alamein

El 24 de octubre Rommel recibe una llamada telefónica del OKW, concretamente de Keitel. Este le informó de que la situación había empeorado considerablemente. Los británicos habían iniciado lo que a todas luces era una ofensiva de gran magnitud. Keitel preguntó al suabo si, dadas las circunstancias, estaría dispuesto a volver a África. El Zorro del Desierto contestó afirmativamente. Poco después, el propio Hitler llamó a Rommel en dos ocasiones. La primera fue simplemente para informarle del estado de las cosas en Egipto, pero en la segunda le dejo claro que el panorama era realmente sombrío y le pidió que volase al frente y asumiese nuevamente el mando del Panzerarmee. El día 25, el mariscal toma el avión de vuelta.

La Segunda Batalla de El Alamein había comenzado el 23 de octubre, cuando 450 piezas de artillería inglesas rompieron el fuego contra las posiciones italoalemanas. Montgomery lanza entonces un ataque frontal en el que pretende hacer valer su manifiesta superioridad material para atravesar las líneas enemigas. En aquellos momentos, el equilibrio de fuerzas se había decantado definitivamente del lado británico. La RAF era la dueña y señora de los cielos; los carros británicos -más de un millar- duplicaban a los del Eje -quinientos, de los cuales solo doscientos eran alemanes-; y la infantería de Rommel (80.000 soldados) apenas suponía una tercera parte de la del VIII Ejército (250.000 hombres).

Durante la ausencia de Rommel, las tropas italogermanas se alinearon en posiciones defensivas a lo largo del frente de El Alamein y trataron de prepararse para lo que se les venía encima. Su escasez de suministros, principalmente de combustible, continuaba dificultando enormemente las maniobras. No obstante, al haber dispuesto de tiempo para atrincherarse y hacerse fuertes sobre el terreno -se habían tendido campos densamente minados- los comandantes del Panzerarmee confiaban en tener la suficiente capacidad para afrontar una batalla puramente defensiva.

El día 25, al poco de iniciarse el asalto y cuando parecía que se estaba conteniendo el ataque inglés, Stumme apareció muerto, posiblemente por un ataque al corazón. Afortunadamente, Rommel llegó ese mismo día a la zona de operaciones. Nada más hacerse cargo de la situación, el suabo transmitió a todas las unidades un mensaje simple:

“He asumido el mando de nuevo. Rommel”

El mariscal planteó entonces una defensa basada en pequeños contraataques locales para tratar de frenar el ímpetu británico. En parte, y solo en parte, lo consiguió. El 27 Montgomery detiene momentáneamente la ofensiva. Con todo, eso no sirvió para que su oponente se hiciese ilusiones. El alemán llega incluso a escribir a su mujer considerando posible la eventualidad de no volver con vida de África.

El 28 los británicos se lanzaron nuevamente al ataque y, esta vez sí, consiguieron que la presión fuese insostenible para los italogermanos. Montgomery no estaba efectuando ninguna maniobra audaz; simplemente se limitaba a hacer valer sus superiores medios humanos y materiales para derrotar a sus enemigos en una batalla de desgaste. Y en ese momento lo estaba empezando a conseguir. El día 29 Rommel se comunica por radio con Cavallero y solicita urgentemente 6000 soldados de refuerzo y una mejora radical en el aprovisionamiento, pero sus peticiones volvieron a caer en saco roto. El suabo se daba cuenta de que el triunfo de los ingleses era solo cuestión de tiempo y que estos, antes o después, terminarían por desbordar sus líneas. Por ello, ordena que se empiece a explorar la posición de Fuka, 100 Km a retaguardia, como posible punto de reunión tras la inevitable retirada. Pero el militar alemán se daba cuenta de que esta no iba a ser fácil. La mayor parte de las formaciones italianas de infantería carecían de medios de transporte, lo que provocaría sin duda que cayesen en manos de los anglosajones tan pronto como estos se abriesen paso en El Alamein. Además, el comandante del Panzerarmee sabía que, una vez perdido este enclave, el amplio espacio del desierto no le iba a dar ninguna facilidad para establecer un nuevo frente en el que frenar al poderoso VIII Ejército. Pero el momento de la ruptura se estaba acercando sin remedio. Sus soldados no daban para más, y sus fuerzas acorazadas se habían visto reducidas a 230 carros (solo 90 alemanes), mientras que sus oponentes contaban todavía con unos 800.


Operación Supercarga

En la madrugada del día 2 Montgomery inicia la que iba a ser la última fase de su asalto. Rommel se dio cuenta inmediatamente de que era el fin. En los primeros compases de esta operación consiguió provocar considerables bajas a los ingleses, pero no había remedio. Sus fuerzas también se habían visto dramáticamente mermadas y él, al contrario que sus adversarios, no tenía ninguna posibilidad de reponerlas. Tras el combate, al Afrika Korps le quedaban únicamente una treintena de carros, fuerza que el suabo pretendía utilizar como cobertura para permitir que sus formaciones de infantería se retirasen hasta Fuka, salvando de este modo al máximo número posible de estas. A las 11:30 del día 3 transmite sus intenciones al OKW y queda en espera de su aprobación. La respuesta que recibió un par de horas después, procedente del propio Hitler, le dejo completamente descolocado.

“No se debe retroceder ni un paso” ordenaba el dictador germano, antes de concluir “por lo que se refiere a sus tropas, puede enseñarles que no hay más que dos caminos: la victoria o la muerte”

Fue el punto de ruptura en las relaciones entre el militar y el dictador. Hasta entonces, Rommel siempre había tenido fe en el buen hacer del Führer, y este la había correspondido depositando en él una confianza especial. Sin embargo, durante la batalla de El Alamein Hitler no solo desoyó la llamada de socorro del mariscal, sino que además le impuso un proceder que significaba la condena del Panzerarmee a la destrucción. El militar obedeció la orden durante 24 horas, tiempo suficiente para que la desesperada situación se convirtiera en crítica. Durante este intervalo, a pesar de estar agobiado por incesantes dudas sobre la conveniencia de seguir las indicaciones recibidas desde Berlín, se dirigió a von Thoma -comandante en aquel momento del Afrika Korps- y le prohibió terminantemente la retirada. Sin embargo, a pesar de que Rommel cumplió con lo que le mandaban, fue en aquellas horas cuando comenzó a dudar, no solo sobre la manera en que el OKW había encarado esta batalla en concreto, sino también sobre la dirección política y militar de Alemania en general. Fue la primera ocasión en la que, en su cuartel general, le oyeron comentar que el Führer debía ser un lunático absoluto, lo que habría sido impensable hacia apenas unas semanas.

La mañana del 4 de noviembre Kesselring le comunicó al suabo que no era necesario atenerse a las instrucciones de Hitler a rajatabla. No se sabe si esto tuvo influencia en el posterior proceder de Rommel, pero lo cierto es que este ordenó finalmente el repliegue de sus tropas a las tres y media del día 4. Desde el día 2, le estaban llegando informes alarmantes acerca de que las divisiones italianas se estaban viendo dominadas por el pánico y dejaban de ofrecer resistencia. El Afrika Korps estaba destrozado y su comandante, von Thoma, había caído prisionero. Por lo que respecta a sus superiores, el mando italiano, el cual sabía que una retirada condenaba a sus formaciones de infantería a caer en manos de los británicos -lo que de hecho ocurrió-, se opuso a los planes de Rommel. Pero este ya no hizo caso. Había perdido 24 horas irrecuperables y no pensaba desperdiciar ni un segundo más. La noche del 4, el suabo recibió a posteriori desde cuartel general de Hitler la aprobación a sus acciones. Este cambio en la opinión del alto mando alemán posiblemente estuviese influenciado por la actitud de Kesselring, quien ese mismo día había contactado con Berlín dando su apoyo a la retirada del Panzerarmee.

Pocos días después, en concreto el día 8, los angloamericanos desembarcaban en el otro extremo del continente, amenazando de este modo las posiciones del Eje en África también desde el Oeste. Hitler y el OKW tardarían en aceptarlo, pero la cuenta atrás había comenzado sin remedio.


La retirada.

Tras la derrota de El Alamein, Rommel no tenía intención de presentar batalla -ni en Fuka ni en el resto de enclaves que encontrase a lo largo de su marcha- durante más tiempo que el necesario para permitir a los escasos hombres que le quedaban escapar hacia el oeste. El suabo sabía que sus unidades, o lo poco que quedaba de ellas, no estaban en condiciones de enfrentarse al VIII Ejército, al cual parecían no afectarle las bajas. Rommel había perdido a la mayor parte de sus infantes italianos, y sus tropas móviles alemanas eran un espectro del antaño orgulloso Afrika Korps. Cuando el Zorro del Desierto llegó a la frontera libia le quedaban únicamente 7500 hombres (5000 alemanes y 2500 italianos), una treintena de tanques, 60 cañones (entre antiaéreos y anticarros) y 65 piezas de artillería. Fuerzas insuficientes, no ya para iniciar una contraofensiva, sino también para ofrecer algo parecido a una resistencia seria a Montgomery. Por ello, se dedicó a retroceder ordenadamente sin arriesgarse a perder las pocas tropas que le quedaban. Cada vez que los ingleses trataban de tomar las posiciones en las que se hallaban los hombres del suabo, estos la abandonaban y se atrincheraban en otra más al oeste, siguiendo la línea que pocos meses atrás habían recorrido en sentido contrario. La primera fase de esta operación se realizó de forma muy rápida. El 12 la retaguardia del Panzerarmee abandonó Tobruk en dirección oeste, y el 13 sus tropas de vanguardia alcanzaron Mersa el Brega.

Durante esas jornadas Rommel solicitó a Kesselring y a Cavallero que mantuviesen una reunión con él para acordar cual debía ser la misión del Panzerarmee en aquellos momentos, pero ambos se negaron a acudir. El suabo estaba comenzando a intuir que la retirada no podría detenerse hasta la zona de Túnez, lugar donde estaban empezando a llegar considerables refuerzos germano italianos para hacer frente a las tropas desembarcadas recientemente en el occidente africano. El mariscal entendía que cualquier defensa organizada más al este antes de reunirse con estos refuerzos estaba condenada al fracaso. Montgomery avanzaba cautelosamente, pero no daba un solo paso en falso. Cada vez que llegaba a una posición, la tomaba sin prisa pero sin pausa apoyándose en su incontestable superioridad. Mientras no hubiese posibilidad de reducir ese desequilibrio de fuerzas, no tenía sentido enfrentarse a la apisonadora inglesa.

A pesar de la desastrosa situación de sus tropas, el 20 de noviembre Rommel recibe un mensaje de Hitler en el que se le ordenaba mantener la posición de Mersa el Brega “a cualquier precio”. Ese mismo día, el mariscal mantiene una conversación con von Luck (un oficial de la 21ª Panzer) y, entre otras críticas a Hitler, le comunica con franqueza que cree que la guerra está perdida. Pocas jornadas después, el día 24, comandante del Panzerarmee se entrevista con Cavallero y con Kesselring y les muestra sin ambages su preocupación. La británicos, sostiene el suabo, estarán en posición de tomar Mersa el Brega en menos de un mes. En la operación era de prever que empleasen varios centenares de carros, y los italoalemanes seguían disponiendo solo de unos treinta. En el aire, la RAF seguía siendo la dueña del cielo. En definitiva, la situación no había mejorado nada desde la derrota de El Alamein. Dadas las circunstancias, Rommel volvió a insistir en la necesidad de trasladar al Panzerarmee a Túnez para unirlo a los refuerzos del Eje. Juntando estas fuerzas, pensaba el mariscal, se podría hacer frente a los angloamericanos al menos durante algún tiempo.

El día 28 Rommel cogió un avión y se plantó ante Hitler. Con anterioridad, en varias ocasiones había enviado a intermediarios para que le explicasen al Führer el desastre que se cernía sobre las tropas del Eje en África. Dada la falta de éxito de estas gestiones, el suabo decidió acudir en persona, confiando en que el mandatario no haría oídos sordos a sus informes si los presentaba el directamente, pero se equivocó. El dictador fue presa de un ataque de ira y reprochó a Rommel el hecho de haber abandonado sin permiso el teatro de operaciones. Y no se paro ahí. Hitler parecía convencido de que el Panzerarmee había tirado la toalla sin luchar, y le echo en cara a su comandante la presunta falta de firmeza de sus tropas. Con todo, tras concluir con su diatriba, el dirigente germano prometió por enésima vez a su mariscal que los suministros mejorarían. Con este fin, ordenó a Göring que se trasladase junto con Rommel a la capital italiana para tratar con Mussolini acerca de la reorganización del abastecimiento a los soldados desplegados en el norte de África.

Tras la reunión con Mussolini, reunión en la que también participó Kesselring, en principio no se autorizó a Rommel a continuar retirándose, postura que se adoptó entre otras cosas debido a la intransigencia de Göring. No obstante, el Duce, quien temía que su infantería volviese a quedar expuesta a caer en manos de los británicos, dio su conforme a que el Panzerarmee emplease una táctica más flexible, permitiendo con ello el repliegue de las unidades italianas en caso de necesidad. Después de esto, Rommel volvió a África el 2 de diciembre.

Amparado en el permiso de Mussolini, el comandante del Panzerarmee empieza a hacer retroceder a sus unidades el día 10. La siguiente posición que eligió Rommel fue la de Buerat. Otro enclave que, en palabras de Göring, “había que conservar a cualquier precio”. Sin embargo, el suabo no pensaba permitir que se aniquilase a sus tropas defendiendo localidades que no tenían la más mínima importancia estratégica y continuó presionando para que se le autorizase a continuar su escapada hacía el oeste. Finalmente el día 27, una vez que Mussolini autoriza el repliegue final hacía Túnez, Rommel se pone nuevamente en movimiento. En esta ocasión, el suabo actuará más despacio, tratando de contener a los británicos lo máximo posible a través del territorio libio. Ya en 1943, el 15 de enero logra incluso ejecutar un exitoso contraataque en el que destruye varios carros ingleses. Pero el Zorro del Desierto no se hacía ilusiones. Tras este contragolpe, retrocede hasta Trípoli, ciudad que empieza a ser atacada por los británicos el 19. Los italoalemanes resisten tres días, hasta que Montgomery inicia una maniobra de envolvimiento y Rommel ordena abandonar la posición el 22. Seguía sin tener ni hombres ni suministros para plantear una defensa adecuada. Y quedarse en la capital libia suponía caer sin remedio en un cerco del que no habría la más mínima probabilidad de salir.

Tras abandonar Trípoli, Rommel ordena iniciar la fortificación de la posición de Mareth, ya en territorio tunecino. No obstante, advirtió al alto mando que esta línea tampoco se podría mantener a menos que se recibieran finalmente los suministros y refuerzos necesarios. Y sobre esto, el Zorro del Desierto no se hacía demasiadas ilusiones. Incluso aunque la situación de su aprovisionamiento mejorase y recibiese tropas de refresco, el suabo ya ni siquiera concebía como adecuada una resistencia indefinida en Túnez, sino que optaba por una defensa flexible que permitiese un repliegue ordenado hacía el sur de Europa. Rommel presentía que sus días en África estaban tocando a su fin.

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